martes, 30 de septiembre de 2008

ALICIA EN LAS CIUDADES

No hace falta ver más que un par de planos de esta “Alicia...” para comprender que para el alemán Wim Wenders, el cine independiente americano es un referente claro (tal vez en concreto Cassavetes). El tipo de cine que propone se convierte en tendencia en los setenta, ochenta y alcanza su máximo esplendor en los noventa, después de que los grandes estudios lo absorbieran como divisiones alternativas a sus superproducciones. Wenders, coetáneo de otro director de culto americano y con una trayectoria parecida, Jim Jasmusch, parece compartir inquietudes, y a pesar de la nacionalidad casi podría pasar como un director precursor de la independencia americana. Tal vez hace unos años se haya salido de la senda por él mismo marcada, pero desde entonces su cine a caído en picado perdiendo interés y calidad.

“Alicia en las ciudades” parece ser el final del viaje iniciático de un periodista, Felix Winter (Rüdiger Vogler) al que le han pedido un artículo sobre los paisajes americanos, pero que él se ha tomado como un viaje hacia su interior. Ha conseguido un buen montón de polaroids (o su equivalente alemán) de paisajes, pero apenas hay cabida para las personas (tal vez como símbolo de su vacío interior), y el director parece querer decir que sólo a conseguido estar más confundido. Así, Wenders dibuja la película en dos planos, el formal y el personal. Los largos planos de los campos y de sus gentes parecen contrastar radicalmente con la llegada a la ciudad. Masificada pero agresiva y vacía en el fondo. Félix se encontrará con el rechazo; el de su jefe por no traerle el artículo, y el de una amiga-amante que parece sentirse utilizada. La conclusión es la vuelta a Alemania. Pero una oportuna huelga de aviones hace que nuestro protagonista coincida en la agencia con una mujer y su hija Alicia. Este encuentro casual va ha suponer el revulsivo inconsciente que necesita. Formalmente la película ha comenzado a moverse antes, pero el giro que necesita se produce cuando se queda a cargo de Alicia en el viaje de vuelta a Europa.

El viaje ha comenzado en Estados Unidos y continuará en Ámsterdam, donde tiene que esperar el regreso de la madre. La presión por la falta de dinero y la penitente inmovilidad, hace que nuestra extraña pareja decida que ha llegado el momento de moverse. Reiniciando el viaje iniciático del que hablaba, pero con una guía y guardián inesperada. A partir de aquí todo será una sucesión de anécdotas y pequeñas aventuras que afianzará la relación de los protagonistas. Llevará a descubrir el necesario compromiso del que parece huir el periodista. El abandono de la niña por parte de la madre, supuestamente por amor es la excusa. La búsqueda de la abuela de la niña parecerá el motivo que necesita el argumento para continuar en la carretera... pero insisto en que todo es una excusa y que nuestro protagonista está aprendiendo sobre si mismo de una niña de ocho años. El final no puede ser distinto del que es, pero el artículo que ahora podrá escribir como algo propio, como realmente vivido en primera persona, será la clave que ha llevado a nuestro protagonista a aprender y valorar la existencia. Lo más curioso es que este viaje del que hablo comienza a la inversa. Desde las ciudades y el presunto desarrollo, hasta el corazón de un pequeño pueblecito a las orillas de Rhin, es decir a los orígenes (creo que esta es la clave de la película). Y como paradoja, que Alicia, esa especie de ángel guardián del que tiene que cuidar el periodista de manera natural e inconsciente es la guía del adulto perdido .

Una fotografía muy granulada en blanco y negro, la obsesión del director con la televisión (muy bueno el monólogo del personaje sobre televisión y publicidad), paisajes inmensos que luego se repetirán en futuros proyectos, temas comunes, todo ello será el mismo viaje que el director ha emprendido con esta película y que culminará diez años después con su maravillosa obra maestra “Paris, Texas” con la inestimable ayuda de un especialista en este tipo de cine y literatura fronteriza combinada con personajes solitarios que es el dramaturgo, escritor, director y actor Sam Sheppard. De momento la road movie “Alicia en las ciudades” quedará en mi memoria como una curiosa película lenta y densa, pero no por ello menos maravillosa, de la que es fácil extraer que la verdad se siente mejor si se vive en primera persona. Como curiosidades y para terminar, me llama la atención, (porque acerca cine y realidad) las imágenes del concierto de Chuck Berry al que asiste nuestro protagonista, como parte de esa verdad que acercan ficción y realidad. La música por cierto es otro elemento destacable en una película llena de silencios, de mano de míticos como los Rollings y Deep Purple. Tal vez a Wenders le haga falta revisarse a si mismo, como le sucede a su personaje, para volver a sus orígenes y encontrar el camino que parece haber perdido en sus últimas producciones.

Víctor Gualda.

viernes, 26 de septiembre de 2008

ALGO PASA EN LAS VEGAS- ELLA ES EL PARTIDO- 8 CITAS- OVIEDO EXPRESS























Buscar algo interesante entre los estrenos de la semana es como buscar oro en el viejo oeste. Tienes que remover mucho para filtrar la arena y separar las pequeñas pepitas. Eso es lo que sucede con las cuatro películas que voy a comentar porque no merecen una crítica personalizada, pero tienen secuencias respetables.
Tal vez lo justo sería empezar por la más interesante de ellas “Algo pasa en las Vegas”. Una comedia americana con todas las consecuencias, cuyo mayor merito es que a pesar de ser completamente previsible, al menos es entretenida y tiene algunas secuencias salvables. El argumento; un tópico tras otro... en este caso tópicos americanos, pero gracias al cine trasladables a Europa. Chico listo y guapo, pero que ha perdido la fe en si mismo acaba con un amigo de pedo en Las Vegas; Chica lista y guapa pero que ha perdido el novio acaba pedo en Las Vegas. Chico conoce chica. Boda etílica y separación imposible por dinero (el elemento social de nuestro tiempo) En definitiva la película funciona porque no trata de engañar. Es consecuente desde principio al final, y tiene situaciones divertidas para todos los públicos. El ritmo y el pulso en la dirección del director televisivo Tom Vaughan son fantásticos, y alguna de las previsibles peleas (a partir de un giro de guión necesario) funcionan por el buen hacer de Cameron Diaz y Ashton Kutcher. El final se sabe desde el minuto uno, pero aún así satisface al espectador.

Algo más pretenciosa resulta “Ella es el partido”. Dirigida por el incansable George Clooney, que parece buscarse una carrera paralela para cuando se le acaben los papeles de galán. Una película con la que el espectador español difícilmente se sentirá identificado, pues trata de los orígenes del fútbol profesional americano. No diré que al actor le falta mano para dirigir, porque la película es una comedia con tufillo a los hermanos Cohen, con los que trabajó en “Oh brother”, y tiene elementos que a todo el público le resultaran familiares, no en vano se trata de una comedia clásica de superación de un personaje prácticamente plano, que tiene como antagonista a Renee Zellweger, elemento por cierto común con “Algo pasa en las Vegas”. Me refiero a que por supuesto está llamada a compartir cama con el protagonista después de muchos desencuentros (lo que Balló y Perez llamaban “el deseo en suspenso” en su libro “Yo ya he estado aquí”)... con el añadido de un tercer personaje que sirve de eje interpretado por John Krasinski (Carter) y antagonista real (competencia por la chica y el juego). Siempre me llama la atención que no se elijan actores con el suficiente carismas para este tipo de personajes, tal vez por si oscurecen la interpretación del protagonista de turno. A destacar en esta producción con una factura de fotografía muy sepia (Newton Thomas Sigel) para que sepamos que estamos en los años veinte, un par de secuencias. La secuencia del primer encuentro amoroso de los protagonistas a contraluz, y las secuencias cómicas copiadas del cine mudo de la época en la que se sitúa la ficción. También el desenlace es previsible y una vez más, como en casi todo el cine americano, el protagonista lo consigue todo sin renunciar a “casi” nada. De forma que la identificación del espectador está asegurada a pesar de que el personaje sea un perdedor encubierto... Bueno, siempre nos gustaron los perdedores simpáticos.

Como estaba saturado de tanto cine americano, me di una vuelta por el cine español. “8 citas” es una película sencilla que cuenta las historias casi a secuencia única de varias parejas (elemento interesante para producción). Todos ellos por supuesto llamados a encontrarse en un final demasiado provocado (previsible) aunque no así la razón de dicho encuentro. El tono general del metraje y que sirve para aunar todo, es la comedia. A destacar la interpretación del permanente actor revelación Raúl Arévalo, que sabe imprimir su personalidad en cada personaje. Esperemos que no nos acabe saturando como pasa con el personaje tipo de Fernando Tejero. Muy bien también el desarrollo de la secuencia de Arturo Valls, con una Melani Olivares esperpéntica pero no desentonada en un crescendo muy divertido. Por el otro lado, el negativo, y muy a pesar de la buena interpretación (habitual) de Adriana Ozores, y lo interesante de la situación, su secuencia se queda en un quiero y no puedo. Lo peor del metraje bajo mi punto de vista, es el planteamiento de la secuencia de Jordi Vilches y Verónica Echegui (y demás familia), que resulta tan sobreactuada que te saca de la película, muy a pesar de su buen trabajo. Para el colofón reservan a una Belén Rueda, tan intensa y dramática que resulta fuera de tono con el conjunto. En definitiva, el principal mérito de la película es aunar a parte de los mejores actores jóvenes españoles de la mano de Peris Romano y Rodrigo Sorogoyen, pero mucho más van a tener que ofrecer si quieren que se siga hablando de ellos en el futuro.

Por último la película de Gonzalo Suarez, “Oviedo Express” de la que no puedo hacer un juicio de valor completo pues me aburrió tanto que tuve que dejarla cuando apenas llevaba media hora. Y tal vez sea un problema mío, pero el tipo de cine que él propone me recuerda a los años que estudiaba teatro, y el resultado no es mejor que una obra de un estudiante de dirección escénica de segundo curso. El tono demasiado declamado es una extensión de la obra de teatro que se proponen representar en el teatro Campoamor, “La regenta”. Todo es sobreactuado, cada personaje cumple un rol y no está desarrollado más lejos que lo evidente. Es de alguna manera el mundo personal de Gonzalo Suarez. No comulgo con él, pero me parece que a estas alturas del partido, y a pesar de que tiene el mérito de hacer una propuesta original, no se puede pensar que con un reparto interesante basta. El cine español necesita un ejercicio de reflexión y comenzar a replantearse cual es el tipo de cine que quiere el público, que a fin de cuentas es el llamado a proporcionarle un futuro, del que a día de hoy prácticamente carece.

Víctor Gualda.

martes, 23 de septiembre de 2008

LA FAMILIA SAVAGES

Poco hay que comentar de esta producción menor, sustentada básicamente en el buen hacer de sus protagonistas. Philip Seymour Hoffman es un actor crecido por las merecidas y frecuentes buenas críticas, y nuevamente borda el papel encomendado. La autosuficiencia es en este momento dulce algo que difícilmente puede suponer un reto para él, y a pesar de ser coprotagonista, no puedo evitar acordarme del bueno de Pepe Isbert que en boca de Alfredo Landa explicaba como hacer que la cámara le diese el mayor protagonismo y atención. Aún así, tengo que reconocer que no le roba el plano a una fantástica Laura Linney en su caracterización de Wendy, clara alter-ego de la directora Tamara Jenkins, y que tiene el mayor peso dramático en la película. No en vano, a pesar de que la trama del padre es compartida, la mayor parte de las subtramas pasan por sus manos. Incluyendo la de la relación de su hermano Jon-Seymour Hoffman vivida por el espectador a través del punto de vista de ella.

Otro tema es el trasfondo de la película. A pesar de que es una película correcta y con momentos realmente buenos, más que seguir una trama que lleve a alguna parte, lo planteado es el conflicto al que todos nos enfrentamos cada día. El trabajo, las relaciones, los sueños y ambiciones etc... En esta, al igual que en “La edad de la ignorancia”, nuestros protagonistas están en crisis. No les gustan sus vidas, y en el caso de Wendy ni siquiera la acepta. Por supuesto la historia necesita “algo” que la mueva, y ese algo es la demencia del patriarca Savages que requiere los cuidados y atenciones de sus hijos. Una primera parte centrada (después de la presentación de ambos) en la recogida del padre que vive en la costa Oeste, será el sustento de todo el primer tercio de metraje. El conflicto, el tono, los personajes, todo está perfectamente planteado de manera ágil divertida y concreta.

Pero el segundo tercio supone para la guionista-directora Jenkins (para cualquier director) un escollo difícil de salvar. También para la familia. Los hermanos Savages van a volver a convivir después de mucho tiempo separados (este debería ser el conflicto que mueve la película, pero apenas está suficientemente sugerido). Ambos son escritores, o al menos pretenden serlo. La competencia entre ellos, la búsqueda del lugar adecuado para el padre, los recuerdos y las relaciones se explayan en esta segunda parte, pero el dinamismo se va perdiendo por el camino. El desenlace es previsible, y muy autocomplaciente. No me parece adecuado que la muerte del patriarca sea el punto de giro que los protagonistas necesitan para sacar adelante sus vidas. A fin de cuentas, dan a entender que hasta el momento del arranque de la película no se han tenido que ocupar de un padre al que no quieren y que ha supuesto una traba psicológica para ellos... al menos la directora se limita a sugerir el maltrato que recibían de pequeños, pero una vez más es sólo un quiero y no puedo. Al final me quedo con la sensación de que Tamara Jenkins ha hecho terapia con su propia vida utilizando el cine como medio. No digo que sea ilegitimo, pero creo que no es objetiva y que trata de dar a Wendy (sobre todo) el carisma y la simpatía que no tiene (me refiero al personaje).

Lo que si me parece interesante es el tono, que huye del dramatismo barato, y el planteamiento social de la película, con personajes que necesitan triunfar a su manera para sentirse realizados, y que en el fondo están atrapados (quién no lo está). Y en este punto, el que este libre de pecado... También la desgracia del individuo al envejecer. En definitiva una película que se deja ver con facilidad, pero que dudo hubiese funcionado con la contundencia que lo hace, como reflejo del hombre moderno, si no llega ser por la solvencia indudable de sus dos fantásticos protagonistas.

Víctor Gualda.

viernes, 19 de septiembre de 2008

DUEÑOS DE LA CALLE

“Dueños de la calle” no se sale ni un milímetro de un guión previsible pero correcto. El arranque sirve de presentación del policía protagonista Tom Ludlow (Keanu Reeves). Vamos a conocer el calado de este poli medio masoca que tiene la necesidad de sufrir y hacer sufrir, desde su estereotipo de poli bueno, a los malos. Así que para empezar, arranque en el desenlace para cumplir con la necesidad de que el espectador vea que es violento pero justo.

Después del arranque pasamos a la presentación de todos los personajes secundarios comandados por el jefe Forrest Whitaker Inmediatamente nos damos cuenta de que algo huele a podrido en Dinamarca. En este momento supe como iba a terminar la película. Y no es que yo sea un tipo listo, es que lo hemos visto en miles de películas iguales a esta. Pero volvamos a el comienzo del primer acto. Una secuencia informativa le da las claves al espectador para que sepa quién es quién, conozca a un antagonista de palo (Common) excompañero de Reeves, a otro pseudoantagonista, que es el jefe de asuntos internos, un Hugh Laurie (Capitan Biggs) que por cierto, casi como homenaje aparece por vez primera en un hospital y con una actitud que nos recuerda a su “House”... Volvamos al excompañero de Reeves, que está destinado a servir de punto de apoyo y excusa para mover la trama. Inmediatamente y de palabra se le carga de una serie de prejuicios al modo más "culebrón televisivo", para que entendamos que es un cabrón con sus cariñosos compañeros. Para mover la trama de investigación el guionista y el director necesitan un cabeza de turco y ya lo tiene. Otra espectacular secuencia de tiros y ya tenemos un cadáver al que investigar. A fin de cuentas el personaje de Keanu es un duro poli bueno pero con escrúpulos.

Esta claro en que va a consistir el segundo acto. En encontrar a los asesinos del excolega. Así que mientras avanzamos hacia el desenlace vamos conociendo la información que va completando el puzzle del ya mencionado quién es quién. Pero no voy a adelantar más. La peli hay que verla y disfrutarla en la medida de lo que se pueda.

Me voy a las referencias; Mediada la película, y a pesar de que la situación empuja a tu memoria en dirección a “Sérpico”, la película de Lumet que sin tener una estructura tan delimitada, tiene la virtud de hacer entrar al espectador en la psique del personaje de Pacino y entender el desarrollo de su actitud. Eso probablemente es lo que la convertía en obra maestra imprescindible. En el caso de “Dueños de la calle” aparte de que la corrupción policial es un tema hipermascado a estas alturas (tanto en la ficción como en la realidad), tiene la virtud de que el espectador no se escandalice de nada, las dudas morales del protagonista quedan tan en la superficie que el guionista (atención a este punto porque se trata del mismisimo James Ellroy) ha necesitado dar un trasfondo a la actitud de Keanu con un pasado que justifica cualquier decisión violenta. Pero inmediatamente me vino a la cabeza “L.A. Confidencial”. En aquella, basada en una de las novelas de Ellroy, todo se sustentaba sobre los cimientos de un guión espectacular y complejo que hablaba de la ambigüedad moral y de lo fácil que es traspasar la línea del estereotipo bueno-malo. En esta, guionistas (Ellroy comparte créditos con Kurt Wimmer y Jeime Moss) y director (David Ayer, que conoce el mundo del guión por haber trabajado en “Training day” y escrito y dirigido “Harsh Times”) tratan de hacer lo mismo pero con desigual resultado. Lo que si noto es una especial tendencia en el actual cine americano de volver al modelo de los setenta principios de los ochenta del vengador que se toma la ley por su mano saltándose las reglas. Y es que el bueno-perdedor está degenerando, quizá como reflejo de la situación de un país. No en vano el cine siempre ha sido un reflejo de la sociedad o ha marcado las tendencias, y en concreto el cine negro y el subgénero policiaco nació en EEUU como contestación a la corrupción de las instituciones. Pero tal vez esto es rizar demasiado el rizo, y sencillamente sea el poder de los ejecutivos en las grandes marcas que se rigen por lo que creen que funciona para justificar sus altos salarios.

Quiero destacar la interpretación de Forrest Whitaker porque siempre me desencaja. Parece venir de otro planeta que no está regido por “métodos”, haciendo de su interpretación un trade mark de difícil encasillamiento. Reeves se limita a su inexpresividad habitual que arrastra desde “My Own private Idaho” en el momento que decide que va a cumplir con su obligación de sustituir al padre y que casi es un simbolismo del tipo de cine con el que se ha comprometido. Aquel en el que manda el mercado y los hombres del traje gris. Una pena porque siempre he pensado que podía haber sido el actor que nunca llegó a ser. Pero como su personaje en esta película, tomó su decisión moral después del giro dramático de la muerte de su amigo Phoenix, años después de su hijo nonato y poco después novia... Y es que a veces la vida imita al cine.

Víctor Gualda.

martes, 16 de septiembre de 2008

AL OTRO LADO

Tal vez se trate de la película más complicada a la que me he enfrentado en este blog. Y lo es porque no acabo de entender a dónde quería llevarnos el director turco-alemán Fatih Akin. Está claro que ya su anterior largo de ficción “Contra la pared” explora las dificultades de integración de los inmigrantes turcos en Alemania. En aquel caso el tema central que movía la trama era según palabras del propio director, el amor. En la que nos ocupa el trasfondo de los turcos en Alemania es el mismo (al menos en el primer tercio de película) pero el tema es la muerte. En el caso de esta su estructura es mucho más compleja y las interpretaciones son múltiples. El director habla de que la idea es que la muerte da paso a la vida, en este caso de los personajes que los rodean, con lo cual entiende que es una película positiva. Lo siento Fatih, pero yo no veo esa opción optimista por ninguna parte. Es más, igual que en la anterior, noto un cierto pesimismo que envuelve toda la cinta. Me explico.

La estructura dramática está dividida en tres grandes bloques. “La muerte de Yeter” “La muerte de Lotte” y “Al otro lado”. En los dos primero el director cuenta los trágicos destinos (el destino más la casualidad son los elementos que mueven todo en la película) de dos personas-personajes que deciden dar un cambio radial en su vida que se supone para mejor, y como pago reciben a cambio la muerte. Es cierto que los personajes que les rodean, sufren tal golpe que también deciden cambiar su vida, y cambiar el rumbo para “tal vez” visto lo visto, mejorarla. Pero no se hasta que punto el cambio es positivo, ya que la inmovilidad tal vez hubiese sido más constructiva (dados los acontecimientos).

Una puntualización en este punto sobre el guión que recibió el premio en Cannes. Resulta que la idea original del director era que las historias se entrecruzasen a lo largo de todo el metraje como en “Shortcuts” o “Magnolia”, pero la gran cantidad de personajes e información hacían que todo quedase demasiado ambiguo, se perdiesen las emociones cuando el espectador empezaba a identificarse con los personajes, con lo que Akin decidió dividir en bloques. En definitiva el premio de Cannes es consecuencia del montaje más que del guión en si, que bajo mi punto de vista trata de abarcar demasiado en poco tiempo, pero cuyo resultado final en la pantalla es espectacular.

Lo mejor de la película es que trata de abarcar tanto, que hay mucha variedad de temas importantes y comunes que explorar en las tramas. Tal vez la más evidente sea las relaciones entre padres e hijos entre Ali y su hijo Nejat, entre Yeta y su hija Ayten, entre Lotte y su madre Susanne. Que nos hablan de las relaciones de turcos de primera generación, entre alemanes y la combinación entre ambos. Relaciones desiguales en las que los hijos se apoyan para más tarde renegar. Pero que de alguna forma a lo largo del metraje se convierten en viajes emocionales hacia el perdón. Otros elementos importantes son; el peso de la ciudad. Más en el caso de Estambul que poco a poco le come todo el protagonismo a Hamburgo, para que el desenlace sea íntegramente allí. Consecuencia de la ciudad y de la trama, la burocracia se convierte en otro tema con peso tal vez involuntario. La ralentización de cualquier proceso administrativo hace que los personajes se vean atrapados en una maraña de la que les es difícil escapar, pero que influye en el desarrollo de sus vidas. Por supuesto la política también tiene un peso especifico aunque de manera poco profunda. En este punto el director dice no posicionarse, pero lo cierto es que en la secuencia en la que Susanne habla en la cocina con Ayten, la madre toma una posición conservadora, mientras que la joven turca, clara alter ego de las ideas del director (por lo que nos muestra de su país) toma la posición más progresista en su “discurso” aprendido e interiorizado sobre las cosa que no funcionan en Turquía. Mientras Susanne (representa a la perfección el carácter alemán) defiende que la entrada de Turquia en la UE hará que todo cambie a mejor.

Pero volvamos a la estructura dramática. Lo más interesante de todo es el desencuentro. Los personajes se cruzan constantemente. Se buscan y no se encuentran. El hilo conductor que enlaza todo es el personaje de Nejat, que lleva el peso de ser el hijo del padre asesino, más adelante el casero de Lotte, mientras busca infructuosamente a Ayten. Sirve además de casero de la madre de Lotte después de su inesperada muerte, que a su vez cuando él decide ir en busca de su padre, toma su relevo en la librería. Un complicado encaje de bolillos que no se puede desmerecer, por su complicación, acierto y circularidad de la estructura dramática. Pero hay un punto que en la película que no acaba de encajarme. Los personajes están fantásticamente dibujados. Pero su desarrollo es unilateral. Me refiero a que cada uno de ellos tiene un solo conflicto y actúa en consecuencia, pero los personajes no desarrollan personalidades complejas, sino conflictos complejos, de forma que al final te quedas con la sensación de que la unión de al menos un par de ellos, formarían un solo personaje. Por otro lado esta el tema de que el protagonista o hilo conductor, prácticamente a lo largo de todo el metraje funciona como pieza de enlace y como mero observador. Su conflicto únicamente está desarrollado después del acto del padre, obligándole a renegar de él y a tomar una decisión, y cuando en la secuencia junto a Susanne le explica uno de los pasajes del Corán, y ante la pregunta directa de la madre alemana que lo ha dejado todo por entender a su hija, reacciona al darse cuenta de que no está actuando en consecuencia con su progenitor.

En definitiva una maraña de texto, con un desenlace en el que planea el perdón, la redención, el desarrollo de las personalidades a partir de sus vivencias, pero con el tema de la muerte como elemento desestabilizador para sus vidas y punto de resorte para la trama (incidente incitador para Robert McKee). Ahora no queda otro remedio que esperar un par de años para saber como resuelve la trilogía Akin en la película que se supone cerrara la trilogía, y cuyo tema motor es “el mal”... de momento lo que no veo es el enlace de “Al otro lado” con el libro que dice haber inspirado al director, “El arte de amar” de Erich Fromm.
Víctor Gualda..

viernes, 12 de septiembre de 2008

SPECIAL

Tengo que reconocer que el único motivo que me empujo a ver la película es la simpatía que me trasmite Michael Rappaport. En realidad, en todas las producciones viene a hacer el mismo personaje. Un tipo inseguro, ilusionado, desgarbado, un perdedor simpático. No creo que nunca vaya a salir de su estereotipo, pero si que sabe sacarle partido a sus cualidades y ofrecer personajes entrañables, sea en el cine con “Ladrones de medio pelo”, “Amor a quemarropa” o en series de televisión como “Me llamo Earl”, “Friends” o “Prison Break”. En “Special” ofrece sin salir de su encasillamiento su indudablemente mejor interpretación hasta la fecha, en una producción de bajo presupuesto, pero en la que él es el único protagonista.

Les Franken (Rappaport) es un currante que trabaja como vigilante de parquímetro poniendo multas. Su vida no es demasiado emocionante, y al ser aficionado a los cómics, sueña con que algún día podrá ayudar a la humanidad. De momento se conforma con servir de cobaya para un laboratorio farmacéutico que está probando un medicamento. Su triste y solitaria vida se ve trastocada al comprobar que los efectos del medicamento (que luego descubrimos que sirve para aumentar la autoestima) le aportan superpoderes. El sueño está cumplido. Ahora sólo queda ponerse al servicio de la humanidad. El problema es que todo está en su mente, y como reza la carátula, mientras él se cree un superhéroe, los demás le ven como un superidiota. Así comienzan sus aventuras por la ciudad. Evitando atracos en tiendas de comestibles y agrediendo a gente que su imaginación le dice que van a cometer algún acto delictivo. Todo ello hasta que se tenga que enfrentar a los malvados trajeados, tal vez demasiado inspirados en “Matrix”, que tratan de robarle su recién adquiridos superpoderes. Inmediatamente descubriremos que son los dueños del laboratorio que están ante un contrato con una multinacional, y no quieren perderlo.

Como vemos el argumento es sencillo. Los superpoderes de Rappaport se ven reforzados por efectos especiales un tanto básicos que el espectador disfruta al estar en el punto de vista de él. Esta elección es contradictoria, porque por momentos dudamos si realmente los tiene o no. El tema es que los directores han tomado el camino de en medio, y al implicar a terceras personas, los dueños de la tienda de cómics, y para darle algo más de peso al segundo acto, descubrimos que definitivamente es todo producto de su imaginación (no juegan con el recurso). Una pena, porque el espectador espera que los tenga. Aún así, el personaje resulta maravillosamente entrañable. Los cambios de punto de vista te desengañan, y hacen que el tipo cada vez más descontrolado por la ingesta de las pastillas acabe dándote pena.

Esto es aparentemente todo. Una peliculita independiente en tono de comedia con un argumento sencillo, poco presupuesto, casi parodia de las pelis de superhéroes, pero pienso que la película esconde algo más. No sé si también en mi caso por identificación con el personaje, como victima del paracetamol, o sencillamente porque realmente está pensado por los responsables de la cinta, pero lo cierto es que veo una doble intención en la aventura. Al fin y al cabo Rappaport interpreta a un tipo alienado, que tiene un trabajo medio, y que se siente desaprovechado. La mayoría de los espectadores rechazaran la identificación porque les gusta sentirse en una mejor posición. Si les gusta, como dije antes, será por pena, pero lo cierto es que la mayoría trabajamos en una oficina, en un local cumpliendo un horario y muchos llevan un uniforme o un traje como el protagonista. A todos nos gustaría salvar el mundo, pero en el fondo “los hombre del traje” se ocupan que todos tratemos de ser iguales, de que nadie destaque sobre nadie, de hacernos pensar que todos son piezas indispensables de la cadena (magnifica la secuencia en la que el jefe putea a Rappaport tratando de hacerle entender que el dinero que recaudan con las multas va a escuelas u hospitales). La sociedad impone que el que quiera ser diferente tiene que pasar por loco o por inadaptado. Así que hay que reducir las individualidades al máximo. En realidad no ha cambiado tanto la cosa desde la estremecedora imagen de los obreros entrando en la fábrica que mostraba Fritz Lang en “Metrópolis”... el problema es que también se puede hacer la interpretación inversa, aquella que responde al tópico americano de que todos tenemos algo que nos hace especiales y validos para la sociedad, pero particularmente me inclino por la primera interpretación.

Como digo tal vez sea rizar el rizo demasiado, pero la película me obliga a no quedarme en la superficie y llegar un poco más allá. De cualquier manera cinematográficamente me quedo con secuencias como la elección del traje como símbolo distintivo (Para mi mucho mejor que la de “Hancock”) con la de la comisaría de policía en la que Rappaport trata de ponerse al servicio de la justicia y para ello demuestra sus cualidades, o con el desenlace mezcla de “Terminator” y “Matrix” en la que el protagonista ha decidido que tiene que ser uno más, pero las circunstancias le demuestran que eso es imposible.

Víctor Gualda.

martes, 9 de septiembre de 2008

LA EDAD DE LA IGNORANCIA

Tal vez sea precisamente por ignorancia, pero tengo que reconocer que la nueva y esperada película de Denys Arcand, me ha pasado sin pena ni gloria, y con un balance más negativo que positivo. Entiendo que la falta de identificación con el protagonista es el motivo principal. Los conflictos de identidad de un hombre de mediana edad que es incapaz de enfrentarse a su propia vida tal vez me queden un tanto lejanos como para saber apreciarlos en su justa medida. Y a pesar de que soy capaz de entender la situación del personaje, me siento absolutamente incapaz de percibir ni una sola de las angustias que por medio de Jean Marc (Marc Labrèche) trata de transmitir el director.

Pero no quiero dejarme influir por la falta de identificación, y me gustaría poner sobre la mesa las cualidades (que las tiene) del cine del señor Arcand. Para empezar, el director trata varios problemas que no entienden de nacionalidades (en realidad un elemento más de identificación). A través del empleo en un departamento social (muy buena la idea de introducir la oficina en un pabellón deportivo) el director hace una crítica a la burocracia dejando ver claramente al espectador que las instituciones son sólo eso, instituciones con una labor social de cara a la galería, pero que no tiene capacidad de personalizar y empatizar con el individuo, y que incluso son restrictivas y alienan al propio trabajador. Para ello vemos una sucesión de casos particulares a los que nuestro protagonista no puede aportar más que su presencia, y en algunos casos su propia experiencia. La institución no tiene capacidad para resolverlos, y aun menos los trabajadores, que no dejan de ser meros elementos administrativos sin capacidad real de decisión.

Pero no sólo el elemento burocrático está reflejado a la perfección. También lo está el familiar. Nuestro protagonista está en plena crisis de los cincuenta, y la relación con su mujer se ha deteriorado tanto, que tienen un problema real de incomunicación. Ella es una exitosa y ambiciosa agente inmobiliaria más preocupada por el trabajo que por la familia. Si a ello añadimos la también falta de comunicación con su hija adolescente, entendemos a la perfección la frustración de nuestro protagonista. Pero por si todo esto fuera poco, Arcand ha introducido un elemento externo que complementa aún más, y de alguna manera agiliza la película. Las fantasías eróticas, necesidades reales del protagonista, son solventadas por medio de diferentes estereotipos de mujeres (periodista admirada algo ninfómana, famosa actriz que siempre acude a su llamada, e incluso su jefa que dibuja en su imaginación como una masoquista necesitada de él) Lo cierto es que las situaciones se repiten para satisfacer mediante la imaginación las carencias reales, y se complementan con efectos especiales que refuerzan visualmente la idea, llegando incluso por un segundo a romper la cuarta pared que separa la realidad de la ficción (arriesgado recurso).

Aparte de estos detalles que forman el andamiaje de la película y que parecen muy certeros, igual que lo son algunas de las secuencias completamente irónicas y cínicas que pueblan el metraje (sirva de ejemplo aquella en la que en la oficina obligan a todos los empleados a dar un curso para utilizar el sentido del humor dentro del trabajo), pues como decía, a parte de estos recursos que ya conocíamos de sus anteriores trabajos, esta película se queda sólo en eso, en el andamiaje. El espectador espera que cese el cúmulo de secuencias explicativas, y espera que en algún momento el protagonista reaccione arrancando la presunta trama (tal vez la intención sea sencillamente plantear el conflicto). Cuando la mujer abandona el “hogar conyugal” parece que ha llegado el momento. El recurso cinematográfico; llevar el mundo imaginario que frustra a diferentes tipos de personas igualmente frustradas y crear un mundo imaginario real. En este momento los recursos de la imaginación del protagonista desaparecen, llega incluso a tomar las riendas y a “luchar por el amor de una doncella”, pero Jean Marc entiende que necesita mucho más que una falsa realidad para salir del agujero. Necesita que ese cambio sea real en todos los sentidos. Lastima que toda esta parte mezcla del mundo real y el artificial creado, no responda a las expectativas, y que ese esperado cambio llegue con el pesimismo habitual del que hace gala el director)
La muerte de la madre es el giro que necesita para salir del hoyo, y hacer frente a la inesperada vuelta de su mujer. Pero antes, una secuencia climática en la que simbólicamente el personaje hace frente a todo lo que le impide desarrollarse como persona. Es curioso como yo personalmente (y perdón por la licencia) que me considero espectador medio, necesito una secuencia efectista que me ponga de parte del protagonista de una vez por todas. Se produce un curioso efecto de liberación paralela a Jean Marc (Labréche) del espectador, que de alguna manera le reconforta. Lastima que hayamos tenido que esperar hora y cuarto para que llegue este momento, que el cambio se precipite, y que el director se empeñe en que conozcamos los efectos del cambio en toda su extensión, con la despedida a sus propios personajes imaginarios incluida... (me horroriza el personaje de Rufus Wainwright introducido gratuitamente porque le debe gustar su música a Arcand) porque de nuevo la película decae en un epílogo para mi gusto innecesario con un final abierto que lanza nuevas incógnitas sobre el futuro de Jean Marc, pero que parece querer decir que lejos de las relaciones humanas ha encontrado la calma.

En definitiva una película con buenas momentos, pero para mi gusto algo fallida en el conjunto, que recoge a la perfección las frustraciones de el individuo de clase media canadiense, muy emparentado con su homólogo francés, (incluso noto cierta necesidad de querer identificarse aún más), con los defectos añadidos de su país vecino americano, a través de los problemas de un individuo de mediana edad.

Víctor Gualda.

viernes, 5 de septiembre de 2008

DETECTIVE SIN LICENCIA

Antes de comenzar con la crítica de la película, una lección rápida y resumida de historia sobre Columbia, el estudio que produce esta película: Fundada en 1919 por los hermanos Cohn con el nombre de CBC, inicialmente sólo producían películas de serie B. En 1924 la rebautizaron como Columbia. Con la llegada de Frank Capra al estudio se apostó por películas de mucha mayor calidad, teniendo su punto álgido con “Sucedió una noche”. Más tarde se incorporó al estudio Rita Hayworth que aún incrementó más su éxito. Años después fue comprada por Coca-Cola, hasta que en 1987 fue vendida a Sony, que la ha dejado de lado hasta hacerla casi desaparecer. Últimamente han reeditado clásicos en nuestro país muy mal acabados, pues en todos ellos se dispone de una versión doblada y una original... pero con los subtítulos en Portugués. ¿Es que a Sony no le llega para introducir unos subtítulos en Castellano? Con este estúpido “descuido”, lo único que han conseguido es desmerecer la compra de DVD´s clásicos como “Llamad a cualquier puerta” de Nicholas Ray, “Fat City” de John Huston, y ahora la que nos ocupa, el primer largo de Stephen Frears “Detective sin licencia”.

Una vez hecha la protesta, tengo que reconocer que se trata de una película clásica de detectives con todas las cualidades y defectos del subgénero. Eddie Ginley (Albert Finney) es el protagonista. Un presentador inglés de cabaret con ínfulas de cómico. Pero el personaje está presentado como un pseudo-adolescente atrapado por las novelas policíacas. El metraje cuenta con homenajes varios al subgénero, y concretamente a Dashiell Hammett y a su famoso personaje Sam Spade. Así, después de la presentación con un anuncio en el periódico, Ginley-Finney se sumerge completamente en su obsesión por el estereotipo creado por Bogard y Huston en “El halcón maltes”. No le falta detalle... bueno si, la dureza y el carisma de Humphey. Y es que Finney a pesar de un buen trabajo interpretativo, no está a la altura del duro clásico. Pero volvamos a la trama.

Por supuesto Eddie-Finney necesita un caso a la altura de su inexperiencia. No en vano como bien reza el título, nuestro protagonista cree poder afrontar cualquier situación simplemente con su presencia, ingenio y gabardina. Una fantástica secuencia en la que tiene un extraño encuentro en el que recoge su pasaporte a la fama. Me refiero -claro está- a una pistola, un buen fajo de billetes, y una fotografía de la guapa jovencita que debe encontrar abren la trama principal. Como subtrama paralela conoceremos a su hermano y a la mujer de este. Con la que Finney-Ginley mantenía una relación sentimental antes que su hermano (como buen y necesario perdedor). Lo bueno en este punto es que lo que inicialmente parecía una subtrama para complementar la personalidad de nuestro protagonista va a tener una repercusión directa en la principal. Pero antes, una buena dosis de nuevos personajes para enredar un poco más la trama. Y es que una de las cualidades de “Detective sin licencia” es que en ningún momento se siente el espectador perdido como en otras películas del subgénero. El punto de vista dominado por Finney no busca sorprender. La información se va dosificando para que el espectador la vaya conociendo al tiempo que lo hace el protagonista... y eso se agradece. Cuando todo cobra sentido en la mente del acostumbrado, a estas alturas sobreinformado espectador, el desenlace no puede ser distinto del que es. Actualmente no se concretaría un guión de una manera tan perfecta. No se dejaría que el protagonista se saliera tan fácilmente con la suya. No se utilizaría una estructura tan cerrada, y probablemente el final fuese más ambiguo y abierto. Pero en un primer largo y a principio de los setenta, las conclusiones tenían que ser claras y todo tenía que quedar perfectamente cerrado. Lo cual no desmerece la dirección de Frears, sino que de manera natural le abrió las puertas de su continuidad en el negocio.

Hay dos elementos importantes, por no decir fundamentales del cine y la literatura detectivesca que no se pueden omitir. Nuestro protagonista es rápido de mente, pero más rápido aún de palabra. Es un sobrado irónico con la frase justa en el momento oportuno. Nada ni nadie puede con su sarcasmo aun en la situación más escabrosa. Menos aún las mujeres (segundo elemento), que siempre le rodean y se quieren acostar con él. Son códigos aceptados universalmente, algo machistas en la actualidad, pero que no por ello dejan de tener su gracia. Y es que nuestra generación (la de algunos) aun tiene en el subconsciente la imagen de Stacy Keach en los 80 interpretando a su fantástico Mike Hammer (Hammer es un personaje creado mucho antes para la literatura por Mickey Spillane en 1947). Aquel detective aun más duro y con una carga importante de misoginia. Hay que aceptar y entender que el momento socio económico en el que fueron paridos en América estos antiheroes era completamente diferente al actual, pero han traspasado tiempo y fronteras, y hay ejemplos en otras latitudes. No en vano, este Ginley es un detective de Liverpool, y Frears introduce elementos sociales del momento en Inglaterra, como el problema de las drogas. También la literatura está cargada de estos personajes e incluso autores actuales y tan dispares como Auster (firmando como Paul Benjamín) o Bukowski han tocado el subgénero. En cualquier caso, un buen arranque para la carrera de Stephen Frears y una buena película para el espectador nostálgico.

Víctor Gualda.

martes, 2 de septiembre de 2008

TODOS ESTAMOS INVITADOS

La última producción española que se estrena en DVD sigue las pautas habituales marcadas por la inexistente industria patria. Un tema demasiado localista con el que es difícil identificarse si no estás familiarizado. Y no quiero decir que en nuestro país no lo estemos, pero si que es cierto que fuera de nuestras fronteras hay un conocimiento demasiado ambiguo del denominado “problema vasco”. A ello hay que añadir que el director utiliza códigos que también resultan localistas y que incluso se le escapan al espectador que no esté familiriarizado con las costumbres locales. Eso si, hay que reconocerle el merito a Manuel Gutierrez Aragón de haber sabido aglutinarlos e introducirlos dentro de la estructura dramática del film sin que resulten chirriantes. Me refiero a temas como la comida, la iglesia, o el peso del matriarcado dentro de la familia vasca. Por otro lado, habría que hablar de la fallida estructura dramática, o del problema de la elección de los actores para determinados papeles.

Empecemos por el primer punto: Cuando digo que la estructura dramática es fallida no me refiero a que sea una mala película. El planteamiento me parece interesante. El director ha dividido el punto de vista por “bandos” (tramas paralelas) Por un lado, el peso del arranque recae sobre la espalda del ambicioso (en cuanto a interpretación) Oscar Jaenada, una mezcla entre etarra y kale borroka. Presentación que tiene la cualidad de comenzar con una secuencia de “acción” que genera tensión, pero que como pasa en la mayoría de las películas españolas, después de una exhaustiva preparación, se resuelve de manera precipitada, sin haber dejado que la tensión se incremente hasta el tope. Así que resulta una especie de gatillazo resultón, pero que no permite el necesario conocimiento del protagonista y su entorno.

A partir de este punto de partida, el punto de vista principal se mueve hacia el “otro bando” (hablo de cine y estructura) El cabeza visible es un profesor universitario con clara vocación demócrata, voz discordante y cabeza de turco. Jose Coronado es un valiente que es capaz de levantar la voz contra la injusticia, pero que a cambio va a conocer el miedo en sus carnes. Su claro posicionamiento en un país, el vasco, en el que el pueblo se convierte en cómplice involuntario dominado por el miedo (otro de los temas de la película) le convierten en una oveja negra dentro de su propio entorno. Así es fácil adivinar que el interés de la película se centrará en saber si conseguirá salvarse, o por el contrario pagará con su vida. La utilización de la trama paralela del joven aberzale (Jaenada) que ha recomenzado su vida de cero al perder la memoria, hace preguntarse al espectador si la recobrará en el momento justo para matar al profesor, o el chaval será consiente de la barbarie en la que está inmerso y reaccionará. Para que los personajes se crucen, se ha introducido una trama paralela que se come a las principales. La que pertenece a Francesca (Vanesa Incontrada) que sirve de punto de encuentro entre los dos hombres “enfrentados”. El problema, es que el director ha preferido engañarnos y después de hacernos pasar una hora compartiendo los miedos de Coronado, traspasar el desenlace a la... en principio subtrama, que debería haber servido para reforzar la principal. Tal vez su intención sea buena, tal vez la idea de que el problema vasco afecte tanto a los de dentro como a los de fuera hubiese funcionado en la literatura, pero esto es cine, y si anticipas el momento más álgido, no enfrentas directamente a los dos protagonistas, y traspasas el clímax a una coprotagonista, te arriesgas a que la película se deshinche como un globo. Eso es exactamente lo que le sucede a “Todos estamos invitados”. Todo ello a pesar de la interesante secuencia de las columnas de la plaza que sirve de desenlace, que aunque vista en innumerables producciones, siempre tiende a funcionar. Pero lo cierto es que los conflictos más interesantes, unidos a las motivaciones de los personajes toman un desvío que les aleja de la línea narrativa principal, y lleva al espectador al desconcierto, cuando no al desanimo. Una pena, porque el material era interesante, y aunque a priori resulte manida la imposible historia de amor entre el joven amnésico y la psicopedagoga, los intereses cruzados, los conflictos internos, hay cosas que según se cuenten, por mucho que se hayan repetido mil veces, funcionan siempre.

Luego está el tema conflictivo en nuestro país; la elección de los actores. Se produce en este punto una paradoja que es difícil de entender para el espectador. Por una parte el comentario típico de “... -Es que en las películas españolas siempre salen los mismos” Es cierto, pero entiendo que un director se juega el trabajo de años a una carta, y si en el encabezado de los títulos de crédito no aparece un nombre familiar, la mayoría de las veces el espectador medio prefiere no arriesgarse. Con lo cual un actor como Coronado, en un papel que necesita variedad de registros, e intensidad dramática se queda corto. Y no digo que sea mal actor, ya ha demostrado su solvencia en papeles que no requieren la evolución dramática de su personaje como “La caja 507” o “La distancia”, pero este le viene grande, y con cara de susto a lo largo de todo el metraje no se puede sustentar un papel tan complejo. Otro caso diferente es el de Jaenada, muy bien en la dualidad de su papel de aberchale amnésico con traumatismo craneoencefálico, y de sensible enamorado. El problema en su caso es que el guión no le hace justicia. Él es el verdadero protagonista de la película (la abre y la cierra), el que más cambio sufre, y a pesar de su fantástico trabajo con el acento, se queda un poco corto por la ambigüedad de su situación mental. Gutierrez Aragón y Ángeles Gonzalez Sinde tal vez debían habernos explicado un poco más la situación en cada momento, haber metido la duda de lo que va a hacer, y haber obrado en consecuencia dándole mayor peso al verdadero protagonista en la trama principal. Pero tal vez consideraron arriesgado cederle el protagonismo al estar en el lado “incorrecto”, y temían que el espectador se pusiese en contra de la película (espero que sólo sea una estupida teoría mia, porque hace años que “Días Contados” demostró que el “malo”-“bueno” es una categoría demasiado ambigua). De Vanesa Incontrada no puedo decir nada, porque está correcta, y se encuentra con un protagonismo extra, en el que apenas interviene directamente, pero que resuelve con credibilidad.

Un par de detalles insignificantes, pero que afectan al conjunto; la música me resulto ñoña y chirriante en alguna secuencia, y la tendencia de los directores (o tal vez montadores) españoles a adoptar un modelo dentro de la secuencia que se ha quedado un tanto obsoleto en el resto del mundo, al alargar momentos en la escena con “información” que pueden ser prescindibles por elipsis... tipo: vemos al personaje desde que entra por la puerta hasta que se dirige al otro personaje, que ralentizan el ritmo innecesariamente, que no aporta nada, y que tal vez por la equivocada idea de crear tensión dramática resultan pesadas. Con todo, una película con cualidades, que merece la pena ver, aunque sin posibilidades fuera de nuestras fronteras.

Víctor Gualda.