viernes, 28 de noviembre de 2008

007; QUANTUM OF SOLACE

y ahora una de James Bond.... y es que el agente menos secreto del servicio de su majestad se ha convertido por méritos propios en su propio género. Da igual que actor lo encarne. Da igual que los puristas se hagan cruces por la falta de elegancia de Daniel Craig, que ya no exista Q y sus inventos o Money Penny, que el superagente maltrate su Aston Martín para así luego utilizar otras marcas que promocionar, o que su martini se haya convertido en coca cola zero. Bond se ha adaptado de la forma más extraña a su precuela donde la testosterona manda sobre la ironía e inteligencia. Craig es para Bond, lo que los teléfonos móviles para la tecnología. La evolución del héroe a superheroe. Y es que por mucho que se manche el traje, el agente es una especie de Aquiles inexpugnable, al servicio de su majestad espectador. Y si el nuevo espectador quiere violencia por encima de todas las cosas, pues olvidémonos de los modales y el traje. Con un polo y un vaquero blanco se pelea mejor.

Sin embargo me da la impresión que los responsables de esta entrega se han inspirado en el agente amnésico Bourne para la estructura de esta película. Vamos, que es una copia de “El ultimátum...”. No tanto por la repetición de las situaciones, que también, sino porque las escenas de acción están intercaladas a la perfección (hay que reconocerle el merito al director de la entrega Marc Foster) dentro de un argumento con poco peso, pero que deja el tiempo justo para coger aire entre escena violenta y escena más violenta.

El arranque entra de lleno en una escena de persecución de coches sencillamente espectacular. Ya estás situado. Una escena de interrogatorio para coger aire e introducir el McGuffin para descubrir que la organización más ultrasecreta jamás desconocida, está infiltrada en el servicio secreto británico. Así, Judi Dench como M, da paso a la escena más espectacular de toda la película. La persecución por las calles de un pueblo italiano es el clímax. El hombre contra el hombre. Superprofesionales que dejan la última gota de sangre y sudor por cumplir con su obligación. Sencillamente genial. Recuerdo que en "El ultimátum..." esta secuencia correspondía con otra secuencia también espectacular en la estación de Waterloo, pero más basada en el suspense que en la sorpresa, lo que le confería mayor peso cinematográfico.

Da igual, a partir de este momento, vamos a asistir a una sucesión de escenas de acción casi interrumpida por tierra mar y aire. A cada cual más espectacular. Todo rodado al más puro estilo americano. Sucesión interminable de planos, casi siempre cortos para crear más incertidumbre visual siguiendo las enseñanzas del siempre de actualidad Hitchcook, a una media sorprendente, tal vez uno o dos por segundo. Cientos de planos en movimiento para que la retina vea y el cerebro interprete que el movimiento es la base de la acción. Especial mención en este punto a Dan Bradley, responsable de la segunda unidad.

En cuanto al libreto, la nada. Da igual que el texto lo firme Paul Haggis (junto a Neal Purvis y Robert Wade). Aquel que reflejaba la ambigüedad moral y que nos hablaba de que no hay buenos o malos en “Crash”. Bond se ha convertido en un asesino a sueldo del MI6 y tiene que actuar como tal. La excusa; el rencor y el odio al propio sistema que le llevo a perder en la anterior entrega a su amada. Ya está, todo vale. Sólo hay que repetir tres o cuatro veces por medio de diferentes bocas lo mucho que ella le quería para justificar su violencia, sin flash-backs que ralenticen la acción, eso si... que luego hay que pagarle derechos a Eva Green. Por si no ha quedado claro el asunto, diálogos de refuerzo para la carismática Judi Dench. Bond está desatado, e incluso llega a dudar, pero le tiene un cariño casi maternal al agente.

La novedad es el inesperado protagonismo de la inexpresiva Olga Kurylenko. Resulta que la chica Bond de la entrega tiene su propia subtrama... menor por supuesto, pero presente a lo largo de todo el metraje. Ella lucha contra un villano dictador de tres al cuarto, estereotipado hasta las últimas consecuencias. Por cierto, de tensión sexual entre los dos protagonistas nada de nada, (tampoco de comunicación interpretativa, pero a quién le importa). También esto ha sido eliminado del nuevo 007, convirtiéndose en el primer superagente sin licencia, ni tiempo para el sexo, tal vez sea por el estrés. Pero si el malo de la chica es un absurdo, el enemigo directo de Craig es el doble de Polanski, Mathieu Amalric. No se en que lugar leí que se habían inspirado en su personaje de Chinatown (hasta se introduce una trama con el agua), pero el parecido físico es más que razonable. Psicológicamente es algo más complejo, pero tampoco es para tirar cohetes. Secuencias para destacar: la de acción que comenté antes, la del avión y la de la Opera... por inesperado el sistema de Bond para reconocer a los enemigos (me recordó a Cary Grand en “Con la muerte en los talones” pero al revés. Para olvidar; la del desenlace del hotel en mitad del desierto enterito para ser reventado. Lamentable final.

Reconozco que me gustó la película porque me cosió al sillón, pero creo que hay que escuchar la opinión de los fanáticos de la saga. A fin de cuentas, si se basa demasiado la serie en las secuencias de acción, desechando los alicientes adicionales, como los inventos, el humor, los tópicos machistas, etc, la serie puede acabar cansando ... y es que no olvidemos que la repetición es uno de los elementos que han hecho funcionar las aventuras del agente a lo largo de los años, y la acción por la acción acaba aburriendo. No puede ser que el público salga de la sala comparando la última de Bond con "Transporter" o con el mismo Bourne. Una idea para la próxima entrega. En esta faltaba una secuencia de acción en un tren. ¿Qué tal una por los techos del alta velocidad que une Inglaterra y Francia?... mientras lo pensais (o no) os dejo con el video musical de la película, con Alicia Keys y Jack White "Another way to die"

Víctor Gualda

martes, 25 de noviembre de 2008

ESCONDIDOS EN BRUJAS

El gran acierto de esta película es el mismo que el de las películas de Tarantino. Mezclar el humor con la violencia. Y es que “Escondidos...” es deudora de los primeros metrajes del americano hasta tal punto, que la comparación con “Pulp Fiction” o “Reservoig Dogs” está garantizada. Por supuesto tiene variaciones. El hecho de que la película esté ambientada en Brujas, convirtiendo la ciudad en un personaje más, no hace otra cosa que crear una nueva escenografía distinta de las calles de L.A. o Nueva York. El punto intercontinental tiene su atractivo, y hay antecedentes claros. “Munich”, los Bournes, el mismo James Bond, o las dos primeras de Guy Richie en Europa, son ejemplos que prueban esta teoría. Y es que en el caso de la que nos ocupa, y a pesar de que se trata de una producción inglesa, está claro que el film busca atraer al público americano tanto como al europeo. Colin Farrell o Ralph Fiennes son actores de sobra conocidos a ambos lados del charco que pueden arrastrar al público a las salas. Además para aportar el punto de calidad interpretativa está el bueno de Brendan Gleeson.

El planteamiento es bien sencillo; dos asesinos a sueldo han tenido que desaparecer de Londres una temporada después de una cagada monumental. Poco importa en que consistía el trabajo. El director se limita a darnos antecedentes en la misma presentación de los personajes. El misterioso jefe ha decidido que Brujas es una ciudad perfecta para desaparecer. Por supuesto como en una buddy movie los personajes antagonistas se complementaran. Gleeson disfrutara de la visita y se interesará por la ciudad y su historia, mientras Farrell, demasiado joven e inquieto se aburrirá y buscará meterse en problemas como forma de redención
.
Todo bien hasta este punto. El tono y los personajes ya están definidos. Una subtrama enterita para Farrel con historia de “amor” incorporada también. Pero el director necesita explicar al espectador, poner en antecedentes para que quede perfectamente justificado lo que sucederá en el segundo y tercer tramo de película. Así, un flash-back puramente explicativo servirá para tal efecto. El problema es que a estas alturas ya hemos visto suficientes películas para saber que las dudas morales y los actos extremos tienen unas consecuencias fijas, y a partir del recurso, no es difícil adivinar lo que va a suceder. Dicho y hecho. Está claro que toda acción tiene una reacción, y el caso de esta no es una excepción. Pero antes de que llegue el desenlace, el director y guionista Martín McDonagh ha trazado una trama circular que le da utilidad a cada personaje que ha aparecido en el metraje. La aparición del jefe Fiennes, un poco raro en este tipo de personajes cerriles con código moral absolutamente cerrado, es un tanto extraña pero funciona, más cuando se produce la paradoja de ser víctima de su propio código por una equivocación (en realidad parte del tono de la película). El intenso paciente ingles, resulta ser aquí un implacable que tiene una misión que cumplir. Los personajes que han ido apareciendo tendrán entonces la relevancia necesaria para que se produzca el desenlace... eso si, de forma que no se sale de la estructura convencional ni un segundo.

El director... o tal vez los productores consciente/s de que un final demasiado negativo no gusta al gran público, ha dejado un final ambiguo que invita a pensar que hay esperanza, pero lo cierto es que el plano final debe ser definitivo para que el protagonista expíe sus culpas (la base dramática de toda la película). Una segunda parte en la que apareciese Farrell sería poco menos que una tomadura de pelo... aunque si la película fuera americana y hubiese funcionado en taquilla, el fin justificaría los medios.

Por cierto, que si antes comentaba que la ciudad tiene su importancia y se convertía en un personaje más, no lo decía únicamente por el perfecto decorado que supone la vieja ciudad medieval belga, sino por el peso que tiene en el personaje de Gleeson, que toma un decisión moral basada en los cambios que se producen en él a partir de la visita de la ciudad. Como la evolución del personaje es más lenta que la de su socio, el cambio no choca. Poco a poco el espectador le ha cogido un cariño, aunque inconscientemente sepa cual será su destino. Es más, me atrevería a decir que las convenciones hacen que el destino del personaje sea convertirse en heroe precisamente para expiar la culpa, y es que el elemento religioso está muy presente en todo el metraje (el cura pecador, el asesinato en la iglesia, el campanario y su importancia en el desenlace...). Como colofón; el tópico absoluto. El rodaje del “baile de mascaras” (tal vez infierno) con personajes alegóricos, y la ambientación con la niebla son elementos que cierran el circulo de esta película sustentada en un guión de manual, de la que Syd Field desde Harvard seguro se mostrará orgulloso.

Una idea para guionistas para crear un texto original... Escribir en un papel todos los tópicos, ir planteándolos en el guión, pero resolverlos exactamente al contrario de cómo se hace en todas las películas. Fijo que el que lo haga triunfa, porque la costumbre actual de encorsetar los textos hace las películas demasiado previsibles.

Víctor Gualda.

viernes, 21 de noviembre de 2008

GENTE DE MALA CALIDAD

Me comentaba Juan Cavestany, el director de la película, que en realidad “Gente de mala calidad” no es una comedia. Él lo sabrá mejor, pero yo diría que lo es. Tal vez no la típica comedia española de enredo, sino algo mucho mejor, una comedia negra muy ácida que hace una radiografía con mala leche de la generación de los treintañeros. Aquellos hijos de la transición que nunca tuvieron claro lo que querían hacer con sus vidas, y ahora se enfrentan a la dura realidad de tener que buscarse la vida como puedan.

Cavestany no se ha cansado de repetir que es una película coral. Pero lo cierto es que toda ella pivota sobre el personaje interpretado por Alberto San Juan. Suyo es el arranque en el que descubrimos que malvive durmiendo en el coche, duchándose en el gimnasio, y prostituyéndose para sobrevivir. Tal vez como resultado de su “malavida”, decide volver a casa. Allí se reencuentra con la gente del barrio. Sus amigos de toda la vida.

En este punto el director y guionista ha dedicado un buen tramo de película en que los conozcamos a todos. Maribel Verdú, Francesc Garrido, Javier Gutierrez, Fernando Tejero, Antonio Molero, Pilar Castro y Carmen Ruiz completan el grupo. Lo curioso es que Cavestany ha conseguido crear unos personajes complejos, pero tal vez demasiado extremos. Cuando se entra en el mundo de este grupo, la “normalidad” no tiene razón de ser. Casi se impone el esperpento. No digo que los actores no hagan un gran trabajo. Todos están en el mismo tono, y se consigue que nadie desafine, que nadie este por encima de nadie, que nadie estropee el ritmo. Tal vez por tener el mayor número de planos, tal vez por que actor y director son viejos conocidos, San Juan destaca en un personaje que repite en sus últimas películas, y por supuesto borda. Pero también el resto del reparto es el mejor posible. La Verdú, que lleva años en estado de gracia y que acaba de recibir no se que mierda de medalla (cómo si le hiciera falta) es la que tiene una tarea más complicada. No recuerdo ninguna película en la que haya hecho un personaje tan diferente como este... y lo hace muy bien. Del resto del reparto, estamos más o menos acostumbrados. Todos parecen pertenecer a una especie de clan que se ha ido formando, amparados por la compañía de teatro Animalario y por el guionista David Serrano, que parece ser una especie de líder carismático junto a San Juan, y que en esta ejerce las veces de productor ejecutivo (un poco al estilo de Apatow en EEUU). Así que casi puedo decir que he echado de menos a Guillermo Toledo, otro habitual de la pandi.

Pero no todo es perfecto en esta comedia coral. Tal vez la falta de una línea argumental que vaya más allá del personaje de San Juan se hubiese agradecido. La película es una continuación de situaciones más o menos divertidas, pero llega un punto que tanto sketch y tan poca trama acaban cansando. Puede estar justificado por la falta de metas de los personajes, falta de ambiciones, por lo perdido que están algunos de ellos, tal vez porque el personaje de Alberto necesita llegar a un punto de no retorno que le ayude a aceptar quien es. Pero las situaciones no son lo suficientemente contundentes. Una de las reglas de la comedia, más la más ácida, es mediante la ironía desmenuzar a traves del humor situaciones, pero sin perder las perspectivas de la realidad que se critica. Y sucede, sucede en esta película en la penúltima secuencia. Pero es tan leve, y tan rápidamente suprimida por la imprevista llamada de Verdú, que el efecto dramático se pierde e intercambia por el asombro. El asombro de no saber si el desenlace es positivo y supone el cambio al que debe llegar el personaje de San Juan, o es sencillamente que la historia se repite y está predestinado a no poder salir nunca del bucle en el que está atrapado.

Cavestany, un guionista capaz de lo mejor ("Los lobos de Washington", y lo peor (“Salir pitando”) se estrena como director en solitario (ya codirigió “El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo”), y lo hace con muy buen pie (con el permiso de la taquilla) con esta comedia muy del estilo del colega Serrano, pero aportando algo que su compañero no ha sabido (o tal vez querido) encontrar; una acidez que recuerda a Todd Solondz, y que añadiendo una línea argumental más elaborada, augura un posible buen futuro para la pateada comedia patria.

Víctor Gualda.

martes, 18 de noviembre de 2008

SATANAS

La película colombiana dirigida por el novel Andrés Baiz, es una apuesta muy interesante pero a la que le falta “algo” (tal vez oficio). Mientras la veía no pude dejar de pensar que parecía un cortometraje alargado, e intentaba recomponer la historia en mi cabeza para reducirla a veinte minutos. Y es que la estructura esta dividida en tres historias que no son complementarias. El espectador estará pendiente para saber cuando se unen, pero en realidad, sólo una me parece que tiene la suficiente entidad dramática y podría llevar todo el peso de la trama.

Resulta que Baiz tiene media docena de cortometrajes realizados. Este es su primer largo, tal vez por eso el ritmo me resultaba un tanto amateur. No quiero decir que no sea el correcto, pero se nota una inexperiencia a la hora de conferir el tempo que necesita la historia. Este defecto que es habitual en el cine español por no haber sabido adaptarse a la evolución de los cambios narrativos directamente importados de los americanos, tiene como consecuencia un arranque lento. Se nota desde el primer plano que el director trata de sorprender. Que trata de enganchar al espectador con unos movimientos de cámara potentes y una escena impactante. Todo para presentar a uno de los tres protagonistas. Un cura "bueno" que tiene que cargar con la culpa de sentirse responsable de los actos de una desequilibrada. Al menos esto es lo que entiendo en los primeros compases de película. Luego resulta que la subtrama adquiere mayor protagonismo y se convierte en pieza casi imprescindible del puzzle (casi premonitoria). Particularmente me parece que el director se podía haber ahorrado esta historia desquiciada que pierde credibilidad por lo extrema que resulta. Tal vez como cortometraje independiente hubiese funcionado, pero aquí no hace más que incomodar.

En cuanto al cura, resulta que el director nos quiere presentar que tiene dudas sobre su vocación. Una relación imposible le atormenta. La culpa, que resulta el motor inconsciente de toda la cinta (no confundir con “el tema”, que es otro) no parece que le pase la factura que sería conveniente. Y es que se nota la influencia católica en toda la base de la película. La educación judeo-cristiana tiene un peso y aquí es muy evidente. Lo cierto es que el cura también tendrá que pagar por sus pecados. Así el título resulta muy adecuado para la película en la que un dios vengativo se va a tomar la justicia a través de un manso... no quiero desvelar nada, pero todo el armazón es demasiado evidente.

La segunda pieza o trama principal del puzzle resulta una chica que trabaja en un mercado y tiene la oportunidad de salir adelante a costa de seducir y robar a tipos desprevenidos. Todo ello hasta que se encuentra con la horma de su zapato. Esta es sin duda la historia más deslabazada de las tres. La trama es tópica y funciona como otro corto independiente en el que vemos la evolución lógica, y como la culpa se paga con sangre si antes tu la derramaste (de nuevo el elemento religioso se esconde tras la trama). Curioso que el clímax dramático de esta se resuelva al final del segundo acto y que en el tercero el personaje desaparezca hasta el desenlace.

Otra cuestión diferente es la historia que a priori es el base principal de la película. La del mencionado manso, al que en todo el arranque de la película el director se ha tomado la molestia de dedicar mucho tiempo (demasiado) para presentar. Baiz nos enseña a un hombre solo (en el guión se comete la equivocación de decirlo por boca del protagonista). Sus desencuentros sexuales, la imposible relación con la madre castrante, la mala influencia de la consciencia de la clase social, son elementos para los que el texto se toma casi media película. La frustración se va apoderando de él, y haber pertenecido al ejercito americano le confiere la seguridad de las armas. Así cuando en el último tercio de película el personaje se destapa como ángel exterminador, ningún espectador se puede mostrar sorprendido. Sabemos que todos los que le incordiaron pasaran por su furia. Me recordó este punto a aquel experimento triunfal de Gus Van Sant en “Elephant” en el que las historias se desarrollaban de manera paralela cambiando los puntos de vista hasta el desenlace. Lástima que aquí el intento resulte fallido, porque la propuesta es de las más interesantes que he visto en el subgénero “asesinos en serie”.

Desde el principio sabes que los personajes están llamados a encontrarse, pero sólo el cura y Eliseo (un Damián Alcazar que sobresale del reparto por su inacción) lo harán cuando corresponde, y desde luego no con la suficiente contundencia dramática. Hubiese necesitado Baiz recortar más el arranque y entrelazar más las historias para que adquiriesen el peso necesario y la película fuese una de las referencias de este año. Pero lo que es seguro, es que se trata de un estreno como director potente,que le permitirá al menos hacer su siguiente película... que particularmente espero con curiosidad.

Víctor Gualda.

lunes, 10 de noviembre de 2008

LOS AMOS DEL MUNDO: Arturo Pérez Reverte

Para el que no lo sepa, a finales de este mes cerramos La Devedeteca de Martín de los Heros. Aunque la piratería y la crisis son dos de los motivos claves (eso no es ningún secreto para nadie), hay otros que no viene al caso explicar. De cualquier forma, quiero expresar personalmente mi agradecimiento a todos aquellos que han estado con nosotros durante todo este tiempo. Seguiremos en Opera. No sé que repercusiones tendrá para la continuidad de este blog, pero seguro que seguiré tratando de colgar críticas, aunque no puedo garantizar que sea con la regularidad actual. De momento, os cuelgo un artículo de Perez Reverte que no tiene desperdicio. El tipo lo escribió hace ahora diez años y se me ponen los pelos como escarpias al leerlo. No está relacionado con el cine, pero si con el momento actual. Para el que piense que esto es un blog de cine y no un muro de lamentaciones, le diré que también al cine le influyen estas situaciones de crisis y por lo tanto legitiman la utilización del espacio para el pataleo. Suscribo personalmente cada palabra de este artículo de plena actualidad, y os animo a que lo leáis.
Víctor Gualda.

(Artículo del escritor español Arturo Pérez-Reverte, publicado en 'El Semanal' el 15 de noviembre de 1998, y que ahora, diez años después, parece una visión de Nostradamus) .

Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla intro del computador, su futuro y el de sus hijos.
Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro en nombre de un tres punto siete, o un índice de probabilidad del cero coma cero cuatro.

Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una ferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron un máster en Tokio, o al revés, van por las mañanas a la Bolsa de Madrid o a la de Wall Street , y dicen en inglés cosas como long-term capital management , y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta el partido del domingo.
Usted no los conoce ni en pintura, pero esos conductores suicidas que circulan a doscientos por hora en un furgón cargado de dinero van a atropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera le quedará el consuelo de ir en la silla de ruedas con una recortada a volarles los huevos, porque no tienen rostro público, pese a ser reputados analistas, tiburones de las finanzas, prestigiosos expertos en el dinero de otros. Tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo. Porque siempre ganan ellos, cuando ganan; y nunca pierden ellos, cuando pierden.
No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tienen que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la Tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro.

Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder. El riesgo es mínimo. Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia.
Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático, y la madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados.
Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en la segunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos por ciento no se encuentran todos los días. Y aunque ese espejismo especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y esto, señores, es Jauja.
Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad.

Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces, ¡oh, prodigio!, mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no.
Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros.
Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos, y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda. Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad mundial, la paga con su pellejo, con sus ahorros, y a veces con su puesto de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida.
Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena.
Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza.

viernes, 7 de noviembre de 2008

EL OTRO

La película de Robert Mulligan de 1972 resulta una rara avis con una capacidad de enganche que pocas veces me produce el género de terror. Pero no se trata este de un terror que se recrea en el mal gusto, sino que lejos de ello explota el lado más dramático de la psique del individuo, para crear situaciones perfectamente verosímiles. Así la película se podría situar sin ningún complejo en la categoría de película dramática gracias a la inestimable aportación de Uta Hagen, con las dosis suficientes del llamado terror psicológico, maravillosamente ampliado por la caja de resonancia de la banda sonora de un Jerry Goldsmith involucrado en un proyecto aparentemente menor, pero que no tiene desperdicio.

Además de la aportación de Hagen, me gustaría destacar la interpretación de los gemelos Martín y Chris, que con esa mezcla de miedo e inocencia son capaces de trastornar al más pintado. De hecho es fácil caer en el tópico de pensar que ambos actores son el mismo. Pero la clonación digital no se estilaba aun en la época, y aunque rara vez comparten plano, los Udvarnoky trasmiten unas sensaciones que van desde Jekill y Mr Hide de Stevenson hasta el Goliadkin de Dostoievski, abriendo una amplia gama de registros. Tal vez a estas alturas y con las referencias que tenemos en la actualidad, la sorpresa no sea tan grande como debió serlo a principios de los setenta. Ahora es fácil apuntarse al carro de la obviedad, pero estoy convencido que los espabilados directores actuales (entre ellos Amenabar) han bebido directamente de estas fuentes, y es que hacer referencia a “El final de la escalera”, “La profecía” o “La semilla del diablo” es más fácil que la evidencia de la influencia de esta pequeña obra maestra.

Lo que más turbación me produce es que la película huye de los típicos y tópicos decorados que incitan inconscientemente al miedo. La granja en la que se desarrolla el metraje parece el lugar idílico en el que a todos nos gustaría vivir... al menos una temporada. La luz, la música, el riachuelo, la familia son elementos que tienen su encanto. La película está basada en la novela del escritor de género Tom Tryon que firma además el guión, y desconozco si el planteamiento es el mismo, pero ha conseguido un libreto que tiende voluntariamente a ir creciendo con el paso de los minutos, de forma que pocas veces he visto en este extraño arte, que en apenas hora y media es capaz de darle la vuelta a cualquier situación. Así lo que en principio parece un sueño paradisiaco, se transforma en una pesadilla hasta el momento de clímax. Pero es que además, lejos de conformarse con el momento climático del necesario descubrimiento, Mulligan da un doble salto mortal antes de finalizar la película, demostrando lo poderoso que puede llegar a ser el lado oscuro. Los hechos se precipitan hacía lugares siempre peligrosos y pocas veces explorados en la narrativa cinematográfica, involucrando a un recién nacido justo antes de un desenlace, que a pesar de lo previsible, nos hace dudar de la identidad del hermano que se asoma a la ventana. Porque si es cierto que el fuego sirve para espiar los pecados, no necesariamente son los del principal involucrado, sino los de aquellos que los alentaron... aunque fuera con la buena intención de proteger a los inocentes (madre mía, por no querer desvelar nada, lo bíblico que me quedó)

Lo cierto es que estamos ante una gran desconocida que debería tener su sitio en los altares del cine, pero el terror (aunque no sea específico) es casi siempre considerado un género menor. Desde aquí reivindico el buen cine. Aquel que no entiende de géneros o números y que aporta sensaciones. Eso que resulta que siendo el fin último, rara vez se consigue.

Víctor Gualda.

martes, 4 de noviembre de 2008

EL QUINTETO DE LA MUERTE

Algo más de diez años antes del estreno de esta película, Capra ya había demostrado lo peligrosas que pueden resultar las inocentes ancianitas. Pero parece que Alec Guinness no vio “Arsénico por compasión” y decidió meter en su plan de robo del furgón, a la inocente Katie Johnson. También esta es una comedia negra, aunque al más puro estilo ingles. Producida por los estudios Ealing y dirigida por Alexander Mackendric, la historia y el guión corrieron a cargo de William Rose, que años después ganó el Oscar por “Adivina quién viene a cenar esta noche”

La estructura de “El quinteto de la muerte” es casi perfecta. La película está dividida en dos. Pero antes, ya el arranque es una maravilla de concreción. En la primera secuencia el guionista ya nos ha presentado a la protagonista sobre la que gira toda la trama, y el tono. Todo ello en apenas un par de planos. Aquel en el que la inocente viejecita se acerca a saludar a un bebe y este comienza a llorar despavorido, antes de entrar a la comisaría de policía para contar una historia de ovnis. A continuación, en el más puro estilo expresionista, la sombra amenazante que la observa desde las esquinas, toma la forma de un Alec Guinness apenas reconocible por el esperpéntico maquillaje, y la intención de alquilar un cuarto para ensayar con su quinteto de cuerda. El grupo lo completan, la amenazante presencia de Peter Sellers y Herber Lom (ambos coincidirían luego en “La pantera rosa”) Danny Green y Cecil Parker.

Como decía la película se divide en dos. Después de la presentación entendemos que el grupo lo único que pretende es robar un furgón de dinero. Así la motivación de la historia es la ambición de nuestros protagonistas y el atraco. En apenas una hora de metraje ya ha pasado de todo a base de sketch sobre la línea argumental. Pero una vez llevado a cabo el plan con la involuntaria ayuda de la anciana, la motivación está a punto de tomar un giro de ciento ochenta grados, y a partir de que todo el “pastel” se descubre, es la codicia la que toma protagonismo. En esta segunda parte, la trama sufre una aceleración aun mayor si cabe hasta el, tal vez a estas alturas, previsible desenlace. Y es que si hay que ponerle algún pero a esta maravilla, es que a pesar de que no deja de haber giros a lo largo de toda la trama, algunas secuencias se hacen algo pesadas por la repetición del gag, de forma que se produce una paradoja curiosa, y es que el ritmo interno de algunas secuencias es fallido, mientras el ritmo total de la obra es fantástico.

Me gustaría además destacar la fotografía de Otto Séller, que utiliza a la perfección el Technicolor con colores contrastados y sombras muy acentuadas que no molestan al tono de comedia y aportan el punto siniestro que tiene además la película, me encantan además las viejas transparencias. Pero por encima de todo, a recordar el travelling lento sobre a habitación ocupada por los instrumentos, mientras de fondo suena las Cuatro Estaciones.

De la versión que hicieron los hermanos Coen en 2004 hay poco que decir. En realidad se limitaron a copiar de mala manera la estructura dramática (que siguen casi al milímetro). La pena es que no supieron interpretar las claves de la película y se limitaron a utilizar el tono de comedia (que por mucho que insistan no es precisamente su género fuerte) Así, se perdió por el camino la tensión dramática de la original, la mezcla de géneros, la fantástica ambientación, e intentando mejorar el ritmo con la presentación del grupo de ladrones, ralentizaron la acción, de forma que se perdió parte del ritmo original. Además la motivación de los personajes después de conseguir su objetivo no es la codicia, sino la estupidez. En esta no han utilizado a la abuela para su plan (únicamente la casa desde la que hacen el robo) mientras que en la versión de Mackendric la involucraban en una inolvidable secuencia que mezclaba suspense con comedia a la salida de la estación. Tampoco es comparable Tom Hanks con Alec Guinness, pues si el británico está algo sobreactuado, no desentona con el tono general, mientras que el americano resulta pesado con sus largas parrafadas... en definitiva, como dijo Billy Wilder después de su remake ”Primera Plana” de la original “Luna Nueva”... (más o menos) -...nunca la tenía que haber hecho, si la primera era una obra maestra y no había nada nuevo que aportar-.

Víctor Gualda.