martes, 24 de febrero de 2009

EL LUCHADOR

En estos tiempos que corren, en que todo es imagen e hipocresía, en los que las modelos que venden cremas antiarrugas tienen veinte años, en las que los políticos se enfrentan entre si con campañas de imagen, pero olvidando el fondo. En los que todo es una gran mentira cubierta de papel de regalo en definitiva, nos llega esta película sobre una profesión a medio camino entre el deporte y el teatro, que de la mano de Rourke aporta la dureza de la verdad.

Y es que aunque hay que reconocer la buena mano del director Darren Aronofsky, que pega la cámara al luchador de una forma directa y con el movimiento perfectamente justificado a las emociones y las situaciones de cada secuencia, el gran merito de la cinta está en la espectacular interpretación de un Mickey Rourke en estado de gracia que tal vez por identificación con su Randy, se mete tanto en la piel del personaje que acaba haciéndolo suyo. Así, nos olvidamos de la maltrecha cara de Rourke para entrar de lleno en un personaje, al que le duelen los desplantes de la vida, más que los golpes sobre ese escenario que es el ring. Algo así debe sentir el propio actor que se deja el alma en cada plano. Si la mirada reflejan la emoción, su mirada es de una transparencia capaz de transmitirnos que hasta para ser perdedor hay que tener madera. Y este Rourke la tiene.

Esta es una película para aquellos que creen en el atractivo del antihéroe, en el perdedor nato capaz de llevar a las últimas consecuencias sus sueños. En un sueño por encima de la propia vida, y verán una identificación brutal y descarnada de ellos mismos. Veinte años de aquella magistral interpretación de boxeador perdedor de “Homeboy”, llega esta otra que hace pequeña aquella. Poco importa que el guión sea impostado, que este tipo de películas herederas de las de los años ochenta, época además en la que comienza la historia, tengan una estructura facilona en la que se le da una segunda oportunidad al perdedor, para luego hacer más dura la caída. La striper, la hija, el trabajo en el mundo real, son sólo fuegos de artificio ante la honestidad de una interpretación magistral merecedora del más alto premio de su profesión. Se lo ha arrebatado Sean Penn, otra bestia ingobernable de la interpretación, pero tuvo el detalle de dedicarle unas sinceras palabras al final del discurso, no hay que olvidar, que Penn a principios de la década le rescató en su película “El juramento” (también Coppola y Tony Scott, aunque el reconocimiento le volviera a llegar por su papel en “Sin City” de Rodríguez)

Muy atrás quedan aquellos maravillosos papeles en “Diner”, “La ley de la calle”, “Manhattan Sur”, “El corazón del Ángel”, “El borracho”, o “Réquiem por los que van a morir”. Alcanzó la gloria para luego caer a lo más profundo del infierno personal. Ahora nadie le quería, y ha demostrado a sus detractores que sigue siendo un actor de los que se dejan la piel en el set (literalmente; no utilizó dobles para las peleas) y que se lanza al vacío con todo, como su Randy “the Ram” en el último plano de “The Wrestler”. Felicidades Mickey por el Oscar, que tal vez por una cuestión de reivindicación de una industria plagada de homosexuales que han utilizado a Milk para sus necesarias reivindicaciones, te han negado, pero los que preferimos la verdad en cada personaje, sabemos que el vencedor moral has sido tú.

Víctor Gualda.


Os cuelgo un par de entrevistas al dire y a Rourke que he encontrado y me han parecido interesantes.

viernes, 20 de febrero de 2009

LA MADRE MUERTA

Por fin alguien se ha decidido a editar dos obras emblemáticas del cine español. Y es que hay que dar las gracias a Avalon por atreverse a presentar en edición de lujo, con tres discos, las dos primeras películas de Juanma Bajo Ulloa. “Alas de mariposa” y “La madre muerta” son dos películas que ayudan a entender cual era el camino que a principios de los noventa tomó el cine español, aunque luego se desinflara para no volver a recuperar el vuelo. Directores como Juanma, De la Iglesia, Medem, Calparsoro, Amenabar algo más tarde, hacen una reinterpretación de nuestro cine, dejando a un lado los temas tradicionales y los estereotipos, y se atreven a acercarse al mejor cine americano tanto en su contenido, como en la forma. “La madre muerta” es para mi, la cima de ese cine rompedor lleno de energía, y tal vez “El manso”, la película que nunca llego a hacer Bajo Ulloa (aunque la reinterpretaran otros) supuso el fin de ese cine de calidad, para dar paso a otro cine tan inevitable, como decadente, del que también el director vasco abrió la puerta con “Airbag”.

“La madre muerta” es un cuento, pero no un cuento edulcorado como los que nos ha vendido Disney, en los que los buenos siempre triunfan. Es un cuento en el que los depredadores, están hechos para sobrevivir, pero en el que las criaturas inocentes son además ambiguas y crueles. La primera secuencia va al grano. No se anda con rodeos. La mejor forma de presentar a un personaje es lo más cerca posible del final, e Ismael da paso en un prólogo al final de una historia que inevitablemente da paso a otra. Una historia de amor imposible entre un asesino sin escrúpulos, con su propio código moral que le obliga a ser duro en un mundo implacable y una niña, Leire, que ya no lo es, con la que tiene una deuda pendiente. Pero para que el imprescindible circulo se cierre, hace falta un tercer personaje, la necesaria y enamorada novia de Ismael, Maite, dispuesta a cualquier cosa para no perder el amor de su hombre (en el sentido más masculino y visceral del término) Una vez completado el circulo no hay marcha atrás.

Es maravilloso ser voyeur voluntario de esta historia de amor imposible, y sufrir por Leire, pero también por Ismael y por Maite. El espectador intuye que es imposible que la cosa llegue a buen puerto, pero una vez que el director te ha introducido en el mundo cerrado de los personajes, ni la violencia, ni la visceralidad, ni el gris de la maravillosa fotografía (por no decir atmósfera) que crea Aguirresarobe , ni los símbolos repartidos a lo largo de todo el metraje, ni la música orquestal implacable de Bingen Medizabal, pueden frenar esta trama que tiene todos los elementos que algunos pedimos al cine como forma de expresión. Nada de traumas de infancia explicados a cámara. Nada de artificios grotescos en las relaciones. Los personajes deben tener su pasado, pero el halo de misterio que les rodea te hace imaginar, mientras estás metido de lleno en una historia paradójica de principio a fin. Es fácil identificar los estereotipos, pero las estrellas se conjuntaron para hacer que la interpretación de Karra Elejalde y la de Ana Alvarez esté en el cielo de los privilegiados que han trascendido a su personaje. La de aquellos actores referente que todos tenemos en la cabeza cuando pensamos en actores imprescindibles. Es una pena que nuestro cine no esté capacitado para ser industria ni arte, ni nada, porque sino, estos señores que se reunieron hace diecisiete años e hicieron esta obra maestra, ahora tendrían todos los premios reconocimientos y títulos que otros tienen con mucho menos.

“La madre muerta” no es una obra para alquilar. Ni para bajar de Internet. Es una obra para comprar, revisar y disfrutar con mimo cada cierto tiempo. Hay que agradecer a Avalon y a Juanma haber editado esta maravilla de tres discos en los que se incluye un documental, el cortometraje “El reino de Víctor” y la maravillosa banda sonora original de Bingen Mendizábal. Ojala pronto podamos ver y disfrutar de una nueva película de Bajo Ulloa, porque es uno de los pocos directores que siente el cine como algo más que un medio para hacer dinero.

Víctor Gualda.

martes, 17 de febrero de 2009

LA CHICA DEL PUENTE

Entre esas películas que es necesario revisar cada cierto tiempo, ocupa un lugar destacado “La chica del puente”. Patrice Leconte, es un director que al igual que otros como Giuseppe Tornatore hicieron una película emblemática que en realidad ha sido un lastre para su carrera. Si en el caso de Tornatore es "Cinema Paradiso", en el caso de Leconte, es “El marido de la peluquera”. Y no es que reniegue de la indiscutible calidad de aquella, es que Leconte tiene títulos para mi imprescindibles como “Confidencias muy intimas”, “El hombre del tren” o el que nos ocupa.

Alejada de ese cine francés al que le gusta mirarse al ombligo y que trata de salir de las preocupaciones de salón burguesas, tan repetitivas en el cine del país vecino como la guerra civil en el nuestro, y tan estancado, por mucho que eludan a la ya clásica Nouvelle Vague, el cine de Leconte tiene la cualidad de crear personajes positivos, dispuestos a cambiar, en un mundo negativo que no les entiende o les rechaza. Es el caso del personaje de Vanessa Paradis. Una chica incomprendida que tal vez por inconsciencia, inocencia, o sencillamente porque “es así”, esta dispuesta a suicidarse porque no le encuentra sentido a la vida. Su objetivo es tan sencillo como difícil; Encontrar el amor verdadero, y para ello, esta dispuesta a darlo todo. El encuentro con el personaje de Daniel Auteuil, único actor fetiche el director, es casual. Llamémoslo destino, porque a partir de que él le tiende una mano, la vida de los dos comienza a cambiar.

Es maravilloso comprobar la extraña pareja que forman. La comunicación interpretativa que respiran los personajes que crean su propio mundo, alimentado de manera notable por la profesión de lanzador de cuchillos nómada de él, y el carácter impulsivo y desarraigado de ella. Como espectadores vamos a asistir a lo mágico de una relación imposible, a sufrir con y por ellos. El espectador lo ve claro. Se necesitan en todos los sentidos. Por ello esperamos impacientes el momento en que además de sus almas, también sus cuerpos se encuentren. Por eso necesitamos tanto como ellos que el giro de su separación sea una broma macabra del destino, y por eso sabemos que su punto de encuentro siempre estará en un puente. Tal vez como símbolo de un futuro mejor, la chica del puente nos invita a soñar, y a creer en una felicidad inalcanzable. Es una vuelta de tuerca más al argumento del amor, que parece ser uno de los temas que interesan y mueven al director, y que destila el sentido del humor cínico e inteligente que le hemos visto en otras producciones. Ese (no se si atreverme a denominarlo) realismo mágico que utiliza la tensión magistralmente en la secuencia de la sábana, o el simbólico en los pequeños cortes en la piel de ella, o en la secuencia casi orgásmica de la estación. Al efecto contribuye además esa fotografía en blanco y negro que pone distancia, pero paradójicamente nos muestra el mundo tal y como lo conocemos y la ficción posible, y que no resulta casual, ya que el director tiene experiencia sobrada (aunque no le conozca por ello) en el departamento de fotografía como operador de cámara.

Sin duda una obra referente de un director que creo que con los años será observado como el referente indiscutible de su generación.

Víctor Gualda.

viernes, 13 de febrero de 2009

CARL GUSTAV JUNG


En Septiembre de 1957, el filósofo Carl Gustav Jung fue entrevistado en Houston. Parte de esa entrevista fue filmada en 16mm. Tras la revisión de las imágenes obtenidas, el material filmado fue censurado en numerosos países, hasta terminar en el olvido, perdidas en un almacén de América Central.

50 años después, tras varios años de búsqueda de las imágenes por el mundo y una difícil reconstrucción y restauración de las mismas, el cineasta Salomón Shang, nos ofrece en la gran pantalla la casi totalidad de la entrevista a una eminencia de la filosofía y de la historia de la psicología.

Este documento tiene un gran interés filosófico y psicológico, pero también tiene una gran relevancia histórica ya que habla sobre la relación de este autor con Freud y sobre sus discrepancias teóricas, sobre el inconsciente, la represión, etc. Me ha resultado muy revelador la teoría sobre el inconsciente, como este autor lo entiende como un ente histórico, cuando habla de la teoría freudiana Jung afirma que sus planteamientos parten de unos “sujetos de estudio” que pertenecen a una determinada época, la victoriana, y eso no solo determina sus roles, usos y maneras sociales, sino también su psique y por lo tanto su inconsciente.
También es relevante la discrepancia de Jung con Freud en relación con la líbido y el principio del placer, Jung entiende a este como un motor de acción humana pero no la única fuente que justifica las actitudes humanas.

Es curioso saber por medio de la entrevista que Jung fue el padre del concepto "el complejo de Edipo", y como se dedicó a estudiar la mitología clásica para traducir determinados comportamientos.

Me ha faltado alguna referencia a la tradición filosófica budista, a la que Jung le utilizó como una importante fuente teórica para entender el comportamiento humano.

Frente al carácter autoritario, hierático de Freud, nos encontramos con un viejecito afable, con sentido de humor y muy amable. Recordemos que además de a Jung, Freud expulsó a muchos otros importantes teóricos de la escuela psicoanalítica como por ejemplo Marcuse.

En definitiva un interesante documento, pero aviso hay que tener alguna noción de psicoanálisis porque sino alguno de los argumentos pueden resultar incomprensibles.

Eregoyan.

miércoles, 11 de febrero de 2009

RESERVOIR DOGS

La puesta de largo como director del semidiós Tarantino, se ha convertido por derecho propio en un clásico, que recientemente se ha reeditado en todas las formas posibles de DVD. La idea confesa del director era hacer su versión particular de su atraco perfecto. Pero no planteada como un remake de la obra de Kubrick, sino como utilización de los elementos particulares de las películas de género. Para ello se sirve de la tradición y le añade el humor dialogado de su propio mundo. Es merito indiscutible del director reescribir la gramática cinematográfica, y sino llegar a crear un nuevo lenguaje, al menos refrescarlo. Ya habíamos visto pinceladas en “Amor a quemarropa”, con secuencias dialogadas que nos daban pistas, pero allí sólo firmaba el guión, y estoy convencido que estaba depurado y pulido en varias reescrituras que sólo respetaban la estructura y los cimientos de las secuencias. La libertad que alcanza en la que nos ocupa y más tarde en Pulp Fiction dan aire nuevo primero al cine independiente de bajo presupuesto (ahora en serio peligro de extinción), y luego al cine pura y duramente made in Hollywood. Tarantino coge los elementos que más le llaman la atención del cine de Hong Kong y del cine europeo de la Nouvelle Vague (sobre todo de Godard y Melville) y lo mezcla con los subgéneros tradicionalmente americanos del cine negro, le añade una pizca de su particular personalidad, y nos presenta a este entrañable (por qué no) grupo de mafiosos subcontratados.


Para ello, que mejor forma que una de las mejores secuencias de presentación de la historia del cine. La que ya ha pasado a los libros de historia del cine en la que el mismo director actúa como maestro de ceremonias dando el pistoletazo de salida al significado de “Like a virgin”. Poco importa lo que en el fondo diga la letra de la canción, con toda la naturalidad de una conversación entre tipos de los que desconocemos su profesión, pasamos de Madonna a por qué el personaje de Steve Buscemi no deja propinas, para luego, cuando ya tenemos alguna de las claves de los protagonistas, crear mitología con los personajes de espíritu retro, vestidos con sus finas corbatas y trajes negros a ritmo de la música que es otro de los elementos clave de las películas del director. Y es que la mitomanía hace de Tarantino un particular fanático.

La estructura se vale de la elipsis para que de golpe entremos en la huida del fallido atraco. Cada personaje escapa hacia un lado para reunirse en el hangar concretado como punto de encuentro. A partir de aquí la estructura estará centrada en dos puntos. Tratar de averiguar quien es el infiltrado, y hacer un repaso a partir del cambio de punto de vista (anunciado mediante crédito) de cada protagonista. De esta forma vamos a saber quien es quien, y vamos a introducir los elementos necesarios para que avance la trama. En realidad es aquel recurso que tantas alabanzas le valió en Pulp fiction, pero que en esta alcanza el mayor grado de perfección, porque en ningún momento el espectador es consciente del recurso. Tarantino fue alabado por la crítica internacional, pero en realidad, el gran merito del director es su cinefilia, que le lleva a copiar al mencionado Godard, del que ahora reniega, pero que ha supuesto uno de los referentes más influyentes de su primer cine, probablemente el mejor.

La naturalidad de la estructura, le lleva a introducir un punto de giro fundamental a la hora de metraje. Aquel en la que conocemos la identidad del infiltrado. A partir de este momento, la tendencia natural hubiese sido que el film decayera hasta el desenlace. En vez de eso, consigue un crescendo hasta el enfrentamiento final con algunas de las mejores secuencias de la película. Aquella que define como debe interpretar un actor, maravillosamente enlazada con los ensayos en su propia casa, y con la actuación delante de los atracadores como si de un monologista de televisión se tratara, en una secuencia en la que imaginariamente vemos la situación que el personaje explica. Todo maravillosamente entrelazado para que sin saltos lleguemos al necesario desenlace.

Una obra capital que abrió la puerta de los imitadores de una industria necesitada de guías a los que seguir. Porque una cosa es la intertextualidad de la que Tarantino hace gala, y otra bien distinta es la copia por copia. Fantástico debut que merece ser añadido a las devedetecas del buen aficionado al cine.

Víctor Gualda.

viernes, 6 de febrero de 2009

CINTURON ROJO

David Mamet no deja de sorprenderme. Director judío que hace alarde (sin ironías) de pertenecer a la tribu más inteligentes de su religión. Oscarizado. Con prestigio como guionista y dramaturgo, que además también escribe sobre técnicas de interpretación y últimamente ensayos sobre los entresijos de Hollywood. Consigue sorprenderme en su última película al descubrir que también es aficionado al Jiu Jitsu. No hay ninguna justificación, sencillamente uno se hace una imagen por la obra, pero no es suficiente para conocer al individuo.

En “Cinturón rojo” aprovecha su afición, para introducir una metáfora sobre el mundo del cine y las gentes que lo pueblan aprovechado el trasfondo de las artes marciales. Ya lo decía Borges “ya que el lector es también un crítico y prevé los artificios literarios, el cuento debe constar de dos argumentos; uno falso, y el autentico que se mantendrá secreto”. Pues Mamet que es un gran lector, sigue las pautas del subtexto. Pero para que no haya dudas de cuales son sus intenciones, da pistas con la crítica evidente en la piel de la estrella cinematográfica (Tim Allen, su mujer (Alice Braga), y su representante (Joe Mantegna) (capaces de gratificar una buena acción con un reloj robado). Luego refuerza su discurso por el hecho de que el protagonista Mike Terry (Chiwetel Ejiofor) no deja de ser un hombre justo que sigue creyendo en sus principios hasta las últimas consecuencias. Tal vez mis interpretaciones sean equivocadas. Pero después de leer “Bambi contra Gotzilla” me dio la impresión de que el director tenía cuentas pendientes con su profesión. Mejor dicho con los profesionales.

En cuanto a la estructura del guión, hay que reconocerle a Mamet su capacidad. Un texto sólido, con cierta nostalgia a las estructuras clásicas, que tal vez tenga el defecto de ser demasiado forzado en un arranque con demasiadas casualidades, pero que con el paso de los minutos va cogiendo cuerpo hasta funcionar como un bloque en el que el director no ha querido dejar flecos.

Decía que el arranque es un cúmulo de casualidades que andan de la mano. Los problemas por dinero y por la “moral” propia de Terry. La adicción de la abogada que sirve de motor de parte de la trama Laura Black (Emily Mortimer) (y que luego se diluye para dar pie a una historia subliminal de ridículo amor verdadero). La casualidad de que vaya a un garito para acabar salvando al actor que moverá la trama (Allen) y de paso presentarnos sus habilidades manuales intuidas pero no disfrutadas. Otra casualidad encadenada de los problemas del policía que recibe el reloj robado de rebote, que será de nuevo en el segundo acto un giro necesario para la motivación del protagonista… Es decir, un sin fin de circunstancias que si bien es fácil que se den en la vida real, en un guión es necesario administrar con cautela para no perder credibilidad.

Pero a pesar de todo lo anterior, el texto y la película pasan la línea de fuego y se afianzan con la subtrama del actor/estrella/cretino. Mamet se ceba en este punto. No deja títere con cabeza, y del lenguaje metafórico pasa a la crítica descarnada. Tiene además la habilidad de repetir la misma técnica hasta tres veces. Hace que el micromundo del protagonista parezca que llegue a una vía muerta de desesperación, le da un respiro ilusionante, para luego volver a meterle en aprietos cada vez más irresolubles. Sirva de antecedente la secuencia de presentación en la lucha en el tatami del policía, que se inicia justo cuando parece que se ha terminado. Lo mismo para el recurso de las bolas blancas y negra que se explica varias veces como anticipo al falso clímax del tercer acto para que quede clara la estafa.

Todo conduce a una resolución previsible en su forma aunque no tanto en su fondo, Hay algún código que se le escapa al espectador medio que hace perder tirón al desenlace. Lo que debiera ser un final tipo Karate Kid o Rocky, se queda diluido por la necesidad del director de trascender a lo moral. Una película con un combate final afianza las necesidades del protagonista con la pelea misma. Vencer restituirá su honor y empatizará con el espectador. Pero aquí la pelea de barrio lleva sobrepeso, y eso le quita la emoción del sentimiento mas puro aunque más sencillo.

En definitiva, Mamet crea un gurú, un héroe puro sin doblez. Pero es un personaje que no crece. Que es el mismo desde el principio hasta el final, con sus valores intactos. No el niño que se convierte en hombre o el hombre que se convierte en heroe. Una especie de ángel predestinado al triunfo en un mundo real de engaño en el que él no entra. Después de leerle y de verle, me pregunto si se considerará Mamet alter ego del protagonista.

Víctor Gualda.

martes, 3 de febrero de 2009

EL CABALERO OSCURO Y EL JOKER


La última película de Christopher Nolan constituye una de las mejores y más interesantes propuestas del 2008. Con un ritmo impresionante, la tensión dramática se mantiene durante las más de 2 horas y media de duración, tiene un guión ágil, una buena realización que cuida todos los detalles y ante todo una magistral interpretación del “malvado de la película”, el joker, verdadero protagonista de esta “crítica”.
El origen del Joker nunca fue explicado claramente hasta el año 1988 en el cómic The Killing Joke, escrito por Alan Moore. En la historia, Moore retoma el caso de la Capucha Roja para contar un posible origen del Joker (ya que él mismo admite que no recuerda claramente como era su pasado y que siempre lo está reinventando), se lo muestra como un ingeniero anónimo que deja su trabajo en una planta de químicos para convertirse en comediante, pero fracasa rotundamente. Desesperado por mantener a su esposa embarazada, decide guiar a dos ladrones dentro de la planta y con esto ganar parte del botín. Mientras planeaban este robo en un bar, llega la policía y le informa que su esposa ha muerto electrocutada en un accidente casero. El ingeniero trata de salirse del plan, pero los ladrones le obligan a participar.
En la planta, los ladrones le entregan una máscara y lo nombran «Capucha Roja» (Red Hood). Una vez adentro, son detectados inmediatamente por el personal de vigilancia y los dos ladrones son abatidos por los disparos de los guardias, pero el comediante logra evadirles.
Preso por el pánico, el ingeniero escapa, pero aparece Batman y cae en una mezcla de químicos, del cual logra escapar al exterior a través de un tubo. Una vez afuera descubre que la reacción química le cambió permanentemente la apariencia a la de una especie de payaso: piel blanca, labios rojos y pelo verde. Este cambio de apariencia, más los infortunios de un día, lo llevan a quedar completamente loco y con esto se da origen al Joker.
Pero con “El caballero oscuro” hemos asistido a una extraña adaptación de este personaje, en la cual son irrelevantes sus origenes, su subjetividad, “nadie llega a entender la verdadera naturaleza del personaje”, ni los propios criminales, él se erige en un auténtico “agente del caos” (como el mismo se autodefine en la película). Realmente mi interpretación es que el joker no es un personaje, ni siquiera personifica el “mal”, en mi opinión él simple y llanamente representa el capitalismo, como Jacques Lacan definió alguna vez (quizás no en estos términos) como una forma de estructurar "el vacio”.
El joker tiene muchos planes pero todos son contingentes, el único límite es la ausencia de límites (lo que nos lleva del nuevo al “vacio”), en la conversación con Batman cuando está apresado en una comisaría, el joker defiende que él quiere mostrar “lo real”, que tras el orden social no existe ética, ni moral, todo está presidido por un “vacio” que el pretende hacer evidente. En cierto sentido la ambición no es un valor propiamente dicho sino un “motor” para la acción que nos lleva a la autofagocitación. No quiero extenderme mucho pero me parece que la idea que hay tras este personaje es tan potente, que solo por esta merece la pena ver la película, podría seguir hablando del suicidio de Heath Ledger, de la conversación que esté tuvo con Jack Nicolson antes de interpretar al joker y que esté le avisó de lo desestabilizante que podría ser interpretar a este personaje, pero todo esto forma ya parte de la leyenda.


Eregoyan