lunes, 31 de agosto de 2009

RESACON EN LAS VEGAS

Tradicionalmente el verano es la época perfecta para las comedias disparatadas. Poco a poco esta tendencia está cambiando y se estrenan películas de todo tipo y catadura, lo que provoca que las comedias evolucionen y la calidad apremie. Siguiendo la estela del exitoso Apatow, aprovechando las virtudes y subiendo un escalón más (no resulta tan descaradamente moralizante), nos llega esta fantástica comedia llena de virtudes y algún presunto defecto que no tiene desperdicio.

Lo primero y más importante es el desconocido reparto. Cooper, Helms, Galifianakis (autentica revelación cómica), van a celebrar la despedida de soltero de Bartha (como novio semiausente) en las Vegas. Ya no son teenayers en busca de la madurez, aunque su comportamiento contradiga esta afirmación. Ahora son maduros que tienen que recuperarla con fecha límite. Pero antes, todo pinta fantástico. Alcohol, juego, y chicas. Unas secuencias preparatorias de presentación de cada personaje y la llegada del grupo a la ciudad del juego, es suficiente para ponernos en situación. Pero lo mejor está por llegar. Al contrario que lo habitual, la película empieza después de la juerga. El novio ha desaparecido, y hay que recuperarlo antes de la boda. La trama consistirá en reconstruir “el sueño de la noche de verano” para encontrar al futuro novio. De entrada, un bebe, un tigre y un diente son los aperitivos del desfase.

A partir de aquí se inicia el viaje iniciático a través del día tratando de reconstruir una noche al más puro estilo Max Estrella. Los skeches se sucederán casi sin descanso con situaciones dantescas que pasan por Mike Tyson haciendo de si mismo o un chino mafioso y gay o la striper (tierna Heather Gram.). Nada de flash-backs que alimenten de forma facilona la imaginación del espectador. A lo largo de todo el metraje entiendes que el desfase ha sido brutal y la imaginación del espectador debe suplir las imágenes. La droga necesaria para este tipo de argumentos les produjo un efecto demoledor y ellos mismos, al tiempo que el espectador, descubrirán los desfases de la noche mientras buscan a su amigo como base argumental que hace evolucionar la trama. Así los personajes esperpénticos irán apareciendo aportando subtramas como pruebas que deben pasar para que Ulises vuelva a Itaca con su particular Penélope. Una vez que se reestablece el orden, el final no puede ser distinto del que es. A fin de cuentas se trata de una comedia, e incluso Shakespeare utiliza las mismas convenciones para el desenlace. Es fácil acusar de facilón y previsible, pero el espectador, socio indirecto de los personajes, necesita el premio a tantos sufrimientos. Aún así, un epílogo absolutamente genial sirve de gratificación por las casi dos horas de penurias. El espectador recibe la recompensa en forma de peculiar flashback que reafirma que todo ha sido real, y que por última vez van/vamos a contemplar lo agitado de la noche (hay quien dice que esa secuencia es una equivocación, particularmente me inclino a pensar que no).

En medio del metraje un buen puñado de secuencias como la parodia de “Rain Man”, o el castigo moral por haber sido mal ejemplo para la sociedad desde el sádico sentido del humor de la policía. Un ejemplo de comedia que en EEUU ha barrido, y que presumiblemente lo debe estar haciendo en nuestro país. Y es que no hacen falta créditos de relumbrón, sino argumentos sólidos, y divertidos (en el caso de la comedia) para que el público ejerza de crítico cinematográfico incontestable. Un diez para esta comedia desbarrada ágil y divertida, basada en un hecho real (qué sorpresa) que hará las delicias de aquellos que quieran pasar un buen rato huyendo del calor. Un diez para Todd Phillips que ha sabido controlar los tempos e imprimir el ritmo que necesita el espectador para salir con una sonrisa del cine

Vïctor Gualda

jueves, 27 de agosto de 2009

SEÑALES DEL FUTURO

Nicolas Cage parece el actor con menos criterio para elegir papeles de Hollywood. Atrás quedaron sus intentos por hacer películas de calidad con papeles peculiares en sus inicios como sobrino acreditado de Coppolla. Ahora es un actor autónomo encasillado en el eterno héroe de acción para grandes presupuestos. Si a eso le añadimos un tanto de ciencia-ficción, no hay producción de este tipo que se precie que no cuente con él. Películas clinex de las que lo único que debe recordar es el salario que cobró porque argumentalmente no hay por donde cogerlas.

En el caso de la que nos ocupa es encima una de las mejores en las que se ha prodigado en los últimos tiempos. Tiene todos los elementos que les encantan al espectador medio americano (y español, por qué no) un niño como coprotagonista, acción y secuencias espectaculares de efectos especiales de esos que se disfrutan en pantalla grande a raudales. Es tal vez lo más destacable de todo el metraje. Dos secuencias con mucho ruido con un avión y unos vagones de metro. Mucho extra ya sea real o digital, y el protagonismo absoluto del superhéroe mesiánico (en este caso casi literal) que tiene el deber de tratar de salvar a la humanidad a nivel social y a nivel individual a su hijo.

Todo ello englobado para destacar los valores americanos que están en peligro por la codicia de los hombres. Un poco como aquel remake que hace poco protagonizó Reeves (el otro especialista en ciencia ficción) y que comentamos en este blog, solo que desde el punto de vista del hombre. Elementos directamente importados del antiguo testamento que nos hablan de grandes catástrofes y plagas casi divinas. Extraterrestres con misiones de salvar la especie, manteniendo en un arca de Noe interestelar el futuro de la humanidad. En este caso las causas del desastre son naturales (no juegan con “la culpa” del hombre) pero las consecuencias son globales, y como todo el mundo sabe, si no nos salva un yanqui, sólo lo puede hacer un extraterrestre.

Pero el argumento está introducido a través de una mezcla de géneros. Por una parte una especie de terror de barrio a través de los números y los personajes extraños que nos vigilan, por otra, la seudo-filosofía de si todo es un cúmulo de casualidades o un cúmulo de despropósitos que hacen que los planetas se alineen para crear una consecuencia. Por supuesto el necesario drama como motivación del personaje principal, y también por supuesto el enaltecimiento de la unión de la familia como forma de enfrentarse a las adversidades. Eso si, en esta los guionistas Pearson, Nelly, Snowde, White, Hazeldine y Proyas (¿de verdad hacen falta tantos guionista para tan poco guión?) parecen dejar en manos del destino como forma de expiación las consecuencias de los actos de los hombres. Una forma de exculpación un tanto estúpida que parece querer transmitir el mensaje de que hagamos lo que hagamos será la naturaleza la responsable… pero qué graciosos son.

La estructura es lo de siempre. El héroe que tiene que proteger a su hijo de su destino y que descubre que a través de los números se han predicho todos los males de la humanidad (la humanidad sólo son los yanquis, claro). Una mezcolanza de Biblia y profecías paganas que se aúnan para que Cage las descubra y trate de cambiar el futuro. Todo ello protegiendo a su primogénito, el elegido que representa el futuro. La utilización de la coprota femenina está sólo introducida para enaltecimiento del personaje masculino en un giro inesperado, pero claro, si no se hubiese dejado llevar por sus impulsos en vez de seguir la palabra del profeta Cage… en realidad da igual, porque los guionistas juegan al despiste, y aparte de los efectos, lo mejor del film es la capacidad de dar giros inesperados y ese desenlace paradójico que tan de moda está. Una película de la marca Cage, que se ha convertido en su propio género. Y es que uno ya sabe lo que va a ver cuando se asoma a unas de sus películas.

Víctor Gualda.

sábado, 22 de agosto de 2009

ENEMIGOS PUBLICOS

Vuelve Michael Mann. Y lo hace a lo grande, con un películón que sólo el tiempo decidirá si pasa a los libros de historia como obra maestra. De momento nos quedamos con una maravilla que merece la pena ser vista en pantalla grande. Una película interpretada por Johnny Depp. Un actor que, siempre hace trabajos aceptables y del que hay que reconocer que aporta lo más importante al personaje que interpreta. El carisma. Pocas veces me he alegrado tanto de que el actor que en principio estaba llamado a hacerla tuviese otros compromisos. Y es que con DiCaprio la película hubiese sido otra, y me atrevo a decir que peor.

Pero volviendo al viejo proyecto con el que Mann soñaba desde hace años, y del que ya se habían hecho al menos que recuerde un par de versiones interesantes. El director vuelve a utilizar el mismo esquema de “Heat”, con dos antagonistas carismáticos a ambos lados de la ley, que al igual que en aquella, apenas tienen una secuencia juntos en todo el metraje, pero que irremediablemente están llamados a encontrarse. Moralmente ambos están mimados desde el guión. Más en el caso de Dilinger-Depp que es el protagonista, pero también en el caso de Purvis-Bale. Es la década de los treinta y la sociedad está cambiando. Ambos tienen valores clásicos. La amistad, el honor, la eficacia. El personaje de Depp con ese aire romántico de los antiguos ladrones anclado en tiempos mejores, y el de Bale con ese aire de antagonista obsesivo pero con principios sólidos, que por encima de todo tiene que cumplir su deber, pero que acepta como buenos los nuevos métodos de investigación. Lastima que Mann no haya desarrollado un poco más la relación con el personaje de Hoover, porque el fundador de FBI es un personaje oscuro que podría servir de antagonista de su propio subordinado, por no tener esos principios morales tan sólidos.

Sin embargo en cuanto a Dilinger, el director a partir de cierto punto de la película ha ido dejando de lado al forajido para presentarnos al enamorado. Su relación a partir de la segunda mitad de metraje quita protagonismo a los robos de bancos y a persecuciones entre antagonistas. A cambio el personaje se humaniza. Ya no es un arriesgado ladrón de bancos y se convierte en un arriesgado enamorado dispuesto a todo por recuperar a su chica. Por cierto, también maravillosa Cotillard. El arranque va al grano en una presentación sin palabras que introduce al espectador de lleno en la película con un par de secuencias de acción. Primero en la cárcel para recuperar a sus socios encarcelados, para reforzar una idea que tendrá peso a lo largo de todo el metraje. -Dilinger jamás deja de lado a sus amigos-, luego atracando inmediatamente un banco. De esta forma directa entendemos el carácter de Dillinger y su ocupación sin diálogos que entorpezcan. Y es que las más de dos horas necesitan un ritmo endiablado para mantener al espectador pegado al sillón. Y lo consigue Mann. Lo consigue creando la sensación de que la constancia de Purvis acabará alcanzando al forajido. Uno a uno van cayendo los socios al más puro estilo del western americano. Sólo es cuestión de tiempo, y eso el espectador lo sabe, creando la incertidumbre de en qué momento y cómo lo hará. El espectador se pone de parte del ladrón precisamente por su manera de hacer y desea que no llegue nunca. Por eso la traición de una mujer creará una impotencia mayor que la que hubiese tenido si la muerte hubiese llegado en la acción.

Lo más increíble es que la película avanza firme, pero si al comienzo las secuencias de acción habían tomado el mando del ritmo, poco a poco son las secuencias de personajes las que se imponen, transformando la épica que ya de por si destila el film. Están por llegar los mejores momentos. La secuencia en la oficina creada para capturarlo, o la secuencia viendo “El enemigo público…”, referencia fílmica que sirve para anticipar el destino y que crea una sensación especial en un Dilinger mediático de por si (curiosa paradoja; el personaje se compone a través del cine convirtiéndose en completamente cinematográfico). Poco o nada importan las concesiones del epílogo. El corazón del espectador está con el gángster y nos quedamos con la impresión de que así tenia que ser y de que ha conseguido su objetivo, vivir al máximo y morir de la misma forma.

Hay que hacer mención al fantástico trabajo de la dirección de arte, la producción, fotografía y montaje. La ambientación en general es maravillosa y te traslada directamente a un Chicago “de cine” propiedad de los antihéroes americanos, antes de que la épica se trasladara, también mediante el cine, a los “defensores de la ley” (después de que el género negro perdiese parte de su sentido. Su aparición tuvo razones económicas y sociales, y con el cambio social había que reforzar la idea del nuevo orden moral). Los secundarios también tienen peso específico en la trama, y algunas de las secuencias rompen el principio de punto de vista, para luego acabar reforzando a los principales. Una maravilla técnica sustentada por un guión consistente que refuerza la idea de que poco importan los efectos especiales exagerados si estos no sirven para sostener la base fundamental de cualquier película; el guión. Michael Mann es consciente de ello, y siempre le gusta introducir en su cine de acción los elementos psicológicos que refuerzan a los personajes, y eso el espectador lo agradece… Estos “Enemigos Públicos” merecen al menos un par de visionados para no perderse ni un solo detalle.

Víctor Gualda.

miércoles, 19 de agosto de 2009

EL REY DE LA MONTAÑA

El mes de agosto tiene la peculiaridad de que las distribuidoras también se van de vacaciones. Esto da la oportunidad de ver producciones que por falta de tiempo no verías el resto del año. Lo bueno es que es posible encontrar títulos que habían pasado desapercibidos por la voraz competencia de las producciones “grandes” (de presupuesto, que no de calidad) Uno de estos curiosos casos es “El rey de la montaña”. Una producción española, más que interesante, que me ha impactado porque no me esperaba nada de ella.

Lo primero que hay que advertir al espectador es que la película se mantiene en una delgada línea de verosimilitud y esto siempre es un condicionante. Si el espectador no se deja llevar por la situación acabará pensando que el director le ha tomado el pelo, pero si acepta los hechos que se plantean y los disfruta, le resultará una película entretenida e incluso en algunos puntos bastante original.

Una vez saltado el escollo de la verosimilitud, nos encontramos con un thriller de andar por casa. Un protagonista Quim (Sbaraglia) que por las casualidades de la vida se cruza con Bea (Valverde) en una gasolinera perdida en mitad de la nada. Lo que en guión se llamaría un incidente incitador, que nada tiene que ver con lo que sucederá más adelante, pero que hará que la historia avance, y ya tenemos a nuestros protagonistas huyendo de un enemigo invisible. A partir de este momento y durante cuarenta minutos se iniciará una huida cargada de tensión y suspense. Al más puro estilo yanqui, nuestros protagonista escapan de un enemigo invisible que trata de darles caza. Nuevos personajes que se cruzan en el camino y que aumentan la tensión. Por supuesto, el guionista y director Gonzalo López-Gallego, controla los tempos de la película para que el espectador coja aire, dejando ver de paso que tiene oficio. Aquí llega el principal problema desde mi punto de vista. En vez de volver a arrancar con igual intensidad, hace un amago para volver a parar. Tal vez este justificado por el giro entre maestro y complicado que va a revolucionar la película, pero ha ralentizado innecesariamente la tensión para luego cortarla con el giro definitivo. Un triple giro que no está del todo bien administrado por el director. Hay demasiados cambios interesantes en apenas unos minutos Es entonces cuando toma el camino más difícil. Desaprovecha todo lo que dejará pegado al espectador al sillón. Cambia el punto de vista principal con una sorpresa que le puede desconectar definitivamente, pero que reconozco que es de lo mejor que he visto últimamente. Nos muestra que todo es un juego que se puede interpretar como un sencillo thriller, o como algo más; una película con un trasfondo de crítica social a la violencia sin tratar de moralizar y que invita a la reflexión… pero eso será luego. Primero falta el desenlace, que ya no sorprende, pero que tanto visualmente como a nivel de tono recupera la intensidad que había dejado de lado con la sorpresa.

Una agradable descubrimiento el de Gonzalo López-Gallego que sin apenas presupuesto y con elementos mínimos consigue cuajar un gran trabajo que me hace esperar su próxima película mientras trato de recuperar las anteriores, porque creo que tiene talento y a estas alturas soltura con el lenguaje tanto sobre el papel como visualmente (además de guionista y director es montador) aunque en este caso recomiendo “El rey de la montaña” con cautela. Parece que ya hemos visto esta película mil veces, incluso en nuestra cinematografía recientemente en “Bosque de Sombras”, pero el cambio a lo Chico Ibáñez Serrador (cuando la vean lo entenderán) y su obra maestra, es notoria y original. Ademas tengo que felicitar al director de fotografía Jose David Montero por una estética acertada y a un Sbaraglia al nivel que no había visto en España desde “Intacto”. También a María Valverde, aunque no esté en alguna secuencia al nivel. Pero en general, una película bien construida que hace buena una de las máximas del guión. Hay que conocer bien las reglas para luego olvidarlas.

Víctor Gualda.

jueves, 13 de agosto de 2009

ACID HOUSE

Después de la fantástica adaptación de “Trainspotting” por John Hodge y la fantástica dirección de Danny Boyle, Irvine Welsh saltó al panorama literario mundial como una de las jóvenes promesas anglosajonas. Cronista de una década complicada en la que los jóvenes parecían no tener metas y cuyo único punto de escape eran las drogas y el sexo. Quince años después, Welsh sigue publicando novelas desiguales. Ninguna ha alcanzado las cotas de “Trainspotting”, que incluso cuenta con una secuela literaria “Porno”, que nos habla de la evolución de Renton y sus colegas (aunque se pierde en lo comercial). En realidad, Welsh está atrapado en su burbuja del tiempo y a pesar de que sus personajes se han hecho mayores, sus temas parecen no haber salido nunca de los suburbios de Edimburgo.

“Acid House” recién estrenada en DVD a pesar de ser una película de 1999, retoma los tiempos inmediatamente anteriores a su hermana mayor, y es una colección de relatos provocativos con clara vocación subversiva. Welsh se ha hecho cargo del guión, y un novel Paul McGuigan de la realización (luego dirigiría “El misterio Wells” que le mandaría al cine comercial USA donde triunfa con “El caso Slevin” y recientemente con “Push”), En “Acid house” es evidente la falta de pasta, pero también la falta de talento para una película se queda en una mera anécdota dentro de la carrera del escritor y del director. Dividida en tres historias independientes, que tal vez tengan como lazo de unión desarrollarse en los barrios obreros marginales, Welsh hace uso de su mejor arma. El humor. Y es que si algo hay que reconocerle al escritor, es su capacidad para interpretar las desgracias de sus personajes desde un punto de vista directamente entroncado con la comedia negra, para desde esa atalaya revisar los temas que le preocupan en toda su obra; la venganza, la traición, la amistad, la familia, la religión, las clases sociales y el fútbol.

Sus personajes son perdedores de antemano. No tienen posibilidades de cambiar porque están atrapados en su clase social. No tienen metas, no tienen esperanzas, y todo ira siempre a peor. El halo negativo sólo puede ser compensado con la risa. Una risa oscura y sádica que es el sello de identidad del escritor, y debe serlo de cualquier película basada en sus textos. Este es tal vez el gran acierto de un metraje que no trata de trascender. Sus personajes son como son y se aceptan como perdedores natos. Su primer protagonista del tríptico es un chaval que con veinte años está acabado. Le deja su novia, sus padres le echan de casa, le echan del trabajo, le echan de su equipo de fútbol, le detiene la policía y después de hablar con Dios se transforma en una criatura kafkiana que observa desde una posición imposible la venganza. Su segundo protagonista también es un perdedor. En este caso su cobardía y su falta de iniciativa hacen que todos se aprovechen de él, su novia, su agresivo vecino de arriba, su madre, todos le desprecia. Pero él no puede ser distinto de lo que es, y en la resolución de la historia demuestra porque el escorpión es escorpión y la rana es rana, y va más allá, mostrando porque ambos están predestinados a cruzar juntos la charca. La tercera recupera al fantástico Ewen Bremner, uno de los roles de “Trainspotting”, que en este caso está atrapado por medio de las drogas en un surrealista ser (el niño coprotagonista parece pariente de Chuky), mientras su novia empeñada en ser madre aprovecha su falta de cabeza para tomar la iniciativa y manipular a su desastroso novio.

Tengo que reconocer que la realización me parece por momentos amateur, que el montaje también, que algunos de los actores parecen estar en un tono diferente y sobreactuado o sencillamente son incapaces de interpretar la intensidad contenida de sus personajes. Sólo Bremner y sobre todo Kevin McKidd (que también aparecía en "Trainspoting") en el rol de cobarde, están por encima de los demás. La película no resulta fresca ni actual, puede servir como muestra de una década ya antigua, pero algunos diálogos y situaciones son literariamente una maravilla que conserva el tono original de los relatos de Welsh, y aunque sólo sea por eso, merece la pena ver esta película alejada de las convenciones de la manoseada comedia británica de bodas y funerales que tan buen resultado da entre la clase media, y lo que es peor, entre la misma clase obrera que retrata y critica Welsh.

Víctor Gualda.

lunes, 10 de agosto de 2009

SICKO

Poco o nada hay que comentar a nivel cinematográfico sobre la última película de Michael Moore (en todo caso preguntarse por qué llegó con casi dos años de retraso a nuestras pantallas). Un nuevo documental que en esta ocasión trata sobre la sanidad norteamericana. El formato es el mismo que le lanzó a la fama en su campaña contra el anterior presidente americano y sus intereses en la guerra de Irak, o aquel contra las armas. Ahora deja de nuevo con el culo al aire a los políticos y a las empresas de seguro médico.

Se puede acusar a Moore de romper la idea primigenia del documental y observar los hechos de manera poco objetiva, de ser ególatra y protagonista, de ser autoindulgente (atención a la secuencia en la que cuenta como financió una enfermedad a la mujer de un enemigo acérrimo), de ser manipulador y paternalista, pero por encima de todo, hay que tener en cuenta que el cineasta pone sobre la mesa temas de actualidad de interés global, que en el caso de la sanidad muestra a los americanos imbuidos en un sistema que oculta la realidad, y a los europeos lo que puede acabar sucediendo con nuestras instituciones.

Esta no puede ser una crítica objetiva que trate sobre aspectos cinematográficos como la planificación o sobre la estructura del guión (que la tiene), esta tiene que ser obligatoriamente una crítica reivindicativa igual que lo es la película de Moore, porque la tendencia de nuestra sanidad pública, sobre todo en las comunidades gobernadas por el PP, aunque también en el resto de tapadillo, es la de privatizar y restar crédito al sistema público. No en vano casi cada semana encontramos en las portadas de los periódicos las protestas de médicos, enfermeros/as y demás por la falta de medios, personal, o presupuesto. Moore muestra en uno de los bloques como los políticos desde Nixon/Kaiser reventaron la sanidad pública americana, y como Hillary Clinton intento una lucha contra las aseguradoras médicas, para luego acabar convenientemente untada por estas mismas. Por no hablar de un grupo de congresistas republicanos, e incluso el ex presidente Bush también en nómina de las empresas.

El director se reitera en mostrar cómo la sociedad americana está educada en el miedo porque así es más fácilmente manipulable. Grandes sumas de dinero invertidas en publicidad, y campañas en las que se gasta en asustar con el “cuidado que llegan los comunistas”.

Moore dedica un bloque de su pseudo-documental a los políticos, pero también a diferentes casos individuales. Es más fácil involucrarse con la persona que con el sistema, pero un americano medio no podría soñar en su vida con tener una sanidad como la nuestra. Aquella que justamente criticamos, pero que salva la vida de miles de personas cada año. Luego dedica otro bloque a comparar con la sanidad publica canadiense, inglesa, y francesa, y aunque la imagen global es demasiado benevolente, la base del sistema social es real. Y es que parece que la única manera de ver de forma objetiva lo que tenemos, es compararlo con lo que les falta a otros. El país más potente del mundo no puede comparar su sanidad con la de su archienemigo Cuba, que a pesar de su falta de presupuesto, mantiene la sanidad como una de sus prioridades.

La visión de Sicko debería de ser obligatoria en las escuelas, para que nuestros políticos y sus esbirros de los medios de comunicación dejaran de manipularnos y unos cuantos dejen de llenarse los bolsillos a través de empresas privadas que poco a poco van sustituyendo las públicas. El Partido Popular incentiva con la excusa de la mejora del servicio este tipo de iniciativas tanto en la sanidad como en la educación, y sólo el votante tiene la potestad de lo que quiere para si. Ellos son piezas intercambiables elegidas por nosotros. Ya lo dijo alguien durante la guerra de Irak. Nuestros votos no son un cheque en blanco para hacer lo que quieran, sino para favorecer los intereses generales. Y los nuestros pasan por una seguridad social pública, que a fin de cuentas pagamos con nuestros impuestos… y me reitero, Moore es un manipulador ególatra que seguro no tiene ni tendrá problemas de cobertura médica, pero pone el dedo en la llaga de los problemas, y debería invitarnos a reflexionar sobre lo que tenemos y lo que podemos perder. De nosotros depende el futuro. De nada sirve quejarse a posteriori. El sistema debería servir al individuo, no al contrario…

Víctor Gualda

jueves, 6 de agosto de 2009

DUPLICITY

El cine americano se ciñe a recetas utilizadas una y mil veces tratando de arriesgar lo mínimo. Un par de buenos actores de rostro reconocible y presumible solvencia, un director con una última película potente (“Michael Clayton” en el caso de Tony Gilroy) y a esperar que suene la flauta. Desgraciadamente la flauta suena pocas veces, y la mayoría de las películas pasarían completamente desapercibidas si no estuvieran apoyadas por presupuestos desorbitados en publicidad. La clave del "fracaso" está en vender productos de masa y no en buscar nuevas formas de conectar con el publico, con lo cual siempre tienes la impresión de estar viendo la misma película con diferentes actores

Eso es lo que sucede con esta presunta cinta de espionaje con cierto tono de comedia en la que tan bien se maneja Julia Roberts. Si a ella añadimos la presencia del siempre solvente Clive Owen, que se crece ante la presencia de actores consagrados como los fantásticos Tom Wilkinson y un Paul Giamatti, en esta ocasión un tanto fuera del tono que tan buen resultado le ha dado en anteriores metrajes, nos queda una película descafeinada, entretenida por la química de sus protagonistas, el ritmo de los diálogos, y poco más.

Tal vez sus defectos más acusados pasen por veinte minutos de sobra, y demasiadas vueltas temporales que reiteran una y otra vez el punto de giro principal de la película. Esta claro que el espectador tiene que comprender que está pasando, porque la repetición de dos secuencias exactamente iguales en Roma y Nueva York despistan al más espabilado, pero de ahí a dos más explicativas hacia el final del metraje, sólo consiguen ralentizar el desenlace. Por otra parte, el espionaje entre empresas no conserva el interés del espionaje a la vieja usanza. Los secretos de estado para salvar a la humanidad suelen tener más tirón que los de las formulas para cremas o lociones, aunque en este punto hay que apuntar que puede servir como reflejo perfecto de la época que nos ha tocado vivir, en las que las corporaciones son tan fuertes como los estados. Tal vez hubiese sido buena idea ocultar el mcguffin con el que el también guionista Gilroy juega a lo largo de tres cuartos del metraje. No utiliza el suspense, pero la película pierde enteros al descubrir la causa de tanta ida y venida, más después de que a pesar del tono de comedia todo el interés de la película sea una chorrada tan grande.

Aun así, me quedo con la buena química de la pareja siempre en conflicto a pesar de estar predestinados, que en sus “mano a mano” consiguen elevar el ritmo y crear una maravillosa tensión romántica. Curioso me resulta el desenlace. Hollywood nos ha enseñado a esperar finales felices para nuestros protagonistas más intrépidos. Tenemos a dos ex agentes de la CIA y el MI6, así que esperamos que sean los más listos. En vez de eso, el director nos pega una patada en la boca del estomago en un epílogo que deja tan mal sabor de boca, que nos viene a decir que las empresas siempre serán más listas que el individuo (un poco al contrario de “Michael Clayton”. No hay nada que le guste más a un espectador que un par de guapos protagonistas consigan burlar al sistema, ya sea un banco, el estado o una multinacional, pero ni siquiera nos deja la opción de pensar que lo volverán a intentar, sino más bien un regustillo amargo en un plano largo e innecesario que empieza a ser "marca de la casa" del director.

Víctor Gualda.