jueves, 31 de diciembre de 2009

GENERATION KILL

Dentro del mundo series, recientemente se ha editado en DVD esta miniserie de la HBO sobre la segunda guerra de Irak. A priori tal vez sólo sea atractiva para los que gusten de hazañas bélicas. Como no es mi caso, la vi con reservas y por recomendación. Enseguida me di cuenta de que la serie esconde realidad y crítica, y huye de los convencionalismos patrióticos y panfletarios. Basada en el libro del reportero Evan Wright y adaptada y producida por Ed Burns y David Simon cuenta la invasión de las tropas americanas a Irak a través de los ojos de una unidad de marines americanos.

Igual que me pasó con la también fantástica “Hermanos de Sangre”, al reducir el drama a un conjunto de personajes que tiene que vivir en las condiciones extremas de la guerra, nos alejamos del componente político que llega a través de las imágenes de televisión o de los periódicos. Casi de inmediato olvidamos los verdaderos intereses económicos que mueven las guerras y entendemos que los soldados son individuos que sienten y padecen. La mayoría convencidos de que están haciendo un bien para la humanidad, y por supuesto con sentimientos encontrados ante la muerte. La justicia y la injusticia tienen un nuevo matiz más personal a través de los ojos de los soldados, todos ello sin olvidar los propios conflictos entre los miembros del batallón, con el mando, las prioridades de guerra, o los conflictos étnicos y la deshumanización que producen las condiciones extremas. De hecho las secuencias con escenas en combate están reducidas a un par a lo largo de los siete capítulos que componen la miniserie.

En cuanto al formato, está rodada con cámaras digitales muy dinámicas en las escenas fuera de los vehículos y que acompañan casi en todo momento a los personajes dando la sensación de movilidad e imagen documental. También la estructura del guión en este caso, como si el espectador adquiriese el rol del periodista de Rolling Stone (alter ego de Wright) que acompaña a los soldados en la misión, que por los datos, anécdotas, desarrollo de los personajes y desarrollo de las tramas, se limitase a mostrar recortes de lo sucedido en campo de batalla, y en conjunto, el espectador sacase una visión general que compone un todo con la línea argumental que va desde la entrada en Irak hasta la ocupación de Bagdad. De esta forma el punto de vista esta desarrollado en general desde el diálogo y no desde el interior de los personajes o la acción, marcando una distancia fría y objetiva que impide identificarse con los soldados, como si por el hecho de no formar parte de su unidad, el espectador nunca pudiese pertenecer a esta particular familia de los marines. También se deja ver que la idea de reflejar objetivamente lo narrado en el libro hace que nos alejemos de la estructura tradicional del cine para acercarnos a algo parecido a la realidad. En un guión tradicional las tramas se cierran, el espectador necesita que las situaciones injustas se resuelvan, que por pequeñas que sean las subtramas, estas tengan una resolución, que el enemigo no tenga personalidad y sencillamente represente “el mal”. Aquí las resoluciones no llegan, la impotencia se adueña como en la vida real del espectador que ve como la injusticia, la culpa, los enchufes o los mandos se equivocan. Los malos prácticamente no existen, ya que sin entrar en profundidad en personajes Irakies (tan sólo un oscuro traductor) están humanizados cuando son civiles, y justificados cuando son soldados que sencillamente hacen sus trabajos. Las balas son parte de la batalla y no entienden de bandos, y como dice uno de los protagonistas, ellos no son más que guerreros ancestrales que cumplen con su obligación.

Para recrear el Irak de los últimos días de Hussein, los responsables trasladaron el rodaje a Sudáfrica y Mozambique. Como pocos hemos estado en la zona de conflicto la credibilidad está a salvo, en parte gracias a la fantástica producción. Por cierto, quiero destacar del extenso reparto a dos actores que creo que destacan por encima de los demás, a Alexander Skarsgard como jefe de grupo (Iceman) y al conductor medio yonqui interpretado por James Ransone, pero en general el nivel de todo el reparto es muy alto. La serie está dirigida sólo por dos directores (en este tipo de series suele haber uno por capítulo) Simon Celton Jones y Susana White. No se si es casualidad pero creo que los que dirige ella (caps 1,2,3 y 7) están mejor aprovechados que los que dirige él. En definitiva, recomiendo “Generation Hill” como otra gran serie de esas a las que ya nos tiene malacostumbrados la HBO, y que por supuesto son impensables en nuestra mediocre producción televisiva.

Víctor Gualda.

lunes, 21 de diciembre de 2009

SEVEN

En realidad creo que ya se ha dicho todo de esta película que con los años se ha convertido en un referente de los thrillers, y como algunos dicen, un clásico moderno. La reedición después de años descatalogada es lo que me ha animado a revisarla. Se trata de una gran película que consigue mantener el interés gracias a un guión sólido, y a una peculiaridad poco corriente en el cine made in Hollywood, un final negativo aunque coherente con el desenlace. Afortunadamente la película se pudo realizar como la conocemos a pesar de las presiones de algunos ejecutivos para cambiar todo el final, que la hubiesen convertido en otra película de psicópatas del montón.

A lo largo del metraje dos policías (Pitt y Freeman) lucharan por encontrar y detener a un enemigo invisible que siempre va por delante. Este es uno de los aspectos más interesantes del film. Fincher consigue crear la falsa impresión de que estamos ante una película llena de violencia y acción, pero no es cierto. Hasta más de mediado el metraje no hay una sola secuencia dinámica en la que los protagonsitas están a punto de cazar al “malo”. Y aun así, cuando esta se produce el personaje de Pitt es “perdonado” porque le espera un destino predeterminado por el asesino que ejerce de dios. Hasta este momento el director ha conseguido algo realmente complicado; mediante escenas estáticas crear una atmósfera envolvente a través de los escenarios de los crímenes o fotografías de los muertos. La película en este primer tramo está dominada por la estética que consigue una atmósfera opresiva y oscura a lo largo de una semana, y que lleva a hacer pensar al espectador que Nueva York (cuyo nombre no se menciona) es una ciudad apocalíptica directamente emparentada con el drama seguro.

Pero está a punto de llegar el momento culmen del tercer acto que hace esta película especial, la autoentrega del psicópata (dicen los expertos que los psicópatas siempre buscan que les acaben pillando) aquí justificada por el guión. A estas alturas quedan dos pecados capitales, la envidia y la ira. El personaje interpretado por Kevin Spacey es detenido y quiere llevar a los policías al lugar donde están los dos muertos que aun quedan. Fantásticos los monólogos de Spacey que con unos sencillos primeros planos en el coche desarrolla toda su teoría de la conspiración mientras la trama juega con la tensión y a la intranquilidad de descubrir como se resolverá la situación. Además funciona a la perfección porque uno de los picos climáticos ha sido en la comisaría, así que el necesario “descenso” del ritmo se aprovecha para presentar y desarrollar al psicópata sobre el que se han creado expectativas tras cada asesinato. Por vez primera el espacio se desarrolla fuera de esa babel que resulta la oscura y gris ciudad (aunque las torres eléctricas y el paisaje desangelado no son precisamente reconfortantes). La llegada de la caja que trae un mensajero producirá un desenlace inesperado y duro que deja pegado al espectador al sillón.

Y es que la clave en este tipo de películas en las que el punto de vista principal lo domina el policía que persigue al asesino, está en mantener el mayor interés posible sobre él. En otros thrillers de la misma altura como “Hunter” de Michael Mann (primera película precursora de “El silencio de los corderos” basada en el libro “El dragón Rojo”) el asesino aparece antes para crear la tensión en el espectador de si el buen policía será capaz de atraparlo, y hasta que punto el antagonista está loco. De esta forma tememos por nuestro protagonista y el guión juega con el suspense y la incertidumbre del peligro cercano. En el caso de “Seven” el suspense se condensa justo después de atraparlo (se ha utilizado la sorpresa, pues se entrega) y esto genera la tensión de saber “qué” oculta el asesino. El discurso sobre la excusa moral de los pecados capitales no tiene mayor interés que el de crear un móvil para el asesino y al tiempo un estilo estético y una atmósfera.

Los actores están además a un nivel extraordinario. El joven Pitt se desenvuelve a la perfección en el papel de pardillo recién llegado que necesita autoafirmarse, pero gracias a la subtrama de su mujer (imprescindible para que funcione el desenlace) nos acerca al personaje de Gwyneth Paltrow y hace que nos identifiquemos, el personaje del detective se humaniza y se despega del estereotipo, lejos del sencillo buddy movie con el que arranca el metraje. También temporalmente está muy bien desarrollada la trama, con pequeños matices a lo largo de las dos horas y dentro de secuencias que hacen avanzar la acción sin entorpecer el metraje (como le pasa habitualmente a Mann por ejemplo). Con todo el interés generado sobre los protas, sus situaciones personales, y el desarrollo de la trama; la caja de cartón cuyo contenido imaginamos (lo que produce un mayor desgarro psicológico) hace que el espectador se ponga en el lugar de Pitt, y apretase el gatillo el mismo si tuviese la ocasión. Fantástico final negativo, para una fantástica película que supuso un cambio en la manera (al menos estética) de rodar los thrillers, y que de momento no ha sido superada ni por el propio Fincher en su siguiente película con caza al psicópata; “Zodiac”.

Víctor Gualda.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

NARANJOS EN FLOR - LA VIDA ANTE SUS OJOS

Dos películas recientemente editadas más por el peso de sus actores que por el peso de sus argumentos. La argentina “Naranjos en Flor” una serie B con todas las de la ley, y “La vida ante sus ojos” un telefilme también con argumento un tanto serie B. Ambas más pretenciosas que lo que realmente ofrecen, pero ambas entretenidas una vez desechadas las aburridas superproducciones de efectos. Dos películas para experimentar y ver casi simultáneamente.

Por un lado la argentina con un argumento que recuerda a las novelas negras de aeropuerto, conducida por una actriz tan impostada como poco creíble, Maria Marull, reforzada además su ya de por si poca credibilidad con una voz en off explicativa. Malena-Marull es una sicoanalista justiciera entrometida que se mete ella sola en un lío con asesinato de por medio, al tiempo que trata de encontrarse a si misma. Las buenas acciones no tienen recompensa en los barrios bajos, y su sentido de culpa la introduce más en el charco… aunque le ayuda a conocer mundo. Mientras tanto en la peli americana un juego continuo de flash-backs que despistan y una introducción también con posible asesinato, aunque este más elaborado y mucho mejor contado, creando incertidumbre nos introduce en la vida de Rachel Evan Word-Uma Thurman-Diana. Al parecer los efectos de lo que sucedió en el high schooll son arrastrados a su (en el futuro) matrimonio perfecto. Al menos aunque el ritmo y la repetición para situar al espectador son lentos, todo indica que será una cuestión de paciencia que la situación explote. La tensión contenida es una forma como otra cualquiera de retener al espectador ante la pantalla.

Una vez presentada la situación, los Naranjos en Flor introducen el resto de los elementos de la trama. La mujer del desaparecido (Dalia Elnecavé), y sobre todo a Eduardo Blanco, un actor para causas mayores, como ya vimos en películas anteriores, pero que le da lustre a un personaje de policía ambiguo que recuerda poderosamente a los patrios de décadas precedentes de nuestra propia historia (¿será por ser coproducción?). Un extraño placer este de reconocernos en otras cinematografías que nos recuerda que estamos emparentados con ellas más allá de la peculiaridad de llamar al personaje Sabina, Sabinita, que se utilicen estrofas de sus canciones como diálogos o aparezca el propio músico cantando en pantalón de pijama. Está claro a estas alturas que la sosa protagonista, por mucho que se cambie de peinado y acorte sus faldas, esta destinada a caer en los brazos del atípico seductor, así que nada sorprendente bajo el horizonte cuando llegan las escenas de cama setenteras que mandan en todo el segundo acto de película.

Mientras tanto en la vida ante sus ojos nos dedicamos a conocer a las dos jóvenes protagonistas (hay otra actriz coprota que hace de amiga, Eva Amurri). El antagonismo de sus personalidades para reforzar la de la futura Thurman y que entendamos e interpretemos que arrastra trauma de lo que ocurrió frente a un arma semiautomática en un baño del instituto. Es curioso en este film que los acontecimientos se multiplican pero sin variar el ritmo interno del relato. Por mucho que suceda, por muchos precedentes que marque lo que será el desenlace, tenemos la sensación de inamovilidad, que es reforzada machaconamente por la repetición. A estas alturas me preguntaba cual sería la sorpresa que me esperaba, porque no puede ser casual tanto énfasis en una secuencia que sin variar el punto de vista (como hizo en Elephant Van Sant) y el tiro de cámara asistamos una y otra vez a la misma situación.

Llega el tercer acto de ambas películas, y nada nuevo en el horizonte argentino. Me pregunto si no será impostado el defecto constante de la fotografía, la imagen sucia y cutre, el montaje de colegio que edita las secuencias sin ninguna elipsis ni siquiera en los inicios y finales de la escena, produciendo un efecto teatral, reforzado además por cortes y fundidos a negro para volver al mismo sitio (no veía algo así desde principios de los noventa) prefiero pensar que el director y guionista Antonio Gonzalez Vigil tal vez intente crear un vinculo con el espectador utilizando recursos anticuados, antes que pensar que alguien se lo encontró por la calle y le propuso hace una peli, porque el desenlace que trata de jugar a la sorpresa es tan previsible y burdo que no pude dejar de reír. Mientras tanto en la otra pantalla, por fin llegan los sobresaltos. Aquí si que tengo que reconocer que me pillaron. El desenlace es tan peregrino y absurdo que sólo hay dos opciones: Creer en Dios y pensar que levanta la película de golpe, o apostatar, soltar un “venga ya” y mandar a la mierda el DVD. Tomaré la primera opción porque estoy convencido que sin ser del todo original (no puedo dar pistas por si veis la peli), la vuelta de tuerca que da el guión de Emil Stern (novela de Laura Kasischke), será aprovechada por un director que no juegue al melodrama y aproveche el efectismo para reforzar un argumento sólido, no para basar la verosimilitud del film en las ganas de que sea plausible y del acierto (que lo tiene) el montaje.

Como dije al comienzo, un dos por uno en serie B, que tiene más encanto que la otra serie B, la de robots que se convierten en coches, humanos que se convierten en robots, o cuerpos especiales que no se sabe para que sirven más que para incentivar el ese pequeño fascismo propio de épocas de recesión.

Víctor Gualda.

jueves, 10 de diciembre de 2009

MAPA DE LOS SONIDOS DE TOKIO

No soy precisamente admirador del cine publicitario de Isabel Coixet. Para mi, su mejor película es “Cosas que nunca te dije”, y probablemente lo seguirá siendo porque desde aquel estreno su cine no ha evolucionado. Sigue repitiendo el mismo tema, las mismas formulas, hasta sus planos son los mismos. Llevar el argumento a Tokio no significa más que seguir en la cresta de la ola de la modernidad, de un snobismo demode que no aporta nada. Da igual que un argumento se disfrace con el exotismo japo o con la cotidianidad de un pueblo de Granada, porque son los temas lo que son universales, no el marco tras el que se desarrollen.

Para empezar, me llama la atención el camino que ha tomado. Su cine está supeditado al encuadre más que a los personajes, lo necesita para estar, para tener razón de existir, así que para que sus personajes avancen en una trama simplista que sólo lleva del amor al desamor y viceversa, necesita un narrador. Como si de un relato se tratara, el narrador se convierte en personaje fantasma que tiene la peculiaridad de no estar definido. Pasa de ser ominisciente a equisciente con una soltura literaria (aunque imagino que de forma casual). No molesta, es sólo el trazo que hay que seguir para tratar de entender al personaje protagonista de Ryu (Rinko Kikuchi). Mediante la excusa del encargo (no me quiero extender para no destapar el argumento) el espectador sabe lo mismo que ella, pero se pone en el lugar de Sergi Lopez, teme por él. Es decir, el punto de vista es compartido para que nos identifiquemos con ambos personajes. La directora catalana es espabilada y nos lleva de la mano en un tramo como si de “Catalanes por el mundo” (si es que existe) se tratara. Distrae al espectador estéticamente, pero la evolución no deja de ser la relación de sexo a través de la que nuestra protagonista descubre el amor y el deseo. Como el personaje es silencioso, entendemos inconscientemente que por su ocupación a tiempo parcial y por sus dudas hay algo oculto que nos impide entender a un personaje más complejo de lo que se atreve a mostrarnos Coixet. Y es que si la excusa es tópica pero válida. El desarrollo es monótono, más de lo mismo que en mil cintas. Escenas de sexo para turistas en anuncios publicitarios de un hotel temático, y poco más…

El gran problema del guión para mi es que el personaje de Sergi Lopez no llega a entregarse (aunque tenga excusa), entendemos que la relación está abocada al fracaso, y como Coixet se posiciona en todo momento de parte de la chica (como en todo su cine) el drama está garantizado de antemano. Por eso no sorprende, por eso no emociona, porque en realidad las normas tradicionales de la narración no entienden de genero. Por mucho que se disfrace de estética lo que llega al inconsciente no son los planos cenitales, las grúas o los travellings. Son las emociones primarias con las que el espectador se debe identificar para sentir y entender el sacrificio de Ryu. Nos tenemos que poner en el lugar de Lopez y morir un poco con él (si, si, no me he vuelto loco) cuando entienda que el máximo sacrificio no lo hizo la primera suicida esteta del espejo, sino la segunda en sus brazos (sobra la escena justificatoria-explicativa con el dependiente de la tienda). Porque nosotros espectadores somos él, y no ella.

Por último quisiera atreverme a sugerir a Coixet (sin acritud) un cambio de rumbo en su cine porque está estancado. Coixet no es Kar Wai narrativamente. Sus planos estéticos no llevan implícito un subtexto distinto a lo que vemos (por mucho que utilice torpemente el símbolo), así que mejor concentrarse en lo mejor de la cinta. Las pocas escenas en las que los personajes hablan. Los planos contraplanos dicen más que los generales buscando la diagonal, los de cámara en mano con montajes publicitarios con versiones de coplas o de temas míticos a los que sólo falta el corte del producto a vender. Para mi ser consciente en todo momento de la técnica no es más que un ejercicio de ego del director y si no están justificados por la historia que cuentan (fin último de esta forma de expresión) son sólo un artificio que lastra la esencia de un film que está contando una sencilla historia de amor imposible.

Víctor Gualda.

jueves, 3 de diciembre de 2009

UP

No entiendo como todavía me sigue sorprendiendo la enorme capacidad de Pixar para hacer cine de calidad. La animación es sólo una forma de expresión como otra cualquiera. Un continente que ofrece mil oportunidades que en el cine convencional seria más difícil hacer creíbles. Da igual que hablemos de superhéroes deprimidos, de muñecos en busca de dueño, de peces en busca de padre, o de historias futuristas de amor entre robots. Los principios sobre los que se sustenta este cine son clásicos a más no poder. Temas universales que emocionan a los pequeños y que identifican a los mayores para entrar en un universo paralelo, el de la imaginación.

Lasseter se vendió a la Disney probablemente con fines menos altruistas que los de hacer felices a los niños de todo el mundo, pero al menos se mantuvo fiel a sus principios y su férrea mano se nota en cada producto que acomete. Tal vez sus enemigos de Dreamworks esperaban que este Up fuese la esperada caída al vacío. Pensaron que una película protagonizada por un viejo gruñón y un niño gordo y pesado no serían los héroes escogidos por el público. Según rumores que leí, tampoco los de la misma Disney las tenían todas consigo, y su maquinaria de merchandising se contuvo antes de lanzar todo tipo de productos a un mercado saturado. Me alegra saber que se equivocaron. Que en este estudiado mercado del entretenimiento que es el cine, aun hay lugar para la sorpresa. Me alegra saber que los antihéroes no se han pasado de moda a pesar de que el hermano mayor, el cine “adulto”, este en transición. Me alegra ver que todavía hay películas que me mantienen en vilo y me hacen temer por sus protagonistas antes que desear que se los cepillen, como me sucede con las megaestrellas, estrellitas y conocidos de Transformers 2, Terminador Salvation, Star Trek o GIJOE por poner ejemplos recientes de estrenos en DVD.

No quiero decir con esto que la película sea perfecta, ni mucho menos. Tiene su “fallo” mediado el segundo acto. Pero antes hemos entrado en una historia de amor maravillosa, sin diálogos y adornada por la música. Una secuencia tramposa pero entrañable que nos hace abrirnos de cabeza ante las bondades de nuestro viejo Carl. Luego para compensar y lograr la identificación total, la presión en un mundo que nos resulta una olla Express, la dulce casita de campo en mitad de los edificios, un poco de “buddy movie”, para finalizar el accidente que le lleva a la expropiación y que supone el comienzo de la aventura. Nada que objetar a la fantástica atmósfera que Pete Docter, director de la cinta, consigue. Pero es a la hora de crear el antagonista donde yo pondría el único pero. No por él, sino por aquel pequeño grupo de secuaces que me sacan de la película con sus collares electrónicos. La credibilidad estaba salvaguardada con el principio del viaje iniciático con la busca del paraíso, pero aun así los cancerberos me resultan un elemento de relleno para el segundo acto, que suele ser el más difícil de dominar por el cine americano de cuadrante. Y es que una vez eliminados los molestos antagonistas que conducen aviones (qué horror), el personaje de Muntz es sencillamente un reflejo de Carl, pero que ha tomado el camino equivocado por dejarse llevar por la ambición. Una especie de Anakin Skywalker que cayó en el lado oscuro y no tiene posibilidad de redención después del daño causado. También es fantástico ese desenlace en el que nuestro entrañable alter ego de Spencer Tracy (por mucho que la doble Ed Asner y también tenga cierto parecido física) tiene que elegir, equivocarse, y volver a valorar la vida antes que los recuerdos. Maravilloso en la misma línea el epílogo en el que sólo por casualidad del destino, nuestro protagonista pasa página y descubre que la vida no es aquello que imaginábamos cuando éramos jóvenes, sino lo que nos sucede mientras soñamos con inalcanzables aventuras. Maravilloso (en esta) el toquecito moralista insalvable en casi todo el cine americano que nos invita a creer en principios morales altruistas y universales de la amistad. En este caso, entran dentro de lo razonable que no me importa que nos vendan. Maravilloso en general un guión trabajado de Bob Peterson (también codirector) y Pete Doctor, que consiguen un tono de comedia entrañable marca de la casa, con escenas de acción muy bien resueltas en cuanto a la tensión y el ritmo, y secuencias que buscan la sensiblería explicita de las que también disfrutará el espectador medio.

Víctor Gualda.