En esta ocasión, por petición de nuestro “tu eliges” (y para que veáis que atendemos a vuestras sugerencias) le ha tocado la crítica a “Salvador”. Lo primero que me gustaría señalar, es que a pesar de que no me ha vuelto loco la película al menos le reconozco el valor de ser comprometida. Ya es hora de que se hagan este tipo de películas en este país y que los productores se mojen con algo que no sean meras comedietas de enredo sin interés.
En estos días se ha celebrado el treinta aniversario de la instauración de las primeras elecciones democráticas, que vinieron precedidas de cuarenta años de dictadura. Y es aquí precisamente donde se engloba esta película, en los últimos y agonizantes tiempos del franquismo. Salvador Puig Antich es un joven militante de una de las facciones que nacieron en estos años, el “Movimiento Ibérico de liberación”. Uno de los grupos que aparecieron como rebelión a un sistema opresor y caduco que tenía a este país anclado en el miedo y la ignorancia. Grupos probablemente necesarios en aquel momento, pero ahora, treinta años después la historia se repite a la inversa y alguno de estos grupos pervive y pretende anclarnos una vez más en un miedo que no tiene ya cabida en nuestra sociedad. Ojalá también en esta ocasión estemos a punto de ser testigos del fin de otro sinsentido.... pero eso es otra historia.
La estructura de la película está dividida en tres partes claramente diferenciadas. La primera cuenta la formación y alguno de los “atentados” del grupo del que forma parte Daniel Brull (Salvador) Esta parte esta rodada de forma semidocumental, con un montaje picado y una estética casi de videoclip. Bajo mi punto de vista, el director Manuel Huerga trata de introducirnos de forma precipitada en el grupo del que forma parte Salvador a base de estética y cortes de montaje. Lo único que consigue (al menos en mi caso) es que no me entere de quién es quién, de qué pintan en el grupo, de cuales son las motivaciones, más que por pequeñas pinceladas que no consiguen la identificación con el espectador y que como las películas que tratan de ser muy intensas durante toda la primera media hora acaben aburriendo y a mi particularmente deseando que se acaben.
Curiosamente cuando ya había tirado la toalla y pensaba que la película había sido sobrevalorada por crítica y por el festival de Cannes (estuvo en Sección Oficial) Llega la segunda parte de la película. Salvador Brühl es detenido y llevado a la cárcel. Y es allí donde conoce al carcelero interpretado por el actor argentino Leonardo Sbaraglia que paradójicamente, interpreta a un español cerrado y poco transigente. Entonces ocurre algo fantástico, la película se detiene. Tal vez por la imposibilidad física de salir de entre las cuatro paredes de la cárcel. Pero de repente cobra otra dimensión. El personaje ya no se mueve por motivos panfletarios poco explicados como en la primera. Los planos están más con los actores, con menos movimientos demasiado evidentes de cámara. Comienza a haber historia. El personaje de Sbaraglia va creciendo plano a plano. Brüll está fantástico en este duelo interpretativo y los personajes adquieren entidad propia dejando de ser personajes para convertirse en personas. Opuestas, pero personas. Completamente diferentes en ideología y en formación, pero complementarios. No contaré más por no destripar la película, pero estamos ante el mejor momento de la película.
La tercera se corresponde con la ejecución de Salvador con garrote vil, que le hace pasar a la historia como el último preso político “ajusticiado” por esta salvaje tortura importada directamente de la edad media. Este último tramo de película es el más emotivo. Después de que hemos conocido a Salvador somos capaces de identificarnos con él. Entendemos su drama. Y no sólo porque desde nuestra visión acomodada seamos capaces de entender que el franquismo fue una mala gripe que había que pasar (parafraseando a Sabina) Sino por lo que habíamos comentado. Porque hemos conocido a la persona y nos gusta. Nos identificamos con él. Entendemos que quería hacer y encima hemos conocido a su familia (especialmente a sus hermanas) que perfectamente podría ser la de cualquiera de nosotros. Mientras pasan los minutos esperamos que llegue un indulto. Que se estropee el aparato de tortura. Que le de un ataque al verdugo (que nada tiene que ver con el de Berlanga) Lo que sea pero que se detenga esta locura. Nada de esto sucede. El pasado ya está escrito y todo termina como promete la sinopsis de la historia. Con la muerte de Salvador. Atrás queda su sonrisa montado en una moto mientras fuma un puro. Imagen que probablemente jamás se borre del inconsciente colectivo de los que conocimos a Salvador Puig Antich a través de los ojos de Daniel Brühl.
Como nota discordante de la película decir que el final está alargado en exceso. Tal vez a la busca y captura de la lagrima fácil (imposible no llorar ante la injusticia, aunque sea por impotencia)... Pero como digo, una película comprometida que no trata de ofender a nadie, sino refrescarnos la memoria a todos los que vivimos en este tiempo, en el que lo que sucedió ayer ya no tiene valor ni importancia hoy... al menos hasta que algún político marrullero lo quiera utilizar para conseguir un puñado de votos utilizando el estúpido argumento de las dos Españas.
La estructura de la película está dividida en tres partes claramente diferenciadas. La primera cuenta la formación y alguno de los “atentados” del grupo del que forma parte Daniel Brull (Salvador) Esta parte esta rodada de forma semidocumental, con un montaje picado y una estética casi de videoclip. Bajo mi punto de vista, el director Manuel Huerga trata de introducirnos de forma precipitada en el grupo del que forma parte Salvador a base de estética y cortes de montaje. Lo único que consigue (al menos en mi caso) es que no me entere de quién es quién, de qué pintan en el grupo, de cuales son las motivaciones, más que por pequeñas pinceladas que no consiguen la identificación con el espectador y que como las películas que tratan de ser muy intensas durante toda la primera media hora acaben aburriendo y a mi particularmente deseando que se acaben.
Curiosamente cuando ya había tirado la toalla y pensaba que la película había sido sobrevalorada por crítica y por el festival de Cannes (estuvo en Sección Oficial) Llega la segunda parte de la película. Salvador Brühl es detenido y llevado a la cárcel. Y es allí donde conoce al carcelero interpretado por el actor argentino Leonardo Sbaraglia que paradójicamente, interpreta a un español cerrado y poco transigente. Entonces ocurre algo fantástico, la película se detiene. Tal vez por la imposibilidad física de salir de entre las cuatro paredes de la cárcel. Pero de repente cobra otra dimensión. El personaje ya no se mueve por motivos panfletarios poco explicados como en la primera. Los planos están más con los actores, con menos movimientos demasiado evidentes de cámara. Comienza a haber historia. El personaje de Sbaraglia va creciendo plano a plano. Brüll está fantástico en este duelo interpretativo y los personajes adquieren entidad propia dejando de ser personajes para convertirse en personas. Opuestas, pero personas. Completamente diferentes en ideología y en formación, pero complementarios. No contaré más por no destripar la película, pero estamos ante el mejor momento de la película.
La tercera se corresponde con la ejecución de Salvador con garrote vil, que le hace pasar a la historia como el último preso político “ajusticiado” por esta salvaje tortura importada directamente de la edad media. Este último tramo de película es el más emotivo. Después de que hemos conocido a Salvador somos capaces de identificarnos con él. Entendemos su drama. Y no sólo porque desde nuestra visión acomodada seamos capaces de entender que el franquismo fue una mala gripe que había que pasar (parafraseando a Sabina) Sino por lo que habíamos comentado. Porque hemos conocido a la persona y nos gusta. Nos identificamos con él. Entendemos que quería hacer y encima hemos conocido a su familia (especialmente a sus hermanas) que perfectamente podría ser la de cualquiera de nosotros. Mientras pasan los minutos esperamos que llegue un indulto. Que se estropee el aparato de tortura. Que le de un ataque al verdugo (que nada tiene que ver con el de Berlanga) Lo que sea pero que se detenga esta locura. Nada de esto sucede. El pasado ya está escrito y todo termina como promete la sinopsis de la historia. Con la muerte de Salvador. Atrás queda su sonrisa montado en una moto mientras fuma un puro. Imagen que probablemente jamás se borre del inconsciente colectivo de los que conocimos a Salvador Puig Antich a través de los ojos de Daniel Brühl.
Como nota discordante de la película decir que el final está alargado en exceso. Tal vez a la busca y captura de la lagrima fácil (imposible no llorar ante la injusticia, aunque sea por impotencia)... Pero como digo, una película comprometida que no trata de ofender a nadie, sino refrescarnos la memoria a todos los que vivimos en este tiempo, en el que lo que sucedió ayer ya no tiene valor ni importancia hoy... al menos hasta que algún político marrullero lo quiera utilizar para conseguir un puñado de votos utilizando el estúpido argumento de las dos Españas.
Víctor Gualda.
2 comentarios:
En efecto, Salvador es una película comprometida con un pasado no tan lejano (y tal vez con un presente muy presente, para qué nos vamos a engañar). También estoy de acuerdo en que la estructura de la película, encabezada por ese documental a modo de "por si no lo sabíais, este es Salvador, os lo presento" produce una sensación extraña. Y también de acuerdo en que el final de la película, esa infinita agonía que supone una muerte a garrote vil, puede ser susceptible de doble identificación. Por un lado, se puede pensar mal y decir que el director sólo pretendía atacar la fibra sensible del espectador de la manera más simplona. Por otro lado, podemos ser mejor pensados, y creer que, aunque la tortura se pueda presentar de forma implícita, lo cierto es que la forma explícita es la que nos pone un nudito en el estómago. La que nos hace apartar la vista de la pantalla y volver a colocarla para volver a apartarla, y así sucesivamente. La que nos deja constancia de que la tortura no es algo implícito, sino real. Y no es algo del pasado, sino más actual de lo que a veces nos conviene creer. Y sí, siempre habrá alguien que mire por el morbo de mirar, pero qué se yo, tal vez no sea descabellado utilizar la fuerza de lo visual para demostrar lo descabellado de la tortura.
Dejando a parte la estructura de la peli, a mi me ha llamado mucho (pero mucho) la atención el reparto y la interpretaicón. Creo que (valga la redundancia) salvando a Salvador (bendito Daniel Brülh!!!) y a nuestro franquista argentino, la intrepretación me ha resultado un pelín fofa... Trite se presenta la carta de actores/actrices doméstica si nuestro anarquista español es alemán (vale, sólo a medias...) y nuestro carcelero franquista es argentino...
No sé qué opina el resto.
Record d'un company
No gosaré parlar
en l'alta matinada
I odiaré els vostres ulls
fins el darrer moment
- i en la mort
El compány que em recordi
sabrà del dolor sinestre
- de les presons feixistes.
Sabrà de les vostres paraules
opressores i cruels.
M'assasinareu al matí
d'amagant però
i temerosos.
Perquè sabeu que el meu nom
no l'embolcallarà el silenci.
Perquè sabeu que el meu somni
no l'ofeguereu!
Aquesta llibertat,
que llavi a llavi,
passa a passa,
de mica en mica
us escapça el pas.
Por Salvador Puig Antich
(Y lo traduzco, claro...)
No me atreveré a hablar
en la alta madrugada
y odiaré vuestros ojos
hasta el último momento
- y en la muerte.
El compañero que me recuerde
sabrá del dolor siniestro
- de las prisiones fascistas.
Sabrá de vuestras palabras
opresoras y crueles.
Me asesinaréis por la mañana
a escondidas y temerosos.
Porque sabéis que mi nombre
no lo envolverá el silencio.
Porque sabéis que mi sueño
no lo apagaréis.
Esta libertad
que labio a labio,
paso a paso,
poco a poco
os corta el paso.
Sobre la peli, he de decir que no me gustó el trato que se hace del pasado político de Salvador... se muestran hechos, pero no se profundiza en las razones que había tras ellos, ni en los objetivos que perseguían. Tal vez eso no sea fácil en una película, pero es que uno se queda con la impresión de que Salvador pertenecía a una banda de delincuentes descerebrados.
El momento de la ejecución me pareció innecesariamente lacrimógeno, pero supongo que era necesario para darle un aire más trágico a la película. Con todo, yo hubiera preferido que no se hubiese apelado a la lágrima fácil.
Me gustó el personaje del verdugo... esa especie de palurdo que habla del tema como si se tratase de colocar tornillos en una cadena de montaje, como si la muerte de un ser humano no fuese más que una tediosa tarea que hay que completar sin darle mayor importancia.
Bueno, me despido ya, y lo hago felicitándoos una vez más por el blog. Seguid así.
Un abrazo para todxs.
Salud.
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