Por fin llegó la última producción del fantástico Scorsese, ese director que en sus últimas producciones ha perdido el pulso de la carrera que le ha convertido en un clásico incontestable, con la mayor producción de obras maestras en un solo hombre desde Wilder. Y es que su asociación con DiCaprio, desde mi punto de vista por cuestiones puramente de estrategia comercial, ha encontrado una nueva etapa en su cine, que afortunadamente avanza hacia una mejor puerto que como empezó. El aviador, Infiltrados, Gangs of New York, son películas ambiciosa que se quedaron en un quiero y no puedo, y que ahora encuentran una pequeña redención en otra obra menor, pero por encima de las tres producciones precedentes.
Y es que esta isla ha conseguido imágenes francamente desconcertantes, y eso es parte del alimento del cine. Imágenes que se quedan en el imaginario colectivo y que sirvan de referencia a los cinéfilos de futuras generaciones, igual que los clásicos lo son para el director de origen ítaloamericano. Tal vez la diferencia entre su “nuevo cine” y el “antiguo”, es el empeño en adaptar encargos, y la lejanía psicológica con los personajes. Se echan de menos aquellas interpretaciones de DeNiro, pero también el mundo que envolvía a los antihéroes que les hacia cercanos y viejos conocidos. El talento del escritor Lehane es obvio y se ha convertido en el referente de cabecera del cine negro y policiaco. Las tramas son densas y las atmósferas inquietantes, sus personajes solventes y creíbles aunando el clásico detective con las nuevas tendencias literarias, incluso la adaptación mediana (que no mediocre) del desconocido Laeta Kodogridis encaja en el último cine del director, a pesar de meterse más en harina en el subgénero policiaco con cierto aire a serie B. Aun así sale bastante bien parado a pesar de los bajones de ritmo que sufre el metraje, y la falta de mano de Scorsese para manejar el suspense que debería acompañar a la tensión dramática.
Y es que el director se mueve bien en la distancia corta del drama, y se nota su pasión por el cine de género, pero en las partes que debería mandar el suspense nos quedamos sólo con la inquietud y desasosiego del policía que va perdiendo su identidad. Esa parte en la que el espectador debe sentir que su propia estabilidad psicológica se tambalea y pierde la noción de la realidad está solo conseguida a medias, pero hay que reconocer que es aquí donde obtiene las mejores imágenes. Me quedo con alguna de las secuencias oníricas con su mujer fallecida, a pesar de que los flash-backs centrales ralentizan una película ya de por si larga (casi dos horas y media), pero me atrapan los saltos en la línea argumental injustificados como la bajada del desfiladero (alucinación y realidad se confunden), con la secuencia de las ratas y el personaje guía, casi fantasma de la imaginación del protagonista que nos explica que todo lo que pasara será fruto de la manipulación de nuestra mente. Me quedo con la sensación de angustia que planea todo el film, con los personajes manipuladores y cerrados fantásticamente interpretados (aunque no desarrollados) de Ruffalo, pero sobre todo con Kingley y el posible nazi Von Sydow. Me quedo con el giro que supone la vuelta de tuerca del plan de Dicaprio-Daniels que le convierte de golpe de verdugo a víctima atrapada. Me quedo con un desenlace que hace concesiones al espectador-lector y termina con la impresión que todo es un plan maestro, en vez de dejar el desasosiego que produce ser víctimas de nuestros propios pecados (por cierto que el director introduce la culpa como base del desequilibrio del protagonista, responsable indirecto de la muerte de su mujer (indirectamente primero, y directamente en el nuevo destino)
La tortura sicológica de los nuevos personajes de Scorsese se mueve en la delicada línea de la credibilidad, y en esta ocasión la balanza se decanta por un buen desarrollo, lo que demuestra la evolución de un DiCaprio que crece con los años, aunque todavía le falta acumular experiencia para darles el peso de su predecesor en el cargo, que curiosamente ha tomado el camino inverso. Una película para ver al menos dos veces y apreciar los detalles éticos y estéticos de esta Shutter Island.
Víctor Gualda.