miércoles, 17 de febrero de 2010

INVICTUS


Me resulta difícil valorar esta película que en su estructura narrativa resulta tan poco convencional. No se trata de un biopic al uso en el que seguimos la biografía del personaje y debemos entender como las pequeñas anécdotas secuenciadas forjan el carácter de un personaje histórico. En el caso de Invictus, partimos de la base de que el espectador en mayor o menor medida sabe algo de Mandela. Por si acaso, y sin entrar demasiado en rasgos personales, unas secuencias semidocumentales nos explican el proceso que lleva desde la salida de la cárcel, pasando por las elecciones que le convierten en presidente de Sudáfrica y su obsesión por integrar a negros y blancos para sacar el país adelante social y económicamente. Hay que dejar atrás el apartheid, y la imagen es tan importante como la intención.

Es aquí donde entra el deporte a formar parte de la estrategia política. El equipo de rugby de Sudáfrica, compuesto casi en su totalidad por blancos esta sufriendo una crisis, y los detractores negros pretenden eliminarlo. A fin de cuentas un nuevo orden preside el país y la revancha sobrevuela en el ambiente. Matt Damon interpreta a Francois Peinar, capital del equipo, un blanco pintado como integrador, que se convierte en cómplice de las aspiraciones del presidente, que no son otras que las de convertir al equipo en un símbolo de la reunificación del país. Una bandera a la que seguir en el futuro campeonato que se celebrará en Sudáfrica.

Sin extenderme en el argumento, Eastwood combina a la perfección dentro de una trama adaptación del libro de John Carlin “El factor humano”, que no está novelado, y dota de estructura cinematográfica para que entendamos que Mandela es un hombre de estado. Personaje positivo sin doblez, igual que el capitán del equipo, entienden que no hace falta dar peso a las personalidades si no es con una función de que la trama/historia avance. Sólo unas pinceladas siempre positivas, para mitificar al personaje ya mítico por sus acciones. Mandela es conciliador, trabajador hasta la extenuación, comprometido, carente de rencor pero con mano firme, y porque no, manipulador (curioso que en el rostro de Morgan Freeman hasta esta peculiaridad se convierta en algo positivo).

Es entonces cuando pasamos a lo que siempre acabamos criticando en este blog de las películas de Eastwood. Para llevar a cabo sus planes, necesita al hombre blanco salvador mesiánico, que tiene en su mano el futuro para salvar “la humanidad”. Tal vez con carisma, pero sin ningún rasgo de duda, el capitán toma el relevo para cumplir su misión. No se cuestiona su labor, no importa enfrentarse a los suyos. Tiene una misión que cumplir y lo hará pese a quien pese. Para mostrar la dualidad, el recurso favorito de Eastwood, luchar contra las convenciones morales de la familia, el suave antagonista cercano que aprieta pero no ahoga.

Con todos los elementos sobre la mesa, y pese a la ambigüedad de las relaciones entre protagonistas, unas secuencias para ablandar corazones pétreos. La celda real donde Mandela pasó cerca de treinta años, alguna frase maniquea para ensalzar la emotividad, y último bloque imprescindible para dotar del mayor heroísmo posible. El campeonato lleva al equipo de Sudáfrica a la final contra el equipo neocelandés. La realidad se apodera de la ficción, ya no hay especulaciones y es en el campo donde nacen los mitos. Es entonces cuando Eastwood acerca la cámara más. El espectador debe sentir que el barro le ensucia. Dos horas y media para alcanzar el éxtasis tan complicado de transmitir. Da igual que te horrorice el rugby. Es un deporte de contacto físico, una batalla en el campo que sólo puede ganar uno, y que servirá de escaparate mundial para trasladar a otra orbita algo que muchas veces está politizado pero que en este caso y en muchos otros une. El deporte.

Me quedan las dudas de si la historia ocurrió así, o fue al contrario, Mandela tal vez vio la oportunidad cuando la cosa se estaba fraguando, desde luego resulta una jugada maestra que extraña por la falta de ambivalencia de los personajes. Me resulta inaudito que personajes reales no tengan defectos. Me paso con Harvey Milk, y me vuelve a pasar ahora. Lo que si es cierto, es que la asociación de Eastwood con Freeman vuelve a dar resultado. Atención además al acento de este Mandela que se convierte en Freeman, muy trabajado y que junto a ese carisma tranquilo que desprende, le vale la nominación a los Oscar

Víctor Gualda

1 comentario:

Ricardo Fernández Blanco dijo...

Estoy de acuerdo, compi, y en la parte criticona te diré que podría llegar a pensar lo contrario, que Mandela le manipula y que el blanco tiene algunas luces apagadas. No puedo dejar de pensar en el Gran Torino, el blanco se sacrifica, es verdad, pero quienes le empujan a ese sacrificio siempre son los "diferentes". Me gusta pensar que el viejo Clint sabe lo que está queriendo decir...