miércoles, 16 de diciembre de 2009

NARANJOS EN FLOR - LA VIDA ANTE SUS OJOS

Dos películas recientemente editadas más por el peso de sus actores que por el peso de sus argumentos. La argentina “Naranjos en Flor” una serie B con todas las de la ley, y “La vida ante sus ojos” un telefilme también con argumento un tanto serie B. Ambas más pretenciosas que lo que realmente ofrecen, pero ambas entretenidas una vez desechadas las aburridas superproducciones de efectos. Dos películas para experimentar y ver casi simultáneamente.

Por un lado la argentina con un argumento que recuerda a las novelas negras de aeropuerto, conducida por una actriz tan impostada como poco creíble, Maria Marull, reforzada además su ya de por si poca credibilidad con una voz en off explicativa. Malena-Marull es una sicoanalista justiciera entrometida que se mete ella sola en un lío con asesinato de por medio, al tiempo que trata de encontrarse a si misma. Las buenas acciones no tienen recompensa en los barrios bajos, y su sentido de culpa la introduce más en el charco… aunque le ayuda a conocer mundo. Mientras tanto en la peli americana un juego continuo de flash-backs que despistan y una introducción también con posible asesinato, aunque este más elaborado y mucho mejor contado, creando incertidumbre nos introduce en la vida de Rachel Evan Word-Uma Thurman-Diana. Al parecer los efectos de lo que sucedió en el high schooll son arrastrados a su (en el futuro) matrimonio perfecto. Al menos aunque el ritmo y la repetición para situar al espectador son lentos, todo indica que será una cuestión de paciencia que la situación explote. La tensión contenida es una forma como otra cualquiera de retener al espectador ante la pantalla.

Una vez presentada la situación, los Naranjos en Flor introducen el resto de los elementos de la trama. La mujer del desaparecido (Dalia Elnecavé), y sobre todo a Eduardo Blanco, un actor para causas mayores, como ya vimos en películas anteriores, pero que le da lustre a un personaje de policía ambiguo que recuerda poderosamente a los patrios de décadas precedentes de nuestra propia historia (¿será por ser coproducción?). Un extraño placer este de reconocernos en otras cinematografías que nos recuerda que estamos emparentados con ellas más allá de la peculiaridad de llamar al personaje Sabina, Sabinita, que se utilicen estrofas de sus canciones como diálogos o aparezca el propio músico cantando en pantalón de pijama. Está claro a estas alturas que la sosa protagonista, por mucho que se cambie de peinado y acorte sus faldas, esta destinada a caer en los brazos del atípico seductor, así que nada sorprendente bajo el horizonte cuando llegan las escenas de cama setenteras que mandan en todo el segundo acto de película.

Mientras tanto en la vida ante sus ojos nos dedicamos a conocer a las dos jóvenes protagonistas (hay otra actriz coprota que hace de amiga, Eva Amurri). El antagonismo de sus personalidades para reforzar la de la futura Thurman y que entendamos e interpretemos que arrastra trauma de lo que ocurrió frente a un arma semiautomática en un baño del instituto. Es curioso en este film que los acontecimientos se multiplican pero sin variar el ritmo interno del relato. Por mucho que suceda, por muchos precedentes que marque lo que será el desenlace, tenemos la sensación de inamovilidad, que es reforzada machaconamente por la repetición. A estas alturas me preguntaba cual sería la sorpresa que me esperaba, porque no puede ser casual tanto énfasis en una secuencia que sin variar el punto de vista (como hizo en Elephant Van Sant) y el tiro de cámara asistamos una y otra vez a la misma situación.

Llega el tercer acto de ambas películas, y nada nuevo en el horizonte argentino. Me pregunto si no será impostado el defecto constante de la fotografía, la imagen sucia y cutre, el montaje de colegio que edita las secuencias sin ninguna elipsis ni siquiera en los inicios y finales de la escena, produciendo un efecto teatral, reforzado además por cortes y fundidos a negro para volver al mismo sitio (no veía algo así desde principios de los noventa) prefiero pensar que el director y guionista Antonio Gonzalez Vigil tal vez intente crear un vinculo con el espectador utilizando recursos anticuados, antes que pensar que alguien se lo encontró por la calle y le propuso hace una peli, porque el desenlace que trata de jugar a la sorpresa es tan previsible y burdo que no pude dejar de reír. Mientras tanto en la otra pantalla, por fin llegan los sobresaltos. Aquí si que tengo que reconocer que me pillaron. El desenlace es tan peregrino y absurdo que sólo hay dos opciones: Creer en Dios y pensar que levanta la película de golpe, o apostatar, soltar un “venga ya” y mandar a la mierda el DVD. Tomaré la primera opción porque estoy convencido que sin ser del todo original (no puedo dar pistas por si veis la peli), la vuelta de tuerca que da el guión de Emil Stern (novela de Laura Kasischke), será aprovechada por un director que no juegue al melodrama y aproveche el efectismo para reforzar un argumento sólido, no para basar la verosimilitud del film en las ganas de que sea plausible y del acierto (que lo tiene) el montaje.

Como dije al comienzo, un dos por uno en serie B, que tiene más encanto que la otra serie B, la de robots que se convierten en coches, humanos que se convierten en robots, o cuerpos especiales que no se sabe para que sirven más que para incentivar el ese pequeño fascismo propio de épocas de recesión.

Víctor Gualda.

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