lunes, 21 de diciembre de 2009

SEVEN

En realidad creo que ya se ha dicho todo de esta película que con los años se ha convertido en un referente de los thrillers, y como algunos dicen, un clásico moderno. La reedición después de años descatalogada es lo que me ha animado a revisarla. Se trata de una gran película que consigue mantener el interés gracias a un guión sólido, y a una peculiaridad poco corriente en el cine made in Hollywood, un final negativo aunque coherente con el desenlace. Afortunadamente la película se pudo realizar como la conocemos a pesar de las presiones de algunos ejecutivos para cambiar todo el final, que la hubiesen convertido en otra película de psicópatas del montón.

A lo largo del metraje dos policías (Pitt y Freeman) lucharan por encontrar y detener a un enemigo invisible que siempre va por delante. Este es uno de los aspectos más interesantes del film. Fincher consigue crear la falsa impresión de que estamos ante una película llena de violencia y acción, pero no es cierto. Hasta más de mediado el metraje no hay una sola secuencia dinámica en la que los protagonsitas están a punto de cazar al “malo”. Y aun así, cuando esta se produce el personaje de Pitt es “perdonado” porque le espera un destino predeterminado por el asesino que ejerce de dios. Hasta este momento el director ha conseguido algo realmente complicado; mediante escenas estáticas crear una atmósfera envolvente a través de los escenarios de los crímenes o fotografías de los muertos. La película en este primer tramo está dominada por la estética que consigue una atmósfera opresiva y oscura a lo largo de una semana, y que lleva a hacer pensar al espectador que Nueva York (cuyo nombre no se menciona) es una ciudad apocalíptica directamente emparentada con el drama seguro.

Pero está a punto de llegar el momento culmen del tercer acto que hace esta película especial, la autoentrega del psicópata (dicen los expertos que los psicópatas siempre buscan que les acaben pillando) aquí justificada por el guión. A estas alturas quedan dos pecados capitales, la envidia y la ira. El personaje interpretado por Kevin Spacey es detenido y quiere llevar a los policías al lugar donde están los dos muertos que aun quedan. Fantásticos los monólogos de Spacey que con unos sencillos primeros planos en el coche desarrolla toda su teoría de la conspiración mientras la trama juega con la tensión y a la intranquilidad de descubrir como se resolverá la situación. Además funciona a la perfección porque uno de los picos climáticos ha sido en la comisaría, así que el necesario “descenso” del ritmo se aprovecha para presentar y desarrollar al psicópata sobre el que se han creado expectativas tras cada asesinato. Por vez primera el espacio se desarrolla fuera de esa babel que resulta la oscura y gris ciudad (aunque las torres eléctricas y el paisaje desangelado no son precisamente reconfortantes). La llegada de la caja que trae un mensajero producirá un desenlace inesperado y duro que deja pegado al espectador al sillón.

Y es que la clave en este tipo de películas en las que el punto de vista principal lo domina el policía que persigue al asesino, está en mantener el mayor interés posible sobre él. En otros thrillers de la misma altura como “Hunter” de Michael Mann (primera película precursora de “El silencio de los corderos” basada en el libro “El dragón Rojo”) el asesino aparece antes para crear la tensión en el espectador de si el buen policía será capaz de atraparlo, y hasta que punto el antagonista está loco. De esta forma tememos por nuestro protagonista y el guión juega con el suspense y la incertidumbre del peligro cercano. En el caso de “Seven” el suspense se condensa justo después de atraparlo (se ha utilizado la sorpresa, pues se entrega) y esto genera la tensión de saber “qué” oculta el asesino. El discurso sobre la excusa moral de los pecados capitales no tiene mayor interés que el de crear un móvil para el asesino y al tiempo un estilo estético y una atmósfera.

Los actores están además a un nivel extraordinario. El joven Pitt se desenvuelve a la perfección en el papel de pardillo recién llegado que necesita autoafirmarse, pero gracias a la subtrama de su mujer (imprescindible para que funcione el desenlace) nos acerca al personaje de Gwyneth Paltrow y hace que nos identifiquemos, el personaje del detective se humaniza y se despega del estereotipo, lejos del sencillo buddy movie con el que arranca el metraje. También temporalmente está muy bien desarrollada la trama, con pequeños matices a lo largo de las dos horas y dentro de secuencias que hacen avanzar la acción sin entorpecer el metraje (como le pasa habitualmente a Mann por ejemplo). Con todo el interés generado sobre los protas, sus situaciones personales, y el desarrollo de la trama; la caja de cartón cuyo contenido imaginamos (lo que produce un mayor desgarro psicológico) hace que el espectador se ponga en el lugar de Pitt, y apretase el gatillo el mismo si tuviese la ocasión. Fantástico final negativo, para una fantástica película que supuso un cambio en la manera (al menos estética) de rodar los thrillers, y que de momento no ha sido superada ni por el propio Fincher en su siguiente película con caza al psicópata; “Zodiac”.

Víctor Gualda.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Víctor, no estoy de acuerdo con tu visión del personaje de Pitt. ¿Pardillo? La escena que más me gusta de toda la peli es la que tiene lugar en un bar. Freeman y él tienen una charla al margen de la trama que no tiene desperdicio. El (¿falso?) escepticismo extremo de Freeman choca con la falsa inocencia ("You can´t afford to be this naïve", le dice Freeman) de Pitt, que le enseña algo clave cuando parece que su opinión acerca de la naturaleza del hombre es invariable.

Creo que nunca se dice qué ciudad es porque podría ser cualquier metrópoli. No lo recuerdo, pero creo que no hay ninguna escena filmada en NY.

Un abrazo.

El culero.

Anónimo dijo...

Ok, es probable que tengas razón. Sencillamente me parecía que el personaje de Pitt era un pardillo por varios motivos. Uno; la actitud condescendiente de Freeman (más que escéptica) que se erige en protector y mentor del recién llegado, mientras un Pitt con experiencia (él mismo dice que lleva, creo recordar, nueve años en homicidios de otra ciudad) es ambicioso (que no tonto) pero imprudente, y eso le hace ser descuidado ante lo que la city le va a ofrecer, lo cual le convierte en pardillo. Dos; La fantástica secuencia en la que Freeman va a cenar y cuando todo empieza a vibrar Pitt le explica como el vendedor de la casa les engañó con el metro (secuencia que para cualquiera que haya tenido que alquilar, le corona como pardillo).

En cuanto a que se trata de Nueva York es cierto que no se nombra y puede ser cualquier gran ciudad, pero el guionista explicó en su momento que el guión lo escribió durante una estancia allí que para él fue una pesadilla y que fue precisamente su visión de NY lo que le motivó para escribirlo... aunque eso si, ignoro donde se rodó.

Otro abrazo de vuelta bien fuerte,
Víctor.