jueves, 4 de marzo de 2010

CORREDOR SIN RETORNO


Después de "Shutter Island", merece la pena repasar "Corredor sin retorno". El clásico de Samuel Fuller que junto a las películas de Tourneur parece han servido de inspiración a Scorsese. Fuller es un clásico moderno, un director que con pocos medios construye una película brutal y un tanto fuera del sistema tradicional. Destacar la fantástica trama con algo así como una estructura domino, consistente en que cada pieza va dando paso a la siguiente.

Como muestra el botón que supone la primera secuencia. Una aparente sesión sicológica abre paso a nuevos personajes en plano, avanzando a nuevas situaciones. Las conclusiones del primer plano cambian paso a paso hasta el último de la secuencia con algunos de los personajes principales de la trama. El psicólogo, el jefe de nuestro protagonista, la novia de este. Todo ello para dar paso en cada nueva escena a una nueva verdad que evoluciona inexorable. La repetición nos guía para ingresar con nuestro periodista. Pero ¿qué pinta un periodista ingresado voluntariamente en un psiquiátrico? Siguiente pieza que derriba una nueva frontera a través de la que conoceremos la trama. Un reportaje de investigación requiere meterse en harina, y la mentira conducirá a involucrar a nuestro héroe poniendo en peligro su propia integridad.

Es a partir de este momento cuando se vuelve más convencional la trama. Ya sabemos cual es el conflicto que tendremos que resolver. Las entrevistas con los distintos enfermos irán dando datos poco a poco hasta dar con la clave final. Por el camino algunos personajes entrañables, violentos, víctimas de ellos mismos y de una sociedad que oprime al diferente. Crítica social fantástica tanto en esa parte que se dedica a la prensa sensacionalista, demasiado pendiente de premios y reconocimiento, como la muy destacable en la piel del negro que se cree blanco y del ku-klux-klan. Su color multiplica por cien el efecto de lo absurdo. Si sobrecogedoras resultan las deficiencias de los protagonistas, el gran mérito del film está en la evolución nuestro guía hasta acabar afectado. Se trata de una crítica descarnada a los méritos de un sistema obsoleto, que denuncia prácticas abusivas de la época como los baños helados, electroshock o lobotomía por prescripción facultativa. Un cuerdo puede acabar tan mal como los verdaderos enfermos por una praxis equivocada.

Pero la película está repleta de imágenes evocadoras, fantástica la introducción de las imágenes en color de estilo documental que suponen un salto narrativo que provocan un distanciamiento entre realidad y ficción que nos hace más consciente. Desconozco la intención de Fuller, pero el efecto que me produce la introducción de esas imágenes es el mismo que los juegos de Scorsese entre la realidad y la nueva realidad adquirida. También quiero destacar el sencillo efecto de las pesadillas que reproduce a Cathy (Constance Towers) como falsa hermana que afecta la estabilidad de Barret (Peter Breck). Otra curiosidad; si en Vértigo casi nadie recuerda cual el motor que arranca la trama (¿o acaso tú si?), pero que se desvía y acaba desapareciendo para contar la historia de una obsesión, en “Corredor…” sucede algo similar, aunque en ningún momento se pierde de vista el fin último, el desenlace que mueve al personaje se pierde (más bien pierde importancia) y sólo se utiliza como elemento de suspense.

Una película en definitiva para revisar por lo sobrecogedor de algunas imágenes. De lo único que me atrevo a renegar es de esa voz en off del sobreactuado Breck, que ralentiza el ritmo y aporta muy poco a los avances de la trama, y que sencillamente sirve para distinguir entre los momentos cordura y los de locura, pero hablando de imágenes iconográficas que hablan más que mil palabras, destacar ese pasillo infinito que separa el mundo real del paralelo y que da nombre al film. “Corredor sin retorno” hay que revisarla con la inocencia de una película del 63, prescindiendo del ritmo actual, pero sin olvidar la cruda realidad que esconde entre los muros de sus decorados.

Víctor Gualda.

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