La película de Robert Mulligan de 1972 resulta una rara avis con una capacidad de enganche que pocas veces me produce el género de terror. Pero no se trata este de un terror que se recrea en el mal gusto, sino que lejos de ello explota el lado más dramático de la psique del individuo, para crear situaciones perfectamente verosímiles. Así la película se podría situar sin ningún complejo en la categoría de película dramática gracias a la inestimable aportación de Uta Hagen, con las dosis suficientes del llamado terror psicológico, maravillosamente ampliado por la caja de resonancia de la banda sonora de un Jerry Goldsmith involucrado en un proyecto aparentemente menor, pero que no tiene desperdicio.
Además de la aportación de Hagen, me gustaría destacar la interpretación de los gemelos Martín y Chris, que con esa mezcla de miedo e inocencia son capaces de trastornar al más pintado. De hecho es fácil caer en el tópico de pensar que ambos actores son el mismo. Pero la clonación digital no se estilaba aun en la época, y aunque rara vez comparten plano, los Udvarnoky trasmiten unas sensaciones que van desde Jekill y Mr Hide de Stevenson hasta el Goliadkin de Dostoievski, abriendo una amplia gama de registros. Tal vez a estas alturas y con las referencias que tenemos en la actualidad, la sorpresa no sea tan grande como debió serlo a principios de los setenta. Ahora es fácil apuntarse al carro de la obviedad, pero estoy convencido que los espabilados directores actuales (entre ellos Amenabar) han bebido directamente de estas fuentes, y es que hacer referencia a “El final de la escalera”, “La profecía” o “La semilla del diablo” es más fácil que la evidencia de la influencia de esta pequeña obra maestra.
Lo que más turbación me produce es que la película huye de los típicos y tópicos decorados que incitan inconscientemente al miedo. La granja en la que se desarrolla el metraje parece el lugar idílico en el que a todos nos gustaría vivir... al menos una temporada. La luz, la música, el riachuelo, la familia son elementos que tienen su encanto. La película está basada en la novela del escritor de género Tom Tryon que firma además el guión, y desconozco si el planteamiento es el mismo, pero ha conseguido un libreto que tiende voluntariamente a ir creciendo con el paso de los minutos, de forma que pocas veces he visto en este extraño arte, que en apenas hora y media es capaz de darle la vuelta a cualquier situación. Así lo que en principio parece un sueño paradisiaco, se transforma en una pesadilla hasta el momento de clímax. Pero es que además, lejos de conformarse con el momento climático del necesario descubrimiento, Mulligan da un doble salto mortal antes de finalizar la película, demostrando lo poderoso que puede llegar a ser el lado oscuro. Los hechos se precipitan hacía lugares siempre peligrosos y pocas veces explorados en la narrativa cinematográfica, involucrando a un recién nacido justo antes de un desenlace, que a pesar de lo previsible, nos hace dudar de la identidad del hermano que se asoma a la ventana. Porque si es cierto que el fuego sirve para espiar los pecados, no necesariamente son los del principal involucrado, sino los de aquellos que los alentaron... aunque fuera con la buena intención de proteger a los inocentes (madre mía, por no querer desvelar nada, lo bíblico que me quedó)
Lo cierto es que estamos ante una gran desconocida que debería tener su sitio en los altares del cine, pero el terror (aunque no sea específico) es casi siempre considerado un género menor. Desde aquí reivindico el buen cine. Aquel que no entiende de géneros o números y que aporta sensaciones. Eso que resulta que siendo el fin último, rara vez se consigue.
Víctor Gualda.
Además de la aportación de Hagen, me gustaría destacar la interpretación de los gemelos Martín y Chris, que con esa mezcla de miedo e inocencia son capaces de trastornar al más pintado. De hecho es fácil caer en el tópico de pensar que ambos actores son el mismo. Pero la clonación digital no se estilaba aun en la época, y aunque rara vez comparten plano, los Udvarnoky trasmiten unas sensaciones que van desde Jekill y Mr Hide de Stevenson hasta el Goliadkin de Dostoievski, abriendo una amplia gama de registros. Tal vez a estas alturas y con las referencias que tenemos en la actualidad, la sorpresa no sea tan grande como debió serlo a principios de los setenta. Ahora es fácil apuntarse al carro de la obviedad, pero estoy convencido que los espabilados directores actuales (entre ellos Amenabar) han bebido directamente de estas fuentes, y es que hacer referencia a “El final de la escalera”, “La profecía” o “La semilla del diablo” es más fácil que la evidencia de la influencia de esta pequeña obra maestra.
Lo que más turbación me produce es que la película huye de los típicos y tópicos decorados que incitan inconscientemente al miedo. La granja en la que se desarrolla el metraje parece el lugar idílico en el que a todos nos gustaría vivir... al menos una temporada. La luz, la música, el riachuelo, la familia son elementos que tienen su encanto. La película está basada en la novela del escritor de género Tom Tryon que firma además el guión, y desconozco si el planteamiento es el mismo, pero ha conseguido un libreto que tiende voluntariamente a ir creciendo con el paso de los minutos, de forma que pocas veces he visto en este extraño arte, que en apenas hora y media es capaz de darle la vuelta a cualquier situación. Así lo que en principio parece un sueño paradisiaco, se transforma en una pesadilla hasta el momento de clímax. Pero es que además, lejos de conformarse con el momento climático del necesario descubrimiento, Mulligan da un doble salto mortal antes de finalizar la película, demostrando lo poderoso que puede llegar a ser el lado oscuro. Los hechos se precipitan hacía lugares siempre peligrosos y pocas veces explorados en la narrativa cinematográfica, involucrando a un recién nacido justo antes de un desenlace, que a pesar de lo previsible, nos hace dudar de la identidad del hermano que se asoma a la ventana. Porque si es cierto que el fuego sirve para espiar los pecados, no necesariamente son los del principal involucrado, sino los de aquellos que los alentaron... aunque fuera con la buena intención de proteger a los inocentes (madre mía, por no querer desvelar nada, lo bíblico que me quedó)
Lo cierto es que estamos ante una gran desconocida que debería tener su sitio en los altares del cine, pero el terror (aunque no sea específico) es casi siempre considerado un género menor. Desde aquí reivindico el buen cine. Aquel que no entiende de géneros o números y que aporta sensaciones. Eso que resulta que siendo el fin último, rara vez se consigue.
Víctor Gualda.
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