Me comentaba Juan Cavestany, el director de la película, que en realidad “Gente de mala calidad” no es una comedia. Él lo sabrá mejor, pero yo diría que lo es. Tal vez no la típica comedia española de enredo, sino algo mucho mejor, una comedia negra muy ácida que hace una radiografía con mala leche de la generación de los treintañeros. Aquellos hijos de la transición que nunca tuvieron claro lo que querían hacer con sus vidas, y ahora se enfrentan a la dura realidad de tener que buscarse la vida como puedan.
Cavestany no se ha cansado de repetir que es una película coral. Pero lo cierto es que toda ella pivota sobre el personaje interpretado por Alberto San Juan. Suyo es el arranque en el que descubrimos que malvive durmiendo en el coche, duchándose en el gimnasio, y prostituyéndose para sobrevivir. Tal vez como resultado de su “malavida”, decide volver a casa. Allí se reencuentra con la gente del barrio. Sus amigos de toda la vida.
En este punto el director y guionista ha dedicado un buen tramo de película en que los conozcamos a todos. Maribel Verdú, Francesc Garrido, Javier Gutierrez, Fernando Tejero, Antonio Molero, Pilar Castro y Carmen Ruiz completan el grupo. Lo curioso es que Cavestany ha conseguido crear unos personajes complejos, pero tal vez demasiado extremos. Cuando se entra en el mundo de este grupo, la “normalidad” no tiene razón de ser. Casi se impone el esperpento. No digo que los actores no hagan un gran trabajo. Todos están en el mismo tono, y se consigue que nadie desafine, que nadie este por encima de nadie, que nadie estropee el ritmo. Tal vez por tener el mayor número de planos, tal vez por que actor y director son viejos conocidos, San Juan destaca en un personaje que repite en sus últimas películas, y por supuesto borda. Pero también el resto del reparto es el mejor posible. La Verdú, que lleva años en estado de gracia y que acaba de recibir no se que mierda de medalla (cómo si le hiciera falta) es la que tiene una tarea más complicada. No recuerdo ninguna película en la que haya hecho un personaje tan diferente como este... y lo hace muy bien. Del resto del reparto, estamos más o menos acostumbrados. Todos parecen pertenecer a una especie de clan que se ha ido formando, amparados por la compañía de teatro Animalario y por el guionista David Serrano, que parece ser una especie de líder carismático junto a San Juan, y que en esta ejerce las veces de productor ejecutivo (un poco al estilo de Apatow en EEUU). Así que casi puedo decir que he echado de menos a Guillermo Toledo, otro habitual de la pandi.
Pero no todo es perfecto en esta comedia coral. Tal vez la falta de una línea argumental que vaya más allá del personaje de San Juan se hubiese agradecido. La película es una continuación de situaciones más o menos divertidas, pero llega un punto que tanto sketch y tan poca trama acaban cansando. Puede estar justificado por la falta de metas de los personajes, falta de ambiciones, por lo perdido que están algunos de ellos, tal vez porque el personaje de Alberto necesita llegar a un punto de no retorno que le ayude a aceptar quien es. Pero las situaciones no son lo suficientemente contundentes. Una de las reglas de la comedia, más la más ácida, es mediante la ironía desmenuzar a traves del humor situaciones, pero sin perder las perspectivas de la realidad que se critica. Y sucede, sucede en esta película en la penúltima secuencia. Pero es tan leve, y tan rápidamente suprimida por la imprevista llamada de Verdú, que el efecto dramático se pierde e intercambia por el asombro. El asombro de no saber si el desenlace es positivo y supone el cambio al que debe llegar el personaje de San Juan, o es sencillamente que la historia se repite y está predestinado a no poder salir nunca del bucle en el que está atrapado.
Cavestany, un guionista capaz de lo mejor ("Los lobos de Washington", y lo peor (“Salir pitando”) se estrena como director en solitario (ya codirigió “El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo”), y lo hace con muy buen pie (con el permiso de la taquilla) con esta comedia muy del estilo del colega Serrano, pero aportando algo que su compañero no ha sabido (o tal vez querido) encontrar; una acidez que recuerda a Todd Solondz, y que añadiendo una línea argumental más elaborada, augura un posible buen futuro para la pateada comedia patria.
Víctor Gualda.
Cavestany no se ha cansado de repetir que es una película coral. Pero lo cierto es que toda ella pivota sobre el personaje interpretado por Alberto San Juan. Suyo es el arranque en el que descubrimos que malvive durmiendo en el coche, duchándose en el gimnasio, y prostituyéndose para sobrevivir. Tal vez como resultado de su “malavida”, decide volver a casa. Allí se reencuentra con la gente del barrio. Sus amigos de toda la vida.
En este punto el director y guionista ha dedicado un buen tramo de película en que los conozcamos a todos. Maribel Verdú, Francesc Garrido, Javier Gutierrez, Fernando Tejero, Antonio Molero, Pilar Castro y Carmen Ruiz completan el grupo. Lo curioso es que Cavestany ha conseguido crear unos personajes complejos, pero tal vez demasiado extremos. Cuando se entra en el mundo de este grupo, la “normalidad” no tiene razón de ser. Casi se impone el esperpento. No digo que los actores no hagan un gran trabajo. Todos están en el mismo tono, y se consigue que nadie desafine, que nadie este por encima de nadie, que nadie estropee el ritmo. Tal vez por tener el mayor número de planos, tal vez por que actor y director son viejos conocidos, San Juan destaca en un personaje que repite en sus últimas películas, y por supuesto borda. Pero también el resto del reparto es el mejor posible. La Verdú, que lleva años en estado de gracia y que acaba de recibir no se que mierda de medalla (cómo si le hiciera falta) es la que tiene una tarea más complicada. No recuerdo ninguna película en la que haya hecho un personaje tan diferente como este... y lo hace muy bien. Del resto del reparto, estamos más o menos acostumbrados. Todos parecen pertenecer a una especie de clan que se ha ido formando, amparados por la compañía de teatro Animalario y por el guionista David Serrano, que parece ser una especie de líder carismático junto a San Juan, y que en esta ejerce las veces de productor ejecutivo (un poco al estilo de Apatow en EEUU). Así que casi puedo decir que he echado de menos a Guillermo Toledo, otro habitual de la pandi.
Pero no todo es perfecto en esta comedia coral. Tal vez la falta de una línea argumental que vaya más allá del personaje de San Juan se hubiese agradecido. La película es una continuación de situaciones más o menos divertidas, pero llega un punto que tanto sketch y tan poca trama acaban cansando. Puede estar justificado por la falta de metas de los personajes, falta de ambiciones, por lo perdido que están algunos de ellos, tal vez porque el personaje de Alberto necesita llegar a un punto de no retorno que le ayude a aceptar quien es. Pero las situaciones no son lo suficientemente contundentes. Una de las reglas de la comedia, más la más ácida, es mediante la ironía desmenuzar a traves del humor situaciones, pero sin perder las perspectivas de la realidad que se critica. Y sucede, sucede en esta película en la penúltima secuencia. Pero es tan leve, y tan rápidamente suprimida por la imprevista llamada de Verdú, que el efecto dramático se pierde e intercambia por el asombro. El asombro de no saber si el desenlace es positivo y supone el cambio al que debe llegar el personaje de San Juan, o es sencillamente que la historia se repite y está predestinado a no poder salir nunca del bucle en el que está atrapado.
Cavestany, un guionista capaz de lo mejor ("Los lobos de Washington", y lo peor (“Salir pitando”) se estrena como director en solitario (ya codirigió “El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo”), y lo hace con muy buen pie (con el permiso de la taquilla) con esta comedia muy del estilo del colega Serrano, pero aportando algo que su compañero no ha sabido (o tal vez querido) encontrar; una acidez que recuerda a Todd Solondz, y que añadiendo una línea argumental más elaborada, augura un posible buen futuro para la pateada comedia patria.
Víctor Gualda.
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