David Mamet no deja de sorprenderme. Director judío que hace alarde (sin ironías) de pertenecer a la tribu más inteligentes de su religión. Oscarizado. Con prestigio como guionista y dramaturgo, que además también escribe sobre técnicas de interpretación y últimamente ensayos sobre los entresijos de Hollywood. Consigue sorprenderme en su última película al descubrir que también es aficionado al Jiu Jitsu. No hay ninguna justificación, sencillamente uno se hace una imagen por la obra, pero no es suficiente para conocer al individuo.
En “Cinturón rojo” aprovecha su afición, para introducir una metáfora sobre el mundo del cine y las gentes que lo pueblan aprovechado el trasfondo de las artes marciales. Ya lo decía Borges “ya que el lector es también un crítico y prevé los artificios literarios, el cuento debe constar de dos argumentos; uno falso, y el autentico que se mantendrá secreto”. Pues Mamet que es un gran lector, sigue las pautas del subtexto. Pero para que no haya dudas de cuales son sus intenciones, da pistas con la crítica evidente en la piel de la estrella cinematográfica (Tim Allen, su mujer (Alice Braga), y su representante (Joe Mantegna) (capaces de gratificar una buena acción con un reloj robado). Luego refuerza su discurso por el hecho de que el protagonista Mike Terry (Chiwetel Ejiofor) no deja de ser un hombre justo que sigue creyendo en sus principios hasta las últimas consecuencias. Tal vez mis interpretaciones sean equivocadas. Pero después de leer “Bambi contra Gotzilla” me dio la impresión de que el director tenía cuentas pendientes con su profesión. Mejor dicho con los profesionales.
En cuanto a la estructura del guión, hay que reconocerle a Mamet su capacidad. Un texto sólido, con cierta nostalgia a las estructuras clásicas, que tal vez tenga el defecto de ser demasiado forzado en un arranque con demasiadas casualidades, pero que con el paso de los minutos va cogiendo cuerpo hasta funcionar como un bloque en el que el director no ha querido dejar flecos.
Decía que el arranque es un cúmulo de casualidades que andan de la mano. Los problemas por dinero y por la “moral” propia de Terry. La adicción de la abogada que sirve de motor de parte de la trama Laura Black (Emily Mortimer) (y que luego se diluye para dar pie a una historia subliminal de ridículo amor verdadero). La casualidad de que vaya a un garito para acabar salvando al actor que moverá la trama (Allen) y de paso presentarnos sus habilidades manuales intuidas pero no disfrutadas. Otra casualidad encadenada de los problemas del policía que recibe el reloj robado de rebote, que será de nuevo en el segundo acto un giro necesario para la motivación del protagonista… Es decir, un sin fin de circunstancias que si bien es fácil que se den en la vida real, en un guión es necesario administrar con cautela para no perder credibilidad.
Pero a pesar de todo lo anterior, el texto y la película pasan la línea de fuego y se afianzan con la subtrama del actor/estrella/cretino. Mamet se ceba en este punto. No deja títere con cabeza, y del lenguaje metafórico pasa a la crítica descarnada. Tiene además la habilidad de repetir la misma técnica hasta tres veces. Hace que el micromundo del protagonista parezca que llegue a una vía muerta de desesperación, le da un respiro ilusionante, para luego volver a meterle en aprietos cada vez más irresolubles. Sirva de antecedente la secuencia de presentación en la lucha en el tatami del policía, que se inicia justo cuando parece que se ha terminado. Lo mismo para el recurso de las bolas blancas y negra que se explica varias veces como anticipo al falso clímax del tercer acto para que quede clara la estafa.
Todo conduce a una resolución previsible en su forma aunque no tanto en su fondo, Hay algún código que se le escapa al espectador medio que hace perder tirón al desenlace. Lo que debiera ser un final tipo Karate Kid o Rocky, se queda diluido por la necesidad del director de trascender a lo moral. Una película con un combate final afianza las necesidades del protagonista con la pelea misma. Vencer restituirá su honor y empatizará con el espectador. Pero aquí la pelea de barrio lleva sobrepeso, y eso le quita la emoción del sentimiento mas puro aunque más sencillo.
En definitiva, Mamet crea un gurú, un héroe puro sin doblez. Pero es un personaje que no crece. Que es el mismo desde el principio hasta el final, con sus valores intactos. No el niño que se convierte en hombre o el hombre que se convierte en heroe. Una especie de ángel predestinado al triunfo en un mundo real de engaño en el que él no entra. Después de leerle y de verle, me pregunto si se considerará Mamet alter ego del protagonista.
Víctor Gualda.
En “Cinturón rojo” aprovecha su afición, para introducir una metáfora sobre el mundo del cine y las gentes que lo pueblan aprovechado el trasfondo de las artes marciales. Ya lo decía Borges “ya que el lector es también un crítico y prevé los artificios literarios, el cuento debe constar de dos argumentos; uno falso, y el autentico que se mantendrá secreto”. Pues Mamet que es un gran lector, sigue las pautas del subtexto. Pero para que no haya dudas de cuales son sus intenciones, da pistas con la crítica evidente en la piel de la estrella cinematográfica (Tim Allen, su mujer (Alice Braga), y su representante (Joe Mantegna) (capaces de gratificar una buena acción con un reloj robado). Luego refuerza su discurso por el hecho de que el protagonista Mike Terry (Chiwetel Ejiofor) no deja de ser un hombre justo que sigue creyendo en sus principios hasta las últimas consecuencias. Tal vez mis interpretaciones sean equivocadas. Pero después de leer “Bambi contra Gotzilla” me dio la impresión de que el director tenía cuentas pendientes con su profesión. Mejor dicho con los profesionales.
En cuanto a la estructura del guión, hay que reconocerle a Mamet su capacidad. Un texto sólido, con cierta nostalgia a las estructuras clásicas, que tal vez tenga el defecto de ser demasiado forzado en un arranque con demasiadas casualidades, pero que con el paso de los minutos va cogiendo cuerpo hasta funcionar como un bloque en el que el director no ha querido dejar flecos.
Decía que el arranque es un cúmulo de casualidades que andan de la mano. Los problemas por dinero y por la “moral” propia de Terry. La adicción de la abogada que sirve de motor de parte de la trama Laura Black (Emily Mortimer) (y que luego se diluye para dar pie a una historia subliminal de ridículo amor verdadero). La casualidad de que vaya a un garito para acabar salvando al actor que moverá la trama (Allen) y de paso presentarnos sus habilidades manuales intuidas pero no disfrutadas. Otra casualidad encadenada de los problemas del policía que recibe el reloj robado de rebote, que será de nuevo en el segundo acto un giro necesario para la motivación del protagonista… Es decir, un sin fin de circunstancias que si bien es fácil que se den en la vida real, en un guión es necesario administrar con cautela para no perder credibilidad.
Pero a pesar de todo lo anterior, el texto y la película pasan la línea de fuego y se afianzan con la subtrama del actor/estrella/cretino. Mamet se ceba en este punto. No deja títere con cabeza, y del lenguaje metafórico pasa a la crítica descarnada. Tiene además la habilidad de repetir la misma técnica hasta tres veces. Hace que el micromundo del protagonista parezca que llegue a una vía muerta de desesperación, le da un respiro ilusionante, para luego volver a meterle en aprietos cada vez más irresolubles. Sirva de antecedente la secuencia de presentación en la lucha en el tatami del policía, que se inicia justo cuando parece que se ha terminado. Lo mismo para el recurso de las bolas blancas y negra que se explica varias veces como anticipo al falso clímax del tercer acto para que quede clara la estafa.
Todo conduce a una resolución previsible en su forma aunque no tanto en su fondo, Hay algún código que se le escapa al espectador medio que hace perder tirón al desenlace. Lo que debiera ser un final tipo Karate Kid o Rocky, se queda diluido por la necesidad del director de trascender a lo moral. Una película con un combate final afianza las necesidades del protagonista con la pelea misma. Vencer restituirá su honor y empatizará con el espectador. Pero aquí la pelea de barrio lleva sobrepeso, y eso le quita la emoción del sentimiento mas puro aunque más sencillo.
En definitiva, Mamet crea un gurú, un héroe puro sin doblez. Pero es un personaje que no crece. Que es el mismo desde el principio hasta el final, con sus valores intactos. No el niño que se convierte en hombre o el hombre que se convierte en heroe. Una especie de ángel predestinado al triunfo en un mundo real de engaño en el que él no entra. Después de leerle y de verle, me pregunto si se considerará Mamet alter ego del protagonista.
Víctor Gualda.
2 comentarios:
Pese a que se trata de una variación más dentro del cine de Mamet,"Cinturón rojo" es necesaria,porque representa una concepción moral que si en otros tiempos pudo resultar reaccionaria, a día de hoy es sumamente revolucionaria.
Zero
Bi, no entiendo tu análisis del desenlace. ¿Kárate Kid o Rocky no trascienden también a lo moral? No creo que la historia de amor con Emily Mortimer sea ridícula, ¿no crees que queda suficientemente abierta como para no dar por hecho que es amor verdadero? Yo no habría canalizado tanto hacia la industria del cine esta película de no leer tu crítica. Me gusta el terreno por el que se mueve David Mamet, mainstream pero cañero (cañero sutil). Qué diálogos escribe. Larga vida a David Mamet, y que siga mostrándonos sus aficiones.
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