martes, 17 de febrero de 2009

LA CHICA DEL PUENTE

Entre esas películas que es necesario revisar cada cierto tiempo, ocupa un lugar destacado “La chica del puente”. Patrice Leconte, es un director que al igual que otros como Giuseppe Tornatore hicieron una película emblemática que en realidad ha sido un lastre para su carrera. Si en el caso de Tornatore es "Cinema Paradiso", en el caso de Leconte, es “El marido de la peluquera”. Y no es que reniegue de la indiscutible calidad de aquella, es que Leconte tiene títulos para mi imprescindibles como “Confidencias muy intimas”, “El hombre del tren” o el que nos ocupa.

Alejada de ese cine francés al que le gusta mirarse al ombligo y que trata de salir de las preocupaciones de salón burguesas, tan repetitivas en el cine del país vecino como la guerra civil en el nuestro, y tan estancado, por mucho que eludan a la ya clásica Nouvelle Vague, el cine de Leconte tiene la cualidad de crear personajes positivos, dispuestos a cambiar, en un mundo negativo que no les entiende o les rechaza. Es el caso del personaje de Vanessa Paradis. Una chica incomprendida que tal vez por inconsciencia, inocencia, o sencillamente porque “es así”, esta dispuesta a suicidarse porque no le encuentra sentido a la vida. Su objetivo es tan sencillo como difícil; Encontrar el amor verdadero, y para ello, esta dispuesta a darlo todo. El encuentro con el personaje de Daniel Auteuil, único actor fetiche el director, es casual. Llamémoslo destino, porque a partir de que él le tiende una mano, la vida de los dos comienza a cambiar.

Es maravilloso comprobar la extraña pareja que forman. La comunicación interpretativa que respiran los personajes que crean su propio mundo, alimentado de manera notable por la profesión de lanzador de cuchillos nómada de él, y el carácter impulsivo y desarraigado de ella. Como espectadores vamos a asistir a lo mágico de una relación imposible, a sufrir con y por ellos. El espectador lo ve claro. Se necesitan en todos los sentidos. Por ello esperamos impacientes el momento en que además de sus almas, también sus cuerpos se encuentren. Por eso necesitamos tanto como ellos que el giro de su separación sea una broma macabra del destino, y por eso sabemos que su punto de encuentro siempre estará en un puente. Tal vez como símbolo de un futuro mejor, la chica del puente nos invita a soñar, y a creer en una felicidad inalcanzable. Es una vuelta de tuerca más al argumento del amor, que parece ser uno de los temas que interesan y mueven al director, y que destila el sentido del humor cínico e inteligente que le hemos visto en otras producciones. Ese (no se si atreverme a denominarlo) realismo mágico que utiliza la tensión magistralmente en la secuencia de la sábana, o el simbólico en los pequeños cortes en la piel de ella, o en la secuencia casi orgásmica de la estación. Al efecto contribuye además esa fotografía en blanco y negro que pone distancia, pero paradójicamente nos muestra el mundo tal y como lo conocemos y la ficción posible, y que no resulta casual, ya que el director tiene experiencia sobrada (aunque no le conozca por ello) en el departamento de fotografía como operador de cámara.

Sin duda una obra referente de un director que creo que con los años será observado como el referente indiscutible de su generación.

Víctor Gualda.

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