viernes, 27 de noviembre de 2009

LA CORTINA DE HUMO

Tal y como recordaba, nos encontramos ante una película menor de un director menor (Barry Levinson). Al menos a nivel formal, aunque hay que reconocer que la idea es fantástica y probablemente pase de ficción a realidad con más frecuencia de lo que sospechamos. La idea es sencilla, y la estructura del guión de Mamet (novela de Larry Beinhart) más aun si cabe. El presidente americano ha tenido un desliz con una becaria a pocos días de las elecciones, y la noticia puede ser una bomba que lastre su reelección. Para estos casos hay un “resuelveproblemas” interpretado por Robert DeNiro que se encargará de crear una cortina de humo que convierta en noticia menor el suceso. Una vez presentado el conflicto y los personajes por parte del gobierno, De Niro y la casi desaparecida Anne Heche (paradójicamente por un “escándalo” de imagen), sólo falta buscar un productor que convierta la excusa en un producto para que el pueblo americano consuma.

Este personaje será interpretado por el histriónico Dustin Hoffman. El productor de Hollywood que convierta en realidad la ficción (me encanta la frase de DeNiro “-es verdad, lo he visto en la tele”) se encargará de crear la gran bola. Un trailer que distribuir por todas las televisiones del mundo en el que una presunta inocente albanesa (Kristen Dunst) cruza un puente con su gato blanco (el color del animal por expreso deseo del presidente) huyendo de las bombas. El espectador, que somos todos, no se plantea si lo que está viendo es un croma o una realidad. Lo echan en la tele, o sea que sólo puede ser cierto. Cuando la CIA, otro poder fáctico en EEUU con suficiente mano para la ficción y las conspiraciones se entromete, la ilusión está a punto de irse al traste, así que como nuevo giro interno y metalingüístico, se crea el héroe americano necesario. Ya lo decía Kirk Douglas en “El gran Carnaval”, si la desgracia le ocurre a un pueblo entero no surge tanto efecto como si el público se identifica con el individuo, así que para la gran mentira se necesita un héroe, aunque haya que buscarlo en al agujero más profundo del sistema.

Lo curioso y destacado de esta película además del trasfondo crítico, es el tono y el ritmo en el que está narrado. La película se puede dividir en dos tipos de secuencias. Los personajes desplazándose, sea en avión, coche o sobre todo andando, en busca del objetivo y dando ritmo a una película de otra forma muy estática, y los personajes viendo la televisión, sea en una mansión, en un bar o en un aparato portátil, como gran guru que hay que controlar. “Cortina de humo” es una comedia negra casi teatral en la que la caracterización de los personajes no sale del estereotipo y tal vez este sea su mayor defecto. Pero eso si, nos encontramos mala leche en casi cada secuencia, como el héroe americano interpretado por Woody Harrelson, o la venta de cualquier producto a partir del incidente, sean camisetas, zapatillas o discos…

Poco o nada importa que el final de la cinta sea absolutamente dramático, previsible, injusto y necesario. Que nos avise del peligroso manejo del poder que hacen los políticos. No importa que seamos capaces de reírnos de nuestra propia ignorancia. Lo que importa es manipular al votante para que crea que elige libremente. La democracia solo es sostenible si unos cuantos le sacan partido, parece querer decir la película. Lo que por cierto me da pie para recomendar el libro del periodista Daniel Montero recién editado “La Casta: El increíble chollo de ser político en España”. Un catálogo de despropósitos nada ficcionados que mantenemos con nuestros impuestos. Y es que si a veces sospechamos que unas noticias aparecen para tapar otras, que los partidos políticos se encaminan al late night show más que a las ideas, o que se utiliza el deporte como interés nacional para distraernos, lo innegable es que en el país de los ciegos, el tuerto es político.

Víctor Gualda.

domingo, 22 de noviembre de 2009

ROCCO Y SUS HERMANOS

Que el cine americano está en declive es evidente viendo sus últimos estrenos. Como muestra un botón. Acaban de editar en DVD la superproducción Transformers 2. Se gastan un pastón en efectos, alargando a dos hora y media una película con un argumento estúpido, unos actores mediocres, sin más trasfondo que el espíritu ultrarradical nacionalista yanqui, el efectismo de la destrucción, el moralismo barato que justifica la violencia, y con todos los medios que da el dinero, no son capaces de hilar un esbozo de sentido común. Lo gracioso es que detrás del absurdo Michael Bay, está el rey midas de la causa, el venerado moralista Spielberg. Acabé pasando la película a doble velocidad porque no había un solo dialogo que mereciese la pena. Lo curioso es que recuerdo haber leído en alguna entrevista que el productor/director americano era fanático de la nouvelle vague, y del neorrealismo. Así que contra la nada, mejor esta obra maestra del cine que es “Rocco y sus hermanos”

Aunque no es realmente una película neorrealista en el sentido purista de la palabra porque utiliza actores profesionales, y por otros motivos mas prejuiciosos como que Visconti es un reconocido aristócrata, (actitud clasista que arrastramos los que no pertenecemos a esta clase social), la idea de mostrar la realidad social de la Italia de la época está muy presente en el cine del director. En este Rocco, Visconti nos cuenta la historia de una familia de pueblo que emigra a Milán en busca de una oportunidad contra la miseria. El melodrama tradicional y la tragedia al estilo clásico se dan la mano para confundirse y crear una obra maestra atemporal que es un reflejo de lo que está sucediendo ahora mismo en cualquier lugar del mundo.

La estructura es sencilla pero efectiva, y ha sido utilizada hasta la saciedad. Primero la presentación con la llegada de la familia (tema fundamental del film) a la ciudad en busca del hermano previamente emigrado como referencia, nos da el tono, nos presenta a los protagonistas y nos habla de la situación en la que viven. Nos habla de la burocracia y de como la picaresca obliga a la supervivencia para obtener un piso en el que establecerse. Nos habla de la inocencia de los recién llegados, de la búsqueda de las oportunidades. Los cinco hermanos mantienen diferentes roles que a lo largo del metraje e irán evolucionando bajo el amparo del matriarcado. Mediante un crédito que anuncia el punto de vista principal, cada capítulo se centra en un hermano avanzando la trama, pero sin dar de lado al resto. La película nos habla de la sociedad, de cómo unos entran en las cadenas industriales, de cómo se establecen las relaciones personales, de los celos, de cómo otros se buscan la vida en algo que les de dinero fácil. Y es en este punto donde entra en juego el trío que se convertirá en protagonista.

Simone (Renato Salvatore) es el hijo rebelde, de buen corazón que tiene una oportunidad en el boxeo y se deja llevar, Rocco (Alain Delon) es una especie de Jesucristo bondadoso que está dispuesto a sacrificarse él mismo para ayudar a su hermano, y es que el trasfondo cristiano de la sociedad está muy presente a lo largo de todo el metraje. Como tercer vértice del triangulo, Nadia (Annie Girardot) una prostituta que también quiere cambiar, aunque en su intento arrastre a Simone al abismo. Ambos hermanos se convierten involuntariamente en antagonistas. Increíble la secuencia de la violación y la lucha entre hermanos. Cuando a uno le va bien, al otro mal. Simone avanza a paso firme hacia el infierno mientras Rocco lo hace al cielo. La empatía del espectador con los protagonistas se alterna entre los hermanos, y Visconti consigue una dualidad complicada: que el espectador cambie sus sentimientos a lo largo de la película, al tiempo que las circunstancias hacen cambiar a los protagonistas, y en cada tramo se identifique, o entienda, justifique, o le irriten las acciones de los hermanos.

El desenlace mantiene esa dualidad. Es pesimista pero esperanzador. En una secuencia maestra (de los mejores finales que he visto) El hermano que ha roto la endogamia familiar le explica al testigo mudo que es el hermano menor (y que tal vez represente al espectador) que en el futuro entenderá su acción, mientras se aleja para volver a la fábrica (como miembro de la sociedad en vez de la familia), mientras, el rostro de Rocco ocupa las portadas de las revistas en un kiosco como testigo mudo (ganador y perdedor al mismo tiempo) de lo que ha sucedido, y el chaval se aleja hacia el futuro que él mismo representa (la esperanza).

A nivel técnico e interpretativo la película alcanza cotas impresionantes. El trío protagonista está sencillamente espectacular. La música de Nino Rota acompaña todo el metraje dando el ambiente perfecto al drama. La fotografía en blanco y negro de Giuseppe Rotunno es brutal, con especial atención a la composición, y a esos primeros planos del ángel Delon que luego han sido imitados tanto por el cine americano. El guión a cinco manos, Cecchi d´Amico, Festa Campanile, Medioli, Franciosa el propio Visconti, basado en el relato de Giovanni Testori, tiene el don de mantener en todo lo alto una trama que se sigue con interés a pesar de las casi tres horas, además de trasmitir los sentimientos y el trasfondo social de la época. Todo el conjunto está tan equilibrado que después de ver esta película, cosas como Trasformers 2 pierden completamente el sentido... si es que en algún momento lo tuvieron.

Víctor Gualda

miércoles, 18 de noviembre de 2009

LA ULTIMA NOCHE

La idea original era ver la recién llegada “Mas allá de la duda” con Michael Douglas. La sorpresa de encontrarme un telefilm de dudosa calidad, con un guión previsible, una realización digital casi patética, y unas interpretaciones lamentables, duró quince minutos. Así que recordé que había dos peticiones en el blog para revisar un par de películas “La cortina de humo” y “La última noche”. La primera me resultó en su momento algo aburrida, así que me decidí por “La última noche”. Si el recuerdo que tenía era que se trataba de una buena película, después de volver a verla, puedo decir que se trata de un peliculón.

Lo primero que hay que destacar de Spike Lee, es que aparte de revindicar a los afroamericanos en sus films, es un gran contador de historias. Un tipo con un sentido de la narración casi literario que sabe imprimir su sello personal en la historia entregándose a los personajes, y utilizando la trama como medio en vez de cómo fin. Es decir, realiza películas comerciales y entretenidas, pero invita a reflexionar sobre los temas que plantea a través de los personajes (algo poco común en el cine made in Hollywood, demasiado preocupado en entretener). Sus películas son fáciles de contextualizar en momentos históricos concretos y hablan de los problemas que provocan en la sociedad a través del individuo. En este caso se trata de uno de los primeros dramas ambientados en Nueva York después de los atentados del 11 de septiembre, y el ambiente pesimista y desesperanzador sobrevuela todo el metraje, con un par de secuencias concretas, y en las actitudes de los protagonistas ante las situaciones personales que viven cada uno de ellos.

La trama sobre la que se sustenta este ambiente es sencilla y correcta. La información esta distribuida a lo largo de metraje sin precipitaciones, con una concepción de ritmo fantástica. Director y guionista (David Benioff) nos hablan de personajes. Sabemos a través de una secuencia de presentación que Monty (Edgard Norton) es un buen tipo que tiene tendencia a meterse en problemas. Conocemos a su novia (la espectacular Rosario Dawson, elemento racial del film) conocemos a sus amigos del instituto que aparentemente tienen poco que ver con él. Un corredor de bolsa tiburón agresivo y ambicioso (fantástico Barry Pepper) y un profesor de instituto Philip Seymour Hoffman reprimido y atraído por una alumna peligrosa, Anna Paquin. En los puntos de giro, y a través de flash-backs introducidos puntualmente, pero con muy buen criterio, recibimos la información que nos pone en situación. Todo se desarrolla a lo largo de una noche. La despedida de la vida/libertad obliga a poner las cosas en su sitio. A saber quien es quien realmente, a quitar las mascaras que sirven de defensas de los personajes con el mundo de “ahí fuera”. El interés se sustenta en saber quien fue el culpable, en saber cuales son los sentimientos reales. En hacer un viaje iniciático con los personajes por la noche que les obligue a decir la verdad por vez primera en muchos años. Todo lo demás es fino envoltorio que se dibuja a través de una estructura dramática sin grandes sorpresas. Un par de secuencias resultonas como la del monologo de Norton en el cuarto de baño, que habla del odio y que resulta un tanto artificial (tal vez por su colocación en el corte final), o la del epilogo que le da al espectador la opción de elegir la esperanza como única salida, no desmerecen una reflexión profunda de un país desconcertado que se busca a si mismo tras los atentados

Si tuviera que ponerle un pero a la película, sólo me atrevería a hacerlo en la realización/montaje (ojo: la fotografía de Rodrigo Prieto es fantástica). Demasiados planos innecesarios en algunas secuencias para darle ritmo, que resultan gratuitos. Mirar a través de la cámara a los personajes no quiere decir que haya que hacerlo desde todos los ángulos posibles (por mucho que esté emparentado con la idea última) porque nos hacen conscientes de la presencia del director. Es como si tuviese la necesidad de decir “estoy aquí”, cuando las maravillosas interpretaciones te sumergen sin artificios. También lo son los subrayados de nuevo de montaje con planos que repiten la acción en momentos importantes. Esos recursos se quedan anticuados antes de estar de moda. Pero es igual, porque los actores y la historia te meten de lleno y te olvidas para disfrutar. Un diez a esta película que recomiendo revisar ahora que contamos con un elemento de juicio más; la perspectiva del tiempo.

Víctor Gualda.

sábado, 14 de noviembre de 2009

POLICIA PYTHON 357

Parece que La Devedeteca ha decidido recobrar el viejo impulso de adquirir fondo de catálogo en detrimento de tanta novedad de dudosa calidad como se está editando. Creo que unos cuantos lo agradeceremos. En los últimos meses han entrado títulos fantásticos entre los que quiero destacar una de las obras maestras de Melville “Bob el jugador” , pero también otras como “Klute”, “A quemarropa”, o una decena de películas protagonizadas por Delon o Belmondo. Esta semana nos llega la magnifica “Policia Python 357”.

La película de Alain Corneau, interpretada por el mítico Yves Montand, sigue la tradición de cine negro francés e incorpora elementos nuevos que tratan de adaptarla al cine “moderno” de la época. Tal vez precisamente esa modernidad sea lo más fallido de la cinta. El arranque es lento, y lo es por una cuestión de tradición. El director se entretiene un tercio de película en presentarnos al duro policía que no lo es tanto cuando se enfrenta a un enemigo implacable. El amor. Y es precisamente esa debilidad lo que favorece al personaje de Montand, que tiene un rostro que se adapta a la perfección a estos personajes bidimensionales cuando se trata de enamorarse de la mujer equivocada. El policía se vuelve vulnerable. Lastima que la partenaire no esté a la altura de un papel casi caramelo de esos que se quedan en la memoria. La ¿actriz? Stefania Sandrelli es un tópico que no sabe sacar rendimiento a la cruda redención que le da la oportunidad de huir de su pasado en la trama. Por eso se agradece el desenlace de su personaje en el primer tramo de película.

Una vez que todo está en orden, empieza lo realmente interesante de la historia. El falso culpable tradicional que tiene que esquivar el destino para demostrar que estaba en el lugar equivocado en el peor momento posible. Este segundo tercio de película alcanza la maestría sin lugar a dudas. La tensión que acumula el fantástico triangulo no tiene desperdicio, tampoco el suspense que nos acerca al protagonista. Los otros lados del triangulo son François Perier y sobre todo el oscuro papel de Simone Signoret, mujer en la vida real de Montand, que interpreta aquí un personaje lleno de matices a pesar de la inmovilidad que la mantienen entre una silla de ruedas y una cama. Resulta curioso que un personaje tan pequeño resulte tan revelador. Representante de una clase social diferente, sus comportamientos sutiles nos resultan extraños en un mundo dominado por hombres armados que resuelven sus diferencias pistola en mano. Aunque lo intuimos, sólo en el desenlace del segundo tercio entendemos que en realidad el tema de la película no es otro que el amor sin condiciones. También resulta maestro el desenlace aquí del policía que está dispuesto a perder su identidad a cambio de su libertad. La diferencia entre Signoret y Montand, es que ella está dispuesta a perderlo todo, y él sólo está dispuesto a sufrir un rato

Pero como la película hay que terminarla como marcan las nuevas convenciones del género, si es posible con una secuencia de peligro máximo en la que el protagonista se juegue el tipo, y demuestre que moralmente es intachable, el director se adapta a los tiempos que corren para expiar los pecados del policía dispuesto a jugarse la vida por sus compañeros. Es esta parte la que lastra todo el metraje. Es innecesaria por moderna, (por tanto la que se ha quedado más antigua) y el camino a la redención no es más que un tópico, sólo una suerte similar a la de su amada hubiese convertido esta buena película en una obra maestra incuestionable, y resulta fallida una subtrama con personajes nuevos y despersonalizados a estas alturas de metraje. Aun así, esta película resulta imprescindible para aquellos directores futuros que quieran aprender y entender un género historiadamente francés, pero que funciona y gusta por igual en cualquier latitud.

Víctor Gualda.

martes, 10 de noviembre de 2009

RADIO ENCUBIERTA

Casi al comienzo de la película, el personaje del político interpretado por Kenneth Branagh dice en uno de sus diálogos –“…esa es la ventaja de ser el gobierno, si no nos gusta algo, aprobamos una ley que lo declare ilegal”- era el año 1966 y como reza un crédito al comienzo del metraje, la BBC solo emitía dos horas de rock and roll a la semana. Emisoras piratas desde barcos en el mar del norte emitían veinticuatro horas de música con audiencias de veinte millones de oyentes. Cuando da fin el metraje en 1967 se convertían en legales, y se crearon 299 emisoras de música. Han pasado más de cuarenta años, y los gobiernos han entendido el mensaje de que la voluntad del individuo es inquebrantable, sólo que ahora los métodos son más encubiertos y van recortando lentamente los derechos enmarcándolos en “el estado de derecho”. Que no es otra cosa que la ley que como entonces utilizan los políticos a conveniencia. Esta película además de un homenaje a la música, es un recordatorio de que siempre hay gente dispuesta a luchar por su verdad hasta las últimas consecuencias y de que lo que al final prevalece es la voluntad del individuo cuando se une.

La estructura no es de libro. Se trata de una película probablemente menor, en tono de comedia y coral, en la que el espectador comparte las inmensas ganas de ser libres de los personajes. Toda la estructura está basada en pequeños conflictos de los protagonistas entre ellos o con el “mundo exterior”, los temas como el amor, la amistad, la competencia, la búsqueda de uno mismo, están tratados con una amabilidad excesiva, y sólo un Branagh antagonista y sobreactuado como representante del gobierno, será el que de linealidad a un argumento basado en esas pequeñas anécdotas de los personajes. Por encima de todos ellos, el siempre en estado de gracia Philip Seymour Hoffman como líder carismático de la tripulación, pero no nos equivoquemos, el reparto con Tom Sturridge, Bill Nighy, Nick Frost, Chris O´Dowd entre otros, es maravilloso, y cada uno de ellos tiene su peso en la deslavazada trama. La música, temas ya clásicos en la historia del pop-rock, acompañan todo el viaje, dando una impresión de frescura y naturalidad.

Así, la trama sin más hilo conductor que la lucha del gobierno por cerrarles el chiringuito que en principio resulta algo insulsa y lenta, va perdiendo terreno porque los personajes acaban atrapándote y pides más. Tanto, que al revisar los extras, te encuentras con una grata sorpresa. Casi cuarenta minutos de secuencias recortadas del total, pero que al contrario que en otras películas, aquí son escenas que hubiesen encajado a la perfección en el metraje. Casi te apetece que la película hubiese durado cuatro horas, o que hubiesen hecho una serie con los mismos personajes. Las desventuras amorosas de Sturridge para perder la virginidad y encontrar a su padre, con el cameo de Emma Thompson como madre. Las luchas de ego entre Seymour Hoffman y Frost por ser el mejor dj, o el drama de O´Dowd por encontrar la mujer de su vida son los conflictos principales, y uno a uno todos los personajes que habitan en el radio rock. Por otro lado es una de sus virtudes que en todo el metraje nuestros protagonistas no abandonan el barco, a excepción de la secuencia de la despedida de soltero, en la que hay suprimido parte del monólogo en el que Seymour Hoffman les lleva a Abbey Road y que sirve de homenaje especial a los Beatles, por eso no se entiende que este fragmento se haya robado del corte final.

No soy un fanático de la música, pero es fácil identificarse con este grupo humano que no sólo rinde homenaje a la música, sino a la libertad, en una película sin dramatismos, llena de aventuras divertidas y que hace pasar un rato agradable. Una película amable dirigida por el amable Richard Curtis (Love Actually) Una película de esas que merece un hueco en las estanterías de tu colección, por tratar el tema generacional y que trasmite a la perfección el ideal de la época con la música como excusa, pero que va más allá siendo un alegato del amor libre y de la diversión por encima de todo. Lo dice el personaje de Seymour Hoffman (más o menos) -“Estamos viviendo los mejores años de nuestra vida. Después de esto, todo ira hacia abajo”.

Víctor Gualda.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

CALIFORNICATION

Vuelve el intrépido agente Mulder-Duchovny. Solo que ahora ha decidido dedicarse a la escritura creativa y convertirse en megaestrella de la literatura americana. De hecho, en el arranque de la serie ya ha triunfado, se ha hecho una película de su libro (muy divertida la crítica a Hollywood en el título. El libro se llama “Dios nos odia a todos”, y la peli “Una cosita llamada amor”), se ha trasladado desde NY a LA con su novia y su hija, que por cierto han tenido tiempo de dejarle, y él, tiempo para follarse a media ciudad y a perderlo casi todo. En definitiva, personaje saco de estereotipos, pero que funcionan a la perfección gracias al tono cómico, a que es una perdedor/ganador, y a que no se sienta delante del ordenador a escribir ni en tres secuencias en las dos primeras temporadas. A pesar de lo previsible, tengo que recomendar ver la serie porque merece la pena echarse unas risas a costa de las desgracias que generan situaciones a veces cómicas a veces bizarras, al bueno de Hank Moody.

Desde luego, como sucede en la mayoría de las series, la primera temporada es la más interesante. El primer capítulo, que tal vez abusa demasiado del sexo, es descojonante. La presentación de Hank/Duchovny es divertidísima, e inmediatamente sentimos empatía por el desastroso escritor. La temporada avanza a toda velocidad, y los personajes comparsa del protagonista apenas tienen otra función que la de reforzar el caos en el que vive el personaje. Su ex novia y madre de su hija (Natascha McElhone y Madeleine Martin) son las motoras del conflicto principal. Su misión de recuperarlas no es tan sencilla como en un principio pinta porque ella se va a casar con otro tipo, que además es un triunfador. Por medio la familia de su antagonista. Su hija de dieciséis años que propiciará alguna de las más interesantes situaciones y pondrá en mil y un apuros al prota, además de introducir una subtrama que enganchará con la segunda. Por otro lado su representante Charlie (Evan Handler), desarrollado con sus propias subtramas a través de su ambiciosa secretaria primero, y de su mujer después. Tal vez es el personaje que más evoluciona, sencillamente porque todo el peso en Duchovnick acabaría quemando al personaje principal.

La primera temporada cierra con un desenlace que podría corresponder al de una película. Las expectativas están en todo lo alto, pero la segunda retoma desde cero tanto en tramas como en ritmo. Un nuevo personaje, en este caso un rockero (mejor dicho productor de rock) que quiere una biografía interpretada por el mítico escritor, está metida con calzador, pero dará pie a nuevas aventuras. El trasfondo y tema principal de la identidad y la idea de volver a los orígenes son a priori temas interesantes, lastima que las necesidades de entretener aplasten ese trasfondo. Además los guionistas reventaron la premisa que siempre funciona en las series de dilatar la tensión sexual entre Hank y su ex a las primeras de cambio, y en esta segunda entrega la relación se vuelve monótona. Sabemos que no será capaz de mantener lo que tiene y que sólo es una cuestión de tiempo que Moody meta el cazo. Situaciones divertidas que utilizan una y otra vez el manido recurso de planteamiento-tensión-resolución-situación ridícula y comprometida, siguen funcionando ya que la repetición es un recurso como otro cualquiera, pero al final, de manera estúpida y forzada cometen la equivocación de eliminar el personaje de McElhone. Al menos sabemos que cuando llegue la tercera temporada, Hank tendrá campo abierto para meterse en mil y un nuevos líos de faldas.

En cuanto a los diálogos, la primera está plagada de buenos textos que Duchovny sabe aprovechar porque están construidos como un traje a medida. Incluso la reflexión en forma de voz en off trascendental y reflexiva funciona. Pero debieron pensar que el éxito de la serie, que se emite por cable en EEUU (nunca se podría trasmitir en una cadena pública por los continuos tacos y escenas de cama, drogas etc) estaba basado en el gag continuo del perdedor simpático, y precisamente su interés estaba y está, en que el personaje es una niño grande que quiere ser otra persona distinta de lo que es, pero al que su propia personalidad le impide evolucionar. Corre el riesgo esta Cali-fornication de estancarse por perder la perspectiva del contraste del que el espectador es complice. De momento ya se emite en EEUU la tercera temporada, así que sólo resta esperar.

Víctor Gualda.