Vuelve el intrépido agente Mulder-Duchovny. Solo que ahora ha decidido dedicarse a la escritura creativa y convertirse en megaestrella de la literatura americana. De hecho, en el arranque de la serie ya ha triunfado, se ha hecho una película de su libro (muy divertida la crítica a Hollywood en el título. El libro se llama “Dios nos odia a todos”, y la peli “Una cosita llamada amor”), se ha trasladado desde NY a LA con su novia y su hija, que por cierto han tenido tiempo de dejarle, y él, tiempo para follarse a media ciudad y a perderlo casi todo. En definitiva, personaje saco de estereotipos, pero que funcionan a la perfección gracias al tono cómico, a que es una perdedor/ganador, y a que no se sienta delante del ordenador a escribir ni en tres secuencias en las dos primeras temporadas. A pesar de lo previsible, tengo que recomendar ver la serie porque merece la pena echarse unas risas a costa de las desgracias que generan situaciones a veces cómicas a veces bizarras, al bueno de Hank Moody.
Desde luego, como sucede en la mayoría de las series, la primera temporada es la más interesante. El primer capítulo, que tal vez abusa demasiado del sexo, es descojonante. La presentación de Hank/Duchovny es divertidísima, e inmediatamente sentimos empatía por el desastroso escritor. La temporada avanza a toda velocidad, y los personajes comparsa del protagonista apenas tienen otra función que la de reforzar el caos en el que vive el personaje. Su ex novia y madre de su hija (Natascha McElhone y Madeleine Martin) son las motoras del conflicto principal. Su misión de recuperarlas no es tan sencilla como en un principio pinta porque ella se va a casar con otro tipo, que además es un triunfador. Por medio la familia de su antagonista. Su hija de dieciséis años que propiciará alguna de las más interesantes situaciones y pondrá en mil y un apuros al prota, además de introducir una subtrama que enganchará con la segunda. Por otro lado su representante Charlie (Evan Handler), desarrollado con sus propias subtramas a través de su ambiciosa secretaria primero, y de su mujer después. Tal vez es el personaje que más evoluciona, sencillamente porque todo el peso en Duchovnick acabaría quemando al personaje principal.
La primera temporada cierra con un desenlace que podría corresponder al de una película. Las expectativas están en todo lo alto, pero la segunda retoma desde cero tanto en tramas como en ritmo. Un nuevo personaje, en este caso un rockero (mejor dicho productor de rock) que quiere una biografía interpretada por el mítico escritor, está metida con calzador, pero dará pie a nuevas aventuras. El trasfondo y tema principal de la identidad y la idea de volver a los orígenes son a priori temas interesantes, lastima que las necesidades de entretener aplasten ese trasfondo. Además los guionistas reventaron la premisa que siempre funciona en las series de dilatar la tensión sexual entre Hank y su ex a las primeras de cambio, y en esta segunda entrega la relación se vuelve monótona. Sabemos que no será capaz de mantener lo que tiene y que sólo es una cuestión de tiempo que Moody meta el cazo. Situaciones divertidas que utilizan una y otra vez el manido recurso de planteamiento-tensión-resolución-situación ridícula y comprometida, siguen funcionando ya que la repetición es un recurso como otro cualquiera, pero al final, de manera estúpida y forzada cometen la equivocación de eliminar el personaje de McElhone. Al menos sabemos que cuando llegue la tercera temporada, Hank tendrá campo abierto para meterse en mil y un nuevos líos de faldas.
En cuanto a los diálogos, la primera está plagada de buenos textos que Duchovny sabe aprovechar porque están construidos como un traje a medida. Incluso la reflexión en forma de voz en off trascendental y reflexiva funciona. Pero debieron pensar que el éxito de la serie, que se emite por cable en EEUU (nunca se podría trasmitir en una cadena pública por los continuos tacos y escenas de cama, drogas etc) estaba basado en el gag continuo del perdedor simpático, y precisamente su interés estaba y está, en que el personaje es una niño grande que quiere ser otra persona distinta de lo que es, pero al que su propia personalidad le impide evolucionar. Corre el riesgo esta Cali-fornication de estancarse por perder la perspectiva del contraste del que el espectador es complice. De momento ya se emite en EEUU la tercera temporada, así que sólo resta esperar.
Desde luego, como sucede en la mayoría de las series, la primera temporada es la más interesante. El primer capítulo, que tal vez abusa demasiado del sexo, es descojonante. La presentación de Hank/Duchovny es divertidísima, e inmediatamente sentimos empatía por el desastroso escritor. La temporada avanza a toda velocidad, y los personajes comparsa del protagonista apenas tienen otra función que la de reforzar el caos en el que vive el personaje. Su ex novia y madre de su hija (Natascha McElhone y Madeleine Martin) son las motoras del conflicto principal. Su misión de recuperarlas no es tan sencilla como en un principio pinta porque ella se va a casar con otro tipo, que además es un triunfador. Por medio la familia de su antagonista. Su hija de dieciséis años que propiciará alguna de las más interesantes situaciones y pondrá en mil y un apuros al prota, además de introducir una subtrama que enganchará con la segunda. Por otro lado su representante Charlie (Evan Handler), desarrollado con sus propias subtramas a través de su ambiciosa secretaria primero, y de su mujer después. Tal vez es el personaje que más evoluciona, sencillamente porque todo el peso en Duchovnick acabaría quemando al personaje principal.
La primera temporada cierra con un desenlace que podría corresponder al de una película. Las expectativas están en todo lo alto, pero la segunda retoma desde cero tanto en tramas como en ritmo. Un nuevo personaje, en este caso un rockero (mejor dicho productor de rock) que quiere una biografía interpretada por el mítico escritor, está metida con calzador, pero dará pie a nuevas aventuras. El trasfondo y tema principal de la identidad y la idea de volver a los orígenes son a priori temas interesantes, lastima que las necesidades de entretener aplasten ese trasfondo. Además los guionistas reventaron la premisa que siempre funciona en las series de dilatar la tensión sexual entre Hank y su ex a las primeras de cambio, y en esta segunda entrega la relación se vuelve monótona. Sabemos que no será capaz de mantener lo que tiene y que sólo es una cuestión de tiempo que Moody meta el cazo. Situaciones divertidas que utilizan una y otra vez el manido recurso de planteamiento-tensión-resolución-situación ridícula y comprometida, siguen funcionando ya que la repetición es un recurso como otro cualquiera, pero al final, de manera estúpida y forzada cometen la equivocación de eliminar el personaje de McElhone. Al menos sabemos que cuando llegue la tercera temporada, Hank tendrá campo abierto para meterse en mil y un nuevos líos de faldas.
En cuanto a los diálogos, la primera está plagada de buenos textos que Duchovny sabe aprovechar porque están construidos como un traje a medida. Incluso la reflexión en forma de voz en off trascendental y reflexiva funciona. Pero debieron pensar que el éxito de la serie, que se emite por cable en EEUU (nunca se podría trasmitir en una cadena pública por los continuos tacos y escenas de cama, drogas etc) estaba basado en el gag continuo del perdedor simpático, y precisamente su interés estaba y está, en que el personaje es una niño grande que quiere ser otra persona distinta de lo que es, pero al que su propia personalidad le impide evolucionar. Corre el riesgo esta Cali-fornication de estancarse por perder la perspectiva del contraste del que el espectador es complice. De momento ya se emite en EEUU la tercera temporada, así que sólo resta esperar.
Víctor Gualda.
1 comentario:
Ay, esas frases impagables del capítulo piloto...
"Vengo a hablar con su marido"
"¿Qué tienes, setenta años?"
"No veo por qué no"...
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