Michael Haneke se ha convertido en uno de los directores más reputados del mundo por su capacidad de hurgar en los miedos colectivos y crear sensaciones de angustia. La violencia, casi siempre implícita, pero también a veces explicita, remueve las conciencias de las clases medias acomodadas europeas (su principal público). La cinta blanca no podía ser menos. Los premios ya recibidos y los que le quedan por recibir la avalan como película indispensable en su filmografía, por no decir obra maestra indiscutible.
La acción se traslada a un pueblo alemán un año antes de la primera guerra mundial. Haneke se toma mucho tiempo (tal vez demasiado) en presentarnos la estricta disciplina moral a la que son sometidos los jóvenes del pueblo, pero no sin antes iniciar la tensión con un atentado sobre el médico. De esta forma abre una trama que podríamos considerar un falso thriller coral, y el drama cotidiano que explica el carácter de una sociedad endogámica que vive de cara al exterior, pero escondiendo sus propias miserias. La hipocresía de la religión es una presencia consciente o inconsciente a lo largo de todo el metraje, y uno de los temas que crítica la película. Un duro yugo que se cierne sobre las cabezas de los habitantes, que han acomodado su vida a las apariencias. Todos saben, pero todos callan. La religión está construida sobre los andamios de la culpa, y este es otro tema que explota el director y que enlaza el thiller y el drama, en una trama que poco o nada tiene que ver con las convenciones que nos llegan desde el otro lado del atlántico. Ese es el gran acierto de este director, que es capaz de ponernos un espejo delante, en el que los europeos y nuestro sentimiento de culpa heredado de la religión, nos hace tremendamente frágiles y maleables. Los valores morales anteriores a la guerra, aunque a veces también extrapoladles a la actualidad, estrangulan tanto que el resultado sólo puede ser la violencia, parece querer hacernos reflexionar el director
El hilo conductor de la trama es el recurso de la voz en off del maestro del pueblo, que recuerda lo sucedido en el curso del año anterior a la guerra. Fantásticamente utilizado porque tiene la habilidad de no contarnos lo que vemos en pantalla, sino complementar y seguir el drama/misterio de los “atentados” selectivos. Interesante también resulta el recurso de elegir a los protagonistas por ser los representantes morales de la sociedad dentro de este microcosmos. El médico, el cura, el maestro… así como la utilización de los niños representantes del futuro casi inmediato, y el papel de la mujer casi invalidado dentro de la comunidad. La simbología, el blanco y negro, y la brutalidad de algunas secuencias dialogadas crean un tono que empuja al espectador contra el sillón. Haneke plantea las preguntas pero da pocas respuestas, involucrando al espectador para obligarle a reflexionar (como es habitual en su cine). Las relaciones clandestinas e incluso incestuosas, son apenas sugeridas; los caracteres de sus personajes, la diferencia de clases (que dan lugar al odio y la envidia) sus miedos, sus iras... nada es explicito. Tal vez con la excepción de la secuencia en la que el maestro (y el espectador despistado) comprende el significado de los actos, que resulta incluso demasiado obvia y explicativa. Da igual, porque ni siquiera la verdad tiene cabida en una comunidad tan cerrada que prefiere vivir en una mentira perpetua.
Haneke recuerda a Dreyer y su sentido de culpa por momentos, también a Bergman y sus reflexiones sobre la muerte, pero sin perder sus señas de identidad englobando todo en el miedo y dando la solución de la violencia, el odio y el rencor como únicas vías de escape. Lo extraño es que ahora el reconocimiento le venga de EEUU, tal vez en el reflejo individual de una sociedad reprimida, pero menor en el colectivo. La cinta blanca, no es una película para todos los públicos, el ritmo compensado pero lento y la larga duración del metraje, unido a un blanco y negro que parece trasladar a otra época y una planificación sobria, hacen de esta película una obra de culto instantánea de esas que se estudian en las escuelas de cine. Una película indispensable, pero difícil de recomendar al gran público.
Víctor Gualda.