viernes, 23 de enero de 2009

JCVD












Cualquier filme de acción, salvo causa mayor, admite secuela.”JCVD” no.
Y es que hay que haber caído muy bajo para someterse a una deconstrucción de tal calibre como la que supone esta cinta, que entre sus virtudes cuenta con la audacia, inteligencia y originalidad de la propuesta.Y en el otro polo, la por momentos exasperante lentitud narrativa y un sentido del humor lindante a la chanza, pero que en cierto modo es la opción más coherente:la parodia, la hipertrofia de la situación para que no emerja el personaje, quitar hierro para alcanzar la verdad a través del humor.Una cura de humildad, en suma.Cine para sanar.
Todo parte de un Van Damme harto de subproductos, rodados en digital con presupuestos ínfimos en cualquier lugar de Europa del Este, con una vida comercial que se salta las salas comerciales para quedar en en el olvido de cualquier rincón de un Blockbuster.Su vida personal aún va peor:los excesos, deudas económicas y un proceso abierto por el que va a perder a su hija.Así que Van Damme viaja a su tierra para tomarse un respiro, el descanso del soldado universal.
Ya en Bélgica, se desarrolla la trama argumental(la ficción), un disparatado proceso público.Cuando la situación parece enquistada, se quiebra la narración en el momento más memorable de la película:las horas de gimnasio y los golpes recibidos se vuelven contra la cuarta pared, que hecha añicos como una frágil porcelana, revela los cardenales que más duelen a un Van Damme tan desencajado como un rostro de F.Bacon.Es el momento de la confesión, que por si sola justifica “JCVD”, mostrando la desnudez de una persona realmente sensible.
Una de las asunciones de la contemporaneidad, la importancia de los procesos, ya nos fue advertida por Kiarostami en, para quien tome nota, la trilogía de Kokker.Y así se cumple en el visionado del making off de “JCVD”(bondades del DVD), si cabe, mucho más interesante que la película.Dos fuerzas encontradas:la exagerada vanidad de un joven realizador(Mabrouk El Mechri) que para hacerse un hueco, sin querer queriendo explota (legítimamente) la debilidad del icono, quien de tanto caminar sobre la cuerda, ya sólo busca inhalar afecto.
Resulta estremecedora la incapacidad de sacar a flote la persona, estrangulada por el personaje.Sólo un momento de respiro, de dignidad:el actor que fluye trabajando, cuando coreografía la secuencia de acción que marca el inicio de la película.
Si “JCVD” no admite secuela es precisamente porque la saturación de la persona conlleva necesariamente la victoria del personaje.Así,”JCVD” parece funcionar como un oasis, un punto de no retorno en la vida de Jean-Claude Camille François Van Varenberg, una prueba de que la ficción es más grande que la vida.

Zero en conducta

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