miércoles, 29 de julio de 2009

A QUEMARROPA


Merece la pena revisitar el clásico de John Boorman para comprobar la evolución del cine de acción antes de los setenta. Lo curioso es comprobar que aunque todavía el lenguaje es un tanto artificial y más emparentado con el cine clásico de género, Boorman introduce nuevos elementos muy cercanos al cine europeo y en concreto al “film noir.

Walter (Lee Marvin) es un ladrón que es engañado por su mejor amigo y su mujer tras cometer un robo a otros ladrones. El lugar; la mítica prisión de Alcatraz ya abandonada. Símbolo presente a lo largo de todo el metraje, la película comienza y termina entre las sombras de sus rejas. Será el lugar elegido para la traición. Flash-backs cortantes con mucha presencia del sonido más que del diálogo. Un Walker malherido y con un fantástico juego de acciones paralelas mezclado con un guía que explica en off la historia de las fugas de la prisión. Entendemos que Walker es tipo duro que ha conseguido sobrevivir a los disparos y las aguas sólo para disfrutar de la venganza.

“A quemarropa” es sobre todo un western centrado en el tema clásico de la venganza del personaje (fantásticos los angustiosos flash-backs que atormentan al personaje y que parecen salir desordenados de su cabeza) que hasta utiliza el formato Panavision, pero con la peculiaridad de que la estructura se rompe casi en el primer giro dramático. La mejor forma de encontrar su dinero es que sea su propia mujer quien le conduzca a su antiguo amigo y socio. Este sería el fin último de cualquier película, pero Boorman rompe las reglas para introducir un personaje ambiguo que es “La organización” (al final la suma de nuevos individuos que bajo el amparo de la empresa no toman conciencia ni responsabilidad de sus actos delictivos), y que se convertirá en el antagonista. Esto le resta emoción al argumento. Una vez que se ha saltado a su ex esposa y al traidor, no hay involucración emocional por parte del espectador, ya que el clímax se encuentra con ellos (en una fantástica secuencia en el ático por cierto) pero las escenas de acción continuaran hasta que Walker recupere sus noventa y tres de los grandes. Supongo que esta situación será la prolongación de la novela de Richard Stark (seudónimo de Donald E. Westlake)

Si un espectador medio suele recordar un par de secuencias de las películas, “A quemarropa” tiene un buen puñado de escenas fantásticas que luego han sido imitadas hasta la saciedad. Maravillosa la secuencia en la que Walker se cuela en el ático. Fantástica la secuencia del vendedor de coches, la del tirador, y el desenlace de Alcatraz. Eso si, dramáticamente no tiene igual, ni siquiera en la actualidad, aquella en la que el amigo le convence para le ayude en el robo. La situación surrealista de ambos en el suelo rodeados de piernas crea un desasosiego y tiene un punto surrealista que sólo imagino a Tarantino siendo capaz de reinventar. Y es que Boorman (igual que Tarantino) deja ver su gusto por el cine negro francés de manera clara en este homenaje con los elementos de la venganza, la amistad y la traición como sustento de una trama desigual, en la que un Lee Marvin entre duro y tierno, se deja acompañar por la fantástica Angie Dickinson.

La maravillosa utilización de los zooms ahora tan anticuados, combinados con travellings lentos, el montaje cortado y desigual que cambia el ritmo externo, el sonido con un inusual protagonismo, los flash-backs machacones, un sugerido expresionismo en las secuencias de la cárcel, los diálogos directos y poco explicativos, y un ritmo desigual que parecen pertenecer a otro género, incluso toques de humor encubiertos, son algunas de las características de este clásico de acción en el que la cámara todavía permanece alejada del personaje para mostrarlo todo, pero que invita a cualquier cinéfilo a revisar el género que tal vez más haya cambiado con el paso de las décadas.

Víctor Gualda.

P.D.- A partir de la primera semana de agosto la Devedeteca contará con "A quemarropa".

miércoles, 22 de julio de 2009

DEJAME ENTRAR

La mejor película del año es una de vampiros. Lo suelto convencido después de ver este drama con subgénero incorporado, que ha pasado por los festivales más prestigiosos. Desde San Sebastián donde se llevó el premio del público, hasta el neoyorkino Tribeca, empeñado en promocionar un cine más “serio”. Por supuesto su paso por Sitges no dejo indiferente, pero el festival catalán es un cajón desastre donde todo cabe, y por tanto no me sirve de referencia.

Lo primero que me llama la atención es lo mimados que están los protagonistas. Estos dos niños de doce años incomprendidos y asociales que encuentran refugio el uno con el otro. Una subtrama relacionada con el niño maltratado por unos compañeros deja claro cual será la excusa, y hacia donde caminará el film. Es tal vez la parte más previsible, y bajo mi punto de vista la menos interesante. Aunque el punto de vista principal estará centrado en él para mantener el misterio y el suspense, también haremos incursiones en el punto de vista de ella, sobre todo una vez desentrañadas las identidades. Por supuesto ella, motor de la extraña relación antagónica, tiene el máximo interés.

Y es que el director Tomas Alfredson juega desde las primeras secuencias a dar una de cal y otra de arena, y pronto entendemos lo oscuro de la nueva familia del edificio. Lo mejor en este punto es el tono de absoluto respeto y nada de esperpéntico con el que está tratado lo crudo de los hechos. Tal vez porque presentar el género sea menos importante que presentar la maravillosa relación que inmediatamente se establece entre los protagonistas. Aun así, la trama fantástica está mostrada con sobriedad nórdica, sin aspavientos ni efectismos baratos. Desde la normalidad de las cámaras fijas y los planos generales que se alargan, hasta la determinación del drama que acerca el objetivo a los protagonistas.

A partir de que ambos se aceptan (más bien el espectador), de que el espectador conoce los códigos, la mayoría de ellos establecidos por los cientos de películas de vampiros, pero también algunos nuevos (al menos para mi) la tensión se centra en dos puntos. Saber si la relación esta abocada al fracaso, es decir, qué pasará con la pareja, y en que momento Oskar se enfrentará a sus “enemigos”. Un primer final que establece el necesario cambio en el personaje de él, magistralmente llevado con unas acciones paralelas nos da las pistas. Pero mientras el efectismo trata de salir a la superficie de una película que se entiende de género, la historia de amor, amistad, relación imposible, gana enteros a base de golpecitos en la pared. Sólo puedo utilizar una palabra. Magistral. Me recuerda poderosamente al primer cine tenso y contemplativo de Polanski, al desasosiego que produce el de Haneke, y a la extraña forma voayeur de establecer las relaciones de Kieslovski. Un cóctel arriesgado y conmovedor que de milagro no se va al traste en el tercer acto.

Es en este punto donde Alfredson se la juega con una escena de auntoinmolación un tanto excéntrica que aleja al espectador más conservador. Me la imagino sobre el libreto y le veo la coherencia, pero ese plano general en el hospital sorprende y recuerda al cine de otras latitudes más empeñadas en el efectismo. No así la secuencia que da nombre a la cinta. Y mucho menos la secuencia que muestra el compromiso que ha adquirido Oscar con Eli. Luego el desenlace previsible tal vez ambiguo en su composición. El espectador tal vez demande que se lo muestren todo, pero ya decía Hitchcock que a veces lo que se sugiere es más impactante que lo que se muestra. Será un final difícil de olvidar, pero me queda la duda razonable.

Un amigo me añade que se queda además con la doble lectura social que contrapone el tradicional individualismo del héroe anglo, con la idea de que todos necesitamos la ayuda de otros para llegar a nuestros objetivos. Buena lectura. De cualquier forma una cinta imprescindible para ver varias veces, incluso para añadir a nuestra devedeteca personal en la edición más completa posible. Una película que marca un antes y un después en el contemporáneo cine mestizo, y porque no, en el tradicional cine de género.

Víctor Gualda.

jueves, 16 de julio de 2009

LA TETA ASUSTADA

La última ganadora del festival de Berlín es una coproducción peruana con capital español. Y es merecedora del más alto galardón del festival alemán por su capacidad de reivindicación mostrando la realidad social de Perú. El tema social asociado con la calidad cinematográfica siempre premia en este festival desde el cambio de directiva hace unos años, y la “Teta asustada” además del tema social aporta poesía visual a través de los ojos de su protagonista Fausta.

Lo más destacado, es descubrir que el movimiento europeo más importante (con permiso de la Nouvelle vague) el neorrealismo, tiene su continuación en cualquier latitud que no dependa exclusivamente del capital, en este caso latinoamericana. Es maravilloso disfrutar de un buen puñado de imágenes de esas que se guardan en la memoria por mucho tiempo, para mostrar por ejemplo la diferencia de clases (escena de la puerta del garaje que separa dos mundos radicalmente opuestos). Es maravilloso además comprobar que la tradición europea de los símbolos tiene continuidad, o mejor dicho, vida propia en esta Teta asustada, con escenas llenas de dobles significados. La escalera que parece dividir el cielo del infierno, la discusión entre tío y sobrina con una cruz de tela que los separa, cuando él le dice que tiene que desprenderse del cadáver de la madre. Es prodigiosa la escena en la que el cadáver bajo la cama superpone el vestido de novia que esta extendido encima. Y es que la directora Claudia Llosa consigue con el “abuso” de planos frontales sin perspectivas mostrar un universo lleno de matices y formas que dividen el mundo en dos. El piano muerto que simboliza la falta de recursos creativos. Las perlas en el suelo que confrontan y ponen al mismo nivel a las dos mujeres… Y es que el símbolo está aquí emparentado con la superstición del submundo que se esconde en los arrabales de una ciudad en la que conviven ricos y pobres apenas separados por un muro de hormigón.

Dentro de los muros se desarrollará la historia de amor sutil de la doncella y el jardinero. Maravillosas las escenas sin palabras, también las que les emparentan en su dialecto. Ella abriendo las puertas del reino con una flor roja en la boca dispuesta a “entregársela” al caballero en bicicleta. Él como caballero andante subiendo al infierno en tierra más cercano al cielo con su bicicleta a cuestas sólo por acompañarla. Y es que fuera de la casa Fausta se siente insegura. La superstición la tiene atrapada entre sus garras y ella necesita librarse. Sólo con el entierro de la tradición lo conseguirá. Mientras contempla la felicidad de ajenos en las celebraciones para pobres en las que trabaja con su tío, sueña cantando que es una sirena. Pero el peligro, la maldad y la mentira están también dentro de los muros. En la piel de la madrastra-dueña-reina del castillo, y va a aprender que no sólo los hombres quieren aprovecharse de ella. Si el entierro es la libertad simbólica, la operación es la física… o tal vez sea al revés.

Tengo que aplaudir a Claudia Llosa y a Magaly Solier por esa capacidad de transmitir la fragilidad dentro de un mundo sucio. Por transmitir que el dinero no da la dignidad. Por enseñar que la esperanza es el refugio de los desheredados y que las diferencias sociales no entienden de felicidad. Tengo que felicitarlas por manejar ese ritmo pausado y coherente con la historia y personajes. Por mostrar de forma natural y no didáctica o paternalista. Es un cuento. Pero lo es para lo bueno y para lo malo. Y es que la belleza se puede esconder en un barrizal, o en una chavola de un arrabal.

Víctor Gualda.

sábado, 11 de julio de 2009

VALKIRIA

Lo mas destacable de “Valkiria” es la idea. Militares nazis tratan de dar un golpe de estado y eliminar a Hitler. Basado en un hecho real, y argumento repetido o sugerido en varias producciones (la más reciente “Operación Valkiria” 2004) “Valkiria” demuestra que el pueblo alemán estaba dominado por el miedo, y que sólo unos pocos instalados en posiciones privilegiadas tuvieron opciones de eliminar al dictador. Hasta aquí todo el sustento teórico de la película, que en realidad está plantada como un mero thriller un tanto aburrido, que aprovecha el tirón del “basado en hechos reales”. El problema principal es que el espectador ya sabe el final antes de verlo. Sabemos que fracasan, y por tanto todo el interés debe estar en mostrar el fracaso con la mayor tensión posible. Pero la película tiene defectos importantes que lastran la idea principal.

La presentación de personaje interpretado por Tom Cruise Von Stauffenberg, su carácter rebelde, las heridas de guerra… chorradas en las que Cruise no consigue aportar un mínimo de humanidad al personaje, ni lo más importante, que el espectador se involucre con su causa. Y es que la identificación con el personaje principal es fundamental. Luego la presentación del descontento entre los mandos, un ramillete de caras conocidas con poco peso especifico en la trama, tratadas con desden para no quitar protagonismo a Cruise.

La involucración del personaje en el desarrollo del plan hasta el atentado copa todo el primer tercio de película, pero Bryan Singer se olvida de lo principal, la película es un thriller y hay que tratarla como tal. El mestizaje de géneros está de moda, pero querer dar el mismo peso al drama que al thriller es una equivocación en este caso, y la secuencia climática casi en el centro del segundo bloque lastra el tercero (tal vez sea Kubrick en “Senderos de Gloria” el único capaz de conseguirlo). Pero volviendo a la secuencia del atentado, que es lo más interesante, se nota una cierta falta de oficio de Singer (único responsable) en crear el elemento principal. El suspense. Y es que el director demostró en “Sospechosos habituales” con un guión convencional (mejor dicho con una estructura clásica) su habilidad para la sorpresa, pero el suspense es mucho más complejo. Es difícil encontrar una secuencia tan obvia que cumpla las exigencias del suspense, y es difícil encontrar una en la que este tan desaprovechado. Hitchcock utilizo el ejemplo de la bomba en la maleta para explicar como se debe rodar una secuencia de estas características. El punto de vista del espectador compartido con Cruise, que conoce el contenido de la maleta debe causar una tensión que se transmita al espectador. En vez de eso, la secuencia, que aun así es la mejor de todo el metraje, sólo consigue su objetivo a medias. Creo que la clave está en lo poco y mal utilizados de los tempos dramáticos. En no saber poner al espectador de parte del personaje, y después en el cambio de género que baja al mínimo la poca tensión lograda para perderse en el ramillete de caras.

Tras esta secuencia; la nada. Todavía queda todo un bloque dramático fundamental, pero los guionistas Christopher McQuarrie y Nathan Alexander, deciden que hay que justificar y mostrar las consecuencias del desaguisado. Cero interés por mucho que se intensifique el ritmo. La división en dos del mando alemán por la toma de Berlín por el ejército de reserva, la cadena de mandos comprometidos en la causa, los intereses políticos de los implicados. Nada sirve para paliar el desastre. Nada consigue levantar esta película con final absolutamente pueril y conocido de antemano por el espectador. La película está demasiado al servicio de Cruise, y lo caída de los confabuladores tiene cero tensión, y poco interés. El antagonista al que todos conocemos es Hitler, un personaje interesante encarnación del mal, que desaparece de la cinta. Vale que el espectador conoce el fracaso del plan, pero una aparición estelar (ya que hemos jugado con la incertidumbre) le hubiese dado un extra a ese desenlace dramático. Y es que una película es la dramatización de los hechos sean reales o no, y eso permite ciertas licencias que aquí están desaprovechadas.

Para el preestreno en Madrid, la producción trajo una pantalla especial que instalaron el único estreno que se ha hecho en el teatro de la Opera (luego se la regalaron al teatro por ser demasiado caro llevársela). Marketing y parafernalia insuficiente para tapar las carencias obvias. De ellas la principal; Si la estrella de turno tiene demasiado control sobre la producción, el resultado se resiente.

Víctor Gualda.

miércoles, 8 de julio de 2009

CHE: GUERRILLA

Siguiendo el tono iniciado en la primera parte, esta segunda arranca con la entrada de Ernesto en Bolivia. La intención no es otra que extender la revolución cubana en Sudamérica, la intención no es otra que mostrar el periplo vital del personaje aferrado a la idea. Un arranque un tanto confuso que en pantalla está resuelto con la exposición objetiva de los hechos que ocurrieron. Las presuntas malas relaciones de Ernesto y Fidel Castro están planteadas, pero no se sigue el camino de la conspiración, sencillamente se exponen para reducir el asunto a un comunicado de Fidel, en el que dice leer una carta de Ernesto que le autoexculpa, y de paso engrandece la idea de la revolución. Una jugada maestra que parece orquestada por el cubano después de que vimos que es el personaje más carismático de la revolución, además del más inteligente y manipulador. El abandono del puesto de ministro da paso directo a la entrada del “personaje” disfrazado en Bolivia.

A partir de este punto la película recupera la estructura narrativa de la primera parte. En lo más alto de su fama y reconocimiento oficial el che desaparece, se disparan las especulaciones hasta que reaparece en Bolivia. El sistema que tan buen resultado dio en Cuba, reclutar campesinos para entrenarlos y plantar la semilla del descontento en las clases bajas se repite. Inmediatamente vemos que el planteamiento es el mismo, pero con diferencias notables. Si en la primera reconocemos la importancia de Fidel en el proceso, aquí desaparece el personaje antagónico e ideológico principal, y vemos que Ernesto se afana por luchar contra los “elementos” con desigual resultado. Los Bolivianos, mucho menos comprometidos, sin la base cultural y teórica de los cubanos, están presentados como egoístas y paletos. La oposición del propio partido revolucionario oficial, y la falta de apoyo popular hacen mella en el débil compromiso. De nuevo (también lo vimos en Cuba) se plantea que Ernesto es extranjero y genera desconfianza en los bolivianos. La guerrilla se limita a hacer pequeñas incursiones y sólo la filtración de noticias en los periódicos, alguna huelga alentando la revolución o una entrevista al propio Ernesto, personaje tan carismático internacionalmente que le da peso a la idea, hacen que el gobierno se plantee la posibilidad de eliminar la mosca cojonera e insignificante que supone la guerrilla. Es decir, hasta este punto se repite la estructura narrativa, reconocible y el paralelismo con la revolución cubana, pero se introducen nuevos elementos que le desalientan y ayudan a entender el por qué del fracaso. A fin de cuentas, el espectador menos informado sabe del trágico final del personaje, es sólo cuestión de tiempo, y el interés se centra en saber cómo llega el fin del personaje y el principio del mito.

A partir de la involucración del gobierno boliviano en la figura de Joaquim de Almeida, la película cambia de género y está planteada como una especie de western encubierto, algo así como en “Dos hombres y un destino”. Se forma un equipo especial para capturar a los rebeldes. Se divide el punto de vista principal para que el espectador conozca los movimientos del ejército boliviano, y crear la tensión dramática necesaria incluyendo el suspense. No creo que los propios guerrilleros sean capaces siquiera de ver que se ha iniciado al caza. Es sólo una cuestión de tiempo que caigan. Inteligente combinación la de Soderbergh que introduce los géneros en el metraje de manera encubierta para dotar de estructura narrativa sin perder el tono casi documental de la primera. Nunca pierde el horizonte, y a pesar de lo sesgado del personaje, lo dota de humanidad y refuerza el halo de pesimismo que lleva implícito. De nuevo recurre al asma para mostrar sus debilidades. De nuevo recurre a los personajes secundarios para que entendamos que la idea necesita del sustento comunitario que el pueblo boliviano no está dispuesto a dar. Todo ello hasta llegar a la secuencia definitiva.

El clímax se centra en la captura con una secuencia de acción para aportar el heroísmo, el desenlace en el personaje tratando de mostrar la humanidad en un último acto heroico. Soderbergh nos hace recordar la frase mítica sin pronunciarla. Mejor morir de pie que vivir de rodillas… y fundido a blanco. Pero añade una imagen más. La del mito. La última que el inconsciente debe recordar, la del héroe que se dirige hacia el destino y que personaliza el símbolo.

Che y Guerrilla no son dos películas. Es una e indivisible, por mucho que los intereses económicos de las salas obliguen a partir el metraje. No se puede entender como dos porque se rompe la esencia y se convierte en negocio. El personaje se ha convertido en mito en parte gracias a Korda, a una imagen. Soderberg y del Toro han intentado dotar de vida el icono, pero poco importa la vida del héroe. Lo único que importa es lo que representa… y que haya muerto joven.

Víctor Gualda.

miércoles, 1 de julio de 2009

MENTIRAS Y GORDAS

… o tal vez “pirulas y polvos” es el título más adecuado para el peor cine español de la década. Si el cine es un reflejo de la sociedad, el nuestro, igual que la economía, está en crisis y con esta producción ha tocado fondo. Lo bueno, que ya sólo se puede ir hacia arriba. Y es que si la mayoría de los espectadores reconoce abiertamente que la televisión de nuestro país es basura, la extrapolación al cine de esta, no puede ser otra cosa que basura en pantalla grande. Ya sólo faltan los cortes publicitarios a machete en mitad del metraje.

Como siempre el guión es la base sobre la que se cimenta el despropósito. Para este, han utilizado varios puntos de vista que se cruzan y cada uno de los personajes se presupone que tienen un conflicto introducido en una trama que tiende a converger en un punto de encuentro. Hasta aquí bien. El problema es que el conflicto sólo está planteado (más bien presentado en pequeñas secuencias narrativas) pero jamás desarrollado. Normalmente con una frase justificatoria, rompiendo el principio de “acción”. Y no me refiero a acción física. No se puede poder a un actor en una secuencia rasgando una guitarra y decir que quería ser músico, dejarlo ahí y luego meter catorce secuencias del mismo metiéndose rayas o follando porque no hay conflicto. No se puede introducir un personaje como camello, decir que es buena chica y que quiere sacar a un amigo de la cárcel, dejarlo ahí, y meter catorce secuencias poniéndose y follando. No se puede meter un personaje cuyo conflicto sea que estar gorda, y para arreglarlo meter una secuencia en la que una amiga le mete un par de pirulas en una copa y el resto de la trama ponerla follando o colocada. No se puede meter una secuencia en la que un chaval enamorado de su amigo (tal vez el más desarrollado) se “desvía” porque no se siente a gusto en un trío y se pone hasta el culo de pastillas, se lo follan en un cuarto oscuro y pierde los papeles sin más para convertirlo en mártir. Qué clase de visión simplista de la realidad es esta.

Señores Albacete y Menkes, entiendo siguiendo la trayectoria de su cine, cuyo “tema” se ha ido puliendo a lo largo de los años hasta la mínima expresión, que para ustedes follar y ponerse sea el centro del universo de los veinteañeros de nuestro país. Señor Herrero, entiendo que recolectar a todos los chavales de las series de televisión, sea una formula garantizada de llevarse un buen pellizco de la abultada taquilla. Entiendo que las secuencias de sexo y drogas censuradas en la pequeña pantalla vendan en la grande, pero sin ánimo de moralizar señora Gonzalez Sinde, qué tal si se desarrollan las tramas y los conflictos de personajes perdidos que buscan su identidad y su sitio sin recurrir al tópico, ni dar una imagen manipuladora. Qué tal asumir la responsabilidad de mostrar la realidad. Una realidad igualmente dura pero con criterio que no sea sólo la fiesta y los niños/as guapos/as de las teleseries españolas. Tal vez escribieron la película colocados, pero este cine nos aleja del cine de calidad que se está haciendo en el resto de Europa, y demuestra que seguimos siendo el culo del mundo cinematográficamente. El tema es muy interesante, pero necesita un desarrollo inteligente, no amarillismo y sensacionalismo barato.

Con los actores no me voy a extender, sencillamente porque no están dirigidos. Se limitan en el mayor número de los casos a soltar la frase como en televisión sin pensar lo que están diciendo, totalmente carentes de comunicación y ritmo interno. Por respeto al trabajo siempre complicado de los actores que quieren hacerlo lo mejor posible, destacaré a Mario Casas con el personaje más y mejor desarrollado. La planificación es tan de teleserie que resulta teatral, con las acciones siempre de frente a la cámara y en la que hasta sorprenden un par de primeros planos para algún diálogo intenso que consiguen sacarnos de la presunta historia. La música de hilo musical para ahorrar en derechos es vergonzante. Hasta la fotografía (tal vez lo mejor de todo el conjunto), resulta artificial en interiores a los que se les da una continuidad con los exteriores, como si la gente viviera en penumbra, sólo por huir de una imagen más televisiva. Un despropósito general que me llevan a recomendar cambiar de canal antes de perder casi dos horas con esta película. Pero bueno, siempre se puede justificar todo diciendo -“si es lo que la gente quiere”-

Víctor Gualda.