jueves, 16 de julio de 2009

LA TETA ASUSTADA

La última ganadora del festival de Berlín es una coproducción peruana con capital español. Y es merecedora del más alto galardón del festival alemán por su capacidad de reivindicación mostrando la realidad social de Perú. El tema social asociado con la calidad cinematográfica siempre premia en este festival desde el cambio de directiva hace unos años, y la “Teta asustada” además del tema social aporta poesía visual a través de los ojos de su protagonista Fausta.

Lo más destacado, es descubrir que el movimiento europeo más importante (con permiso de la Nouvelle vague) el neorrealismo, tiene su continuación en cualquier latitud que no dependa exclusivamente del capital, en este caso latinoamericana. Es maravilloso disfrutar de un buen puñado de imágenes de esas que se guardan en la memoria por mucho tiempo, para mostrar por ejemplo la diferencia de clases (escena de la puerta del garaje que separa dos mundos radicalmente opuestos). Es maravilloso además comprobar que la tradición europea de los símbolos tiene continuidad, o mejor dicho, vida propia en esta Teta asustada, con escenas llenas de dobles significados. La escalera que parece dividir el cielo del infierno, la discusión entre tío y sobrina con una cruz de tela que los separa, cuando él le dice que tiene que desprenderse del cadáver de la madre. Es prodigiosa la escena en la que el cadáver bajo la cama superpone el vestido de novia que esta extendido encima. Y es que la directora Claudia Llosa consigue con el “abuso” de planos frontales sin perspectivas mostrar un universo lleno de matices y formas que dividen el mundo en dos. El piano muerto que simboliza la falta de recursos creativos. Las perlas en el suelo que confrontan y ponen al mismo nivel a las dos mujeres… Y es que el símbolo está aquí emparentado con la superstición del submundo que se esconde en los arrabales de una ciudad en la que conviven ricos y pobres apenas separados por un muro de hormigón.

Dentro de los muros se desarrollará la historia de amor sutil de la doncella y el jardinero. Maravillosas las escenas sin palabras, también las que les emparentan en su dialecto. Ella abriendo las puertas del reino con una flor roja en la boca dispuesta a “entregársela” al caballero en bicicleta. Él como caballero andante subiendo al infierno en tierra más cercano al cielo con su bicicleta a cuestas sólo por acompañarla. Y es que fuera de la casa Fausta se siente insegura. La superstición la tiene atrapada entre sus garras y ella necesita librarse. Sólo con el entierro de la tradición lo conseguirá. Mientras contempla la felicidad de ajenos en las celebraciones para pobres en las que trabaja con su tío, sueña cantando que es una sirena. Pero el peligro, la maldad y la mentira están también dentro de los muros. En la piel de la madrastra-dueña-reina del castillo, y va a aprender que no sólo los hombres quieren aprovecharse de ella. Si el entierro es la libertad simbólica, la operación es la física… o tal vez sea al revés.

Tengo que aplaudir a Claudia Llosa y a Magaly Solier por esa capacidad de transmitir la fragilidad dentro de un mundo sucio. Por transmitir que el dinero no da la dignidad. Por enseñar que la esperanza es el refugio de los desheredados y que las diferencias sociales no entienden de felicidad. Tengo que felicitarlas por manejar ese ritmo pausado y coherente con la historia y personajes. Por mostrar de forma natural y no didáctica o paternalista. Es un cuento. Pero lo es para lo bueno y para lo malo. Y es que la belleza se puede esconder en un barrizal, o en una chavola de un arrabal.

Víctor Gualda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Este cuento de singular belleza nos sumerge en los submundos de la sociedad peruana, pero desde otro lugar, presenciamos el rito, el baile, el festejo de los casamientos, la entrega al amor, por un lado; y la decadencia y falta de creatividad por parte de la pianista-ama (el piano que tira por la ventana) que ni siquiera es capaz de llamar a Fausta por su nombre por el otro. Los símbolos también dejan su impronta, las escaleras (con las que poder subir-bajar-acceder al otro estadio y unir esos submundos), la ceremonia de mantener el cuerpo del muerto hasta realizar el entierro, el canto, el baile, el festejo, la relación del mito con lo indígena (el lenguaje quechua) Es el canto la propia búsqueda de liberación interior. Sellando su cuerpo, prohibiéndose a sí misma el amor, es una manera de cuidarse del "afuera" que tanto teme. Ella dice haber sentido la violación de su madre desde el vientre...
Es genial, la composición, el ritmo, el cuidado de cada detalle, como un niño que escucha un cuento y repara en cada instante, así el espectador va siendo encantado mágicamente hasta el final.
La ultima parte donde se realiza el entierro, mirando al mar(símbolo mitológico de la muerte) lleva a Fausta hacia el renacer, siendo sorprendida por el amor que empieza a florecer como la flor de una papa.