miércoles, 22 de julio de 2009

DEJAME ENTRAR

La mejor película del año es una de vampiros. Lo suelto convencido después de ver este drama con subgénero incorporado, que ha pasado por los festivales más prestigiosos. Desde San Sebastián donde se llevó el premio del público, hasta el neoyorkino Tribeca, empeñado en promocionar un cine más “serio”. Por supuesto su paso por Sitges no dejo indiferente, pero el festival catalán es un cajón desastre donde todo cabe, y por tanto no me sirve de referencia.

Lo primero que me llama la atención es lo mimados que están los protagonistas. Estos dos niños de doce años incomprendidos y asociales que encuentran refugio el uno con el otro. Una subtrama relacionada con el niño maltratado por unos compañeros deja claro cual será la excusa, y hacia donde caminará el film. Es tal vez la parte más previsible, y bajo mi punto de vista la menos interesante. Aunque el punto de vista principal estará centrado en él para mantener el misterio y el suspense, también haremos incursiones en el punto de vista de ella, sobre todo una vez desentrañadas las identidades. Por supuesto ella, motor de la extraña relación antagónica, tiene el máximo interés.

Y es que el director Tomas Alfredson juega desde las primeras secuencias a dar una de cal y otra de arena, y pronto entendemos lo oscuro de la nueva familia del edificio. Lo mejor en este punto es el tono de absoluto respeto y nada de esperpéntico con el que está tratado lo crudo de los hechos. Tal vez porque presentar el género sea menos importante que presentar la maravillosa relación que inmediatamente se establece entre los protagonistas. Aun así, la trama fantástica está mostrada con sobriedad nórdica, sin aspavientos ni efectismos baratos. Desde la normalidad de las cámaras fijas y los planos generales que se alargan, hasta la determinación del drama que acerca el objetivo a los protagonistas.

A partir de que ambos se aceptan (más bien el espectador), de que el espectador conoce los códigos, la mayoría de ellos establecidos por los cientos de películas de vampiros, pero también algunos nuevos (al menos para mi) la tensión se centra en dos puntos. Saber si la relación esta abocada al fracaso, es decir, qué pasará con la pareja, y en que momento Oskar se enfrentará a sus “enemigos”. Un primer final que establece el necesario cambio en el personaje de él, magistralmente llevado con unas acciones paralelas nos da las pistas. Pero mientras el efectismo trata de salir a la superficie de una película que se entiende de género, la historia de amor, amistad, relación imposible, gana enteros a base de golpecitos en la pared. Sólo puedo utilizar una palabra. Magistral. Me recuerda poderosamente al primer cine tenso y contemplativo de Polanski, al desasosiego que produce el de Haneke, y a la extraña forma voayeur de establecer las relaciones de Kieslovski. Un cóctel arriesgado y conmovedor que de milagro no se va al traste en el tercer acto.

Es en este punto donde Alfredson se la juega con una escena de auntoinmolación un tanto excéntrica que aleja al espectador más conservador. Me la imagino sobre el libreto y le veo la coherencia, pero ese plano general en el hospital sorprende y recuerda al cine de otras latitudes más empeñadas en el efectismo. No así la secuencia que da nombre a la cinta. Y mucho menos la secuencia que muestra el compromiso que ha adquirido Oscar con Eli. Luego el desenlace previsible tal vez ambiguo en su composición. El espectador tal vez demande que se lo muestren todo, pero ya decía Hitchcock que a veces lo que se sugiere es más impactante que lo que se muestra. Será un final difícil de olvidar, pero me queda la duda razonable.

Un amigo me añade que se queda además con la doble lectura social que contrapone el tradicional individualismo del héroe anglo, con la idea de que todos necesitamos la ayuda de otros para llegar a nuestros objetivos. Buena lectura. De cualquier forma una cinta imprescindible para ver varias veces, incluso para añadir a nuestra devedeteca personal en la edición más completa posible. Una película que marca un antes y un después en el contemporáneo cine mestizo, y porque no, en el tradicional cine de género.

Víctor Gualda.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En el papel informativo que los cines en v.o. imprimen de cada película, hay varias frases del director que pretenden calificar la película. Una dice: "...profundo conocimiento de lo humano." La película te remueve los cimientos emocionales. Cuando terminó, todavía se oían risas sanas de algunos mezcladas con el llanto de otros.

Anónimo dijo...

Esa ambigüedad de sensaciones creo es la respuesta a una obra compleja, prolijamente concebida, sobre un gélido manto blanco de soledad, y un escenario de incomprensión, represión e inseguridad adolescente. Creo que nuestra atención no solo se centra en el devenir del texto fílmico (que a príori pueda ser conocido por el archivo visual de cualquier ojo-espectador del cine de género),ya que los acontecimientos del colegio servirán de puente para entrelazar las historias paralelas, que invitan a "ponerse en la piel del otro", a encontrar un código de comunicación y encuentro, un pacto de amor que se sella con sangre.
Después de ver este film, tengo la certeza de que el cine se resiste a repetirse, que afortunadamente existe diversidad de interpretaciones, y que por mi parte cada vez tengo menos ganas de perder el tiempo mirando pelis como "Crepúsculo".