Lo primero que llama la atención es la división en capítulos casi literarios que componen la trama. Parece que estamos ante una reunión de relatos independientes que luego tienden a encontrarse en el desenlace, pero que por separado tienen su propio clímax final. Ya aquí vemos que hay un desequilibrio entre unos y otros. En vez de cumplir diferentes funciones en el conjunto, todos están basados en los diálogos. Y eso siempre es interesante en su caso pero descompensa el delicado equilibrio del total. La verborrea de sus personajes parecen reflejar la propia personalidad del director. Y lo hacen con talento, el problema es que parecemos asistir al mismo personaje con diferente uniforme y algún matiz propio de la situación. Así, la presentación del nazi Hans Landa (Chistopher Waltz) es sencillamente magistral. Una secuencia de veinte minutos de tensión con banda sonora reciclada de Morricone que nos conduce hacia un desenlace esperado, pero no por ello menos revelador. Tarantino no sólo es jerga de barrio. Es diálogo tenso y concreción en los desenlaces. Da igual que la larga secuencia sea puro western mezcolanza de Ford y Leone. Él consigue apropiarse de sus referentes y crear algo nuevo que trasciende. Es más, se permite reinventarse y autoreferenciarse con otra secuencia maestra en la taberna, que es una suerte de “Reservoig Dogs” comprimido. Pero el equilibrio entre ambas debería estar en la acción. Y esa responsabilidad le correspondían a los bastardos comandados por Aldo Raine/Pitt. En vez de eso, mete el cazo alargando innecesariamente las secuencias al estilo “Doce del Patíbulo” o “Grupo Salvaje” primero en la prestación incompleta del grupo, luego en la presentación del alemán desertor, y finalmente en la presentación del personaje de Eli Roth. Con lo cual el ritmo del conjunto se resiente. Y es que el ritmo depende demasiado del diálogo. Y aunque Tarantino sea un as en el manejo del texto, se echan en falta silencios dramáticos, el desborde en las resoluciones ya sean violentas o no y algo más de equilibrio en el total.
La acumulación de secuencias unas acertadas otras fallidas (para mi la del strudel es necesaria, pero alargada, al igual que el personaje de Brull me parece metido como excusa para hacer avanzar la acción, pero la personalidad no está bien definida, llevando al desastre la peor secuencia de la película, que no es otra que la de la resolución en el cine-teatro. Y es que el director es ambicioso y bajo mi punto de vista algo torpe al combinar los géneros en una secuencia que rompe todo el tono de la película al mezclar las tramas que se cruzan. Por un lado la comedia con unos bastardos pasados de vueltas (más que nunca) y el contratiempo del idioma (convertido en uno de los “temas” a los que mejor rendimiento saca el director), por otro la deserción de Landa, por otro el drama de Shosanna (Melanie Laurent) en lo que podía haber sido un final épico y por la precipitación se queda en un quiero y no puedo. Los cambios de registro están bien para descargar la tensión acumulada, pero no se pueden comer el verdadero clímax que se precipita en la cabina y no permite que el espectador disfrute de la venganza, que es el fin último de la trama (por mucho que se lance el mensaje de que la venganza es inútil), aunque sea a través de la autoinmolación. Y es que para mi el personaje del amante de Shosanna no tiene más sentido que el de resolver problemas de guión, ya que la relación entre ellos está completamente forzada a pesar del estético plano del celuloide amontonado. Mientras que la idea del atentado doble con el cine con la bobina cambiada entre las llamas es fantástica. Otra cuestión es el cambio de la historia (¿ucronía?), muy cinematográfica, pero que tal vez hubiese sido mucho más duro si no hubiesen acabado con Hitler y con Goebbels (entonces si que el tema de la venganza inútil se hubiese reforzado). Lo curioso es que el director consigue convertir el defecto en virtud, y la muerte de Hitler en el teatro es uno de los puntos más discutidos de la cinta por el poder del cine para “cambiar” la historia.
En definitiva y por no alargar una crítica. -Se puede escribir un libro más que un artículo, porque todas las secuencias tienen detalles maestros (me encanta el detalle fetichista con el que arranca la película por ejemplo)- una película incompleta porque debía haber durado cuatro horas para que el director se explayase, o cuarenta minutos menos para ser más concreto. Pero al final me quedo con la impresión de un genial experimento fallido que abre una puerta que ningún otro director del mundo puede soñar. Se puede acusar a Tarantino de narcisista pajillero y se le pueden negar premios al mejor director en festivales que se alimentan de su genio, pero lo que es innegable es que su energía y su sombra van alargándose por cada género que toca. Y ahora el cine bélico tiene un nuevo y genial (que no maestro) referente sobre el que reconstruirse.
Víctor Gualda,