El cine de espionaje vuelve a estar de moda. Y Clive Owen es el hombre para este tipo de papeles. Si hace poco le vimos en "Duplicity", en "The Internacional" retoma el personaje. Solo que en este caso el tono del film es diferente. Dejando a un lado la comedia, es ahora un aguerrido agente de la Interpol, y se verá metido en un oscuro caso que le supera. También aquí contará con un peso pesado como partenaire, Naomi Watts, fantástica interprete con tendencia a cambiar de look para cada papel. Owen sin embargo es siempre Owen. Duro, incorruptible, moralmente irreprochable y con esa gabardina que le hace pasar de un papel a otro como si cada personaje fuera una continuación del anterior. Pero eso no es negativo, también Cary Grant y muchos otros grandes cambian de papel pero no de traje. La clave está en un guión sin fisuras, muy bien dirigido y una realización impecable.
Lo que en principio parece un argumento de novela negra de esas en las que te pierdes con los nombres de los personajes, está pulido para que el espectador entienda de qué va todo el tinglado. Aunque la presentación arranca con una secuencia extraña, con personajes a los que desconocemos conspirando sobre algún tema que nos resulta ajeno, y con un Owen desorientado y oscuro, inmediatamente el guionista Eric Warren Singer nos pone al corriente de que va la conspiración y del carácter del personaje. Nos desvela un oscuro pasado que despierta nuestra curiosidad, nos mete de lleno en la trama. Entendemos quién es el enemigo invisible. Una institución siempre es un enemigo apetecible, sea un banco, un gobierno, o una agencia federal, el espectador siempre se pondrá de parte del individuo. Pero una macroempresa es un enemigo sin rostro, y como en aquella película que comentamos hace poco “A quemarropa”, el enemigo debe volverse tangible por medio del individuo (las instituciones también necesitan rostros) y ese rostro será el antagonista último… pero antes, hay que pasar por el peaje de las clases medias: asesinos a sueldo, matones despersonalizados con semiautomáticas y demás, comandados por el “consultor” profesional interpretado por Brian F. O´Byrne.
Una secuencia en el Guggenheim de Nueva York será el atrezzo para la acción que necesita una película de estas características. Los americanos tienen tendencia a provocar destrozos devastadores, y por qué no, el teutón Tykwer ha debido pensar que el arte engrandece la violencia. Pronto la trama se divide en tres. Y con la duda moral que se establece en la mejor secuencia de personajes, entre el viejo y antiguo coronel de la Stazi (Armi Mueller-Stahl) y Owen en la que se ponen sobre la mesa los términos amorales de cualquier acción. Owen decide cruzar la línea (ojo, es el sustento teórico del film, y lo mejor trabajado). Y es que para luchar en igualdad de condiciones contra una corporación, hay que equilibrar las fuerzas. El rudo y atractivo detective (cuanto más desaliñado más encanto tiene el personaje) decide cruzar la línea, y el planteamiento moral del personaje cambia. La experiencia es un grado en los servicios secretos, y en la vida. Las reglas las imponen las mismas instituciones para jugar con ventaja, así que el mcguffin de trafico de armas (increíblemente sencillo por bien explicado) pronto tendrá solución momentánea. Pero queda el individuo. El malo estereotipo necesario debe sufrir el castigo por sus actos, y si el coronel ha expiado sus pecados conscientemente, sólo Owen podrá redimir los del “malo”. Pero si su firmeza flaquea (no es tan fácil saltarse los propios principios), otra organización que el espectador conoce (curiosa la relación inconsciente del espectador –mafioso/italiano- por su falta de escrúpulos) se encargará de poner la bala. Así todos contentos.
La película resulta al final una crítica al sistema. A los intereses deshumanizados de los bancos para crear guerras, intervenir en el tráfico de armas. Fantástica la explicación no carente de lógica que relaciona armas con deuda, bajo la fina batuta de un Tom Tykwer que se pasa al thriller conspirativo y que ya ha dado muestras de su buen pulso narrativo y visual como director y que siempre encuentra soluciones visuales a la narración (“La princesa y el guerrero", "Corre Lola corre" o "El perfume"). Hay que felicitar al equipo por resucitar dignamente este género tan difícil, pero necesario. Peliculón que sin compartir los honores de otros estrenos, está muy por encima de créditos que lo avalen.
Víctor Gualda.
Lo que en principio parece un argumento de novela negra de esas en las que te pierdes con los nombres de los personajes, está pulido para que el espectador entienda de qué va todo el tinglado. Aunque la presentación arranca con una secuencia extraña, con personajes a los que desconocemos conspirando sobre algún tema que nos resulta ajeno, y con un Owen desorientado y oscuro, inmediatamente el guionista Eric Warren Singer nos pone al corriente de que va la conspiración y del carácter del personaje. Nos desvela un oscuro pasado que despierta nuestra curiosidad, nos mete de lleno en la trama. Entendemos quién es el enemigo invisible. Una institución siempre es un enemigo apetecible, sea un banco, un gobierno, o una agencia federal, el espectador siempre se pondrá de parte del individuo. Pero una macroempresa es un enemigo sin rostro, y como en aquella película que comentamos hace poco “A quemarropa”, el enemigo debe volverse tangible por medio del individuo (las instituciones también necesitan rostros) y ese rostro será el antagonista último… pero antes, hay que pasar por el peaje de las clases medias: asesinos a sueldo, matones despersonalizados con semiautomáticas y demás, comandados por el “consultor” profesional interpretado por Brian F. O´Byrne.
Una secuencia en el Guggenheim de Nueva York será el atrezzo para la acción que necesita una película de estas características. Los americanos tienen tendencia a provocar destrozos devastadores, y por qué no, el teutón Tykwer ha debido pensar que el arte engrandece la violencia. Pronto la trama se divide en tres. Y con la duda moral que se establece en la mejor secuencia de personajes, entre el viejo y antiguo coronel de la Stazi (Armi Mueller-Stahl) y Owen en la que se ponen sobre la mesa los términos amorales de cualquier acción. Owen decide cruzar la línea (ojo, es el sustento teórico del film, y lo mejor trabajado). Y es que para luchar en igualdad de condiciones contra una corporación, hay que equilibrar las fuerzas. El rudo y atractivo detective (cuanto más desaliñado más encanto tiene el personaje) decide cruzar la línea, y el planteamiento moral del personaje cambia. La experiencia es un grado en los servicios secretos, y en la vida. Las reglas las imponen las mismas instituciones para jugar con ventaja, así que el mcguffin de trafico de armas (increíblemente sencillo por bien explicado) pronto tendrá solución momentánea. Pero queda el individuo. El malo estereotipo necesario debe sufrir el castigo por sus actos, y si el coronel ha expiado sus pecados conscientemente, sólo Owen podrá redimir los del “malo”. Pero si su firmeza flaquea (no es tan fácil saltarse los propios principios), otra organización que el espectador conoce (curiosa la relación inconsciente del espectador –mafioso/italiano- por su falta de escrúpulos) se encargará de poner la bala. Así todos contentos.
La película resulta al final una crítica al sistema. A los intereses deshumanizados de los bancos para crear guerras, intervenir en el tráfico de armas. Fantástica la explicación no carente de lógica que relaciona armas con deuda, bajo la fina batuta de un Tom Tykwer que se pasa al thriller conspirativo y que ya ha dado muestras de su buen pulso narrativo y visual como director y que siempre encuentra soluciones visuales a la narración (“La princesa y el guerrero", "Corre Lola corre" o "El perfume"). Hay que felicitar al equipo por resucitar dignamente este género tan difícil, pero necesario. Peliculón que sin compartir los honores de otros estrenos, está muy por encima de créditos que lo avalen.
Víctor Gualda.
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