Película sencilla que se mueve en dos líneas argumentales bien definidas. Por una parte en la emocional centrada en la evolución del personaje y por otra dentro de la trama. Ambas están muy bien combinadas creando un cóctel homogéneo. El arranque nos muestra a un hombre solitario y poco dado a relacionarse, Walter (Richard Jenkins). Entendemos que está sólo y que su vida es aséptica y dentro de un sistema que le invita a repetir cada día como si fuera el anterior. Entendemos que ha perdido hace no demasiado a su mujer y se empeña en recordarla a través de clases de piano, para las que evidentemente no está dotado. Pero el destino que mueve a los hombres le dará una segunda oportunidad de la forma más inesperada. Unas conferencias le devuelven a su antigua casa de Nueva York, al menos durante una semana. Allí se cruzará con una pareja que sin tener nada que ver con él, cambiara su vida.
La relación entre Jenkins y Tarek (Haaz Sleiman) será el salto hacia lo desconocido. Poco a poco la rigidez ira cediendo y encontrará un motivo para cambiar. Es ese punto de giro que necesita cualquier trama para hacer avanzar la acción, Walter (Jenkins) conocerá una realidad que está presente en la sociedad de cualquier país del primer mundo, pero que la clase media a la que pertenece Jenkins prefiere ignorar. Por supuesto se involucrará, pero no hasta tal punto como para dejar de lado su vida. El guión de Tom McCarthy está muy bien tejido en este sentido. Los pequeños giros son determinantes pero creíbles para entender los cambios. Nada es gratuito o irracional. El ritmo es coherente con la historia. La burocracia es lenta, y el tranquilo profesor ira desesperando como lo hacemos todos en las colas administrativas. Pero mientras él lo hace, comienza a vivir de nuevo, y esa perdida de papeles le ha cambiado irremediablemente. Ya no es el mismo que comenzó la película. Ahora está dispuesto a levantar la voz ante la injusticia y dejar de lado por primera vez su ego.
La relación entre Jenkins y Tarek (Haaz Sleiman) será el salto hacia lo desconocido. Poco a poco la rigidez ira cediendo y encontrará un motivo para cambiar. Es ese punto de giro que necesita cualquier trama para hacer avanzar la acción, Walter (Jenkins) conocerá una realidad que está presente en la sociedad de cualquier país del primer mundo, pero que la clase media a la que pertenece Jenkins prefiere ignorar. Por supuesto se involucrará, pero no hasta tal punto como para dejar de lado su vida. El guión de Tom McCarthy está muy bien tejido en este sentido. Los pequeños giros son determinantes pero creíbles para entender los cambios. Nada es gratuito o irracional. El ritmo es coherente con la historia. La burocracia es lenta, y el tranquilo profesor ira desesperando como lo hacemos todos en las colas administrativas. Pero mientras él lo hace, comienza a vivir de nuevo, y esa perdida de papeles le ha cambiado irremediablemente. Ya no es el mismo que comenzó la película. Ahora está dispuesto a levantar la voz ante la injusticia y dejar de lado por primera vez su ego.
En este punto el director y el guionista tenían dos caminos. Aquel que deja satisfecho al espectador y se resuelve al estilo Hollywood con final feliz, o aquel que se acerca a la realidad mucho más cruda y sin concesiones. Afortunadamente toman el camino de la verdad. Una crítica tan seria no se debe lanzar y luego para dejar tranquilo al espectador y que su conciencia descanse. No se trata de moralizar. Se trata de ser realistas y crear una pequeña grieta en la conciencia del individuo. A fin de cuentas es él y sólo él quien puede cambiar el futuro. De momento nos conformaremos con que la rígida mente de clase media de nuestro protagonista ha cambiado. Ha tomado conciencia y con un pequeño acto simbólico entendemos que nada volverá a ser como antes. Además Walter-Jenkins ha conseguido algo improbable. Ha aprendido que siempre hay esperanza de luchar y encontrar algo mejor.
A nivel social, me quedo con la crítica a un sistema deshumanizado que trata al individuo como un objeto al que tirar o dejar de lado, en un país que presume de democracia. En un país de colonos que se rige por el sistema de clases que por supuesto no están relacionadas entre si. Esta resulta una película para esas medias que serán las que vayan al cine, o las que valoren que Jenkins merece ser nominado al Oscar. El problema será el de siempre. La información es tanta que los problemas de un individuo, aunque representen un colectivo sólo serán una mera anécdota, y sólo si la repercusión social llega a través de los medios como mostraba Wilder en “El gran carnaval” puede trascender. Película maravillosa por sencilla, bien llevada, bien escrita, bien dirigida y extraordinariamente interpretada.
Víctor Gualda.
2 comentarios:
Suscribo casi todo. No hay muchas películas norteamericanas (o yo no las he visto) que aborden determinadas problemáticas de forma equilibrada sin ponerse en plan épico y montar un espectáculo de fuegos artificiales alrededor de la denuncia social (Nacido el 4 de Julio, Erin Bróckovich o Harvey Milk, por ejemplo), que en ocasiones acaban por desvirtuarla (la denuncia, no la película). Esta aproximación me parece más humana, y debería dejar mayor huella en el espectador aunque no suponga un exitazo de taquilla. Recomiendo la otra película de Thomas McCArthy como director: “The Station Agent”.
Ah, táctica acertada la de redactar una crítica que invite a ver la película señalando su atractivo de forma abstracta sin desvelar prácticamente nada de lo que sucede en ella. Ya podían tomar nota los que escriben las hojas informativas de los multicines, que la mayor parte de las veces en lugar de hacer una sinopsis te cuentan la película de cabo a rabo.
Efectivamente, contar sinopsis no tiene nada que ver con lo que es el concepto crítica. Enhorabuena a Victor Gualda y al anónimo que suscribe lo anterior.
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