sábado, 19 de septiembre de 2009

UN BUEN HOMBRE

El título, tan sintomático como la mayoría de las veces, ya nos da pistas a grosso modo lo que vamos a ver. Un buen hombre es una película sin ambición, y eso puede ser tan malo como el exceso de ella. Con una buena idea de base que se queda en un quiero y no puedo por la indefinición a la hora de lanzarse al género. Juan Martínez Moreno se ha decantado por el drama a secas a pesar de momentos puntuales algo bizarros, y un drama con asesinato pide algo más. Un extra de determinación que aquí se suple con el trasfondo de duda moral que lleva implícito el argumento.

Lo que me gusta de la cinta es que no engaña. No todos los españoles vamos a misa como el personaje de Tristán Ulloa, pero si todos (o casi todos) nos hemos criado bajo el yugo moral de la iglesia católica. Por eso cuando Ulloa es testigo de lo que es testigo (prefiero no desvelarlo porque me parece interesante también la cotidianidad con la que se expone la acción, lejos de efectismos y convirtiendo al espectador en cómplice) la duda, ambigüedad moral entre lo que debe de hacer como miembro de la sociedad y lo que debe de hacer como “amigo” (entrecomillado porque es una de las claves de la película) se hacen hueco en su mente y por ende en la del espectador. Se plantea el típico dilema de – ¿tú que hubieras hecho en mi lugar?- y se refuerza con la ambición del protagonista. También interesante en este punto la sobriedad del personaje de Ulloa que no se desgasta en parlamentos justificatorios y que hace del silencio una actitud. La ecuación se plantea al cuadrado al ver que en la determinación que toma nuestro protagonista, hay una falta de confianza con su pareja Nathalie Poza, con la que no está dispuesto a compartir oscuros secretos.

La película, que ya ha definido el tono, se lanza firme hacia el improbable futuro, con un sorprendente (y ahora si, bizarro) giro que añade más morbo a la ya de por si difícil situación. El efecto bola de nieve complica aun más la trama, y refuerza la psique del personaje atrapado. Ulloa y Gutierrez Caba tienen una deuda común y la expiación de los pecados de ambos se complica por momentos. Es curioso el desenlace de la cinta por varios motivos. Por un lado, el planteamiento de que la comunión libera al pecador de sus acciones, una vez que el causante ha cumplido con su presunto deber moral. Aunque el director ha olvidado que para el perdón completo hace falta la previa confesión, y prescinde de esa escena (no es posible la expiación de los pecados propios a través de acciones ajenas, porque eso es lo mismo que un Deus ex machina). A nivel simbólico está bien, el problema es que a nivel cinematográfico ese desenlace esta sencillamente mal contado, Resulta ajeno al espectador de forma torpe. Esa el la clave de mediocridad de la cinta, la falta de esa ambición de la que hablaba al principio.

Personalmente eché en falta que después del desenlace, de que Nathalie Poza diese a Ulloa la razón para seguir adelante, la normalidad se hubiese restablecido a través de ella, y no una vez más a través del silencio (el peso de la culpa y la tragedia debían caer sobre los hombros de Ulloa, sino pierde la coherencia el personaje). En vez de eso el personaje ni siente ni padece. Si hubiese confesado derrotado conmovido por la noticia de ella, y precisamente fuera ella la que le redimiese de la culpa, la película hubiese volado mucho más alto. En vez de eso, la indefinición, la falta de tensión de toda la cinta, y las buenas pero irregularidades maneras de dirección, lastran un film que podía ser mucho más de lo que es, paradójicamente con muy poco.

Víctor Gualda.

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