domingo, 27 de septiembre de 2009

MALDITOS BASTARDOS

Me resulta complicado hacer una crítica objetiva de la nueva película de Tarantino. Tal vez por que me ha gustado y horrorizado a partes iguales. Por un lado está esa libertad del director americano para hacer lo que le da la gana como le da la gana, y por otra su propia cinefilia que le impide que sus películas sean equilibradas. Creo recordar que ya lo comente en este mismo blog con la crítica de “Kill Bill”, esa libertad le hace tender hacia el onanismo mental y acabar jodiendo películas que de otra forma serian obras maestras o la reinvención del género que aborda en cada una de ellas. Una vez más “Malditos Bastardos” mezcla lo mejor de sus cualidades y lo peor de sus defectos a partes iguales.

Lo primero que llama la atención es la división en capítulos casi literarios que componen la trama. Parece que estamos ante una reunión de relatos independientes que luego tienden a encontrarse en el desenlace, pero que por separado tienen su propio clímax final. Ya aquí vemos que hay un desequilibrio entre unos y otros. En vez de cumplir diferentes funciones en el conjunto, todos están basados en los diálogos. Y eso siempre es interesante en su caso pero descompensa el delicado equilibrio del total. La verborrea de sus personajes parecen reflejar la propia personalidad del director. Y lo hacen con talento, el problema es que parecemos asistir al mismo personaje con diferente uniforme y algún matiz propio de la situación. Así, la presentación del nazi Hans Landa (Chistopher Waltz) es sencillamente magistral. Una secuencia de veinte minutos de tensión con banda sonora reciclada de Morricone que nos conduce hacia un desenlace esperado, pero no por ello menos revelador. Tarantino no sólo es jerga de barrio. Es diálogo tenso y concreción en los desenlaces. Da igual que la larga secuencia sea puro western mezcolanza de Ford y Leone. Él consigue apropiarse de sus referentes y crear algo nuevo que trasciende. Es más, se permite reinventarse y autoreferenciarse con otra secuencia maestra en la taberna, que es una suerte de “Reservoig Dogs” comprimido. Pero el equilibrio entre ambas debería estar en la acción. Y esa responsabilidad le correspondían a los bastardos comandados por Aldo Raine/Pitt. En vez de eso, mete el cazo alargando innecesariamente las secuencias al estilo “Doce del Patíbulo” o “Grupo Salvaje” primero en la prestación incompleta del grupo, luego en la presentación del alemán desertor, y finalmente en la presentación del personaje de Eli Roth. Con lo cual el ritmo del conjunto se resiente. Y es que el ritmo depende demasiado del diálogo. Y aunque Tarantino sea un as en el manejo del texto, se echan en falta silencios dramáticos, el desborde en las resoluciones ya sean violentas o no y algo más de equilibrio en el total.

La acumulación de secuencias unas acertadas otras fallidas (para mi la del strudel es necesaria, pero alargada, al igual que el personaje de Brull me parece metido como excusa para hacer avanzar la acción, pero la personalidad no está bien definida, llevando al desastre la peor secuencia de la película, que no es otra que la de la resolución en el cine-teatro. Y es que el director es ambicioso y bajo mi punto de vista algo torpe al combinar los géneros en una secuencia que rompe todo el tono de la película al mezclar las tramas que se cruzan. Por un lado la comedia con unos bastardos pasados de vueltas (más que nunca) y el contratiempo del idioma (convertido en uno de los “temas” a los que mejor rendimiento saca el director), por otro la deserción de Landa, por otro el drama de Shosanna (Melanie Laurent) en lo que podía haber sido un final épico y por la precipitación se queda en un quiero y no puedo. Los cambios de registro están bien para descargar la tensión acumulada, pero no se pueden comer el verdadero clímax que se precipita en la cabina y no permite que el espectador disfrute de la venganza, que es el fin último de la trama (por mucho que se lance el mensaje de que la venganza es inútil), aunque sea a través de la autoinmolación. Y es que para mi el personaje del amante de Shosanna no tiene más sentido que el de resolver problemas de guión, ya que la relación entre ellos está completamente forzada a pesar del estético plano del celuloide amontonado. Mientras que la idea del atentado doble con el cine con la bobina cambiada entre las llamas es fantástica. Otra cuestión es el cambio de la historia (¿ucronía?), muy cinematográfica, pero que tal vez hubiese sido mucho más duro si no hubiesen acabado con Hitler y con Goebbels (entonces si que el tema de la venganza inútil se hubiese reforzado). Lo curioso es que el director consigue convertir el defecto en virtud, y la muerte de Hitler en el teatro es uno de los puntos más discutidos de la cinta por el poder del cine para “cambiar” la historia.

En definitiva y por no alargar una crítica. -Se puede escribir un libro más que un artículo, porque todas las secuencias tienen detalles maestros (me encanta el detalle fetichista con el que arranca la película por ejemplo)- una película incompleta porque debía haber durado cuatro horas para que el director se explayase, o cuarenta minutos menos para ser más concreto. Pero al final me quedo con la impresión de un genial experimento fallido que abre una puerta que ningún otro director del mundo puede soñar. Se puede acusar a Tarantino de narcisista pajillero y se le pueden negar premios al mejor director en festivales que se alimentan de su genio, pero lo que es innegable es que su energía y su sombra van alargándose por cada género que toca. Y ahora el cine bélico tiene un nuevo y genial (que no maestro) referente sobre el que reconstruirse.

Víctor Gualda,

martes, 22 de septiembre de 2009

MILLENIUM 1: LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES

Uf, comenzar esta crítica sobre esta película basada en la trilogía de libros más celebrados de la década (con el permiso de los Harris Potteres, Códigos DaVincis, vampiros y demás fauna de Blockbusters literarios) para llevar la contraria a un peso pesado de la literatura como Vargas Llosa (El Pais) y a un pesado a secas como Ansón (El Cultural de El Mundo) no resulta fácil. Pero no puedo evitar primero sorprenderme y luego descojonarme al comprobar su entusiasmo calificando casi como obra maestra esta trilogía.sueca. Los libros, y la adaptación a la pantalla de la primera parte, tienen un punto a favor, eso no lo voy a negar. Resultan entretenidos, y miles de lectores/espectadores comparten el entusiasmo. No es poco en el siglo de las pantallas unipersonales, pero de ahí a subirla a los altares me parece que hay un salto cuantitativo y cualitativo importante. No entiendo porque Vargas Llosa dedica el primer párrafo de su artículo a justificarse, incluso lo reconoce al inicio del segundo con un -“A qué viene este preámbulo”- su peso es evidente, pero también él se puede equivocar, igual que él mismo dice que Donna Leon se equivoca por no gustarle, utilizando un –“¡Vaya disparate!”-

No nos volvamos locos llevados por el entusiasmo o por lo que digan los demás y sentémonos a reflexionar y a sacar conclusiones propias. La adaptación de Nicolas Arcell y Rasmus Heisterberg resulta bastante correcta y traslada las virtudes y los defectos casi a la perfección. Y digo casi, porque hay detalles que han sido convenientemente suprimidos, sirva como ejemplo ese superfluo ánimo de transgredir del Larsson formando un extraño triangulo consentido de Michael Blomkvist, su editora, y el marido de esta, que esta sencillamente suprimido posiblemente por miedo a que el espectador juzgue a un personaje al que tiene que apoyar incondicionalmente. Y claro, se trata de una adaptación y puede resultar intrascendente por no aportar nada a la trama. Pero tiene su importancia porque la base sobre la que se construye todo lo demás (la trama de la desaparición de Harriet Vanger) es cartón piedra, y es el desarrollo de los personajes, lo que sostienen el camelo (como se demuestra en la segunda y tercera entrega). Vargas Llosa habla de representantes sociales corruptos reflejos de la sociedad, olvidando que al fin y al cabo se trata de novelas de género que necesitan antagonistas oscuros contra los que luchar, y que cuanto mayor sea la entidad del enemigo, mayor el interés de la empresa.

Pero no hace mención de la plana, plana, plana personalidad de ese alter ego del escritor que es el periodista metido a detective, Blomkvist. Los personajes positivos, sin un solo defecto, moralmente intachables, sin asomo de duda, comprensivos, y luchadores no tienen cabida en una sociedad que tiende a rechazar. Todos desgraciadamente tenemos defectos, y desde el primer capítulo entendemos que este superhéroe llevará a buen puerto cualquier cosa que se proponga. Y eso, me resulta además de obvio, aburrido y mentira. Con esa personalidad, es difícil que el personaje de Lisbeth Salander (fantásticamente interpretada en la película por Noomi Rapace) no sea el que se come la novela, y en la segunda y tercera parte acapare el protagonismo. Salander es otro personaje de cartón piedra con la que es espectador/lector se identifica porque está dibujada imperfecta y con un oscuro pasado. Eso anima la curiosidad, pero no es suficiente para convertirla en una diosa intocable. Salander es otro cliche con recursos ilimitados, más inteligente que todos los demás personajes juntos, porque además de la mejor hacker del planeta, es la mejor boxeadora, la más persistente y la única “buena” que a pesar de transgredir el sistema, también es moralmente intachable. El espectador sabe inconscientemente que nada se le podrá resistir, y en ningún momento teme por su vida, es más, hasta cuando roba, lo hace a alguien que lo merece por corrupto.

En cuanto a la trama, no es más que una traslación "de barrio" de cualquier caso de Agatha Christie o Conan Doyle (o Dikens o Dumas si Vargas Llosa lo prefiere), a una desaparición de hace treinta años, y podemos decir que es entretenido, pero ni siquiera sorprende, menos en la película, que también evita en este punto la trasgresión moral del asesino, su padre, y sus costumbres sexuales. Sólo cabria resaltar la secuencia de la violación de Salander, que por supuesto está rodada a la americana, sin producir ese asco que trasmite imaginar la situación cuando la lees la primera parte de la trilogía. El resultado final de la película resulta naif y vacío. Lo bueno, es que al menos los protagonistas en la pantalla no son un actor de papel cuché, y cualquier lerda siliconada (bueno, en la segunda igual si, porque la propia trama impulse a la futura estrella) los protagonistas no son reconocibles y pensamos que asistimos a algo nuevo. A pesar de ello, la película y el libro son más de lo mismo que importamos del mercadeo USA.

Volviendo al tema que parece haber apasionado a Vargas Llosa, recordar como nació el género negro. La corrupción social de las instituciones, bancos, empresas, policía y demás, generan la desconfianza de la masa social produciendo una impresión de que cualquier vengador enmascarado o armado que luche contra/al margen del sistema merece un puesto en el imaginario colectivo (una vez más el individuo contra el sistema). Lo vimos hace poco en “Enemigos públicos” Dilinger es el último héroe romántico que transgrede el sistema, el héroe romántico antes que se restablezca el orden. Si todo es cíclico, las crisis bancarias, los constantes casos de corrupción política y económica, producen ahora el mismo efecto con el repunte del género, en el caso de esta trilogía centro de las tramas del segundo y tercer libro. Y es que la literatura y el cine, suelen tener que ver con las sensaciones sociales del momento, y si a eso añadimos un estilo directo y sencillo, la mitad del público ya está ganada. Lo que me resulta curiosa es la otra mitad. ¿por qué guardan silencio? No es una buena novela (sin entrar en las deficiencias técnicas), no es una buena película (correcta a nivel formal en todo caso). Yo no creo como algunos en las conspiraciones de encargo. Prefiero pensar que el reconocido escritor se ha dejado llevar por los recuerdos de su juventud y hace tiempo que no lo hacia… al final sólo el tiempo colocará a cada uno en su sitio. Seguro que Vargas Llosa sube al panteón de la historia de la literatura, lo que no tengo tan claro es que Stieg Larsson y su Millenium lo hagan.

Víctor Gualda.

sábado, 19 de septiembre de 2009

UN BUEN HOMBRE

El título, tan sintomático como la mayoría de las veces, ya nos da pistas a grosso modo lo que vamos a ver. Un buen hombre es una película sin ambición, y eso puede ser tan malo como el exceso de ella. Con una buena idea de base que se queda en un quiero y no puedo por la indefinición a la hora de lanzarse al género. Juan Martínez Moreno se ha decantado por el drama a secas a pesar de momentos puntuales algo bizarros, y un drama con asesinato pide algo más. Un extra de determinación que aquí se suple con el trasfondo de duda moral que lleva implícito el argumento.

Lo que me gusta de la cinta es que no engaña. No todos los españoles vamos a misa como el personaje de Tristán Ulloa, pero si todos (o casi todos) nos hemos criado bajo el yugo moral de la iglesia católica. Por eso cuando Ulloa es testigo de lo que es testigo (prefiero no desvelarlo porque me parece interesante también la cotidianidad con la que se expone la acción, lejos de efectismos y convirtiendo al espectador en cómplice) la duda, ambigüedad moral entre lo que debe de hacer como miembro de la sociedad y lo que debe de hacer como “amigo” (entrecomillado porque es una de las claves de la película) se hacen hueco en su mente y por ende en la del espectador. Se plantea el típico dilema de – ¿tú que hubieras hecho en mi lugar?- y se refuerza con la ambición del protagonista. También interesante en este punto la sobriedad del personaje de Ulloa que no se desgasta en parlamentos justificatorios y que hace del silencio una actitud. La ecuación se plantea al cuadrado al ver que en la determinación que toma nuestro protagonista, hay una falta de confianza con su pareja Nathalie Poza, con la que no está dispuesto a compartir oscuros secretos.

La película, que ya ha definido el tono, se lanza firme hacia el improbable futuro, con un sorprendente (y ahora si, bizarro) giro que añade más morbo a la ya de por si difícil situación. El efecto bola de nieve complica aun más la trama, y refuerza la psique del personaje atrapado. Ulloa y Gutierrez Caba tienen una deuda común y la expiación de los pecados de ambos se complica por momentos. Es curioso el desenlace de la cinta por varios motivos. Por un lado, el planteamiento de que la comunión libera al pecador de sus acciones, una vez que el causante ha cumplido con su presunto deber moral. Aunque el director ha olvidado que para el perdón completo hace falta la previa confesión, y prescinde de esa escena (no es posible la expiación de los pecados propios a través de acciones ajenas, porque eso es lo mismo que un Deus ex machina). A nivel simbólico está bien, el problema es que a nivel cinematográfico ese desenlace esta sencillamente mal contado, Resulta ajeno al espectador de forma torpe. Esa el la clave de mediocridad de la cinta, la falta de esa ambición de la que hablaba al principio.

Personalmente eché en falta que después del desenlace, de que Nathalie Poza diese a Ulloa la razón para seguir adelante, la normalidad se hubiese restablecido a través de ella, y no una vez más a través del silencio (el peso de la culpa y la tragedia debían caer sobre los hombros de Ulloa, sino pierde la coherencia el personaje). En vez de eso el personaje ni siente ni padece. Si hubiese confesado derrotado conmovido por la noticia de ella, y precisamente fuera ella la que le redimiese de la culpa, la película hubiese volado mucho más alto. En vez de eso, la indefinición, la falta de tensión de toda la cinta, y las buenas pero irregularidades maneras de dirección, lastran un film que podía ser mucho más de lo que es, paradójicamente con muy poco.

Víctor Gualda.

martes, 15 de septiembre de 2009

LA SOMBRA DEL PODER

Nada que objetar a este thriller conspirativo al más puro estilo americano. Todo es correcto por no decir perfecto. Tan perfecto que mi chica a los quince minutos se levantó del sillón aburrida. ¿Por qué? Por la razón más obvia. Sabía perfectamente como iba a terminar. Dos horas después no pude hacer más que darle la razón. Puede que el espectador no pueda prever las vueltas que decidan dar los responsables para llegar al desenlace, pero el esquema es tan evidente que un no cinéfilo lo puede adivinar sin esforzarse. Tal vez su previsibilidad se deba a que está basado en una serie de televisión (de la BBC), o a que los actores no son los mejores posibles, pero esta película dirigida con buen pulso deja ver claros los andamios que la sostienen

El guión responde a la estructura clásica del género. Trama escrita de atrás adelante y personajes planos con pinceladas de personalidad pero sin profundizar. Por un lado aunque el protagonista absoluto está interpretado por Russell Crowe. Arquetipo del periodista de la vieja escuela, desastroso en lo privado, un fiera en lo profesional por encima de reglas convenciones y jefas histéricas. Como “compañía” femenina una joven inexperta pero ilusionada (la invisible pero constante Rachel McAdams) Por otro, el amigo de la universidad ambicioso que ha hecho carrera en la política llegando a ser congresista interpretado por Ben Affleck, y la mujer de este Robin Wright Penn como rubia peligrosa, completan un triangulo extraño de relaciones sexuales cruzadas poco explotadas. Por supuesto el ganador congresista Affleck se llevó a la chica. Nada de aprovechar la posible tensión sexual entre aprendiz y el maestro. Todos ellos metidos en una conspiración política con los típicos asesinatos extraños, la típica gran empresa (en este caso de seguridad privada), y el típico asesino de pago frío y calculador. En definitiva nada nuevo bajo el horizonte.

Tal vez lo más interesante de la película sea lo menos desarrollado. La confrontación entre el antiguo periodismo, y la información limitada y poco contrastada de escritores de blogs, pero con el poder de llevar la información y los rumores a cada rincón del mundo de manera inmediata. Crowe como buen profesional de la vieja escuela sirve de gurú a McAdams para que descubra el verdadero periodismo de investigación. Aunque sea sonsacando a veces con métodos poco ortodoxos la información. Siempre menos inmediatos, pero yendo a ese fondo de la noticia que muchas veces esconde una realidad de mucho más calado social. Esto es lo que lleva a la denuncia escondida en la trama. El poder que van acaparando las empresas de seguridad en Estados Unidos. Pequeños ejércitos de mercenarios que se van quedando con el negocio de la guerra fuera de las fronteras americanas. (TVE emitió en Documentos TV un fantástico reportaje/documental que no tiene desperdicio que habla de este negocio floreciente y lucrativo que os cuelgo para que lo veáis) Lo más increíble; que estos yanquis tiran la piedra y esconden la mano, y en vez de llevar la situación al extremo, deciden convertir el thriller en melodrama televisivo y dejar la denuncia en una mera anécdota (el giro final es una tomadura de pelo que trata de sorprender, y lo único que consigue es faltar el respeto al espectador). Una cagada de alto presupuesto, vamos.

En definitiva, que si, que Kevin Mcdonald tiene buen pulso a la hora de dirigir imprimiendo ritmo, suspense e incluso guiños de comedia. Que el guión de la serie de Paul Abbott está bien comprimido por Matthew Michael Carnahan, Tony Gilroy (que está hasta en la sopa) y Billy Ray, que los actores están perfectos en sus trajes, camisas de leñador o minifaldas… pero me extraña tanta buena crítica a esta película que en realidad es más de los mismo. Dentro de dos meses ya no estarás seguro de si la viste, o adivinaras lo que va a pasar en la próxima que veas del estilo.

Víctor Gualda.

viernes, 11 de septiembre de 2009

THE VISITOR

Película sencilla que se mueve en dos líneas argumentales bien definidas. Por una parte en la emocional centrada en la evolución del personaje y por otra dentro de la trama. Ambas están muy bien combinadas creando un cóctel homogéneo. El arranque nos muestra a un hombre solitario y poco dado a relacionarse, Walter (Richard Jenkins). Entendemos que está sólo y que su vida es aséptica y dentro de un sistema que le invita a repetir cada día como si fuera el anterior. Entendemos que ha perdido hace no demasiado a su mujer y se empeña en recordarla a través de clases de piano, para las que evidentemente no está dotado. Pero el destino que mueve a los hombres le dará una segunda oportunidad de la forma más inesperada. Unas conferencias le devuelven a su antigua casa de Nueva York, al menos durante una semana. Allí se cruzará con una pareja que sin tener nada que ver con él, cambiara su vida.

La relación entre Jenkins y Tarek (Haaz Sleiman) será el salto hacia lo desconocido. Poco a poco la rigidez ira cediendo y encontrará un motivo para cambiar. Es ese punto de giro que necesita cualquier trama para hacer avanzar la acción, Walter (Jenkins) conocerá una realidad que está presente en la sociedad de cualquier país del primer mundo, pero que la clase media a la que pertenece Jenkins prefiere ignorar. Por supuesto se involucrará, pero no hasta tal punto como para dejar de lado su vida. El guión de Tom McCarthy está muy bien tejido en este sentido. Los pequeños giros son determinantes pero creíbles para entender los cambios. Nada es gratuito o irracional. El ritmo es coherente con la historia. La burocracia es lenta, y el tranquilo profesor ira desesperando como lo hacemos todos en las colas administrativas. Pero mientras él lo hace, comienza a vivir de nuevo, y esa perdida de papeles le ha cambiado irremediablemente. Ya no es el mismo que comenzó la película. Ahora está dispuesto a levantar la voz ante la injusticia y dejar de lado por primera vez su ego.

En este punto el director y el guionista tenían dos caminos. Aquel que deja satisfecho al espectador y se resuelve al estilo Hollywood con final feliz, o aquel que se acerca a la realidad mucho más cruda y sin concesiones. Afortunadamente toman el camino de la verdad. Una crítica tan seria no se debe lanzar y luego para dejar tranquilo al espectador y que su conciencia descanse. No se trata de moralizar. Se trata de ser realistas y crear una pequeña grieta en la conciencia del individuo. A fin de cuentas es él y sólo él quien puede cambiar el futuro. De momento nos conformaremos con que la rígida mente de clase media de nuestro protagonista ha cambiado. Ha tomado conciencia y con un pequeño acto simbólico entendemos que nada volverá a ser como antes. Además Walter-Jenkins ha conseguido algo improbable. Ha aprendido que siempre hay esperanza de luchar y encontrar algo mejor.

A nivel social, me quedo con la crítica a un sistema deshumanizado que trata al individuo como un objeto al que tirar o dejar de lado, en un país que presume de democracia. En un país de colonos que se rige por el sistema de clases que por supuesto no están relacionadas entre si. Esta resulta una película para esas medias que serán las que vayan al cine, o las que valoren que Jenkins merece ser nominado al Oscar. El problema será el de siempre. La información es tanta que los problemas de un individuo, aunque representen un colectivo sólo serán una mera anécdota, y sólo si la repercusión social llega a través de los medios como mostraba Wilder en “El gran carnaval” puede trascender. Película maravillosa por sencilla, bien llevada, bien escrita, bien dirigida y extraordinariamente interpretada.

Víctor Gualda.

lunes, 7 de septiembre de 2009

WATCHMEN

Lo cierto es que no sé lo que esperaba de esta película. Tal vez se deba a que mis expectativas después de escuchar a tanto fanático del cómic, eran demasiado elevadas. Pero el primer visionado de “Watchmen” me ha parecido en líneas generales un coñazo insufrible. De acuerdo, estéticamente es la caña, la introducción es cojonuda, pero las dos horas y media de metraje se me han hecho eternas, y el discurso me ha parecido anticuado y pretencioso. En su favor, tengo que reconocer que me la tragué entera de una sentada (cosa que no pude hacer con “The Spirit”) y que tiene reflexiones sobre los “superhéroes” que no había visto o leído en otros cómics de la época.

Para empezar me parece complicado adaptar un cómic tan complejo y largo en una película. Se que el director (Zack Snyder) y sus guionistas (David Hayter y Alex Tse) han tenido que suprimir capítulos que ayudan a entender la trama principal o las motivaciones de los protagonistas. Incluso ese metalenguaje del cómic dentro del cómic es interesante y se ha perdido. Pero eso no me parece excusa para entender que el formato audiovisual es diferente, y por lo tanto que no se le pueden meter paliques metafísicos monologados de cinco minutos. Después de esa presentación en imágenes que tan bien resume la formación de los Héroes y que cualquier tiempo pasado fue mejor (que por cierto me recordó a “Los Increíbles”) comienza la parte narrativa propiamente dicha. Los cambios de punto de vista, alternados con flash-backs explicativos están bien introducidos. Sabemos quién es quién y cuales son los roles (aunque claramente estereotipados) El problema es que aunque estructuralmente están donde tienen que estar, este primer bloque es tan largo que casi dura una película convencional entera, con lo cual el ritmo narrativo se resiente. Por otra parte, el planteamiento del conflicto interno de los héroes que envejecen y dejan de tener sentido en una sociedad cambiante que les rechaza (“¿Quién vigila a los vigilantes?”), lo que les provoca morriña del pasado está bien, pero no hacen falta treinta secuencias para contar lo mismo en la primera que en la última, por mucho que la intención sea deconstruir el arquetipo convencional del superhéroe y la falta de superpoderes les humanice en todos los estadios.

Es cuando cambia el bloque de flach-backs y presentaciones, y se centran en el conflicto, cuando la película arranca y coge algo de ritmo (por fin). La consecuencia necesaria de tanto melodrama (historia de Espectro de Seda I y II con el Comediante, o a la de Espectro de Seda II y Buho Nocturno) no puede ser otra que la de que los personajes reaccionen dejen de lado sus miedos y retomen su “misión”. Es en este punto de giro donde más conflicto en cuanto al mensaje veo. Si es cierto (como me decía un amigo) que el tufillo fascistoide impregna toda la cinta, es con la guerra nuclear con lo que alcanza su mayor esplendor. Entiendo que la preocupación de la época (está ambientada en 1985) y el fantasma del comunismo copen todo el trasfondo, pero los valores han cambiado y el enemigo invisible que no tiene cara me resulta demasiado irreal (por no hablar de esa división simplista entre buenos y malos). La idea de que los americanos tienen el deber de salvar al mundo me aburre sobremanera, y la idea utilitarista de que haya un exterminador invisible que tiene la misión autoimpuesta de reventar al planeta para salvarlo me produce escalofríos, porque justifica moralmente cualquier acción por descabellada que sea. Los daños colaterales valen para matar mujeres y niños y tienen justificación, porque a fin de cuentas a los muertos no les conocíamos y la causa es “buena” (me recuerda demasiado a conflictos actuales)

Luego está el tema de los personajes, como dije antes estereotipos que esconden distintas tendencias nihilistas, deterministas, utilitaristas disfrazadas en las personalidades. El esquizofrénico paranoico fascista de la mascara llamado Roschach (Jakie Earle Haley) es el punto de vista principal que hace que avance la acción a través de su voz en off al mas puro estilo del cine negro, por cierto la mejor interpretación cuando le quitan la máscara. Espectro de Seda es el enlace entre dios/Dr Manhattan y los hombres; El buho, el bucólico representante de los héroes retirados; El comediante otro fascista psicópata presuntamente nihilista (al menos es lo que se entiende de sus monólogos contra todo y todos) sin la menor empatía con nadie y Ozymandias, el espabilado megalomano narcisista personificado. Hago un alto en Dr Manhattan porque me parece el más estúpido de todos. Un personaje que pierde la humanidad, pero que es el encargado de salvarla. Omnipotente pero creado por el propio hombre. Indestructible pero manipulado por un ser inferior; guardián del mundo, pero retirado en una isla (Marte) Podría llamarse doctor paradoja, pero a pesar de que está introducido en la trama pseudos policíaca, cualquier acción suya no deja de ser un Deus ex machina, con lo cual cualquier desastre puede ser arreglado con su varita mágica, como de hecho así sucede primero en Vietnam (guerra que acabo de descubrir que los americanos consideran que ganaron) y luego con el conflicto nuclear (lo digo consciente de que el final del cómic difiere del de la película). Todo ello alternado por discursos seudo metafísicos de guardería.

Lo siento por los fans de Alan Moore, que deben sentirse decepcionados dado el formato gráfico permite un desarrollo más coherente, pero lo único que me parece salvable de este coñazo de dos horas y media es la estética y algunas soluciones visuales. Me da igual que hayan contado con asesores en física quántica y que los personajes tengan una base científica como explican en los extras. La trama me parece espesa, los personajes estereotipos, el trasfondo pasado de moda. Todo con una ambición desmedida de su director sobrevalorado Zack Snyder (300). Al final me quedo con la frase hecha “el que mucho abarca, poco aprieta”.

Víctor Gualda

viernes, 4 de septiembre de 2009

THE INTERNATIONAL

El cine de espionaje vuelve a estar de moda. Y Clive Owen es el hombre para este tipo de papeles. Si hace poco le vimos en "Duplicity", en "The Internacional" retoma el personaje. Solo que en este caso el tono del film es diferente. Dejando a un lado la comedia, es ahora un aguerrido agente de la Interpol, y se verá metido en un oscuro caso que le supera. También aquí contará con un peso pesado como partenaire, Naomi Watts, fantástica interprete con tendencia a cambiar de look para cada papel. Owen sin embargo es siempre Owen. Duro, incorruptible, moralmente irreprochable y con esa gabardina que le hace pasar de un papel a otro como si cada personaje fuera una continuación del anterior. Pero eso no es negativo, también Cary Grant y muchos otros grandes cambian de papel pero no de traje. La clave está en un guión sin fisuras, muy bien dirigido y una realización impecable.

Lo que en principio parece un argumento de novela negra de esas en las que te pierdes con los nombres de los personajes, está pulido para que el espectador entienda de qué va todo el tinglado. Aunque la presentación arranca con una secuencia extraña, con personajes a los que desconocemos conspirando sobre algún tema que nos resulta ajeno, y con un Owen desorientado y oscuro, inmediatamente el guionista Eric Warren Singer nos pone al corriente de que va la conspiración y del carácter del personaje. Nos desvela un oscuro pasado que despierta nuestra curiosidad, nos mete de lleno en la trama. Entendemos quién es el enemigo invisible. Una institución siempre es un enemigo apetecible, sea un banco, un gobierno, o una agencia federal, el espectador siempre se pondrá de parte del individuo. Pero una macroempresa es un enemigo sin rostro, y como en aquella película que comentamos hace poco “A quemarropa”, el enemigo debe volverse tangible por medio del individuo (las instituciones también necesitan rostros) y ese rostro será el antagonista último… pero antes, hay que pasar por el peaje de las clases medias: asesinos a sueldo, matones despersonalizados con semiautomáticas y demás, comandados por el “consultor” profesional interpretado por Brian F. O´Byrne.

Una secuencia en el Guggenheim de Nueva York será el atrezzo para la acción que necesita una película de estas características. Los americanos tienen tendencia a provocar destrozos devastadores, y por qué no, el teutón Tykwer ha debido pensar que el arte engrandece la violencia. Pronto la trama se divide en tres. Y con la duda moral que se establece en la mejor secuencia de personajes, entre el viejo y antiguo coronel de la Stazi (Armi Mueller-Stahl) y Owen en la que se ponen sobre la mesa los términos amorales de cualquier acción. Owen decide cruzar la línea (ojo, es el sustento teórico del film, y lo mejor trabajado). Y es que para luchar en igualdad de condiciones contra una corporación, hay que equilibrar las fuerzas. El rudo y atractivo detective (cuanto más desaliñado más encanto tiene el personaje) decide cruzar la línea, y el planteamiento moral del personaje cambia. La experiencia es un grado en los servicios secretos, y en la vida. Las reglas las imponen las mismas instituciones para jugar con ventaja, así que el mcguffin de trafico de armas (increíblemente sencillo por bien explicado) pronto tendrá solución momentánea. Pero queda el individuo. El malo estereotipo necesario debe sufrir el castigo por sus actos, y si el coronel ha expiado sus pecados conscientemente, sólo Owen podrá redimir los del “malo”. Pero si su firmeza flaquea (no es tan fácil saltarse los propios principios), otra organización que el espectador conoce (curiosa la relación inconsciente del espectador –mafioso/italiano- por su falta de escrúpulos) se encargará de poner la bala. Así todos contentos.

La película resulta al final una crítica al sistema. A los intereses deshumanizados de los bancos para crear guerras, intervenir en el tráfico de armas. Fantástica la explicación no carente de lógica que relaciona armas con deuda, bajo la fina batuta de un Tom Tykwer que se pasa al thriller conspirativo y que ya ha dado muestras de su buen pulso narrativo y visual como director y que siempre encuentra soluciones visuales a la narración (“La princesa y el guerrero", "Corre Lola corre" o "El perfume"). Hay que felicitar al equipo por resucitar dignamente este género tan difícil, pero necesario. Peliculón que sin compartir los honores de otros estrenos, está muy por encima de créditos que lo avalen.

Víctor Gualda.