El honor, la familia, la venganza, la muerte, la culpa, son parte indispensable del carácter judeo-cristinano que refleja a la perfección el director Abel Ferrara en “El funeral”. También en el resto de sus películas, pero en el caso que nos ocupa, de forma explicita, directa y sin papel de caramelo que lo envuelva.
Los símbolos son parte de su idiosincrasia, y el director y guionista comienza con Humprey Bogard contándonos que uno de nuestros protagonistas va a morir. Lo que tal vez no nos esperemos sea que en el siguiente plano vaya a aparecer dentro del ataud. A partir de aquí la “vendetta” no se va a hacer esperar. Con una estructura circular plagada de flash-backs conocemos primero a los hermanos, la familia, y como hemos llegado a este velatorio. Conocemos de forma secundaria que los intereses familiares pasan por la relación con un cretino desalmado y prepotente que encarna a la perfección Benico del Toro. Pero antes hemos conocido el carácter de los hermanos. Whristopher Walken es el hermano mayor y patriarca de la familia. Asume el peso de su cargo con determinación, prudencia y mano de hierro. Chris Penn es el hermano de en medio, se ocupa del bar en el que se gestiona el trapicheo. Tiene algún problema psicológico indeterminado que le produce cambios de humor extremos y violentos. Y por fin Vincent Gallo, el hermano menor, el idealista que aún cree en la justicia, al menos en la poética, que se desencadena tras la muerte de su mejor y más bocazas amigo por parte de Benicio. Pero el bocazas no tiene una familia que le respalde. Con estos antecedentes y siendo consciente Christopher del odio que provoca en Benicio su hermano, inmediatamente lo juzga (también lo hace el espectador). Nada ni nadie puede impedir que la venganza de Yavhé en mano de Walken se lleve a cabo. Lo mejor es que a pesar de que descubre que Benicio no es el asesino de su hermano, las cartas ya están echadas y tiene que cumplir su cometido inexorable. A partir de aquí (y es donde llega el fallo del guión), el director busca un personaje conejillo de indias externo a la trama, y lo coloca como cabeza de turco. No le conocíamos, no pintaba nada, nos cuentan una historia que no hemos visto. Nos engaña para modelar nuestros sentimientos como espectadores y luego descubrir que todo es mentira. Y con la mentira justifica las dudas que surgen en Walken (en el espectador) para luego, en un nuevo giro de guión confesar. Entonces le odiamos aún más. Y aunque entendemos que lo hace por salvar su vida, si Christopher nos presta la pistola, nosotros mismos le ejecutaremos. Pero esto es sólo en final de la trama principal. El director no está dispuesto a que sus protagonistas salgan impunes, así que el odio genera odio, y la sangre sangre, y ha llegado el momento de que se desencadene la tragedia que Ferrara viene anunciando toda la película. Así que al más puro estilo Shakespiriano asistimos a la destrucción de todo. Al Apocalipsis de la familia, respetando eso si a las mujeres, que por supuesto están exentas del pecado y por lo tanto no tienen que sufrir de forma violenta (al menos física) las consecuencias.
Mención aparte merecen las interpretaciones que sostienen la película. Todos están extraordinarios. Tal vez Chris Peen tenga el mejor y menos aprovechado papel, pero es difícil mantenerse en un registro ambiguo que siempre desencadena en violencia. Aunque suya es la secuencia determinante del film, en la que después de un último entierro que él mismo ejecuta ha perdido el control de su cabeza. Vincent cumple a la perfección su papel de idealista que desencadena todos los acontecimientos. Pero tal vez sea Anabella Sciorra la que tiene el personaje junto al de Chistopher al que el director mejor partido ha sabido sacar. La esposa atrapada en la espiral de violencia alcanza un punto culmen en la secuencia en la que se sincera con su posible-improbable-imposible cuñada. Y es que desde su papel dentro de la familia no puede cambiar los acontecimientos que ve se van a precipitar y esa impotencia la desata en un monólogo en la cocina familiar de manera descarnada, y con una sinceridad que desmonta. Por encima de todos y con el permiso de su señora esposa esta Walken, que como siempre borda este tipo de papeles en los que el honor y la violencia están estrechamente unidos. Basta recordar aquel maravilloso cara a cara con Dennis Hopper en “Amor a quemarropa” o el monólogo del reloj en “Pulp Fiction” para saber de que hablo . Sus convicciones y su ética cubren a todos. Desde el flash-back en el que su padre le entrega la pistola para que cometa su primer asesinato, pasando por el cara a cara con Del Toro, memorable en la secuencia en la que le presentan cara a cara con el muerto, hasta el último que cometerá en una secuencia en la que busca la justicia y está a punto de ceder y consentir el asesinato de su hermano por otra causa de honor, en este caso “justa”. Pero el director no se podía conformar en lo que hubiese sido un gatillazo y le da la vuelta de tuerca tramposa de la que hablé anteriormente y descarga toda la tensión en un chaval cuya única motivación era su estúpido e inmaduro orgullo herido. Así que en conclusión, una interpretación de Oscar para un actor que hace años que ya desde “El cazador” está por encima de consideraciones interpretativas que afectan al resto de los mortales-actores.
La fotografía y la ambientación se alían con el argumento de esta película oscura, casi Lorquiana y la hacen aún más grande, y es que un argumento así sólo puede desarrollarse bajo el amparo de la noche, para concluirse al amanecer. La mejor, tal vez con “Teniente corrupto”, de este independiente que transmite a la perfección sus inquietudes a través de sus películas. Impresionante, imprescindible.
Víctor Gualda.
Los símbolos son parte de su idiosincrasia, y el director y guionista comienza con Humprey Bogard contándonos que uno de nuestros protagonistas va a morir. Lo que tal vez no nos esperemos sea que en el siguiente plano vaya a aparecer dentro del ataud. A partir de aquí la “vendetta” no se va a hacer esperar. Con una estructura circular plagada de flash-backs conocemos primero a los hermanos, la familia, y como hemos llegado a este velatorio. Conocemos de forma secundaria que los intereses familiares pasan por la relación con un cretino desalmado y prepotente que encarna a la perfección Benico del Toro. Pero antes hemos conocido el carácter de los hermanos. Whristopher Walken es el hermano mayor y patriarca de la familia. Asume el peso de su cargo con determinación, prudencia y mano de hierro. Chris Penn es el hermano de en medio, se ocupa del bar en el que se gestiona el trapicheo. Tiene algún problema psicológico indeterminado que le produce cambios de humor extremos y violentos. Y por fin Vincent Gallo, el hermano menor, el idealista que aún cree en la justicia, al menos en la poética, que se desencadena tras la muerte de su mejor y más bocazas amigo por parte de Benicio. Pero el bocazas no tiene una familia que le respalde. Con estos antecedentes y siendo consciente Christopher del odio que provoca en Benicio su hermano, inmediatamente lo juzga (también lo hace el espectador). Nada ni nadie puede impedir que la venganza de Yavhé en mano de Walken se lleve a cabo. Lo mejor es que a pesar de que descubre que Benicio no es el asesino de su hermano, las cartas ya están echadas y tiene que cumplir su cometido inexorable. A partir de aquí (y es donde llega el fallo del guión), el director busca un personaje conejillo de indias externo a la trama, y lo coloca como cabeza de turco. No le conocíamos, no pintaba nada, nos cuentan una historia que no hemos visto. Nos engaña para modelar nuestros sentimientos como espectadores y luego descubrir que todo es mentira. Y con la mentira justifica las dudas que surgen en Walken (en el espectador) para luego, en un nuevo giro de guión confesar. Entonces le odiamos aún más. Y aunque entendemos que lo hace por salvar su vida, si Christopher nos presta la pistola, nosotros mismos le ejecutaremos. Pero esto es sólo en final de la trama principal. El director no está dispuesto a que sus protagonistas salgan impunes, así que el odio genera odio, y la sangre sangre, y ha llegado el momento de que se desencadene la tragedia que Ferrara viene anunciando toda la película. Así que al más puro estilo Shakespiriano asistimos a la destrucción de todo. Al Apocalipsis de la familia, respetando eso si a las mujeres, que por supuesto están exentas del pecado y por lo tanto no tienen que sufrir de forma violenta (al menos física) las consecuencias.
Mención aparte merecen las interpretaciones que sostienen la película. Todos están extraordinarios. Tal vez Chris Peen tenga el mejor y menos aprovechado papel, pero es difícil mantenerse en un registro ambiguo que siempre desencadena en violencia. Aunque suya es la secuencia determinante del film, en la que después de un último entierro que él mismo ejecuta ha perdido el control de su cabeza. Vincent cumple a la perfección su papel de idealista que desencadena todos los acontecimientos. Pero tal vez sea Anabella Sciorra la que tiene el personaje junto al de Chistopher al que el director mejor partido ha sabido sacar. La esposa atrapada en la espiral de violencia alcanza un punto culmen en la secuencia en la que se sincera con su posible-improbable-imposible cuñada. Y es que desde su papel dentro de la familia no puede cambiar los acontecimientos que ve se van a precipitar y esa impotencia la desata en un monólogo en la cocina familiar de manera descarnada, y con una sinceridad que desmonta. Por encima de todos y con el permiso de su señora esposa esta Walken, que como siempre borda este tipo de papeles en los que el honor y la violencia están estrechamente unidos. Basta recordar aquel maravilloso cara a cara con Dennis Hopper en “Amor a quemarropa” o el monólogo del reloj en “Pulp Fiction” para saber de que hablo . Sus convicciones y su ética cubren a todos. Desde el flash-back en el que su padre le entrega la pistola para que cometa su primer asesinato, pasando por el cara a cara con Del Toro, memorable en la secuencia en la que le presentan cara a cara con el muerto, hasta el último que cometerá en una secuencia en la que busca la justicia y está a punto de ceder y consentir el asesinato de su hermano por otra causa de honor, en este caso “justa”. Pero el director no se podía conformar en lo que hubiese sido un gatillazo y le da la vuelta de tuerca tramposa de la que hablé anteriormente y descarga toda la tensión en un chaval cuya única motivación era su estúpido e inmaduro orgullo herido. Así que en conclusión, una interpretación de Oscar para un actor que hace años que ya desde “El cazador” está por encima de consideraciones interpretativas que afectan al resto de los mortales-actores.
La fotografía y la ambientación se alían con el argumento de esta película oscura, casi Lorquiana y la hacen aún más grande, y es que un argumento así sólo puede desarrollarse bajo el amparo de la noche, para concluirse al amanecer. La mejor, tal vez con “Teniente corrupto”, de este independiente que transmite a la perfección sus inquietudes a través de sus películas. Impresionante, imprescindible.
Víctor Gualda.
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