Que Gus Van Sant es un bicho raro en el panorama del cine hollywoodiense no se le escapa a nadie. Tampoco, que lo es en el cine independiente. Este director ha conseguido situarse en tierra de nadie e intenta ser fiel a su propio estilo, y además de haber encontrado su hueco, a hecho algo con los que muchos directores sueñan. Ser reconocido por el estilo de sus películas, es decir, que sus películas tengan personalidad propia. Lejos quedan sus dos grandes (y para mi mejores) películas “Drugstore Cowboy” y “Mi Idaho privado” con las que fascinó y consiguió una corte de incondicionales. Sus incursiones en el cine comercial han sido más irregulares. Del éxito (relativo) de “El indomable Will Hunting”, al batacazo y crítica destructiva de su versión nada personal de “Psicosis”, pasando por películas medias con detalles como “Descubriendo a Forrester”. El caso es que con “Elephant” inició una trilogía que le ha valido, al igual que con el resto de sus películas, variedad de opiniones. “Elephant” consiguió sorprender y aburrir a partes iguales, pero con aquella curiosa manera de enfocar el cine desde una perspectiva casi documental, tratando de no decantarse en las resoluciones de las tramas, cautivo a los entendidos haciéndole llevarse los premios gordos en Cannes (director y película). Su segunda incursión “Gerry” pasó sin pena ni gloria a pesar de el extrataquillero Matt Damon (que últimamente está hasta en la sopa). Da igual, porque el director quería completar su particular guerra de las galaxias con la última entrega, pero primera que tenía en mente “Last Days” de la que desconozco las cifras, pero que estoy convencido funcionó relativamente.
Van Sant consideró que la muerte de Kurt Kobain fue un fenómeno mediático al igual que la muerte de su querido River Phoenix, y se pregunto como serían los últimos momentos de la “persona” lejos de su imagen de ídolo del rock. Como expliqué, fue la primera de la saga, y según él mismo, Michael Pitt podía encajar perfectamente en el personaje, pero todavía no estaba encarrilado hacia el éxito. Con la misma premisa realizó las otras dos. A partir de la prensa y televisión utilizó dos noticias que le habían causado impacto y las traslado a una visión objetiva en la que los personajes eran los que determinaban una trama inexistente. Porque el guión tal y como lo conocemos en las tres películas, y en concreto en la que nos ocupa, es una mera anécdota. La recreación de estos momentos, parece más fruto de conversaciones e improvisaciones entre el director y los actores que fruto de la traslación al papel de un argumento o una historia. Son meras anécdotas, extractos de vida real en los que se ha huido del efectismo para crear sensaciones, para que el espectador trate de sentir los sentimientos del personaje. Una acampada solitaria en mitad del campo, un baño en una cascada, el personaje huyendo del contacto humano, el mismo personaje relacionándose de manera confusa con la gente que tiene cerca. Todo para trasmitir la soledad en la que se mueve. Poco importa que no pase nada. Que como subtramas tengamos a un tipo que vende páginas amarillas, a unos mormones que venden a Dios puerta a puerta, o sus “amigos” con los que comparte castillo. Blake (Cobain en realidad) vive en su propio mundo, vive su propia amargura y no la quiere compartir. La cámara le persigue como única testigo, cómo una parte más de él mismo, por medio de largos planos secuencias. Los diálogos son insustanciales y no aportan pistas. Prácticamente desaparecen si no es por el grupo de compañeros de piso. Y cuando están, simplemente cuentan historias de magos que paran balas con la boca y que rizando el rizo nos sirven de antecedente de lo que va a suceder. Los decorados son casi inexistentes, salvo por la casa que parece un personaje más, y una nueva metáfora de cómo esta el personaje. Majestuoso por fuera (no puede ser de otra forma en una estrella del rock) mientras el interior está arruinado.
El climax de su desesperación y del metraje, llega con la interpretación del tema “Death to birth”, compuesta por el propio Pitt, pero que perfectamente podrían ser un tema de Cobain, en el vemos de forma cristalina lo que llevamos interpretando toda la película sobre nuestro personaje. El resto es puro tramite. Un acierto del director es no recrearse en ningún momento en las drogas. Se intuyen, casi las olemos, pero no las vemos. Ni siquiera en la muerte del personaje. Secuencia que está rodada de forma objetiva para un espectador no presente. Sólo un detalle del alma desnuda del personaje saliendo de su cuerpo, y el coche de aquellos amigos que prácticamente huyen ante la idea de que les impliquen, para ampliar la soledad del individuo.
Como detalles de cine bien llevado, el rodaje se realizó en cuatro semanas con un equipo reducido, y el montaje lo iba haciendo el propio director prácticamente mientras se rodaba. El sonido también tiene una especial relevancia en esta película, en la que han tratado de utilizar el sonido real ambiente y lo han reforzado en la postproducción con sonidos que tratan de crear sensaciones y que evoluciona a la par que la desesperación de Blake. De las interpretaciones poco se puede decir. Al tratarse de situaciones improvisadas es difícil equivocarse o perder el ritmo. Todos los actores están en el mismo tono y Pitt está muy creíble en las secuencias en las que aparece colocado. En definitiva un buen anticine (o Antitrama, que diría en cuanto al guión Robert McKee) para cerrar la trilogía, pero que espero sea la última de este tipo (no sabía si alabarle o insultarle) que nos muestra una vez más este fantástico director con mucho que aportar.
Víctor Gualda.
Van Sant consideró que la muerte de Kurt Kobain fue un fenómeno mediático al igual que la muerte de su querido River Phoenix, y se pregunto como serían los últimos momentos de la “persona” lejos de su imagen de ídolo del rock. Como expliqué, fue la primera de la saga, y según él mismo, Michael Pitt podía encajar perfectamente en el personaje, pero todavía no estaba encarrilado hacia el éxito. Con la misma premisa realizó las otras dos. A partir de la prensa y televisión utilizó dos noticias que le habían causado impacto y las traslado a una visión objetiva en la que los personajes eran los que determinaban una trama inexistente. Porque el guión tal y como lo conocemos en las tres películas, y en concreto en la que nos ocupa, es una mera anécdota. La recreación de estos momentos, parece más fruto de conversaciones e improvisaciones entre el director y los actores que fruto de la traslación al papel de un argumento o una historia. Son meras anécdotas, extractos de vida real en los que se ha huido del efectismo para crear sensaciones, para que el espectador trate de sentir los sentimientos del personaje. Una acampada solitaria en mitad del campo, un baño en una cascada, el personaje huyendo del contacto humano, el mismo personaje relacionándose de manera confusa con la gente que tiene cerca. Todo para trasmitir la soledad en la que se mueve. Poco importa que no pase nada. Que como subtramas tengamos a un tipo que vende páginas amarillas, a unos mormones que venden a Dios puerta a puerta, o sus “amigos” con los que comparte castillo. Blake (Cobain en realidad) vive en su propio mundo, vive su propia amargura y no la quiere compartir. La cámara le persigue como única testigo, cómo una parte más de él mismo, por medio de largos planos secuencias. Los diálogos son insustanciales y no aportan pistas. Prácticamente desaparecen si no es por el grupo de compañeros de piso. Y cuando están, simplemente cuentan historias de magos que paran balas con la boca y que rizando el rizo nos sirven de antecedente de lo que va a suceder. Los decorados son casi inexistentes, salvo por la casa que parece un personaje más, y una nueva metáfora de cómo esta el personaje. Majestuoso por fuera (no puede ser de otra forma en una estrella del rock) mientras el interior está arruinado.
El climax de su desesperación y del metraje, llega con la interpretación del tema “Death to birth”, compuesta por el propio Pitt, pero que perfectamente podrían ser un tema de Cobain, en el vemos de forma cristalina lo que llevamos interpretando toda la película sobre nuestro personaje. El resto es puro tramite. Un acierto del director es no recrearse en ningún momento en las drogas. Se intuyen, casi las olemos, pero no las vemos. Ni siquiera en la muerte del personaje. Secuencia que está rodada de forma objetiva para un espectador no presente. Sólo un detalle del alma desnuda del personaje saliendo de su cuerpo, y el coche de aquellos amigos que prácticamente huyen ante la idea de que les impliquen, para ampliar la soledad del individuo.
Como detalles de cine bien llevado, el rodaje se realizó en cuatro semanas con un equipo reducido, y el montaje lo iba haciendo el propio director prácticamente mientras se rodaba. El sonido también tiene una especial relevancia en esta película, en la que han tratado de utilizar el sonido real ambiente y lo han reforzado en la postproducción con sonidos que tratan de crear sensaciones y que evoluciona a la par que la desesperación de Blake. De las interpretaciones poco se puede decir. Al tratarse de situaciones improvisadas es difícil equivocarse o perder el ritmo. Todos los actores están en el mismo tono y Pitt está muy creíble en las secuencias en las que aparece colocado. En definitiva un buen anticine (o Antitrama, que diría en cuanto al guión Robert McKee) para cerrar la trilogía, pero que espero sea la última de este tipo (no sabía si alabarle o insultarle) que nos muestra una vez más este fantástico director con mucho que aportar.
Víctor Gualda.
3 comentarios:
Habrá que verla. Y seguramente tengas razón, pero la verdad es que a mi este hombre siempre me encandila, por una cosa o por otra. EN mi opinión tiene ese no sé qué, que qué se yo, del que carecen muchos directores.
Hablando con un amigo llegamos a la conclusión de que es fundamental ver las películas de este individuo en el cine. Es decir, el soporte es decisivo. Cuando el cine apela a la plasticidad, a las imágenes que hipnotizan al espectador (más allá de un gran guión, que no es el caso, o de unos diálogos brillantes, que tampoco es el caso), una pantalla grande y un sonido como dios manda marcan la diferencia. Vi Elephant en el cine: me embobó (para bien). Vi Last Days en mi ordenador (por cierto, dos años en estrenarse en España: dudo que funcionara "relativamente" bien en taquilla, devedeteco) y me pareció un zurullo. Con Gerry, también en mi ordenador, me dormí, cosa que me habrá pasado dos veces en mi vida. No es que mi pc tenga poderes anestésicos, ya he visto muchas en él como buen miembro de la generación e-mule.
Cuando lo mejor me pareció el momento "Death to birth", algo no está bien.
Eso sí, como siga habiendo gente que no apaga el móvil, que mastica las palomitas con la boca abierta, que juega con su manojito de llaves sin darse cuenta de que suena, que tiene el móvil en modo vibración y lo deja sonar o que comenta la peli, o salgo en el programa Gente como el homicida de los Renoir o ya pueden ir aprobando el canon, porque va a ir al cine su ilustrísima puta madre.
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