domingo, 28 de junio de 2009

LA CRUZ DE HIERRO

Stransky - Le enseñare como lucha un oficial prusiano.
Steiner -…Y yo le enseñare dónde crecen las cruces de hierro.

Recién estrenados en Cannes los malditos bastardos de Tarantino. Ahora que se multiplicarán las películas bélicas, es necesario revindicar una obra maestra. Y es que este maestro del cine de género que es Sam Peckinpah, especializado en perdedores, da en “La cruz de Hierro” una magistral clase con esta película en la que se alternan las secuencias narrativas y su personal forma de rodar las secuencias de acción. Un tanto olvidado en la actualidad, Peckinpah abrió las puertas de la modernidad en el lenguaje de cine de acción, con sus montajes picados y sus ralentizados característicos, con la violencia como trasfondo de su obra.

Para su pandilla de perdedores, Peckinpah se pone del lado de los nazis, aunque sería más correcto decir alemanes, pues estos bastardos no creen en la patria ni en la ideología. Son soldados que cumplen con su obligación a pesar de saber que todo está perdido. Eso le da un encanto especial a la película, acostumbrados como estamos a que los alemanes estén planteados como meros muñecos despersonalizados que siguen ciegamente a un líder. El director los convierte en hombres con sentimientos y personalidad, iguales a los del bando aliado. Los antihéroes están dirigidos por el cabo Steiner (James Coburn) un soldado carismático que cree en la justicia, y que se enfrenta al enemigo sea del bando ruso en las trincheras (nunca la hubiese podido dirigir si el enemigo fuesen los americanos), o del alemán en los “despachos”. Y es que en el trasfondo de la película se observa con facilidad la lucha de clases entre Steiner (Coburn) y su antagonista Stranski (Maximilian Schell) un oficial prusiano con ansias de la gloria que representa la simbólica cruz de hierro (que tiene su origen además en el ejército prusiano).

A lo largo del metraje el tema de la diferencia de clase está continuamente presente. A través del antagonismo de los protagonistas, así como en el genial bloque que de desarrolla en el hospital en el que es internado Steiner-Coburn después de ser herido. La llegada de los mandos para ver a los internos mutilados por la guerra, y la orden de introducir la carne y el vino para que sólo los oficiales la disfruten, mientras los heridos se tienen que conformar con las verduras, produce la reacción violenta ante la injusticia del mermado Coburn, y el desfase entre los heridos que pelean por la migajas. Pero igualmente memorable es la secuencia en la que el coronel le exige que diga si Stransky dirigió una contraofensiva que supondría la famosa cruz. Maravilloso Coburn escupiéndole a la cara que los mandos y el uniforme le dan asco, porque en la guerra sólo el valor y no los galones les hacen diferentes. Así Coburn representa al antihéroe por excelencia. Un soldado que corre tras la muerte porque no cree en los rangos. Un soldado que salva a un adolescente, que deja que un grupo de mujeres le den su merecido a un oficial amoral en un granero, o que en uno de los mejores finales grabados jamás, después de pasar las líneas enemigas y ser disparado por las propias, da una lección de pundonor y venganza al más puro estilo del western clásico (fantástico el plano contrapicado en el que Coburn refleja el odio y la incomprensión, con el humo de las bombas cubriendo el cielo), para dar lugar al épico desenlace con el que comenzábamos la crítica.

Una fantástica cinta con muchos puntos en común con la otra obra maestra del director “Grupo Salvaje” que una vez más tiene como tema central de la trayectoria de Peckinpah la violencia incontrolada, o más bien, los atisbos de humanidad dentro de la violencia, entendida esta como un rasgo muy humano. Espectaculares secuencias de acción y destrucción con bombas, tanques, muertos con sangre a borbotones y como anunciaba al comienzo a pesar del escaso presupuesto. Los subrayados en forma de ralentizado en las secuencias más espectaculares. Pinceladas de carácter que humanizan a los personajes principales atrapados en una espiral de la que primero no pueden (fantástica la secuencia subtextual gay de la película) y luego cuando pueden no quieren escapar, porque no les queda otra cosa que una guerra irracional.

Víctor Gualda.

miércoles, 24 de junio de 2009

CUESTION DE HONOR

Siguiendo la estela de James Gray, y viendo el buen resultado que da este tipo de cine que desarrolla los problemas personales de los personajes dentro de un thriller policiaco, nos llega esta “Cuestión de honor” de Gavin O´Connor. Ya el planteamiento nos recuerda poderosamente a “La noche es nuestra”. Familia de policías de origen irlandés, en la que todos sus miembros son policías. De esta forma entramos en el carácter y las costumbre de los inmigrantes europeos en Estados Unidos, con lo que supone un elemento tan importante como introducirnos en los valores del individuo dentro del grupo, enfrentados a los valores de otros grupos étnicos tal vez menos tradicionales (o al menos no basados en el patriarcado) como los hispanos en este caso, o los rusos en el caso de “La noche...”

La trama, algo forzada en muchos momentos, es sencilla en realidad. La familia de policías encabezada por el patriarca Jon Voight, y sus hijos Noah Emmerich y un Edward Norton retirado de las calles por un problema reflejado en su rostro con una cicatriz como símbolo de un pasado aun presente, pero con un férreo código de valores. También pertenece a la familia Collin Farrell, cuñado de ellos por estar casado con unica hermana mujer, y que recibe el trato de "un hermano más". Este elemento es muy importante a la hora de la resolución de la trama, porque indica que se trata de un grupo endogámico fuertemente machista, reforzado por el trato de Voight a su mujer, y un desenlace que justifica a la familia de los miembros externos.

Todos los personajes principales están cuidados con mimo. Todos ellos tienen problemas personales difíciles, que les hacen comportarse de manera especial dentro de la trama de acción. Norton además de sus problemas sicológicos por el pasado, trata además de equilibrar su vida, desecha por una separación traumática. Emmerich, el hermano mayor, jefe del distrito, demasiado preocupado por su mujer enferma de cáncer como para ver lo que está sucediendo dentro de su comisaría. Farrell con deudas que le asfixian que le llevan a hacer tratos con mafias para mantener su nivel de vida, y líder de un grupo de policías corruptos, que si en un primer momento parece que son simples secundarios, pero que luego tienen una importancia primordial para el desenlace de la trama.

Dividido en bloques el punto de vista para poder explorar en el drama de cada personaje, tal vez el punto de vista principal se asiente sobre Edward Norton, que será el personaje clave para entender lo que sucede. Norton es el punto de vista del espectador porque desconoce, a través de sus ojos vamos desentramando la red de corrupción. Involucrado directamente para plantear la duda moral que va en contra de su personalidad, su pasado, la familia, que trata de proteger a los suyos, Norton se enfrenta ante el conflicto como un héroe de película. Por eso el desenlace resulta demasiado forzado. Elementos externos demasiado impostados son los que se imponen para que el espectador americano quede tranquilo, pero que dan al traste para elevar la película a otro nivel.


Los personajes secundarios, casi con un Deus ex machina un tanto absurdo, inician el ciclo de restauración del orden, mientras de forma paralela los dos no hermanos resuelven sus diferencias. Una vez demostrado que el bien triunfa sobre el mal, el castigo por la traición es demasiado pequeño e insuficiente para que llegue el equilibrio, así que O´Connor (junto al coguionista Joe Carnahan) deciden darle una segunda reparación a través de la comunidad damnificada, y el autoinmolamiento del personaje de Farrell (que además sirve como expiación de sus pecados), uniendo de forma interesante las subtramas. El espectador sabe inconscientemente que los hombres de la casa se ocuparan de la hermana desconsolada, a fin de cuentas, toda la trama esta concebida para demostrar que el orden moral de la comunidad está por encima del interés de las ovejas negras. Por otro lado, el personaje de Norton, recibirá además su recompensa necesaria con la recuperación de su ex mujer por su integridad.

Hay que reconocer que el casting es muy interesante. Cada personaje responde a su rol con eficacia. Pero por encima de unos siempre solventes Voight, Norton o Farrell , quiero destacar a Emmerich. Un actor acostumbrado a personajes secundarios, tal vez condicionado por su físico, pero que no sólo está al nivel, sino que además aporta humanidad, alejándole de un papel mucho menos resultón cercano al estereotipo, pero que él defiende con uñas y dientes. Gray recuperó aquel cine policiaco de las calles de los setenta como alumno aventajado de Scorsese y le ha dado solidez, y O´Connor se ha situado como continuador al que habrá que observar de cerca, porque puede ser uno de los directores de futuro, aunque le falte la solidez de introducir secuencias determinantes que marquen la diferencia con el resto… pero si los productores no le cortan las alas, eso también se aprende.

Víctor Gualda.

viernes, 19 de junio de 2009

RESISTENCIA

Hay películas que es necesario comentar por razones extracinematográficas. El caso de “Resistencia” es el más obvio con el que me he encontrado desde hace tiempo. El motivo; es una película de propaganda política encubierta de las más descaradas de los últimos años. No creo que sea necesario explicar que los inicios de los grandes estudios fueran judíos inmigrantes que se asentaron en los estates y visionarios en el negocio. Tampoco que actualmente gran parte de la industria es controlada por judíos. Si en un inicio pusieron a disposición del estado su cadena de montaje para hacer películas panfleto-patrióticas bélicas, luego la cosa derivó en concienciar al gran público de la gran injusticia que sufrieron en la Alemania nazi. Hasta aquí bien. El problema es que tienen además la peculiaridad de no admitir voces discordantes. O estas con ellos, o contra ellos. Y me da la impresión que entre el blanco y el negro hay una gran variedad de tonalidades. Ya lo hicieron con el otro tema político que les ocupa. El palestino, y cinematográficamente el boicot a “Paradise Now” cuando intentaron expulsarla de los Oscar. No lo consiguieron porque los premios habrían perdido toda credibilidad, pero al menos consiguieron que no ganara (a pesar de merecerlo). “Resistencia” va más lejos del mero panfleto.

Ambientada durante la ocupación de Bielorrusia por los nazis, cuenta como un grupo de partisanos judíos liderados por la familia Bielski, se convirtieron en comunidad, refugiándose en los bosques y defendiéndose contra el invasor. Un drama bien construido, equilibrado en las tramas por tópicas, aunque en algún momento se haga lenta y pesada, pero con una estructura clara y diáfana. Dos hermanos (tres en realidad) campesinos y competitivos que buscan su sitio, y que darán la ayuda a su pueblo de la mejor manera posible. Pero ya desde el arranque es evidente la metáfora que cubre todo el entramado. Craig que interpreta al hermano Tuvia Bielski, podría llamarse Moisés, porque sólo le falta bajar del monte Sinai con las tablas. Se convierte en líder profético, y sigue los designios que Dios le transmite llegando a cruzar su propio mar Rojo, huyendo en busca de la tierra prometida.

O al menos eso es lo que yo saco en claro. Por supuesto al tratarse de una comunidad, habrá otros personajes que interpretaran roles necesarios para entender a la comunidad judía. El intelectual rabino y su aprendiz, el egoísta que es eliminado con el mismo despotismo que haría un Dios Vengativo, y que refuerza al líder. Las mujeres como fieles compañeras de viaje sin voz mi voto, y por supuesto el drama de los hermanos que están condenados a entenderse y que tienen la correspondiente lucha moral por la envidia, el liderato, el despotismo y la violencia siempre tratando de que sea justificada. Incluso la continuidad de la comunidad está expuesta con el personaje del hermano menor Jamie Bell (Asael) como líder sucesor.

Llegados a este punto, lo que más atención me ha llamado aparte de un conjunto paternalista y didáctico, ha sido la clara extrapolación con la actual situación con Palestina. Sobre todo en aquella secuencia aislada en la que atrapan a un militar alemán, casi única personificación del nazi como individuo aislado, pero que han utilizado para justificar no la fuerza o la defensa ante la injusticia, sino la violencia irracional del pueblo que tiene derecho a vengarse. Y es tan clara manipulación que llega a asustar. Es fácil identificarse con las víctimas después de mostrarnos los horrores y entrar en el juego del ojo por ojo. Pero ya no es la empatía refinada de “La lista de Schiller” que mostraba al enemigo mediante un personaje despiadado, y la voluntad de sobrevivir de los judíos, mostrando sus “armas” en la inteligencia y el apoyo de alguien externo a la comunidad, pero siempre con variedad de matices cambiantes en cada escena. Los hermanos Bielski utilizan y justifican la fuerza como único medio para sobrevivir, siempre con la etiqueta de “historia real” que da credibilidad a cualquier estereotipo. Los personajes han sido tratados con benevolencia extrema y acaban siendo héroes indiscutidos, con una moral intacta a pesar de tener las manos manchadas de sangre.

En cuanto a la interpretación poco o nada que decir. Craig con su habitual frialdad construye un personaje inexpresivo sin matices que pasa igual ante muerte, el amor o cualquier matiz que tenga que interpretar. Es el paradigma para el experimento Kulechov. Liev Schreiber (Zus) borda estos personajes sarcásticos que parecen siempre enfadados, pero también ofrece poco repertorio. Es tal vez Jamie Bell, el hermano menor, al que se le adivina mayor variedad de registros en este drama bélico.

En definitiva, noto una intención política de extrapolar situaciones e introducir poco a poco en el subconsciente colectivo la idea de que están haciendo lo correcto en oriente medio, castigando con toda su maquinaria militar al no reconocido estado palestino, apareciendo como víctimas en vez de cómo verdugos. Y ellos podrán considerarse (con razón o no) perseguidos y odiados, pero ni la fuerza militar ni el dinero, ni la manipulación dan la razón, solo engendran más odio y más violencia.

Víctor Gualda.

martes, 16 de junio de 2009

EL CURIOSO CASO DE BENJAMIN BUTTON

Imagino que casi todo el mundo sabe que la última película de David Fincher es una adaptación del cuento de F. Scott Fitzgerald, pero supongo que no tantos habrán leído el cuento. Llamar adaptación a lo que Eric Roth y Robin Swicord han hecho con el texto original del escritor americano me parece demasiado atrevido. A no ser que la intención sea darle un peso especifico al metraje, lo único que conserva del texto original es el título, y la peculiaridad de que Benjamin Button cumple años de atrás adelante, es decir que nace como anciano y muere como un bebe. Circunstancia extraordinaria y que desde luego invita a la reflexión. Lástima que la reflexión se haya quedado por el camino, y al final hayan decidido dar prioridad a los efectos y maquillaje que al drama de un personaje diferente.

Dos horas y cuarenta minutos para desarrollar un cuento de apenas treinta páginas, con un ritmo sostenido y bien llevado, pero tan vacía de fondo que acaba aburriendo. Y es que la única conexión que tiene sentido de la película es la historia de amor entre Benjamín (Pitt) y Daisy (Blanchett). Ella crea los cimientos sobre los que se asienta la película. Un recurso manido del flash-back de la anciana, que en el lecho de muerte le pide a su hija que lea un diario, para luego pasar a la historia a tiempo real. Pero si los intercalados en el presente y en pasado paran la acción, peor aun es ver como en cada arranque de bloque, una voz en off va explicando lo que vamos a ver en pantalla. Y es que el recurso (no sé si atreverme a llamarlo epistolar) que no aparece en el cuento, cansa, ralentiza, y añade secuencias perfectamente prescindibles que definen al personaje desde un punto de vista externo de aprendizaje, pero no internamente, que insisto es lo realmente debería crear interés.

En cuanto a los meritos, me quedo con el control absoluto de la imagen (encuadre y estética) de Fincher, que hace de la fotografía (tal vez por su etapa como publicista y director de video clips), del buen control del ritmo narrativo, por paradójico que resulte, ya que la película resulta lenta. Por supuesto los recursos visuales más relacionados con la publicidad que con el cine están en alza. Me estoy refiriendo a la mejor secuencia de la película, aquella que habla de la casualidad y el destino. Fantástica como arranque de otra película o cortometraje, pero que aquí aporta poco al drama. Y es que, insisto que lo que empobrece la obra es la falta de un objetivo claro del personaje principal. ¿Dónde quiere llegar el director? ¿Por qué deja de lado el conflicto del personaje (apenas planteado) y se centra en efectismos? Dándole vueltas al asunto, llego a la conclusión que las pequeñas subtramas que alargan una hora más de lo necesario la película, son la excusa sobre la que se sustenta la nada. Si las hubiese eliminado, la falta de objetivo del guión y dirección hubiese cantado demasiado. Así, al menos nos acordaremos de secuencias puntuales prescindibles, pero efectivas y estéticas. Me refiero a la del ataque al barco en el que muere el patrón tatuado (Jared Harris; el mejor de la película a pesar de estar algo sobreactuado); me refiero a las del hombre al que le caen siete rayos; o incluso aquella que habla del reloj que corre hacia atrás en el tiempo para intentar recuperar a los hijos perdidos en la guerra. Secuencia prescindible, pero que trata de dar peso especifico al argumento y se queda en una explicación infantil.

Así que Fincher y su equipo centran su esfuerzo en los efectos especiales, en que un Pitt descafeinado quede perfectamente maquillado en cada bloque para que llame la atención. Y como centro argumental de la película, en la imposible relación de él y Blanchett. Pura mercadotecnia industrial para el espectador medio. Pero el conflicto de un personaje desubicado, que por fuerza debe tener un conflicto de identidad (desastroso el planteamiento del giro en el que conocemos al patriarca Button), y sobre todo un personaje que no toma el mando de su conflicto en ningún momento y se limita a ver y que veamos pasar la vida ante sus/nuestros ojos sin intervenir (me recordó al protagonista de “El pianista” otro personaje cronista sobrevalorado, ni héroe, ni antihéroe).

En definitiva, todo aquello a lo que le puede sacar partido está sencillamente tirado a la basura. Ni siquiera los actores salvan la película. Soso Pitt, tal vez demasiado concentrado en dar credibilidad a cada edad del personaje, una Blanchett sobrevalorada (propongo un juego, editar cualquiera de su películas intercambiando secuencias, seguro que siempre vemos el mismo personaje). Una película pretenciosa, con trece nominaciones en la última edición de los Oscar, que como no, se llevó los de maquillaje, efectos y dirección artística. Es decir, todos aquellos que casi siempre paga el presupuesto desorbitado de estas producciones, pero que en modo alguno suplen lo más importante de una película. Una buena historia bien desarrollada.

Víctor Gualda.

viernes, 12 de junio de 2009

LA DUDA

No importa que la película sea pequeña con aire teatral, que no haya un solo efecto especial, que la historia y el tema estén más o menos presentes en la sociedad, que sea una adaptación del libreto para teatro de John Patrick Shanley. Si hay un motivo para verla, es la increíble interpretación de todos sus protagonista. Una de esas películas que deberían ser obligatorias en las escuelas de interpretación. Ya sabíamos de la solvencia de Meryl Streep y de Philip Seymour Hoffman. Lo que me ha fascinado, es a que nivel pueden brillar estos dos actores. Dos generaciones de monstruos de la pantalla que llevan a cotas superiores el noble arte de meterse en la piel de personajes dibujados sobre el papel y convertirlos en personas.

Y es que el planteamiento de la película es sencillo, directo, sin más artificio. La subtextualidad, los movimientos del cuerpo que reflejan el pensamiento sin pronunciar palabra tienen un protagonismo inusual en el cine americano, acostumbrado a suplir la interpretación con mascaras de artificio que distraen del fin último. Contar una historia a través de los personajes.

Si en el arranque se desliza con algo de tensión al fin último del drama, con una presentación que va directamente al grano. Un Seymour Hoffman que establece la duda como forma de acercamiento a la fe, una Streep como vigilante rígida e inmisericorde dará pie al conflicto. Nada es seguro, todo es sugerido, pero mientras exista la duda, hay que extirpar el mal por si acaso…
No hay protagonista y antagonista. Aunque el punto de vista acompañe con cronometro en mano más tiempo a la Streep, aunque el suspense se centre en lo que no vemos de Seymor Hoffman, esto es una lucha de gigantes que pelean por el plano cada segundo, y que están dispuestos a hundir a su adversario con un gesto, una mirada, un silencio.

Una vez planteada la guerra, sólo hay que sentarse a disfrutar, a mirar quien de los dos ganará. Y el vencedor lo decidirá el texto. Pero lo mejor es que los acompañantes están al nivel. Si ellos manejan el conflicto, los secundarios les engrandecen. La monja primeriza inocente y justa manipulable y en conflicto con ella misma Hermana James (Amy Adams), pero sobre todo esa secundaria de lujo que en una sola secuencia trasmite más que muchas principales en cien secuencias. Esa madre dispuesta a sacrificar la dignidad de su hijo a cambio de un futuro. La grande Viola Davis en su papel de señora Miller. Hay que quitarse el sombrero ante esta actriz que en un mano a mano con Streep es capaz de lo imposible. Comérsela. Pero si esta secuencia es intensa por el drama que esconde, como no destacar una de las secuencias de tensión mejor llevadas de la última década. La del te. Aquella que enfrenta por vez primera a los protagonistas en un juego de silencios elocuentes, de verdades sugeridas y mentiras lanzadas a la cara, con la hermana Davis como juez y parte. Tan contundente que se come a la secuencia climática en la que la guerra entre los protagonistas es abierta y objetiva.

Si lo que buscas son las emociones primarias de la acción, las planificaciones complejas con cientos de planos picados, o los héroes incorruptibles pero sin matices de personalidad, mejor que no pierdas el tiempo en las casi dos horas de metraje. Pero si te interesan los cara a cara de personajes, el lenguaje subtextual, o la intensidad de las interpretaciones, no te puedes perder esta obra de teatro ganadora de cuatro premios Tony y el Pulitzer, convertida en película, dirigida por el propio autor Patrick Shanley en su segundo acercamiento a la gran pantalla, a la que sólo le puedo reprochar (y casi por decir algo) la utilización de algunos planos inclinados para sugerir el estado anímico de los personajes, cuando los actores suplen a la técnica y no necesitan extras para hacer un trabajo monumental.

Víctor Gualda.

martes, 9 de junio de 2009

MI NOMBRE ES HARVEY MILK

Es curioso observar la delgada línea que separa la reivindicación del mercadeo. Es fácil pensar que Gus Van Sant, crea un panfleto, y el siempre comprometido Sean Penn sencillamente busca el reconocimiento. Si observamos desde un punto de vida objetivo la película, y sin tener en cuenta el tema, o la importancia social del reconocimiento de los derechos gays, nos encontramos una película vacía. Casi de diseño en la forma, y demasiado sesgada en el fondo. Una película con claras intenciones de manipular, tan necesaria como prescindible.

Está claro que Gus Van Sant era el mejor director posible para una película de estas características. Los derechos civiles de los homosexuales han evolucionado en los últimos veinticinco años en Estados Unidos, y una de sus figuras carismáticas ha sido este Harvey Milk. Quién mejor que un director que domina a la perfección el lenguaje cinematográfico, siempre reivindicativo, y gay para llevar a la pantalla la lucha de su comunidad. Quién mejor que un actor camaleónico, concienciado y comprometido para resucitar la figura del político más carismático de San Francisco. Así que la combinación es de antemano “caballo ganador”.

Pero me pregunto; ¿es que este Milk no era humano? ¿No tenía defecto alguno? Y es que el guión de Dustin Lance Black muestra al personaje como si fuera un extraterrestre. No es posible plantear una película biográfica de un personaje real como si fuera Ulises. Incluso él mostraba defectos. Está planteado Milk un individuo sin doblez que se enfrenta ante una sociedad injusta de tal forma que la empatía con él, (que tiene motivos para que la sintamos sin artificios) me resulta demasiado forzada. Y es que analizando la estructura del guión, vemos que sus sufrimientos están utilizados para reforzar su causa más que su persona.

Su constancia queda patente presentándose tres veces antes de ser elegido para concejal. Su tolerancia está fuera de duda, aunque sólo sea por su lucha, su comprensión con su novio que le abandona por estar demasiado inmerso en la causa es intachable (y eso que su novio Scott (James Franco) es su director de campaña), su bondad por recoger de la calle a su nuevo amor e incorporarlo a su vida, a pesar de ser hispano, maniaco compulsivo Jack (Diego Luna), no tiene límites. Su inteligencia por saber bregar con Dan White (Josh Brolin) intolerante gay reprimido, más interesado por su puesto que por su comunidad no tiene parangon… pero qué me estás contando Van Sant. Que la causa sea digna y necesaria, no justifica que el personaje este tratado como un Cristo... Si sólo le falta convertir el agua en vino…

Pero aparte de las consideraciones internas, hay que reconocer que Vant Sant es un director fantástico, que sabe lo que quiere y como conseguirlo, capaz de hacer la película más comercial “El indomable Will Hunting” y la más independiente y personal “Elephant”, que alterna una planificación clásica, con una más estética sin que apenas se note, que sabe acompañar al personaje con la cámara para mostrar su lado más personal, asociado además con un tótem sagrado como Penn, que imprime verdad a sus personajes, y que se deja la piel en cada interpretación (aunque sigo opinando que el Oscar tenía que habérselo llevado un fantástico Rourke) es lógico que Van Sant se sienta orgulloso de su trabajo, y por supuesto de su condición sexual. Es necesario normalizar la situación de los homosexuales, porque independientemente de su opción sexual, sienten y padecen igual que todos, y a estas alturas, cuando se supone que la sociedad es suficientemente madura, deben tener los mismos derechos que todos, pero mejor sin manipulación panfletaria.

Víctor Gualda.

viernes, 5 de junio de 2009

EL JUEGO DEL AHORCADO

Meses sin que aparezca una película española en DVD decente (desde “El patio de mi cárcel” que yo recuerde), y albergo esperanzas con la última de Gómez Pereira. El que en otros tiempos se asoció con Iborra, Oristrel y García Serrano para convertirse en uno de los referentes de la comedia española, trata ahora de volver a la senda del éxito junto al también director, y en este caso guionista, Salvador García Ruiz, (buen desglosador de personajes, quién no recuerda “Mensaka”). Para este juego del Ahorcado se basaron en la novela de Inma Turbau, y contaban con Mendizábal para la banda sonora y con Salcedo para el montaje. Con lo que las expectativas eran altas. No así el resultado.

Pereira tiene una cuenta pendiente con el thriller después del fracaso de “Entre las piernas”. Esta inició el declive del que no acaba de reponerse. En el caso de la que nos ocupa, hay que reconocer que aunque la intención es buena, el mayor “fallo” de la película esta en el guión y en la ineficacia para mantener el interés de una película que no acaba de definir el tono, transitando entre el thriller y el drama. Al tratarse de una adaptación, una película que a priori parece “de personajes”, se convierte en una película “de trama”, pero en el mestizaje se pierde.

El arranque establece las pautas de lo que vamos a ver a lo largo de las casi dos horas de metraje. Una relación especial entre dos personajes sustentada por la obsesión de él. Enseguida comprendemos por una evolución demasiado pormenorizada que acabará resultando enfermiza. Interesante propuesta, pero los guionistas tienen que sustentar ese fondo de la condición humana en una trama articulada para que ambos desarrollen su personalidad. Es entonces cuando se meten en el embarrado del que apenas salen. Una situación violenta de un personaje recurso (un mcguffin vamos) sirve de giro dramático. La ilógica, infantil, o al menos no suficiente explicada reacción del personaje de Clara Lago consigue romper la empatía del espectador. Es entonces cuando David toma el mando de la situación, y el director intenta (por decir algo benévolo) jugar con la tensión y el suspense. Mal jugado. La tensión se rompe igual que se planteó.

Ahora es David (Álvaro Cervantes) quien ha evolucionado de forma un tanto extraña. Sabemos que ocurre algo, pero sus cambios de humor apenas están justificados por flash-backs incompletos perfectamente suprimibles. Demasiadas explicaciones para tan pocas expectativas, que Pereira, o Salcedo (no sé quien es el verdadero culpable) destrozan, tal vez como giro del segundo acto. La resolución de la trama excusa es precipitada en la estructura. El espectador controla la información cuando debería permanecer en el punto de vista de ella en todo momento (para alimentar la incertidumbre, el suspense, la sorpresa) En vez de eso vuelven a narrar.

El giro no empuja el desenlace, y paran la película para arrancarla en Londres (intuyo que por respeto a la novela). Pero ya nos lo han contado todo, así que la tensión se evapora y lo único que queda es resguardarse en los personajes y esperar la tontería un tanto infantil de la resolución. Y por supuesto llega, pero de nuevo cagada monumental. NO están juntos espacialmente, así que una carta, que rompe cualquier posible magia, dilapida el desenlace que por muy bien que quede el croma o transparecia o lo que sea, no sirve para paliar un desenlace en forma de flash-back...

Como siempre Luís San Narciso tiene buen tino en la selección de actores , y tanto Álvaro Cervantes como Clara Luna, están a la altura del personaje. En general también el resto del reparto, aunque en la trama tengan poco peso. Tampoco ha podido ser esta vez. ¿Qué tal una comedia para la próxima?

Víctor Gualda.

lunes, 1 de junio de 2009

LA CLASE

El último festival de Cannes ha dejado como vencedor a Michael Haneke y su “El Lazo Blanco”. También la “guerra” entre Almodóvar y Boyero a la vuelta del festival. Pero lejos de la polémica, el año pasado la ganadora del festival fue “La clase”. Recién estrenada en DVD en nuestro país, la mejor película del festival fue este análisis sociológico de los adolescentes franceses, tal vez extrapolable a nuestro país. Una película que cautiva por su sencillez y autenticidad.

La película dirigida por Laurent Cantet de dos horas de duración, tiene la facultad de mantener el interés sin que decaiga en ningún momento el ritmo, prescindiendo de la estructura narrativa tradicional. Amparándose en un estilo casi documental, la cámara se mantiene alejada de los actores, utilizando planos largos o teleobjetivos para no interrumpir “la verdad” de las situaciones. (muchas de ellas improvisadas). El punto de vista dominante a los largo de (casi) todo el metraje es el de François (el propio escritor de la novela y coguionista) profesor de lengua y tutor de una clase cualquiera, de un instituto de la periferia de París. De esta forma conocemos a los alumnos y las relaciones con los adultos y entre ellos mismos. Entendemos que muchos de ellos son rebeldes, la mayoría inmigrantes, inadaptados, pero a fin de cuentas alumnos que se encuentran en institutos públicos de Francia y por extensión en cualquier país de Europa. Conocemos las pequeñas competencias entre profesores, las relaciones jerárquicas dentro del centro (relaciones de poder). Las de los profesores con el sistema. Asistimos a las tutorias con los padres, a las relaciones de padres e hijos, y al distanciamiento del profesor y alumno. El guionista resulta ser el propio Francois Begaudeau (junto al director y a Robin Campillo) y se posiciona claramente de parte de él mismo, pero hace concesiones a la historia para crear incomodidad en el público.

Si a lo largo de más de hora y media Cantet juega con una calma tensa que puede estallar en cualquier momento, el último tramo de película introduce un conflicto. Un pequeño detalle que desencadena una reacción en cadena que afecta a François y a alguno de los alumnos. Muy buena jugada la de crear la incomodidad de la injusticia de forma clara. La duda, la reflexión y la culpa se encuentran para que se produzca una situación que altera el delicado equilibrio que acaba resultando incluso deprimente.


Lo mejor es la reflexión a la que el director invita al espectador con la consulta al final de la clase y la película, en la que el profesor pregunta a sus alumnos qué han aprendido. Todos tratan de aportar algo, pero cuando han salido, una de las alumnas se acerca a François y le dice que no cree que haya aprendido nada. La reflexión sobre el aprendizaje, los valores, la disciplina, está encima de la mesa, y el espectador, posible padre de ese futuro que son los hijos, debería saber qué contestar. Cómo un final así sería demoledor y deprimente, se ha incluido una escena en la que profesores y alumnos juegan un partido en el patio del instituto. Puede ser una imagen simbólica, pero me inclino por el descanso para apaciguar la tensión.

Al recoger opiniones, me doy cuenta de que la clase media ve desde una perspectiva alejada la posibilidad de que sus hijos tengan esos problemas o preocupaciones. No son inmigrantes (la inmigración es un tema muy presente en la película), sus familias les proporcionan una estabilidad que les hace creer que están lejos de esas situaciones. Todos ven el germen de las revueltas de Francia el año pasado. Y es que siempre es fácil sentir empatía por el personaje más cercano. En este caso el profesor planteado como justo, inteligente y ético. Pero François no representa la actitud general de la clase media, y me da la impresión de que rechazan (como buena parte de la sociedad), la integración de los inmigrantes, creando ese muro que distingue las clases sociales (muy bien representada en los padres de los únicos alumnos blancos y nacidos en Francia del film) convirtiéndose al final la difícil situación en la pescadilla que se muerde la cola.

Víctor Gualda