Imagino que casi todo el mundo sabe que la última película de David Fincher es una adaptación del cuento de F. Scott Fitzgerald, pero supongo que no tantos habrán leído el cuento. Llamar adaptación a lo que Eric Roth y Robin Swicord han hecho con el texto original del escritor americano me parece demasiado atrevido. A no ser que la intención sea darle un peso especifico al metraje, lo único que conserva del texto original es el título, y la peculiaridad de que Benjamin Button cumple años de atrás adelante, es decir que nace como anciano y muere como un bebe. Circunstancia extraordinaria y que desde luego invita a la reflexión. Lástima que la reflexión se haya quedado por el camino, y al final hayan decidido dar prioridad a los efectos y maquillaje que al drama de un personaje diferente.
Dos horas y cuarenta minutos para desarrollar un cuento de apenas treinta páginas, con un ritmo sostenido y bien llevado, pero tan vacía de fondo que acaba aburriendo. Y es que la única conexión que tiene sentido de la película es la historia de amor entre Benjamín (Pitt) y Daisy (Blanchett). Ella crea los cimientos sobre los que se asienta la película. Un recurso manido del flash-back de la anciana, que en el lecho de muerte le pide a su hija que lea un diario, para luego pasar a la historia a tiempo real. Pero si los intercalados en el presente y en pasado paran la acción, peor aun es ver como en cada arranque de bloque, una voz en off va explicando lo que vamos a ver en pantalla. Y es que el recurso (no sé si atreverme a llamarlo epistolar) que no aparece en el cuento, cansa, ralentiza, y añade secuencias perfectamente prescindibles que definen al personaje desde un punto de vista externo de aprendizaje, pero no internamente, que insisto es lo realmente debería crear interés.
En cuanto a los meritos, me quedo con el control absoluto de la imagen (encuadre y estética) de Fincher, que hace de la fotografía (tal vez por su etapa como publicista y director de video clips), del buen control del ritmo narrativo, por paradójico que resulte, ya que la película resulta lenta. Por supuesto los recursos visuales más relacionados con la publicidad que con el cine están en alza. Me estoy refiriendo a la mejor secuencia de la película, aquella que habla de la casualidad y el destino. Fantástica como arranque de otra película o cortometraje, pero que aquí aporta poco al drama. Y es que, insisto que lo que empobrece la obra es la falta de un objetivo claro del personaje principal. ¿Dónde quiere llegar el director? ¿Por qué deja de lado el conflicto del personaje (apenas planteado) y se centra en efectismos? Dándole vueltas al asunto, llego a la conclusión que las pequeñas subtramas que alargan una hora más de lo necesario la película, son la excusa sobre la que se sustenta la nada. Si las hubiese eliminado, la falta de objetivo del guión y dirección hubiese cantado demasiado. Así, al menos nos acordaremos de secuencias puntuales prescindibles, pero efectivas y estéticas. Me refiero a la del ataque al barco en el que muere el patrón tatuado (Jared Harris; el mejor de la película a pesar de estar algo sobreactuado); me refiero a las del hombre al que le caen siete rayos; o incluso aquella que habla del reloj que corre hacia atrás en el tiempo para intentar recuperar a los hijos perdidos en la guerra. Secuencia prescindible, pero que trata de dar peso especifico al argumento y se queda en una explicación infantil.
Así que Fincher y su equipo centran su esfuerzo en los efectos especiales, en que un Pitt descafeinado quede perfectamente maquillado en cada bloque para que llame la atención. Y como centro argumental de la película, en la imposible relación de él y Blanchett. Pura mercadotecnia industrial para el espectador medio. Pero el conflicto de un personaje desubicado, que por fuerza debe tener un conflicto de identidad (desastroso el planteamiento del giro en el que conocemos al patriarca Button), y sobre todo un personaje que no toma el mando de su conflicto en ningún momento y se limita a ver y que veamos pasar la vida ante sus/nuestros ojos sin intervenir (me recordó al protagonista de “El pianista” otro personaje cronista sobrevalorado, ni héroe, ni antihéroe).
En definitiva, todo aquello a lo que le puede sacar partido está sencillamente tirado a la basura. Ni siquiera los actores salvan la película. Soso Pitt, tal vez demasiado concentrado en dar credibilidad a cada edad del personaje, una Blanchett sobrevalorada (propongo un juego, editar cualquiera de su películas intercambiando secuencias, seguro que siempre vemos el mismo personaje). Una película pretenciosa, con trece nominaciones en la última edición de los Oscar, que como no, se llevó los de maquillaje, efectos y dirección artística. Es decir, todos aquellos que casi siempre paga el presupuesto desorbitado de estas producciones, pero que en modo alguno suplen lo más importante de una película. Una buena historia bien desarrollada.
Víctor Gualda.
Dos horas y cuarenta minutos para desarrollar un cuento de apenas treinta páginas, con un ritmo sostenido y bien llevado, pero tan vacía de fondo que acaba aburriendo. Y es que la única conexión que tiene sentido de la película es la historia de amor entre Benjamín (Pitt) y Daisy (Blanchett). Ella crea los cimientos sobre los que se asienta la película. Un recurso manido del flash-back de la anciana, que en el lecho de muerte le pide a su hija que lea un diario, para luego pasar a la historia a tiempo real. Pero si los intercalados en el presente y en pasado paran la acción, peor aun es ver como en cada arranque de bloque, una voz en off va explicando lo que vamos a ver en pantalla. Y es que el recurso (no sé si atreverme a llamarlo epistolar) que no aparece en el cuento, cansa, ralentiza, y añade secuencias perfectamente prescindibles que definen al personaje desde un punto de vista externo de aprendizaje, pero no internamente, que insisto es lo realmente debería crear interés.
En cuanto a los meritos, me quedo con el control absoluto de la imagen (encuadre y estética) de Fincher, que hace de la fotografía (tal vez por su etapa como publicista y director de video clips), del buen control del ritmo narrativo, por paradójico que resulte, ya que la película resulta lenta. Por supuesto los recursos visuales más relacionados con la publicidad que con el cine están en alza. Me estoy refiriendo a la mejor secuencia de la película, aquella que habla de la casualidad y el destino. Fantástica como arranque de otra película o cortometraje, pero que aquí aporta poco al drama. Y es que, insisto que lo que empobrece la obra es la falta de un objetivo claro del personaje principal. ¿Dónde quiere llegar el director? ¿Por qué deja de lado el conflicto del personaje (apenas planteado) y se centra en efectismos? Dándole vueltas al asunto, llego a la conclusión que las pequeñas subtramas que alargan una hora más de lo necesario la película, son la excusa sobre la que se sustenta la nada. Si las hubiese eliminado, la falta de objetivo del guión y dirección hubiese cantado demasiado. Así, al menos nos acordaremos de secuencias puntuales prescindibles, pero efectivas y estéticas. Me refiero a la del ataque al barco en el que muere el patrón tatuado (Jared Harris; el mejor de la película a pesar de estar algo sobreactuado); me refiero a las del hombre al que le caen siete rayos; o incluso aquella que habla del reloj que corre hacia atrás en el tiempo para intentar recuperar a los hijos perdidos en la guerra. Secuencia prescindible, pero que trata de dar peso especifico al argumento y se queda en una explicación infantil.
Así que Fincher y su equipo centran su esfuerzo en los efectos especiales, en que un Pitt descafeinado quede perfectamente maquillado en cada bloque para que llame la atención. Y como centro argumental de la película, en la imposible relación de él y Blanchett. Pura mercadotecnia industrial para el espectador medio. Pero el conflicto de un personaje desubicado, que por fuerza debe tener un conflicto de identidad (desastroso el planteamiento del giro en el que conocemos al patriarca Button), y sobre todo un personaje que no toma el mando de su conflicto en ningún momento y se limita a ver y que veamos pasar la vida ante sus/nuestros ojos sin intervenir (me recordó al protagonista de “El pianista” otro personaje cronista sobrevalorado, ni héroe, ni antihéroe).
En definitiva, todo aquello a lo que le puede sacar partido está sencillamente tirado a la basura. Ni siquiera los actores salvan la película. Soso Pitt, tal vez demasiado concentrado en dar credibilidad a cada edad del personaje, una Blanchett sobrevalorada (propongo un juego, editar cualquiera de su películas intercambiando secuencias, seguro que siempre vemos el mismo personaje). Una película pretenciosa, con trece nominaciones en la última edición de los Oscar, que como no, se llevó los de maquillaje, efectos y dirección artística. Es decir, todos aquellos que casi siempre paga el presupuesto desorbitado de estas producciones, pero que en modo alguno suplen lo más importante de una película. Una buena historia bien desarrollada.
Víctor Gualda.
1 comentario:
Yo no he leido el cuento, pero la película, no es que acaba aburriendo. Más bien empieza ya aburriendo....
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