jueves, 13 de agosto de 2009

ACID HOUSE

Después de la fantástica adaptación de “Trainspotting” por John Hodge y la fantástica dirección de Danny Boyle, Irvine Welsh saltó al panorama literario mundial como una de las jóvenes promesas anglosajonas. Cronista de una década complicada en la que los jóvenes parecían no tener metas y cuyo único punto de escape eran las drogas y el sexo. Quince años después, Welsh sigue publicando novelas desiguales. Ninguna ha alcanzado las cotas de “Trainspotting”, que incluso cuenta con una secuela literaria “Porno”, que nos habla de la evolución de Renton y sus colegas (aunque se pierde en lo comercial). En realidad, Welsh está atrapado en su burbuja del tiempo y a pesar de que sus personajes se han hecho mayores, sus temas parecen no haber salido nunca de los suburbios de Edimburgo.

“Acid House” recién estrenada en DVD a pesar de ser una película de 1999, retoma los tiempos inmediatamente anteriores a su hermana mayor, y es una colección de relatos provocativos con clara vocación subversiva. Welsh se ha hecho cargo del guión, y un novel Paul McGuigan de la realización (luego dirigiría “El misterio Wells” que le mandaría al cine comercial USA donde triunfa con “El caso Slevin” y recientemente con “Push”), En “Acid house” es evidente la falta de pasta, pero también la falta de talento para una película se queda en una mera anécdota dentro de la carrera del escritor y del director. Dividida en tres historias independientes, que tal vez tengan como lazo de unión desarrollarse en los barrios obreros marginales, Welsh hace uso de su mejor arma. El humor. Y es que si algo hay que reconocerle al escritor, es su capacidad para interpretar las desgracias de sus personajes desde un punto de vista directamente entroncado con la comedia negra, para desde esa atalaya revisar los temas que le preocupan en toda su obra; la venganza, la traición, la amistad, la familia, la religión, las clases sociales y el fútbol.

Sus personajes son perdedores de antemano. No tienen posibilidades de cambiar porque están atrapados en su clase social. No tienen metas, no tienen esperanzas, y todo ira siempre a peor. El halo negativo sólo puede ser compensado con la risa. Una risa oscura y sádica que es el sello de identidad del escritor, y debe serlo de cualquier película basada en sus textos. Este es tal vez el gran acierto de un metraje que no trata de trascender. Sus personajes son como son y se aceptan como perdedores natos. Su primer protagonista del tríptico es un chaval que con veinte años está acabado. Le deja su novia, sus padres le echan de casa, le echan del trabajo, le echan de su equipo de fútbol, le detiene la policía y después de hablar con Dios se transforma en una criatura kafkiana que observa desde una posición imposible la venganza. Su segundo protagonista también es un perdedor. En este caso su cobardía y su falta de iniciativa hacen que todos se aprovechen de él, su novia, su agresivo vecino de arriba, su madre, todos le desprecia. Pero él no puede ser distinto de lo que es, y en la resolución de la historia demuestra porque el escorpión es escorpión y la rana es rana, y va más allá, mostrando porque ambos están predestinados a cruzar juntos la charca. La tercera recupera al fantástico Ewen Bremner, uno de los roles de “Trainspotting”, que en este caso está atrapado por medio de las drogas en un surrealista ser (el niño coprotagonista parece pariente de Chuky), mientras su novia empeñada en ser madre aprovecha su falta de cabeza para tomar la iniciativa y manipular a su desastroso novio.

Tengo que reconocer que la realización me parece por momentos amateur, que el montaje también, que algunos de los actores parecen estar en un tono diferente y sobreactuado o sencillamente son incapaces de interpretar la intensidad contenida de sus personajes. Sólo Bremner y sobre todo Kevin McKidd (que también aparecía en "Trainspoting") en el rol de cobarde, están por encima de los demás. La película no resulta fresca ni actual, puede servir como muestra de una década ya antigua, pero algunos diálogos y situaciones son literariamente una maravilla que conserva el tono original de los relatos de Welsh, y aunque sólo sea por eso, merece la pena ver esta película alejada de las convenciones de la manoseada comedia británica de bodas y funerales que tan buen resultado da entre la clase media, y lo que es peor, entre la misma clase obrera que retrata y critica Welsh.

Víctor Gualda.

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