El cine americano se ciñe a recetas utilizadas una y mil veces tratando de arriesgar lo mínimo. Un par de buenos actores de rostro reconocible y presumible solvencia, un director con una última película potente (“Michael Clayton” en el caso de Tony Gilroy) y a esperar que suene la flauta. Desgraciadamente la flauta suena pocas veces, y la mayoría de las películas pasarían completamente desapercibidas si no estuvieran apoyadas por presupuestos desorbitados en publicidad. La clave del "fracaso" está en vender productos de masa y no en buscar nuevas formas de conectar con el publico, con lo cual siempre tienes la impresión de estar viendo la misma película con diferentes actores
Eso es lo que sucede con esta presunta cinta de espionaje con cierto tono de comedia en la que tan bien se maneja Julia Roberts. Si a ella añadimos la presencia del siempre solvente Clive Owen, que se crece ante la presencia de actores consagrados como los fantásticos Tom Wilkinson y un Paul Giamatti, en esta ocasión un tanto fuera del tono que tan buen resultado le ha dado en anteriores metrajes, nos queda una película descafeinada, entretenida por la química de sus protagonistas, el ritmo de los diálogos, y poco más.
Tal vez sus defectos más acusados pasen por veinte minutos de sobra, y demasiadas vueltas temporales que reiteran una y otra vez el punto de giro principal de la película. Esta claro que el espectador tiene que comprender que está pasando, porque la repetición de dos secuencias exactamente iguales en Roma y Nueva York despistan al más espabilado, pero de ahí a dos más explicativas hacia el final del metraje, sólo consiguen ralentizar el desenlace. Por otra parte, el espionaje entre empresas no conserva el interés del espionaje a la vieja usanza. Los secretos de estado para salvar a la humanidad suelen tener más tirón que los de las formulas para cremas o lociones, aunque en este punto hay que apuntar que puede servir como reflejo perfecto de la época que nos ha tocado vivir, en las que las corporaciones son tan fuertes como los estados. Tal vez hubiese sido buena idea ocultar el mcguffin con el que el también guionista Gilroy juega a lo largo de tres cuartos del metraje. No utiliza el suspense, pero la película pierde enteros al descubrir la causa de tanta ida y venida, más después de que a pesar del tono de comedia todo el interés de la película sea una chorrada tan grande.
Aun así, me quedo con la buena química de la pareja siempre en conflicto a pesar de estar predestinados, que en sus “mano a mano” consiguen elevar el ritmo y crear una maravillosa tensión romántica. Curioso me resulta el desenlace. Hollywood nos ha enseñado a esperar finales felices para nuestros protagonistas más intrépidos. Tenemos a dos ex agentes de la CIA y el MI6, así que esperamos que sean los más listos. En vez de eso, el director nos pega una patada en la boca del estomago en un epílogo que deja tan mal sabor de boca, que nos viene a decir que las empresas siempre serán más listas que el individuo (un poco al contrario de “Michael Clayton”. No hay nada que le guste más a un espectador que un par de guapos protagonistas consigan burlar al sistema, ya sea un banco, el estado o una multinacional, pero ni siquiera nos deja la opción de pensar que lo volverán a intentar, sino más bien un regustillo amargo en un plano largo e innecesario que empieza a ser "marca de la casa" del director.
Víctor Gualda.
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