sábado, 22 de agosto de 2009

ENEMIGOS PUBLICOS

Vuelve Michael Mann. Y lo hace a lo grande, con un películón que sólo el tiempo decidirá si pasa a los libros de historia como obra maestra. De momento nos quedamos con una maravilla que merece la pena ser vista en pantalla grande. Una película interpretada por Johnny Depp. Un actor que, siempre hace trabajos aceptables y del que hay que reconocer que aporta lo más importante al personaje que interpreta. El carisma. Pocas veces me he alegrado tanto de que el actor que en principio estaba llamado a hacerla tuviese otros compromisos. Y es que con DiCaprio la película hubiese sido otra, y me atrevo a decir que peor.

Pero volviendo al viejo proyecto con el que Mann soñaba desde hace años, y del que ya se habían hecho al menos que recuerde un par de versiones interesantes. El director vuelve a utilizar el mismo esquema de “Heat”, con dos antagonistas carismáticos a ambos lados de la ley, que al igual que en aquella, apenas tienen una secuencia juntos en todo el metraje, pero que irremediablemente están llamados a encontrarse. Moralmente ambos están mimados desde el guión. Más en el caso de Dilinger-Depp que es el protagonista, pero también en el caso de Purvis-Bale. Es la década de los treinta y la sociedad está cambiando. Ambos tienen valores clásicos. La amistad, el honor, la eficacia. El personaje de Depp con ese aire romántico de los antiguos ladrones anclado en tiempos mejores, y el de Bale con ese aire de antagonista obsesivo pero con principios sólidos, que por encima de todo tiene que cumplir su deber, pero que acepta como buenos los nuevos métodos de investigación. Lastima que Mann no haya desarrollado un poco más la relación con el personaje de Hoover, porque el fundador de FBI es un personaje oscuro que podría servir de antagonista de su propio subordinado, por no tener esos principios morales tan sólidos.

Sin embargo en cuanto a Dilinger, el director a partir de cierto punto de la película ha ido dejando de lado al forajido para presentarnos al enamorado. Su relación a partir de la segunda mitad de metraje quita protagonismo a los robos de bancos y a persecuciones entre antagonistas. A cambio el personaje se humaniza. Ya no es un arriesgado ladrón de bancos y se convierte en un arriesgado enamorado dispuesto a todo por recuperar a su chica. Por cierto, también maravillosa Cotillard. El arranque va al grano en una presentación sin palabras que introduce al espectador de lleno en la película con un par de secuencias de acción. Primero en la cárcel para recuperar a sus socios encarcelados, para reforzar una idea que tendrá peso a lo largo de todo el metraje. -Dilinger jamás deja de lado a sus amigos-, luego atracando inmediatamente un banco. De esta forma directa entendemos el carácter de Dillinger y su ocupación sin diálogos que entorpezcan. Y es que las más de dos horas necesitan un ritmo endiablado para mantener al espectador pegado al sillón. Y lo consigue Mann. Lo consigue creando la sensación de que la constancia de Purvis acabará alcanzando al forajido. Uno a uno van cayendo los socios al más puro estilo del western americano. Sólo es cuestión de tiempo, y eso el espectador lo sabe, creando la incertidumbre de en qué momento y cómo lo hará. El espectador se pone de parte del ladrón precisamente por su manera de hacer y desea que no llegue nunca. Por eso la traición de una mujer creará una impotencia mayor que la que hubiese tenido si la muerte hubiese llegado en la acción.

Lo más increíble es que la película avanza firme, pero si al comienzo las secuencias de acción habían tomado el mando del ritmo, poco a poco son las secuencias de personajes las que se imponen, transformando la épica que ya de por si destila el film. Están por llegar los mejores momentos. La secuencia en la oficina creada para capturarlo, o la secuencia viendo “El enemigo público…”, referencia fílmica que sirve para anticipar el destino y que crea una sensación especial en un Dilinger mediático de por si (curiosa paradoja; el personaje se compone a través del cine convirtiéndose en completamente cinematográfico). Poco o nada importan las concesiones del epílogo. El corazón del espectador está con el gángster y nos quedamos con la impresión de que así tenia que ser y de que ha conseguido su objetivo, vivir al máximo y morir de la misma forma.

Hay que hacer mención al fantástico trabajo de la dirección de arte, la producción, fotografía y montaje. La ambientación en general es maravillosa y te traslada directamente a un Chicago “de cine” propiedad de los antihéroes americanos, antes de que la épica se trasladara, también mediante el cine, a los “defensores de la ley” (después de que el género negro perdiese parte de su sentido. Su aparición tuvo razones económicas y sociales, y con el cambio social había que reforzar la idea del nuevo orden moral). Los secundarios también tienen peso específico en la trama, y algunas de las secuencias rompen el principio de punto de vista, para luego acabar reforzando a los principales. Una maravilla técnica sustentada por un guión consistente que refuerza la idea de que poco importan los efectos especiales exagerados si estos no sirven para sostener la base fundamental de cualquier película; el guión. Michael Mann es consciente de ello, y siempre le gusta introducir en su cine de acción los elementos psicológicos que refuerzan a los personajes, y eso el espectador lo agradece… Estos “Enemigos Públicos” merecen al menos un par de visionados para no perderse ni un solo detalle.

Víctor Gualda.

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