La comedia es desde mi punto de vista el género más complicado. Normalmente está basada en la situación y en la trama, mientras que los personajes siguen unas pautas marcadas desde el comienzo sin alcanzar un desarrollo. Encontrar el equilibrio es complicado y eso le infiere un aura de género menor que me parece algo injusta. Una buena comedia que no se quede en chavacana estereotipada es tan difícil o más que un buen drama. En “Dieta mediterránea” Joaquin Oristrell vuelve a casa y lo hace con una comedia irregular pero que trata de ser original. El sistema es clásico enredo mediante el triangulo amoroso. El punto de partida es original por el consentimiento de las tres partes implicadas, y porque está situada temporalmente hace treinta años, cuando en nuestra sociedad era impensable una situación así (tampoco ahora en realidad) dando lugar a algunos buenos momentos de comedia ligera. El problema viene cuando los guionistas se olvidan de lo que vinieron a contar y tratan de trascender.
Tal vez el peor defecto de esta comedia muy patria sea el desigual equilibrio de los actores, y una cierta, aunque disimulada, pretenciosidad. El tono (tal vez el mayor defecto de la cinta) oscila entre la comedia de situación y el drama necesario, pero sin llegar a decantarse con autoridad. Está claro que Oristrell no es Woddy Allen, pero conoce las estructuras y trata de sacarles partido. Como trasfondo el mundo de la cocina, con una heroína de andar por casa que atrapada en una sociedad anclada en la tradición, que trata de imponer su carácter en una sociedad todavía antigua, aunque la evolución a través de la cocina es uno de los temas del metraje. Un personaje fuera de su tiempo al que da vida una Olivia Molina que es el eje de la trama. Y lo hace bien. Esta actriz de saga, dibuja ya buenas maneras que espero no se quemen en la televisión, porque en algunas secuencias se adivinan los gestos de su madre y una intuición que sólo consolida la experiencia, y en otras sin embargo vemos que pierde el tono para situarse en tierra de nadie. Un Paco Leon tradicional le dará la replica. Leon es un animal escénico. Su evolución ha dado pie a un “cómico” de raza en toda regla, algo condicionado por sus papeles televisivos. Él es el único que mantiene el ritmo necesario en la comedia y hace buenas situaciones antinaturales con diálogos forzados y muy mal planteados movimientos escénicos. Su presencia es indudable y la película se alimenta de él. Al contrario que Alfonso Bassave. No es mal actor. Cumple, pero al igual que Molina no es capaz de dar el tono (tal vez más cómica con Bassave y más dramática con Leon). Su personaje es lineal y corto de registros. Sin llegar al desastre mantiene el tipo y descompensa la comedia. Las situaciones más dramáticas tienen un regusto cómico/clásico al que Bassave no saca partido. A eso hay que añadirle que Oristrell no domina del todo el ritmo, y le da escenas de peso para las que no está habilitado.
El conflicto está servido con el triangulo, pero el fantástico y necesario giro de la aparición del “cuarto elemento” , que hace que se rompa la armonía no está bien aprovechado. Que digo bien, nada aprovechado. La película pide a gritos que la aparición del segundo conflicto hubiese sido anterior, y con nuevas dosis de comedia para remontar el vuelo. En vez de eso, el director nos dirige hacia la consolidación del personaje principal en un happy end estúpido y poco probable. Ahora el secreto deja de serlo y el ánimo de provocar queda relamido y poco contundente. Es olvidable, y hay pocas cosas peores que un desenlace olvidable. A fin de cuantas, la resolución será la que deje el gusto definitivo a este plato de hora y media. Tal vez demasiado dulzón en este caso que hablamos en términos culinarios.
El ritmo no significa correr diciendo los diálogos. Significa que la situación suene ágil y natural, y algunos diálogos están faltos de naturalidad, son demasiado explicativos, o entorpecen las acciones de los personajes. Después de ver las comedias de Woody Allen, se nota la desproporción de las escenas en comparación. Allen huye de los cortes y utiliza casi planos master y el ritmo está dentro de la escena. La cámara les busca y el movimiento escénico de los actores llenando el espacio está garantizado, el ritmo es en definitiva interno de la escena. Aquí los actores están estáticos, recortados, creando el artificial ritmo del montaje, representando la escena a plano contraplano y generales estáticos y poco probables. Al espectador le dará la impresión de que acaba de ver otra comedia española que no va a ninguna parte y que no pasará a la historia de nuestro cine. Una lastima porque la comedia siempre había sido nuestro género fuerte.
Víctor Gualda.
1 comentario:
Eeeeeehhhh... Justo hoy estrenan la nueva de Woody Allen. A ver que nos cuentas.
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