martes, 27 de octubre de 2009

EL SECRETO DE SUS OJOS

Campanella vuelve al cine con un pseudos-thriller-drama adaptación de la novela de Eduardo Sacheri “La pregunta de sus ojos”. Como protagonista, su actor fetiche, un grandísimo Ricardo Darin en el papel de un carismático oficial de juzgado, que se toma como algo personal la aparición de una joven violada y asesinada. Si bien los críticos coinciden en señalar que se trata de un gran trabajo, alguno se preguntaba cómo no se llevó algún reconocimiento en el pasado festival de San Sebastián. La respuesta es sencilla. Porque es comercial y sobre todo una película de género, y los miembros de los jurados parecen tener tendencia a premiar dramas y cuanto más de autor, mejor. Poco importa la crítica a las instituciones argentinas que esconde la cinta, la corrupción que permite a asesinos estar en la calle, o la tensión social instalada en el miedo. Lo único que importa para conseguir premios desde hace años en los festivales de categoría A, es que la película sea sufrida desesperante lenta y sin ambición descarada.

En realidad, la película de Campanella no tiene los secretos que su título indica. Es una buena película, pero sustentada en las convencionalismos del cine americano. Se nota la buena mano del director dominando los tempos dramáticos, mezclando los géneros, adaptando junto al autor la novela. La estructura es sencilla. Por un lado la llegada de una nueva jefa (Soledad Villamil), que pertenece a una clase social distinta (otro de los temas presentes) a la oficina, y la relación que se establecerá con el protagonista. Por otra, la relación de este mismo con su amigo y compañero alcohólico (Guillermo Francella), por otro la aparición del cuerpo sin vida de una joven que remueve por dentro al personaje de Darín, y la aparición del peculiar marido de la víctima (Pablo Rago). Una vez establecido el entorno da comienzo la investigación. No está llevada de forma obsesiva como hacen los americanos dejando de lado que el personaje principal tiene además de un caso, una vida. Más bien “El secreto…” se sustentará en el carisma y cabezonería del protagonista, ya que el giro de la fotografía que da título al film es demasiado casual, y mil veces utilizado. También lo es antes el antagonismo que produce la integridad del “héroe” en algunos compañeros de trabajo. Incluso la forma en la que los protagonistas provocan al presunto homicida. Lo que hay que reconocerle al director es su manejo del ritmo y la información, y la capacidad de producir emociones con clichés que maneja a su antojo y con soltura.

Además, lo que en una película americana convencional seria el clímax y final del drama, aquí produce una desazón de impotencia ante la injusticia, lo que lleva a un nuevo acto en el que la tensión ha disminuido, pero es remontada ante un nuevo conflicto mucho más personal. Y es que una película no está terminada hasta que no llega al final. Y es aquí donde más se ven los andamios de la estructura. Por un lado, aunque no lo había comentado, todo es un gran flash-back que retoma ahora el protagonista ante el caso irresuelto (lógicamente hasta el final del segundo acto), por otro la secuencia heroica de Francella como personaje apoyo. Por otro las trampas que utiliza el director para despistar al espectador distinguiendo entre realidad y ficción (lo peor de la película bajo mi punto de vista), pero que condicionan mediante la trampa. Por otro la resolución fantástica e inesperada que invita a la reflexión, y finalmente como epílogo convencional y concesión al espectador, la resolución de la tensión sexual que se come todo lo demás y deja satisfecho al personal.

Una gran película, combinación perfecta entre lo anglosajón y lo latino con participación de Tornasol, que parece que es la única productora en nuestro país con la capacidad de poner dinero para hacer buen cine, aunque eso si, arriesgando poco.

Víctor Gualda.

viernes, 23 de octubre de 2009

SI LA COSA FUNCIONA

Woody Allen ha vuelto con su entrega anual. Irónica comedia sobre el destino, que tiene la peculiaridad de llevar escrita casi treinta años y que rompe con la dinámica de su “etapa” de películas rodadas fuera de Estados Unidos. Pero en realidad esto no es extraño. Allen decidió lanzarse a rodar fuera de su querido Nueva York no por interés de conocer y ahondar en nuevas culturas, sino porque sus condiciones con las mayors americanas estaban cambiando. A sus presupuestos reducidos habituales, había que añadir el poco rendimiento en taquilla en su propio país, así como el control y por ende la necesidad opinar que suelen tener los que ponen la pasta.

Me resulta curioso que la mayoría de los críticos hayan coincidido en señalar que la vuelta a sus convencionalismos les ha fascinado. Es como si el viejo Allen fuera preso de su leyenda, y al salirse de la guía marcada hubiese perdido calidad. No puedo estar de acuerdo. Personalmente me parece que Allen se ha ido adaptando a los nuevos tiempos y al nuevo mercado y busca su sitio en él. A lo largo de su carrera, el director ha experimentado cambios en sus intereses que han supuesto una evolución en su cine. No diré que esta haya supuesto una involución, pero si que me atrevo a decir que me parece una película desubicada en su trayectoria y que su estructura me parece antigua. Es fácil distinguir los chistes que pertenecen al guión original y los que están adaptados a la actualidad, y personalmente me resultan algo forzados. Reconozco su merito, y el mismo Allen explica en repetidas ocasiones en el libro de conversaciones con Eric Lax (Lumen), que recicla sus ideas en una cajón para retomarlas si fuera necesario. Igual es que sencillamente no soy mitómano, y Larry David nunca me ha parecido demasiado gracioso, por mucho que Seindfield o su propio show sea “lo más” del humor, pero insito en que personalmente no me ha resultado tan buena por mucho que la cosa funcione con los críticos europeos.

Lo primero que llama la atención del guión es un recurso que puede parecer original, pero que desde luego no es nuevo ni para el público ni para el propio Allen. El protagonista rompe la cuarta pared para involucrarnos en la historia y convertirnos en cómplices por medio del monologo, solo que nosotros no estamos en un bar y el cómico en el escenario, sino que a través de la comedia, que como es natural es el tono elegido, el público entra en la historia con jabón. Más al estar reforzada por la actitud nihilista y egomaniaca de su protagonista. El personaje interpretado por David y escrito al parecer originalmente para Zero Mostel es el alter ego perfecto del director en aquella época en la que a través de los propios defectos del personaje creado para él, pero adaptado a la cáustica personalidad de David, componen un antiheroe igual de histriónico pero distinto de personalidad al que hizo famoso al director. En vez de despistado e hipocondríaco, es negativo, cínico y con una concepción de si mismo alejada de la realidad. Por eso las secuencias de humor cuando aparece la inocente sureña Melody (Evan Rachel Wood) funcionan tan bien, por puro contraste. Pero lo curioso de la estructura no se encuentra en el antagonismo de personalidades diferentes pero compatibles de ambos, sino en que los originalmente protagonistas no lo son. Una vez que la situación entre ambos está normalizada, el director y guionista introduce nuevos elementos de conflicto, que roban el punto de vista principal. Primero Patricia Clarkson, luego Ed Begley y por medio Henry Cavill, son los protagonistas de esta especie de escalera que forman las tramas secundarias para luego cerrar el circulo de nuevo con Larry David como narrador adaptando el monologista (la trama como monólogo) y terminando con el mismo recurso con el que comenzó.

Tal vez lo que no me haya convencido sea la perdida de protagonismo de David en el centro de la trama con el consiguiente sentido de cambio de estilo de comedia, que pasa a convertirse en comedia de situación con la extraña evolución de los personajes, conservadores pueblerinos y republicanos a postmodernos desubicados más que democratas, y ese halo positivo que hace que el personaje principal evolucione a través del destino y todo acabe bien. Tal vez hubiese preferido que el descarnado sentido del humor del protagonista hubiese hecho que la situación se le fuera de las manos y después de pensar que todo acaba funcionando, hubiese vuelto a los orígenes del personaje, pero el caso es que esperaba más, o sencillamente otra cosa.

Por si acaso estaba condicionado por mis propias expectativas volveré a ver esta película cuando salga en DVD a ver si me sucede como con “Desmontado a Harry” que me pareció mejor la segunda que la primera vez, y de paso a ver si la imagen está mas cuidada, porque la fotografía de Harris Sabides, aparte de la calidez propia de todas las pelis del director, tenia planos completamente desenfocados y mal encuadrados. Creo que la película está funcionando bastante bien en taquilla, así que recurriendo al tópico fácil, si la cosa funciona…

Víctor Gualda.

lunes, 19 de octubre de 2009

TETRO

No me voy a cortar. Tetro me ha vuelto a reconciliar con el cine. Pero el cine de verdad, el que personalmente me mueve. Aquel que cuenta historias cercanas, el de personajes. En el que se encuentran los conflictos verdaderos. Familias, amigos, la vida. Aquel en el que el antagonista es uno mismo, en el que el mayor reto es el viaje personal hacia los propios infiernos del ser humano sin elementos extraños e impostados que nos hacen reflexionar sobre la sociedad, olvidando que la sociedad se compone de individuos con conflictos propios todavía sin resolver.

Creo que Francis Ford Coppola es uno de los pocos genios vivos. Consciente de que su llama se apaga ha decidido reinventarse. Y cuando una llega a la cima es complicado hacer un ejercicio de autocrítica, un ejercicio de análisis interior para lanzarse a la reinvención. Eso es precisamente lo que hace el director, volver a los orígenes y comenzar de cero. Muchos dicen y dirán que el intento es fallido, que ha perdido la frescura, que esperaban mucho más. Pero pocos tienen las pelotas de hacer el viaje de Dante y rebuscar entre sus cenizas lo que queda de lo que les convirtió en lo que ahora son, o de lo que siempre quisieron ser. Coppola si. Él está dispuesto bajar del pedestal y buscar sus orígenes. Algo es cierto. Ya no tiene treinta años y el camino es más arduo porque las energías no son las mismas. Tampoco tiene los colaboradores ni el presupuesto. Dirán que su “nuevo” cine es impostado. Que resulta arcaico. Que es cartón piedra. Yo les digo que se equivocan. Tetro es Coppolla. Tetro es un genio maldito que tiene que luchar con su propia leyenda. La misma que le condiciona y le bloquea. Pero el Tetro personaje tiene una cuenta pendiente. Sus propios fantasmas le atormentan, y cuando sea capaz de enfrentarse a ellos será capaz de asumir su rol que no es el de mito, sino el de hombre. Y como en una tragedia griega, será a través de la sangre como lo consiga. A través de sus herederos que son su extensión. Pero ellos no tienen las cadenas de La Culpa. Toda una metáfora de su propia vida. El gran tema del cine del director que no puede esquivar sus orígenes ítaloamericanos. Por eso cuando el símbolo de la pierna inmóvil se traspasa de generación en generación el sucesor no tiene los miedos que le atenacen y se lanzará al vacío, y allí se encuentra la dura verdad que se alcanza en el clímax. Un clímax arduo y duro, nada impostado. Apenas una declaración. Son los efectos devastadores lo que falla del metraje. El final está demasiado lejos del giro y sólo ha sido sugerido. Por eso el final es eterno. Porque no entendemos que hay una batuta de director de orquesta que hay que romper, un yugo que aplasta a todos. Hay pocos directores que dominen el símbolo como lo hace Coppola. Pocos que sean tan cinéfilos. Menos aun que trasladen con soltura el símbolo a la historia. Y eso es lo que hace grande al director. Su capacidad para trascender la imagen y el maravilloso encuadre a la historia, al símbolo, al cine y por último a la vida. No es casual. No es impostado. No es un mero melodrama que algún descastado ha querido comparar con Almodovar. Almodovar se queda en la superficie. Coppola es una carga de profundidad al alcance de los que aman tanto el cine como la capacidad de contar historias con sinceridad.

Tetro es el héroe, el mito, Verdú el bastón sobre el que se apoya, Benni (Alden Ehrenreich) el heredero, la nueva conciencia, la frescura, el faro que ilumina mientras recorre su propio viaje iniciático hacia la madurez. Maura es la sacerdotisa puente entre los dioses y los hombres, entre la realidad y la ficción. Desaprovechada por su histrionismo. No creo que supiese ni de que iba el personaje y es junto a algunos tramos del guión lo único que ensombrece la película. Lo que me resulta curioso es que Coppola haya tenido que huir de Hollywood (en realidad no tanto, porque este tipo de cine está desterrado allí) para hacer esta película. Y más curioso aun, que Tornasol haya sido la productora que ha cofinanciado. Creo que no leyeron el guión, que se dejaron llevar por el nombre, porque no recuerdo ni una sola película de la productora que arriesgue en la historia lo que arriesga Herrero en esta (más viendo el cine que se autoproduce como director absolutamente carente de sangre). Mi última frase de la crítica se la quiero dedicar a Mihai Malaimare Jr por su fotografía maravillosa y a ambos directores por el encuadre (que no el plano), porque contracorriente consiguen el encuadre más estético que he visto posiblemente en los últimos diez años.

Víctor Gualda.

martes, 13 de octubre de 2009

AGORA

Las malas críticas que ha recibido la nueva película de Amenabar, no han impedido que “Agora” haga una recaudación espectacular en el primer fin de semana de proyección. Se hablan de cuatro millones y pico incluyendo el lunes festivo. Lo que la equipara con otros estrenos made in Hollywood del año. Pero el problema es que es imposible recuperar los 50 presuntos millones de coste sólo con la distribución en nuestro país. La idea es sencilla. Habiéndola rodado en Ingles y con una estrella Hollywood, la distribución americana hubiese hecho al menos recuperar fácilmente la inversión. Aunque en España la Fox ha sido la distribuidora, de momento parece que no hay empresa que se preste a asumir el riesgo al otro lado del charco.

Pero analicemos porque ha recibido tan mala crítica. El problema principal de la cinta es que no emociona. Amenabar ha preferido ser fiel a una de las versiones históricas que circulan sobre Hipatia antes que involucrarla emocionalmente en la trama. Así, la verdadera protagonista del film no es ella, sino la extensión por la fuerza del cristianismo, y como trama emocional, el amor secreto que siente por ella el primero esclavo y luego “soldado de dios” Davo (Max Minguella). Al ser un actor menos conocido, el punto de vista principal se mantiene casi todo el tiempo con ella, pero en realidad el antagonismo entre él y Orestes (Oscar Isaac) por el amor de la científica formando el triangulo clásico es lo que mueve este segmento de trama. Hipatia no llega a involucrarse casi en ningún momento en lo que convencionalmente seria el trasfondo, y aquí es la trama principal del cristianismo la que arrasa con todo.

No es de extrañar el temor ante los conservadores americanos, porque la carga crítica sobre la religión, y por mucho que se empeñe Alejandro en concreto contra los católicos, le puede hacer un flaco favor. Pero tengo que romper una lanza a favor de él, porque si bien es cierto que todos los extremismos son peligrosos y se tocan, en Agora, el retrato de los cristianos es devastador, y esa actitud me parece, por poco común, muy valiente. De hecho me extraña que los católicos y en concreto la iglesia, no mande a sus perros a quemar cines. Así, la película está dividida en bloques perfectamente diferenciados. Primero la presentación de Alejandría como ciudad cosmopolita que atrae y comparte diferentes cultos. La creciente fe cristina que va arrasando intolerante con otras creencias. En el primer bloque el enemigo a eliminar son los paganos. Aquellos que tradicionalmente habían sido los dioses del imperio, ahora son ilegítimos y la religión monoteísta se ha extendido entre las clases bajas. No es de extrañar que ante una provocación arrasen con la biblioteca de Alejandría, en una secuencia épica que sirve de denuncia ante la intolerancia. La ciencia retrocede y poco a poco se va convirtiendo en algo prohibido por atentar contra los intereses cristianos.

El segundo bloque, cerrado de forma un tanto extraña (porque no se entienden bien las consecuencias y todo parece volver a la normalidad) está dedicado a la eliminación de los judíos. De nuevo la intolerancia arrasa y pone contra la espada y la pared al prefecto que no es otro que Orestes, uno de los pretendientes de Hipatia. En este punto, hay que reconocer la habilidad para mostrar la ética de las clases dirigentes, que se adaptan a la nueva religión para mantenerse en la cúpula de poder y que a las clases sociales dirigentes, siempre tienen acceso los mismos. Finalmente un último bloque contra Hipatia, por su condición de científica, pero sobre todo de mujer, ya que no hubo más muertes en la escuela de Alejandría, que se mantuvo hasta el siglo VII.

Esta claro que los bloques están perfectamente definidos y estructurados, pero eso no es suficiente para el crítico consciente, y tal vez para el espectador inconsciente. El espectador necesita involucrarse emocionalmente con su referente en pantalla, y mientras todos los acontecimientos suceden, la protagonista vive en un mundo paralelo que la aleja de la realidad. Las explicaciones simplificadas pero atentas para descubrir el funcionamiento del universo son fantásticas, pero nuestra protagonista debería sentir, porque su autoexclusión ralentiza la acción. Tal vez el personaje real muriera virgen como se mantiene, pero en una ficción no necesitamos el cuerpo, pero si al menos la intención, que puede ser frustrada, pero aquí ni siquiera se aprovecha. Por eso digo que Davo (y también Cirilo, en realidad el gran conspirador interpretado aquí por Sammy Samir) es el protagonista, porque el personaje más ficticio de todos, el puente entre la trama y el personaje/actor poco carismático, lleva la carga sobre sus espaldas de mantener el interés por el futuro de Hipatia. Queremos que consiga su objetivo, que la cuide ante la amenaza de los suyos, siempre respetándola a ella y a su trabajo, pero necesitamos su complicidad. Nada que ver. Weisz no entra en la trama más que en un par de secuencias, incluyendo el desenlace, y su fuerte carisma (que la hace una de las actrices más interesantes) se diluye.

Amenabar transmite esa sensación de distancia en las entrevistas, y extrapola su personalidad a la pantalla. Lo curioso es que en la realidad (perdón por interpretar al hombre) me consta que es sólo una actitud. Pero en pantalla todo parece una formula matemática que tiene que dar como resultado de la ecuación un film que funcione. No nos podemos sorprender, Amenabar siempre mantiene la distancia emocional de sus personajes en todas sus películas, haciendo valer el peso de la trama al más puro estilo americano.

Técnicamente la película es superior. No sé si los mejores planos están rodados por el coguionista Mateo Gil como afirma el director, si la película funciona mejor con los veinte minutos suprimidos después de su paso por Cannes, pero está claro que el dinero invertido está bien gastado. El dinero no se puede esconder, y los decorados, el vestuario, los extras, la ambientación en general, además del montaje y el ritmo son casi inmaculados. Y es que Amenabar es un técnico reputado que esta al nivel del mejor cine de presupuesto americano. Aquí se ha arriesgado hasta el límite con un peplum, tal vez el género más demodé. Pero lo ha hecho con cabeza, y estoy convencido que Tele5 conseguirá recuperar la inversión, y que finalmente los Weinstein se arriesgaran a la distribución igual que hicieron con “Los Otros”… y más después del triunfo en taquilla de “Malditos bastardos”. Personalmente el cine de Amenabar no es el que más me interesa, pero creo que merece la pena ver Agora en pantalla grande y que el director ocupa un rol necesario en nuestro lánguido panorama cinematográfico. Hay muchos que esperan que se la pegue (por cuestión de carácter patrio) otros que se arrimarán a la foto con la excusa de que sube la cuota de pantalla, pero Amenabar se mantiene integro y no se merece fracasar en esta película, porque ha demostrado que está a años luz de lo que se hace en nuestro país.

Víctor Gualda.

sábado, 10 de octubre de 2009

MISHIMA

Kimitake Hiraoka, más conocido como Yukio Mishima, es el escritor más destacado de la historia de Japón, y lo es por sus textos que le llevaron a estar nominado al premio novel en tres ocasiones, pero también lo es por su fascinante vida. Al menos así lo debió entender Paul Schrader cuando presentó este biopic en 1985. Pero la película del americano es más que una simple biografía. Es una película desde mi punto de vista fallida, pero interesante por lo bien recogidos que están los momentos más importantes de la vida del escritor, y la traslación de su obra al cine. Pero vayamos por partes.

Paul, Chieko y Leonard Schrader construyen una estructura clara y diáfana que dividen en cuatro capítulos. En todos ellos, el comienzo corresponde con los acontecimientos previos a su muerte, luego una parte autobiográfica rodada en blanco y negro planteada como flash-backs, y en los tres primeros, una traslación teatral de las obras que más autobiográficas de apenas quince minutos cada una, y que corresponden con momentos puntuales de su historia. Lo mejor es que a través de sus obras conocemos a la persona.

En la primera parte, acreditada como “Belleza”, nos muestran la infancia del personaje. Conocemos el trauma de Mishima por la influencia de una abuela castradora, que le reprime evitando que se relacione con otros niños porque según ella, él proviene de una saga de samuráis y es especial. Es entonces cuando a través de un teatro minimalista y que aúna la tradición estética japonesa con la más asequible occidental, el director traslada la obra “El pabellón dorado”. En ella vemos uno de los temas que obsesionan al escritor; y entendemos que la superación de sus complejos llegará a través de la belleza, con un alter ego tartamudo. Es bajo mi punto de vista el momento más conseguido de la película. Tal vez por la identificación Schrader, que siempre cuenta las consecuencias que produjo en su vida su propia educación calvinista.

Luego llegara el segundo bloque “Arte”. El personaje/persona crece en la obsesión de aunar la belleza física y su talento para la escritura. Pronto se obsesionará con el culturismo. El director ya había creado los antecedentes a través de la obsesión con un cuadro de San Sebastián en la primera parte. Es ahora cuando decide convertirse en el propio San Sebastián. Para alcanzar la perfección del alma, parece querer decir que antes hay que alcanzar la perfección del cuerpo. Todo en él es extremo. El director muestra la homosexualidad del personaje y su obsesión con la inmortalidad. El paso del tiempo le hace consciente de la imposibilidad, y se impone como meta además de ser traducido en todo occidente, la traslación a la pantalla de “La casa de Kioko” otra vez retoma los datos autobiográficos a través del teatro. Yo no había visto “Mishima” hasta ahora, pero se reconoce claramente la influencia que Schrader ejerció sobre Lars Von Trier, porque las secuencias cada vez se parecen más a lo que luego se tachó de original en “Dogville”, que no resulta más que una puesta a punto del mismo y premiado estilo estético.

Será entonces cuando aborde la “Acción” y su símil literario “Caballos desbocados”. Conoceremos el fin último del escritor de restablecer el código del samurai. Crea su propio ejército personal y su propio código de conducta, así como una secta o como una especie de sociedad masónica de la que él es el gran maestre, que llamará “la sociedad del escudo” y se impone la meta paternalista de restablecer la moral de Japón. En realidad su propia moral heredada de los códigos del samurai, de la que él se erige como iluminado. Él personaje entiende que sólo a través de la acción se puede alcanzar el arte, lo que dará paso al final del flash-back, y a su encuentro con el presente y con la realidad. Eso sucederá en el cuarto capítulo “Armonía entre la espada y la pluma” El secuestro del general, y la reacción al discurso ante las tropas le sumen en una realidad que según su código no puede soportar. Mishima ha vivido tan encerrado en si mismo que es incapaz de entender que la sociedad japonesa, influenciada por occidente, ya no tiene los códigos morales que él defiende, lo que le lleva al Suppuru público el 25 de noviembre de 1970. Justo antes, le vemos mandar a la editorial su obra póstuma “La corrupción de un ángel”.

Pero a pesar de lo escrupulosa de la estructura, de las buenas interpretaciones en general, de la famosa estética formada por la fotografía de John Bailey, escenografía de Eiko Ishoka y la banda sonora demasiado new age para mi gusto de Philip Glass, que le valió a “Mishima” el premio a la mejor contribución artística en Cannes 1985, de lo detallado de la vida del escritor, de la buena condensación de obra y hechos, me quedo con la impresión que casi siempre me producen los biopics. Que les falta vida, frescura. En realidad la película me parece interesante por conocer al personaje, pero a nivel de cinematográfico me parece como esta crítica, narrativa pero sin emoción. Me pareció por ejemplo, y sin ánimo de comparar, que el desarrollo del personaje de “Control” (también biográfica) llegaba más al espectador. Que tal vez por la empatía que produce la proximidad, es más fácil entender al personaje de Ian Curtis que al de Mishima. Y a pesar de que las comparaciones son odiosas, los personajes atormentados con conflicto interior siempre son atractivos, aunque no siempre funcionan con el espectador. Y por último me quedo con la impresión de que esta resulta la película menos personal de Schrader. Aún así, me parece que todo buen aficionado al cine debería verla al menos una vez ahora que se ha editado en dvd.

Víctor Gualda.

martes, 6 de octubre de 2009

DISTRITO 9

Atención a la fantástica películita producida por Peter Jackson, porque ya quisieran grandes superproducciones estar a la altura. Resulta que esta película de alienígenas destila una mala leche política digna de estudio. Y es que lo que en principio es una ficción sobre una nave extraterrestre que vara en Sudáfrica, se convierte por medio de su estructura en una crítica que es fácil relacionar con el Apartheid y la situación del Distrito 6 de Johannesburgo a mediados de los noventa, pero que creo que es extrapolable a nuestros días, y a otros lugares donde se construyen muros para crear guetos.

Cualquier película de ciencia ficción necesita unos códigos que sitúen al espectador. Aunque a muchos les pese, necesitamos reglas que nos hagan entender que sucede en la pantalla. Más, si vamos a comenzar desde el punto más cercano a la resolución de la trama, como mandan los cánones del guión. En el caso de “Distrito 9”, estas reglas vendrán expuestas a través del sistema más sencillo posible. El documental. De esta forma, los guionistas Neil Blomkamp (además director) y Terri Tatchell construyen el nuevo mundo del que vamos a ser testigos. Qué, cómo, cuando, y de paso quién será el protagonista. Lo hacen con declaraciones cruzadas de presuntos responsables, con ironía y un oscuro sentido del humor. De esta forma introducen además un espíritu crítico que es lo más destacado del film. Lejos de la concepción de los alienígenas agresivos dominantes que están listos para atacar la tierra, estos marcianitos son una raza más, que han tenido la desgracia de que se les estropease el barco en un mundo tan chungo como la tierra. La ambición del hombre por dominarlos, destriparlos, y sobre todo aprovechar su tecnología con fines poco científicos (como seria en la realidad, vamos) mientras los convierten en “bichos” a los que hay que agrupar en guetos y alejar de “los blancos” porque molestan. Una vez que están en condiciones infrahumanas (que paradoja) se puede practicar con ellos negocios tan humanos como el tráfico de drogas en forma de comida para gatos, tráfico de armas, tráfico de alienígenas, y todas las burradas a las que el ser humano suele sacar partido.

En medio de toda la vaina, un antihéroe. Colocado a capón por enchufe para la compañía MNU, que se encargará del desalojo (otra vez las empresas privadas). Un torpe con buen corazón que sirve de enlace para el desahucio, y que se convertirá en involuntario protagonista. Wikus Van De Merwe (Sharlto Copley) previamente presentado en el documental sin mostrarle, despertando inteligentemente el interés, será el cabeza de turco y el que conduzca la aventura, que es el fin último y la trama principal del film. A partir de que el documental pierde peso, la película retrocede para hacerle/nos comprender que también estos marcianos tienen sentimientos, y por ende todas las razas y religiones. La aventura una vez descargada de razones mayores, esta dirigida por Blomkamp de forma dinámica y sencilla. Por supuesto el espectador se pone de parte de Wikus y desea que lleve a buen puerto su empeño. Lo consiga o no, un descubrimiento casual le introduce de lleno en la causa alienígena. Se convertirá en el paria predestinado a huir. La amistad y la confianza en otra raza, se convertirá en el sustento de su destino, y un final abierto le pregunta al espectador si seria capaz de confiar en alguien diferente. Seguro que hay un punto de desconfianza, aunque el amigo haya demostrado su posición. De momento tendrá que conformarse con esperar y mandar señales a su mujer, que también esperará el regreso de su Ulises particular.

A destacar los efectos especiales a cargo de la empresa de Jackson, que son fantásticos, y le dan la veracidad necesaria a una historia brillantemente sustentada en la credibilidad. El guión sencillo y sin trampas, igual que la dirección, que probablemente le abra las puertas a su director a los grandes presupuestos made in Hollywood. De momento disfrutemos de esta ficción que refresca el género.

Víctor Gualda.

viernes, 2 de octubre de 2009

DIETA MEDITERRANEA

La comedia es desde mi punto de vista el género más complicado. Normalmente está basada en la situación y en la trama, mientras que los personajes siguen unas pautas marcadas desde el comienzo sin alcanzar un desarrollo. Encontrar el equilibrio es complicado y eso le infiere un aura de género menor que me parece algo injusta. Una buena comedia que no se quede en chavacana estereotipada es tan difícil o más que un buen drama. En “Dieta mediterránea” Joaquin Oristrell vuelve a casa y lo hace con una comedia irregular pero que trata de ser original. El sistema es clásico enredo mediante el triangulo amoroso. El punto de partida es original por el consentimiento de las tres partes implicadas, y porque está situada temporalmente hace treinta años, cuando en nuestra sociedad era impensable una situación así (tampoco ahora en realidad) dando lugar a algunos buenos momentos de comedia ligera. El problema viene cuando los guionistas se olvidan de lo que vinieron a contar y tratan de trascender.

Tal vez el peor defecto de esta comedia muy patria sea el desigual equilibrio de los actores, y una cierta, aunque disimulada, pretenciosidad. El tono (tal vez el mayor defecto de la cinta) oscila entre la comedia de situación y el drama necesario, pero sin llegar a decantarse con autoridad. Está claro que Oristrell no es Woddy Allen, pero conoce las estructuras y trata de sacarles partido. Como trasfondo el mundo de la cocina, con una heroína de andar por casa que atrapada en una sociedad anclada en la tradición, que trata de imponer su carácter en una sociedad todavía antigua, aunque la evolución a través de la cocina es uno de los temas del metraje. Un personaje fuera de su tiempo al que da vida una Olivia Molina que es el eje de la trama. Y lo hace bien. Esta actriz de saga, dibuja ya buenas maneras que espero no se quemen en la televisión, porque en algunas secuencias se adivinan los gestos de su madre y una intuición que sólo consolida la experiencia, y en otras sin embargo vemos que pierde el tono para situarse en tierra de nadie. Un Paco Leon tradicional le dará la replica. Leon es un animal escénico. Su evolución ha dado pie a un “cómico” de raza en toda regla, algo condicionado por sus papeles televisivos. Él es el único que mantiene el ritmo necesario en la comedia y hace buenas situaciones antinaturales con diálogos forzados y muy mal planteados movimientos escénicos. Su presencia es indudable y la película se alimenta de él. Al contrario que Alfonso Bassave. No es mal actor. Cumple, pero al igual que Molina no es capaz de dar el tono (tal vez más cómica con Bassave y más dramática con Leon). Su personaje es lineal y corto de registros. Sin llegar al desastre mantiene el tipo y descompensa la comedia. Las situaciones más dramáticas tienen un regusto cómico/clásico al que Bassave no saca partido. A eso hay que añadirle que Oristrell no domina del todo el ritmo, y le da escenas de peso para las que no está habilitado.

El conflicto está servido con el triangulo, pero el fantástico y necesario giro de la aparición del “cuarto elemento” , que hace que se rompa la armonía no está bien aprovechado. Que digo bien, nada aprovechado. La película pide a gritos que la aparición del segundo conflicto hubiese sido anterior, y con nuevas dosis de comedia para remontar el vuelo. En vez de eso, el director nos dirige hacia la consolidación del personaje principal en un happy end estúpido y poco probable. Ahora el secreto deja de serlo y el ánimo de provocar queda relamido y poco contundente. Es olvidable, y hay pocas cosas peores que un desenlace olvidable. A fin de cuantas, la resolución será la que deje el gusto definitivo a este plato de hora y media. Tal vez demasiado dulzón en este caso que hablamos en términos culinarios.

El ritmo no significa correr diciendo los diálogos. Significa que la situación suene ágil y natural, y algunos diálogos están faltos de naturalidad, son demasiado explicativos, o entorpecen las acciones de los personajes. Después de ver las comedias de Woody Allen, se nota la desproporción de las escenas en comparación. Allen huye de los cortes y utiliza casi planos master y el ritmo está dentro de la escena. La cámara les busca y el movimiento escénico de los actores llenando el espacio está garantizado, el ritmo es en definitiva interno de la escena. Aquí los actores están estáticos, recortados, creando el artificial ritmo del montaje, representando la escena a plano contraplano y generales estáticos y poco probables. Al espectador le dará la impresión de que acaba de ver otra comedia española que no va a ninguna parte y que no pasará a la historia de nuestro cine. Una lastima porque la comedia siempre había sido nuestro género fuerte.

Víctor Gualda.