Con motivo de la próxima incorporación de “El ladrón de París” de Louis Malle a nuestras estanterías el próximo miércoles, hemos decidido añadir la crítica a esta excelente película, que a pesar de no encontrarse entre las más conocidas del director, para mi es una obra maestra a tener en cuenta. El guión está firmado por el imprescindible Jean-Claude Carriere, aquel que colaboró en algunos de los mejores títulos de Luis Buñuel, y que de hecho en esta película utiliza elementos que también aparecen en la filmografía del aragonés.
Pero antes de entrar en profundidad sobre la película, situemos temporalmente a este personal director que lejos de incorporarse a las modas y tendencias del momento, tiene su particular visión sobre el cine, y tal vez por eso sea menos conocido que sus coetáneos Truffaut, Godard o Rommer. Lo primero que hay que entender del director, es que proviene de la alta burguesía francesa. En concreto de una familia de industriales del azúcar, y que esto marcó su vida y su cine. A pesar de hacer su primera película como director “Ascensor para el cadalso” a la temprana edad de veinticinco años, concretamente en 1957 ( “Los cuatrocientos golpes” y “Al final de la escapada” son del año 1959), nunca perteneció ni quiso pertenecer a la Nouvelle Vague. Tal vez la principal característica de su cine es tratar de no hacer juicios de valor. Esta responsabilidad la vierte sobre el espectador que considera debe formarse su propia opinión... pero hay que tener en cuenta que esto es relativo porque sus películas llevan implícita una gran carga de crítica social, que en concreto, en la que nos ocupa es tal vez lo más evidente. Rueda la mayor parte de sus películas en Francia, pero en un momento en el que fue duramente criticado, precisamente por tratar de no hacer juicios de valor en “Lacombe Lucien” (la historia de un joven colaboracionista) fue machacado por prensa y crítica. La situación de presión le llevó a emigrar a Estados Unidos donde rodó algunas de sus mejores y más reconocidas películas como “Atlantic City” y “Vania en la calle 42” (basada en la obra de Chejov “Tio Vania”). En Francia todavía rodó otra obra maestra “Adiós muchachos”.
El argumento del “Ladrón de Paris”, es sencillo. El personaje interpretado por Belmondo se ha quedado huérfano, y durante su infancia, su tío se ha aprovechado del dinero que debía administrar hasta su mayoría de edad. Cuando se supone que tiene que cobrarlo, apenas queda una tercera parte del dinero real. Como venganza, Jean Paul decide robar unas joyas que representan el único capital de la familia con la que su prima Genevieve (de la que está enamorado) va a contraer matrimonio. Por supuesto la boda se anula, pero Belmondo a iniciado un camino que a partir de ese momento no tendrá vuelta atrás. Parte hace Bélgica en busca de fortuna, y en el tren conoce con más en profundidad (ya ha sido presentado con anterioridad) a un cura que pide para la construcción de una iglesia en China, pero que resulta ser otro afamado ladrón. Este personaje, que representa una crítica descarada a la iglesia, le pone en contacto con nuevos ladrones, y con el gremio (así está presentado) del robo en toda Europa.
No quiero desvelar más del argumento, pero si diré que con un ritmo pausado, el director se recrea en la imagen cargada de símbolo donde nada es gratuito, con personajes que representan instituciones a las que criticar. Aparte del cura ladrón y vago que representa a la iglesia católica, otros de los temas de la película que simbolizan diferentes secuencias y personajes son, el individualismo y la falta de fe del protagonista, colocando al hombre como centro de su propio universo. La misoginia también muy presente en toda la película. Todos los personajes femeninos (incluido el de su prima) actúan por interés. Parece que el director nos quiere decir que el final del siglo XIX, también supone el final del romanticismo y más en concreto del amor. Por otro lado me gustaría destacar la secuencia de su encuentro con un ladrón anarquista y su posterior asesinato, que quiero interpretar como la muerte de los ideales. También tiene cabida la llegada de la industrialización y el consiguiente final de los oficios tradicionales incluido el de ladrón... Pero por encima de todos los temas que toca la película, destaca la constante crítica absolutamente destructiva de la burguesía, presente a lo largo de todo el metraje.
La película tiene una estructura circular, y toda ella se desarrolla sobre un flash-back que nos lleva hacia la destrucción de lo que él representa, en un final ambiguo que el espectador debe interpretar a su gusto, como una parte que faltase en el metraje, después de una secuencia en la que por medio de la trampa, Belmondo le consigue todo el dinero de la herencia a su prima amada. En este punto, nuestro protagonista tiene un monólogo en el que explica porque hace lo que hace, que para mi es su mejor momento interpretativo en la película. Cuando le habla a Genevieve del oficio –“... así encontré la felicidad... me sentía vivo, como un hombre bueno y orgulloso”-. A pesar de que podrá poseerlo todo, tendrá que seguir robando. Como en la fábula del escorpión y la rana, no puede dejar de ser lo que es.
La secuencia final tiene múltiples interpretaciones. Y la destrucción de la antigua casa de la familia, simboliza esta autodestrucción de la que hablaba antes, pero me resulta divertido y coherente imaginar (después de la desconfianza y el trato que le da a todo el género femenino en la película), que su prima ha podido dejarle por otro, y al igual que al comienzo de la película, la venganza ser el motor que impulsa al personaje, cerrando además así el circulo estructural... Pero esto es sólo una interpretación, y como ya dije antes, uno de los motivos que hace grande a este director es la ambigüedad de la interpretación moral de sus películas.
Víctor Gualda.
Pero antes de entrar en profundidad sobre la película, situemos temporalmente a este personal director que lejos de incorporarse a las modas y tendencias del momento, tiene su particular visión sobre el cine, y tal vez por eso sea menos conocido que sus coetáneos Truffaut, Godard o Rommer. Lo primero que hay que entender del director, es que proviene de la alta burguesía francesa. En concreto de una familia de industriales del azúcar, y que esto marcó su vida y su cine. A pesar de hacer su primera película como director “Ascensor para el cadalso” a la temprana edad de veinticinco años, concretamente en 1957 ( “Los cuatrocientos golpes” y “Al final de la escapada” son del año 1959), nunca perteneció ni quiso pertenecer a la Nouvelle Vague. Tal vez la principal característica de su cine es tratar de no hacer juicios de valor. Esta responsabilidad la vierte sobre el espectador que considera debe formarse su propia opinión... pero hay que tener en cuenta que esto es relativo porque sus películas llevan implícita una gran carga de crítica social, que en concreto, en la que nos ocupa es tal vez lo más evidente. Rueda la mayor parte de sus películas en Francia, pero en un momento en el que fue duramente criticado, precisamente por tratar de no hacer juicios de valor en “Lacombe Lucien” (la historia de un joven colaboracionista) fue machacado por prensa y crítica. La situación de presión le llevó a emigrar a Estados Unidos donde rodó algunas de sus mejores y más reconocidas películas como “Atlantic City” y “Vania en la calle 42” (basada en la obra de Chejov “Tio Vania”). En Francia todavía rodó otra obra maestra “Adiós muchachos”.
El argumento del “Ladrón de Paris”, es sencillo. El personaje interpretado por Belmondo se ha quedado huérfano, y durante su infancia, su tío se ha aprovechado del dinero que debía administrar hasta su mayoría de edad. Cuando se supone que tiene que cobrarlo, apenas queda una tercera parte del dinero real. Como venganza, Jean Paul decide robar unas joyas que representan el único capital de la familia con la que su prima Genevieve (de la que está enamorado) va a contraer matrimonio. Por supuesto la boda se anula, pero Belmondo a iniciado un camino que a partir de ese momento no tendrá vuelta atrás. Parte hace Bélgica en busca de fortuna, y en el tren conoce con más en profundidad (ya ha sido presentado con anterioridad) a un cura que pide para la construcción de una iglesia en China, pero que resulta ser otro afamado ladrón. Este personaje, que representa una crítica descarada a la iglesia, le pone en contacto con nuevos ladrones, y con el gremio (así está presentado) del robo en toda Europa.
No quiero desvelar más del argumento, pero si diré que con un ritmo pausado, el director se recrea en la imagen cargada de símbolo donde nada es gratuito, con personajes que representan instituciones a las que criticar. Aparte del cura ladrón y vago que representa a la iglesia católica, otros de los temas de la película que simbolizan diferentes secuencias y personajes son, el individualismo y la falta de fe del protagonista, colocando al hombre como centro de su propio universo. La misoginia también muy presente en toda la película. Todos los personajes femeninos (incluido el de su prima) actúan por interés. Parece que el director nos quiere decir que el final del siglo XIX, también supone el final del romanticismo y más en concreto del amor. Por otro lado me gustaría destacar la secuencia de su encuentro con un ladrón anarquista y su posterior asesinato, que quiero interpretar como la muerte de los ideales. También tiene cabida la llegada de la industrialización y el consiguiente final de los oficios tradicionales incluido el de ladrón... Pero por encima de todos los temas que toca la película, destaca la constante crítica absolutamente destructiva de la burguesía, presente a lo largo de todo el metraje.
La película tiene una estructura circular, y toda ella se desarrolla sobre un flash-back que nos lleva hacia la destrucción de lo que él representa, en un final ambiguo que el espectador debe interpretar a su gusto, como una parte que faltase en el metraje, después de una secuencia en la que por medio de la trampa, Belmondo le consigue todo el dinero de la herencia a su prima amada. En este punto, nuestro protagonista tiene un monólogo en el que explica porque hace lo que hace, que para mi es su mejor momento interpretativo en la película. Cuando le habla a Genevieve del oficio –“... así encontré la felicidad... me sentía vivo, como un hombre bueno y orgulloso”-. A pesar de que podrá poseerlo todo, tendrá que seguir robando. Como en la fábula del escorpión y la rana, no puede dejar de ser lo que es.
La secuencia final tiene múltiples interpretaciones. Y la destrucción de la antigua casa de la familia, simboliza esta autodestrucción de la que hablaba antes, pero me resulta divertido y coherente imaginar (después de la desconfianza y el trato que le da a todo el género femenino en la película), que su prima ha podido dejarle por otro, y al igual que al comienzo de la película, la venganza ser el motor que impulsa al personaje, cerrando además así el circulo estructural... Pero esto es sólo una interpretación, y como ya dije antes, uno de los motivos que hace grande a este director es la ambigüedad de la interpretación moral de sus películas.
Víctor Gualda.
2 comentarios:
Siempre propuestas y argumentaciones interesantes. Que siga la fiesta.
Cuándo dices que entra en el videoclub? El miércoles? Habrá que ir poniéndose a la cola!
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