sábado, 1 de septiembre de 2007

TODOS LOS HOMBRES DEL REY


La política y el cine tienen una relación de amor odio. Y según nos estamos acostumbrando a ver en pantalla en los últimos tiempos, que ambos son una gran mentira parece la relación común más evidente. Que el cine se base de trucos ya sea visuales o de guión para producir un efecto en el espectador es algo que todos sabemos. Y que partidos políticos y gobiernos lo han utilizado para su “propaganda” es algo reconocido. Estados unidos utilizo la influencia del cine para sobrellevar la crisis económica con películas que se englobaron en el llamado “New Deal”. Películas en las que la sociedad se sintiera identificadas con sus héroes de la calle para crear una sensación positiva, aunque la realidad fuese deprimente. Durante la segunda guerra mundial los mejores y más afanados directores de la industria colaboraron con el gobierno americano en la difícil tarea de concienciar a la masa de que la guerra era necesaria. Incluso en la actualidad, y a pesar de que está mas que probada la farsa de la familia Bush en Irak, sigue apareciendo en películas americanas como gran enemigo de la democracia el mundo árabe. Como contraste, el cine (siempre por detrás del periodismo), ha servido como denuncia de situaciones inaceptables. Lo que resulta más sorprendente es la indiferencia (aunque no siempre) de la sociedad cuando a través de este medio o de otros se hacen un cine de denuncia. Entonces, siempre aparece la coletilla “cariñosa” de que es sólo cine, ficción, y por lo tanto mentira.


La película que nos ocupa habla de un político cualquiera. Bueno uno cualquiera, porque en esto también nos diferenciamos de los yanquis. Allí cualquiera (siempre que sea natural de Estados Unidos, mayor de treinta y cinco años y haber vivido al menos catorce años en el país) puede llegar a presidente (un actor, un paralítico, un vendedor de callejero, un presunto instigador de golpes de estado premio Novel de la paz) En “Todos los hombres del Rey” Sean Peen da vida a Willie Stark personaje inspirado en el gobernador sureño populista Huey Long (a mi me recuerda un poco a Jose Bono en nuestro país). Peen es un economista que se gana la vida como vendedor a domicilio bienintencionado que denuncia desde su pequeña posición irregularidades en la obtención de licencias de obra para la construcción una escuela. Cuando parte de la escuela se derrumba matando por el camino a tres niños, una pandilla de interesados ven en el vendedor Sean el hombre perfecto para luchar por el puesto de gobernador del desfavorecido estado de Loissiana. A partir de este momento todo cambia en la vida del humilde vendedor. La metáfora de la naranjada con dos pajitas que evoluciona a whisky nos sirve en la película para entender que nuestro protagonista ha cambiado. Que de honrado con buenas intenciones ha pasado a demagogo populista. Y los intereses del pueblo ha pasado a sus intereses particulares, que al mismo tiempo se enfrentan con los de las “multinacionales” de la época. Y es que no es estereotipo todo lo que reluce, y el poder corrompe. Pero la película tiene otros intereses aparte de los convencionalismos propios del género. Y es que se trata de una adaptación del libro del mismo título publicado en 1946 por Robert Penn Warren y que le valió el prestigioso premio Pullitzer (premio que es el único escritor que ganó también en el apartado de poesía), que recientemente ha sido publicado por la editorial Anagrama en nuestro país. Su paso al celuloide ha sido una muy buena adaptación, aunque Robert Rossen ya dirigió una versión titulada “El político” (oscar a la mejor interpretación al actor Broderick Crawdford). La estructura está muy bien construida. Toda la película está contada desde el punto de vista del narrador Jude Law. Jack Burden en la película (personaje alter ego de Penn Warren). Un periodista idealista descreído venido a menos que acaba trabajando para el ya gobernador del estado sureño. Es curioso observar como al igual que en la obra literaria, Jude el cronista, nos hace ponernos en su posición respecto al personaje de Sean. La situación se complica cuando el pasado de Jude se mezcla con los intereses de Sean. El ex periodista no dudará en ponerse de parte del reconvertido vendedor como forma de autodestrucción, o al menos como forma de deconstrucción de un mundo del que se sabe participe, pero contra el que se revela, aunque este punto (sus motivaciones) no queda suficientemente aclarado en la película. Lo que nos lleva a preguntarnos qué mueve al personaje ¿El rencor?, ¿El odio?, ¿la devoción al mafioso en el que se ha convertido Sean?... Lo cierto es que Jude Law lleva a una situación extrema al personaje interpretado por Anthony Hopkins con el que tiene un vínculo personal. Hopkins que por cierto guarda un inesperado secreto sorpresa.


El reparto de la película es espectacular. Encabezado por Sean Penn y Jude Law, Kate Winslet, Anthony Hopkins y secundados por James Gandolfini, Mark Ruffalo y Patrica Clarkson. Todos ellos hacen un trabajo excelente. Tal vez un poco excesivo en alguna escena Sean Penn (aunque al parecer el personaje real en el que está inspirado era así), y en todas ellas Anthony Hopkins. Pero sobresaliente Jude Law... en tal vez, desde mi punto de vista, su mejor interpretación hasta la fecha, y muy buenas las de el resto del reparto. Quizá el problema de la película sea el tema... o mejor dicho el trasfondo político que como decía anteriormente resulta un tanto cansino para un espectador saturado y desencantado por toda la corrupción institucional con la que es bombardeado diariamente por la televisión. Eso, y el hecho de que sea una trama literaria con los giros y la complejidad psicológica de los personajes que hacen pensar en los motivos de estos, sin llegar a entenderlos en algunas ocasiones, hacen que el espectador no se identifique con los personajes. Y la identificación es uno de los pilares de cualquier película. Y es que el espectador medio se ha acostumbrado a personajes planos con un solo objetivo y sin doblez. Desgraciadamente el ser humano actúa de forma contradictoria en muchas ocasiones y en esta película eso esta mostrado a la perfección. Como digo. Una película poco amable, pero con interés literario además de cinematográfico, que confirma algo que todos sabemos, que el poder es peligroso cuando se utiliza mal (un tópico más que se cumple)...


En cuanto al director Steven Zaillian, del que ya habíamos hablado en “Buscando a Bobby Fischer”, no es más que un mero conductor, y si te dejas llevar, no te darás cuenta de que hay alguien que se encarga de organizar el fantástico guión. ¿Hay mejor forma de alabar a un director que decir que su trabajo pasa desapercibido?...

Víctor Gualda.

No hay comentarios: