Nos encontramos ante una de las mejores comedias de la temporada. Siendo sin lugar a dudas la comedia el genero más difícil sin caer en el estereotipo o en el chiste fácil. La que nos ocupa contiene además un trasfondo crítico de la sociedad actual tan evidente como necesario.
El planteamiento de la película se realiza de forma eficaz. Primero nos muestra al protagonista Daniel Auteuil y su ocupación, copropietario de una galería de arte junto a Julie Gayet. Qué mejor lugar de presentación que una subasta. Auteuil puja por un jarrón que representa la historia mitológica de la amistad entre Aquiles y Patroclo, como metáfora de él mismo y de la historia que vamos a ver. Sin mayor dilación nos muestra a ambos en una cena. Julie critica despiadadamente a Auteuil, tal vez de manera un tanto forzada en cuanto a guión, por el carácter con el que nos presenta a los personajes. El caso es que le reta a que le presente a algún amigo en un plazo de diez días. Como recompensa, el jarrón que acaban de comprar con fondos de la galería. En su búsqueda de un amigo verdadero Auteuil se cruza con un taxista obsesionado con la cultura general y con participar en un concurso televisivo, Bruno interpretado por Dany Boon. Primero lo intentará con presuntos amigos de la infancia o de trabajo. Pero la búsqueda es infructuosa. Después de cruzarse un par de veces, y ver Auteuil que Boon tiene facilidad para relacionarse, le pide que le enseñe lo que sabe. Comienza así la relación entre los dos personajes y la búsqueda del amigo perfecto para que Auteuil gane el ansiado premio. Un par de subtramas complementan la película. Por una, la difícil relación del galerista con una hija a la que prácticamente desconoce, por otra y de nuevo bajo mi punto de vista de forma demasiado forzada, la subtrama del productor de televisión (al que concimos en la subasta de presentación) que también quiere el jarrón.
La película está llevada por un experimentado Laconte con un ritmo fantástico hasta el final del segundo acto, con un golpe de efecto que de nuevo eleva la película. Pero es tal vez el tercer acto para mi el más fallido en cuanto a guión. Una nueva subtrama de la que nos había dejado pistas a lo largo del metraje es la que se hace con el control de la película para conducirnos a una emotiva secuencia televisiva en directo que nos recuerda a los programas de confesiones tipo “El diario de Patricia” más que al pretendido “¿Quiere ser millonario?”, en el que un Auteuil con modestia recién adquirida demuestra que ha aprendido la lección. De repente toda la realidad desbordante a la que el espectador se ha enfrentado en tono de comedia se cae a cambio de un final complaciente tipo hollywood, que el metraje pedía para contentar al confiado espectador. Pero las normas del genero mandan y para un final agridulce hay que tener la capacidad del escéptico e irónico Wilder. Y Laconte que no la tiene, se debe a su público acostumbrado a los seriales televisivos en los que todo acaba con un abrazo y una palmadita en la espalda del ahora si, contento espectador.
Lo que me pregunto es si realmente el espectador ha sido capaz de hacer una reflexión y preguntarse que tiene en común con el personaje del galerista. Cierto es que hay que pertenecer a una burguesía acomodada para identificarse con él. Pero hay algo de Lubitsch (que me perdonen los puristas) en esta película que engancha inmediatamente a todos sin exclusión, sino por identificación con el galerista, si al menos con el taxista. Y es que al final esta comedia no deja de ser una reflexión sobre las clases sociales, además de sobre la amistad, o la falta de ella en nuestra acelerada sociedad, la traición y las relaciones con las personas que tenemos cerca.
En definitiva, un guión de manual tipo “buddy movie” (como dirían los americanos) firmado por el propio Leconte junto Jerôme Tonnerre, sobre una historia de Olivier Dazat, demasiado de cartón piedra en realidad, del que te olvidas por las fantásticas interpretaciones de los actores y por las divertidas secuencias en las que la mano experta del director sabe llevar al espectador por donde quiere. Una comedia fácil, de esas que encantan al público europeo, aunque bajo mi punto de vista de difícil comprensión para el americano. Lo que le restará público internacional. Bajo mi modesto entender la mejor comedia que ha llegado hasta nuestras estanterías desde “Pequeña Miss Sunshine”.
Víctor Gualda.
El planteamiento de la película se realiza de forma eficaz. Primero nos muestra al protagonista Daniel Auteuil y su ocupación, copropietario de una galería de arte junto a Julie Gayet. Qué mejor lugar de presentación que una subasta. Auteuil puja por un jarrón que representa la historia mitológica de la amistad entre Aquiles y Patroclo, como metáfora de él mismo y de la historia que vamos a ver. Sin mayor dilación nos muestra a ambos en una cena. Julie critica despiadadamente a Auteuil, tal vez de manera un tanto forzada en cuanto a guión, por el carácter con el que nos presenta a los personajes. El caso es que le reta a que le presente a algún amigo en un plazo de diez días. Como recompensa, el jarrón que acaban de comprar con fondos de la galería. En su búsqueda de un amigo verdadero Auteuil se cruza con un taxista obsesionado con la cultura general y con participar en un concurso televisivo, Bruno interpretado por Dany Boon. Primero lo intentará con presuntos amigos de la infancia o de trabajo. Pero la búsqueda es infructuosa. Después de cruzarse un par de veces, y ver Auteuil que Boon tiene facilidad para relacionarse, le pide que le enseñe lo que sabe. Comienza así la relación entre los dos personajes y la búsqueda del amigo perfecto para que Auteuil gane el ansiado premio. Un par de subtramas complementan la película. Por una, la difícil relación del galerista con una hija a la que prácticamente desconoce, por otra y de nuevo bajo mi punto de vista de forma demasiado forzada, la subtrama del productor de televisión (al que concimos en la subasta de presentación) que también quiere el jarrón.
La película está llevada por un experimentado Laconte con un ritmo fantástico hasta el final del segundo acto, con un golpe de efecto que de nuevo eleva la película. Pero es tal vez el tercer acto para mi el más fallido en cuanto a guión. Una nueva subtrama de la que nos había dejado pistas a lo largo del metraje es la que se hace con el control de la película para conducirnos a una emotiva secuencia televisiva en directo que nos recuerda a los programas de confesiones tipo “El diario de Patricia” más que al pretendido “¿Quiere ser millonario?”, en el que un Auteuil con modestia recién adquirida demuestra que ha aprendido la lección. De repente toda la realidad desbordante a la que el espectador se ha enfrentado en tono de comedia se cae a cambio de un final complaciente tipo hollywood, que el metraje pedía para contentar al confiado espectador. Pero las normas del genero mandan y para un final agridulce hay que tener la capacidad del escéptico e irónico Wilder. Y Laconte que no la tiene, se debe a su público acostumbrado a los seriales televisivos en los que todo acaba con un abrazo y una palmadita en la espalda del ahora si, contento espectador.
Lo que me pregunto es si realmente el espectador ha sido capaz de hacer una reflexión y preguntarse que tiene en común con el personaje del galerista. Cierto es que hay que pertenecer a una burguesía acomodada para identificarse con él. Pero hay algo de Lubitsch (que me perdonen los puristas) en esta película que engancha inmediatamente a todos sin exclusión, sino por identificación con el galerista, si al menos con el taxista. Y es que al final esta comedia no deja de ser una reflexión sobre las clases sociales, además de sobre la amistad, o la falta de ella en nuestra acelerada sociedad, la traición y las relaciones con las personas que tenemos cerca.
En definitiva, un guión de manual tipo “buddy movie” (como dirían los americanos) firmado por el propio Leconte junto Jerôme Tonnerre, sobre una historia de Olivier Dazat, demasiado de cartón piedra en realidad, del que te olvidas por las fantásticas interpretaciones de los actores y por las divertidas secuencias en las que la mano experta del director sabe llevar al espectador por donde quiere. Una comedia fácil, de esas que encantan al público europeo, aunque bajo mi punto de vista de difícil comprensión para el americano. Lo que le restará público internacional. Bajo mi modesto entender la mejor comedia que ha llegado hasta nuestras estanterías desde “Pequeña Miss Sunshine”.
Víctor Gualda.
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