La duración de la película es la justa, hora y media. No se hace pesada en ningún momento, y si el espectador consigue sentirse identificado con los problemas de la pareja, se reirá sin complejos. El personaje de Goldberg se sitúa a medio camino entre uno de sitcom americana tipo “Friends”, y aquel Woody Allen de películas como “Sueños de un seductor”. Es esta la comparación más recurrente, pues el personaje es una traspolación del Allen. Neurótico, irónico y divertido. Y Goldberg le pilla el punto al personaje mejor que otros alter egos” seleccionados por el propio director neoyorkino como Kenneth Branagh o Jason Biggs. Delpy, conocedora a la perfección del libreto por razones obvias, da la replica a la perfección, pero creo que no está al nivel interpretativo de su compañero.
Otra cuestión son los actores secundarios. En concreto el par de secuencias que tiene el bueno de Daniel Brühl, probablemente porque la película es una coproducción con Alemania y hay que justificar el dinero que estos habrán puesto. Pues como decía, Brühl tiene un personaje que emparenta directamente con el que le envió a la fama de “Los edukadores” como activista antisistema, la pena es que no aporta nada. Además su interpretación está en un tono diferente al de la pareja protagonista. Mención aparte merecen los recursos estilísticos que utiliza la directora. Montajes de fotografías fijas al corte, o la explicación de una especie de teoría del caos, que utiliza de forma justa, sin preteciosidades de modernidad.
De “Amor y otros desastres” hay poco que decir. Una comedia británica absurda sin pies ni cabeza, escrita y dirigida por Alek Keshishian que no tiene una sola imagen original. Comenzando por su protagonista Brittany Murphy, que es una imitación reconocida y reconocible de Audrey Hepburn durante todo el metraje, pero que está lejos del nivel interpretativo de esta. “Desayuno con diamantes” y “Nothing Hill” aparecen directamente en la pantalla, pero también copia secuencias de “Vacaciones en Roma”, “Cuatro bodas y un funeral” y otras comedias al uso. El arranque pretende ser una secuencia de guión en la que el coprotagonista gay Mathew Rhys escribe un sobre si mismo, sus circunstancias y las de sus amigos. Todo parece indicar que el director y guionista se siente como una especie de Truman Capote que cuenta la historia a través de su alter ego aspirante a guionista. La excusa, la búsqueda del amor verdadero. Secuencias de enredo y confusión tópicas, y la formula del grupo de amigos que tan bien funcionan en Briget Jones, con la sobreactuada Catherine Tate a la cabeza en este caso no van a ninguna parte. Un ritmo acelerado y situaciones absurdas y poco creíbles terminan en un “happy end” que ya en mitad del metraje el director se atrevía a adelantar en boca de Rhys. En definitiva, un desastre como su propio título indica.
Víctor Gualda.
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