Vale, es sólo una película de acción sin más, pero hasta para hacer una película de estas características hay que saber. Y es que la última (o penúltima, casi fijo) de la saga Bourne no ofrece nada más que escenas sobrepasadas de adrenalina, pero de otra manera. Tengo que reconocer que en las anteriores entregas, y sobre todo en la primera no le encontré las virtudes que todos parecían verle. Esa presunta humanidad mezclada con movimientos rápidos me pareció un pestiño con papel de caramelo, pero poco más. La segunda supuso más de lo mismo, y en esta tercera ya tenía una idea preconcebida. Así que con las palomitas en ristre me senté en el sofá muy tranquilamente y me dejé sorprender. Y es que en esta tercer entrega, la excusa de su identidad ha perdido todo el sentido y es una mera subtrama entre secuencias de acción. Pero curiosamente la película me parece mejor que las anteriores. ¿Por qué? Muy sencillo, porque en el caso de “El ultimátum...”, han cuidado muy mucho el guión, respetando los tempos entre secuencias de destreza técnica.
La película comienza con el flash-back reiterativo que nos adelanta detalles para justificar las últimas secuencias (esto lo sabes de antemano). Luego pasamos a una secuencia de acción, de la que destacaría la buena mano del director Paul Greengrass, o del montador Christopher Rouse (vaya usted a saber) para mantener la tensión, aunque el final de la misma sea previsible. Además tengo que reconocer que la formula de rodar en diferentes partes del mundo que ya funcionó en las anteriores entregas de la saga, aquí vuelve a hacerlo, y el hecho de que presuntamente esté rodada en la estación de Waterloo con esa cantidad de extras (supongo que lo son) le da un punto más realista. Es más fácil para el espectador pensar que eso pueda suceder, sobre todo desde los la ola de atentados que afectan también en occidente a población civil.
Después de la secuencia de la estación, de manera completamente infantil, los guionistas (Gilroy, Burnsy y Nolfi) mandan a Bourne a España, pero este es sólo un paso previo carente de interés, en el que lo único destacable a nivel dramático es que aparece por fin la nueva prota femenina, que por supuesto (un tópico más) se entrega ciegamente a la causa del asesino desmemoriado, pero como digo es sólo por una cuestión de tempos. El espectador necesita coger aire antes de la siguiente escena de acción. En el recorrido turístico está incluido Tanger, y otra de las secuencias de acción. Aquí los realizadores en vez de jugar con la tensión prefieren hacerlo con la sorpresa, pero el efecto de esta es mucho menor. No importa, porque la secuencia de la persecución en moto por las estrechas calles de Tánger compensa la falta de originalidad. En este punto se produce un vacío en otro de los aspectos que consolidan un guión de estas características. En una huida de cada protagonista por un lado (chico y chica), acaban encontrándose de manera cuanto menos sospechosa para la credibilidad. Qué casualidad que dijo el otro. El espectador probablemente no se de cuenta porque estará completamente inmerso en el cuerpo a cuerpo de Bourne y el segundo antagonista, pero por supuesto la secuencia no merece sorpresa en cuanto a resultado. Al contrario que en la secuencia de la estación, aquí la emoción no existe porque no hay una tercera persona en juego. Esta claro que Bourne es una especie de Terminator, y la chica apenas lleva veinte minutos en pantalla, así que no le van a hacer la faena de eliminársela al confiado espectador.
Tercer acto; tras una pausa reflexiva del personaje. En este caso le toca al inexpresivo Matt Damon plantearse responsablemente el resultado al que conducen sus accione, y a falta de un actor al otro lado de la pantalla, el director utiliza un truco que le puede granjear la simpatía de los críticos. De manera sorprendente y sorpresiva, y por segunda vez en el metraje (pensé que la vez anterior, cuando se encuentra con la chica había sido casual) se utilizan los silencios como elemento dramático. Este hecho que en principio debería pasar desapercibido, no es tan frecuente como se presupone, y menos en una película con agente secreto con licencia para zurrar. Pero después de los silencios y de apartar a la chica a un lado, para introducir en primera línea de protagonismo a la antagonista femenina reconvertida en aliada (dos mujeres juntas supondría crear conflicto entre ambas, y eso desviaría la atención en un tercer acto resolutivo), el director nos conduce de cabeza a la secuencia de acción definitiva, la que por orden de la lógica los yanquis prefieren se desarrolle en casa. Nueva York será el nuevo decorado para una persecución de coches tan impecablemente rodada como irreal en muchos momentos, el principal de ellos cuando Bourne alcanza por fin al flash-back reiterativo, lo supera y en el cara a cara con su tercer antagonista de acción, apela a la lógica casi freudina para hacer que este baje su arma. El problema en este punto es que ya no me lo creo, el director se ha cuidado muy mucho de que le cojamos ningún cariño a ninguno de los “tiradores”(antagonistas despersonalizados), los ha presentado como autenticas máquinas de matar, así que no tiene sentido que el tercero le devuelva el favor. En realidad, es un truco para la vuelta de tuerca final del cazador sin escrúpulos que persigue a Bourne de manera muy personal, demasiado para ser creíble. Aun así, insisto en que la película se hace tremendamente entretenida.
Estoy convencido de que la película es innecesaria para el espectador pero no para el estudio (Universal). Si hay que buscar un por qué para los continuas segundas y terceras partes de esta, que cada vez se aleja más del personaje original de las novelas de Robert Ludlum, vamos a jugar al cifras y letras; “El caso Bourne” 6.185.457,26. “El mito de Bourne” 4.806.422,79. y “El ultimátum de Bourne” 8.563.782,00 millones de euros sólo en nuestro país, ya que “El ultimátum...” ha recaudado más de 500 millones de dólares en todo el mundo. ¿Qué apostamos a qué hay cuarta parte?
Víctor Gualda.
La película comienza con el flash-back reiterativo que nos adelanta detalles para justificar las últimas secuencias (esto lo sabes de antemano). Luego pasamos a una secuencia de acción, de la que destacaría la buena mano del director Paul Greengrass, o del montador Christopher Rouse (vaya usted a saber) para mantener la tensión, aunque el final de la misma sea previsible. Además tengo que reconocer que la formula de rodar en diferentes partes del mundo que ya funcionó en las anteriores entregas de la saga, aquí vuelve a hacerlo, y el hecho de que presuntamente esté rodada en la estación de Waterloo con esa cantidad de extras (supongo que lo son) le da un punto más realista. Es más fácil para el espectador pensar que eso pueda suceder, sobre todo desde los la ola de atentados que afectan también en occidente a población civil.
Después de la secuencia de la estación, de manera completamente infantil, los guionistas (Gilroy, Burnsy y Nolfi) mandan a Bourne a España, pero este es sólo un paso previo carente de interés, en el que lo único destacable a nivel dramático es que aparece por fin la nueva prota femenina, que por supuesto (un tópico más) se entrega ciegamente a la causa del asesino desmemoriado, pero como digo es sólo por una cuestión de tempos. El espectador necesita coger aire antes de la siguiente escena de acción. En el recorrido turístico está incluido Tanger, y otra de las secuencias de acción. Aquí los realizadores en vez de jugar con la tensión prefieren hacerlo con la sorpresa, pero el efecto de esta es mucho menor. No importa, porque la secuencia de la persecución en moto por las estrechas calles de Tánger compensa la falta de originalidad. En este punto se produce un vacío en otro de los aspectos que consolidan un guión de estas características. En una huida de cada protagonista por un lado (chico y chica), acaban encontrándose de manera cuanto menos sospechosa para la credibilidad. Qué casualidad que dijo el otro. El espectador probablemente no se de cuenta porque estará completamente inmerso en el cuerpo a cuerpo de Bourne y el segundo antagonista, pero por supuesto la secuencia no merece sorpresa en cuanto a resultado. Al contrario que en la secuencia de la estación, aquí la emoción no existe porque no hay una tercera persona en juego. Esta claro que Bourne es una especie de Terminator, y la chica apenas lleva veinte minutos en pantalla, así que no le van a hacer la faena de eliminársela al confiado espectador.
Tercer acto; tras una pausa reflexiva del personaje. En este caso le toca al inexpresivo Matt Damon plantearse responsablemente el resultado al que conducen sus accione, y a falta de un actor al otro lado de la pantalla, el director utiliza un truco que le puede granjear la simpatía de los críticos. De manera sorprendente y sorpresiva, y por segunda vez en el metraje (pensé que la vez anterior, cuando se encuentra con la chica había sido casual) se utilizan los silencios como elemento dramático. Este hecho que en principio debería pasar desapercibido, no es tan frecuente como se presupone, y menos en una película con agente secreto con licencia para zurrar. Pero después de los silencios y de apartar a la chica a un lado, para introducir en primera línea de protagonismo a la antagonista femenina reconvertida en aliada (dos mujeres juntas supondría crear conflicto entre ambas, y eso desviaría la atención en un tercer acto resolutivo), el director nos conduce de cabeza a la secuencia de acción definitiva, la que por orden de la lógica los yanquis prefieren se desarrolle en casa. Nueva York será el nuevo decorado para una persecución de coches tan impecablemente rodada como irreal en muchos momentos, el principal de ellos cuando Bourne alcanza por fin al flash-back reiterativo, lo supera y en el cara a cara con su tercer antagonista de acción, apela a la lógica casi freudina para hacer que este baje su arma. El problema en este punto es que ya no me lo creo, el director se ha cuidado muy mucho de que le cojamos ningún cariño a ninguno de los “tiradores”(antagonistas despersonalizados), los ha presentado como autenticas máquinas de matar, así que no tiene sentido que el tercero le devuelva el favor. En realidad, es un truco para la vuelta de tuerca final del cazador sin escrúpulos que persigue a Bourne de manera muy personal, demasiado para ser creíble. Aun así, insisto en que la película se hace tremendamente entretenida.
Estoy convencido de que la película es innecesaria para el espectador pero no para el estudio (Universal). Si hay que buscar un por qué para los continuas segundas y terceras partes de esta, que cada vez se aleja más del personaje original de las novelas de Robert Ludlum, vamos a jugar al cifras y letras; “El caso Bourne” 6.185.457,26. “El mito de Bourne” 4.806.422,79. y “El ultimátum de Bourne” 8.563.782,00 millones de euros sólo en nuestro país, ya que “El ultimátum...” ha recaudado más de 500 millones de dólares en todo el mundo. ¿Qué apostamos a qué hay cuarta parte?
Víctor Gualda.
1 comentario:
Fast Eddy Felson:
Como bien dices, lo que atañe al contenido dramático es insustancial y hasta pueril, aunque yo rescataría la secuencia de la segunda entrega cuando Bourne va a ver a la hija de Nevski para comentarle cómo murieron realmente sus padres.
Me pareció una secuencia estupenda, pues no sólo la ambientación de Moscú y de la casa de la niña está genial (ese edificio funcionalista y la habitación con recortes de superpop), sino qué está muy bien dirigida.
Obviando todo lo relativo a esa moralina de culpa, a esos ecos del cine de los 60 de espías (esa terapia de condicionamiento no se la cree ni Skinner, que consiguió que las palomas jugasen a los bolos), Greengrass es un crack para las secuencias de acción, que son hiperrealistas (sobre todo las persecuciones), aunque un tanto confusas a veces, y las peleas son facilonas.
La secuencia de Waterloo me pareció para los anales del cine de acción.
Por otro lado:¿no está Matt Damon más gordo en esta tercera entrega?
Publicar un comentario