viernes, 28 de diciembre de 2007

EL ODIO

Creo que no se puede tener mejor debut como director que el de Mathew Kassovitz en la película que nos ocupa. “El odio” es una obra maestra sin discusión. Una película que a pesar de ser estrenada en el 95, está de plena actualidad por los incidentes que hace tan sólo un mes volvieron a poner de relieve uno de los problemas a los que se enfrenta el primer mundo, y que hace sólo un par de años mantuvieron en jaque a toda la ciudad de Paris. Y es que lejos de la imagen romántica y desenfada de la ciudad que ha servido de marco para innumerables películas, los barrios periféricos de la ciudad, en el caso de “El Odio” Les Muguets, son un constante quebradero de cabeza para los políticos. Porque aunque los problemas de marginalidad, racismo y xenofobia se trasladen a la periferia, no por ello dejan de existir.

Mathieu Kassovitz nos muestra la cara oculta de la ciudad de Paris de forma desgarradora pero honesta. Humanizando a sus chavales de barrio con sus problemas y conflictos, y acercándolos para que podamos entender que no son tan distintos a lo que a esa burguesía media francesa, que sirve de espejo de la ciudad le gustaría. Para ello, el director y guionista utiliza a tres chavales del barrio Cassel, kounde y Taghmaoui. Cada uno de ellos con su personalidad bien diferenciada, pero huyendo de los estereotipos que la mayor parte de las veces se empeñan en mostrarnos los directores. Como trasfondo la muerte de un joven de 16 años a manos de la brutalidad policial. Y es que el odio genera más odio, y los jóvenes, al igual que lo ocurrido últimamente, claman por una justicia (en realidad venganza) que saben que no pueden dejar en manos de las instituciones, porque nunca se producirá.

Ya la película comienza con las imágenes documentales de disturbios que enfrentan a jóvenes y a policías. A partir de aquí un seguimiento a los tres protagonistas a lo largo de veinticuatro horas y una estructura atípica nos van mostrando todos los rasgos y el trasfondo de la situación en la que se encuentran estos jóvenes atrapados. Como decía la estructura es atípica. Toda ella se sostiene en la aparición de una pistola que se le cayó en los disturbios a un policía, y que encontró el personaje interpretado por Cassel. Desde la media hora de película, momento en que aparece el arma, el espectador sabe que esta aparición no es casual, que está destinada a ser utilizada. El director utiliza hábilmente la tensión que despierta esta situación. Parece que supo leer a la perfección a Hitckcook y juega con el suspense que genera que el espectador sea consciente de que el personaje la lleva, (y que todo parece indicar, está deseando utilizar). De esta forma, con las imágenes del chaval herido de muerte y la pistola, Kassovitz pone los pilares de toda la estructura narrativa. Por supuesto el conflicto está servido entre dos de los mismos integrantes del trío. Por una parte Cassel, y por otra Vinz (kounde), un boxeador que odia la violencia. Una subtrama sirve de excusa para que los personajes salgan del barrio y se muevan por un Paris que se sigue mostrando hostil. Tanto con la policía como por parte de un farlopero paranoico y agresivo. Se muestra además el contraste entre dos mundos tan cercanos y tan lejanos, en una exposición de arte contemporáneo, de tal forma que al verla a través de los ojos de ellos parece una caricatura del esnobismo. Y es que a partir de secuencias inconexas que presentan diferentes situaciones en bloques separados por elipsis, la película se rellena de secuencias inconexas pero que evolucionan unas con ayuda de las otras en escenas llenas de diálogos y frescura, de comedia y de drama a partes iguales. La secuencia del baño en la que un individuo cuenta una historia sin sentido aparente, la del chaval que cuenta las novedades del barrio, o la que se repite dos veces (como metáfora de ellos mismos) del tipo que cae desde lo alto de un edificio mientras se dice que de momento todo va bien. Y es que en esta película los personajes hablan, hablan como en la vida real, hablan de la nada, de cosas intrascendentales, hablan de sus vidas, de su futuro, de sus ilusiones, con una frescura que recuerda al mejor neorrealismo italiano, más que al cine referencial francés. Todo ello acompañado por una cámara que se mueve a su ritmo de forma casi documental en ocasiones, de forma estética en otras, y se integra en el grupo como mero medio de conexión con la historia, sin querer demostrar una pericia técnica que simulase lo que está contando.

Una opera prima impecable que Kassovitz no ha sido capaz de volver a repetir porque sus películas posteriores no han tenido “la verdad” que tiene esta. Como premio, o mejor dicho reconocimiento uno de los premios gordos en el festival de Cannes y la veneración de los críticos de todo el mundo, que llevaron a su director y a Cassel a lo más alto del Olimpo cinematográfico con una de esas escasa maravillas que perduran a través del tiempo.

Víctor Gualda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Uff, a mi esta peli me puso los pelos de punta. Y eso que es una historia que hemos visto, oído y leído miles de veces... pero aún así, logra sorprender.

Del 95? Hay que ver cómo pasa el tiempo....

Feliz Año a todos los devedetecos!