La curiosidad me pudo. Un estreno que pasó completamente desapercibido en cines llamó mi atención. El motivo, su director Curtis Hanson. No quería creer que el director de “L.A Confidencial” hubiese hecho una película tan completamente desastrosa como para pasar por las carteleras sin pena ni gloria. Su anterior trabajo “En sus zapatos” no era ni mucho menos un peliculón, pero desde luego estaba por encima de la media de las comedias absurdas de Hollywood. “Lucky You” sigue la estela marcada por su precedente. Una peliculita aparentemente de encargo, que no lo es (Curtis es productor y coguionista junto a Eric Roth (“Forrest Gump”) y que no pasará a los libros por razones muy sencillas. Porque está carente de fuerza, y sobre todo porque utiliza todos los tópicos de una película de jugadores pero sin el riesgo de ellas. A años luz quedan otras como “El rey del juego”, “House of games” “El buscavidas” o incluso relativamente recientes como “Rounders”.
“Lucky You” cuenta la historia del pokerman profesional de guante blanco Huck Cheever (Eric Bana) en la ciudad del juego, Las Vegas. Los guionistas nos presentan en una secuencia de arranque interesante, a un Bana capaz de vender a su madre por las piernas (en realidad por los dedos). Un Bana talentoso pero impulsivo que unas veces gana y otras muchas pierde. Que vive al límite y no se preocupa por nada ni por nadie, ni siquiera por si mismo. Pero siguiendo el tópico aparece una virginal Drew Barrymore que le hará cambiar contra pronostico. Como antagonista Robert Duvall otro jugador veterano al que nuestro protagonista admira y odia a partes iguales. El aparente resentimiento de Eric hacía alguien que le saca de sus casillas al tiempo que le gana todas las manos está servido. Un giro antes de que termine el primer acto y que incluso aparece en la sinopsis de la película, le da impulso e interés a la historia de rivalidad que sabes va a ser una de las tramas principales de la película hasta el final. De hecho tal vez esto sea lo más interesante de las casi dos horas de metraje, porque la historia de encuentros y desencuentros está francamente desaprovechada. En realidad, poco se puede innovar en la relación de una chica buena con un jugador profesional, pero la trama principal que es la historia de amor se queda en un quiero y no puedo.
El segundo acto trata de impulsar la película con un concurso al que para inscribirse el antihéroe tiene que conseguir diez de los grandes. Después de intentarlo todo, incluso pidiendo prestado, tarda diez minutos en perder lo que le han dejado a un interés nada desdeñable. Para tratar de llevar al límite de la forma más artificiosa posible la película, los guionistas se sacan de la manga una injustificada subtrama en forma de larga secuencia de apuesta con palos de golf, que la chica de la película le estropea llevando la legalidad a un extremo de dos segundos, y que lo único que consigue es la antipatía inmediata por parte del espectador. Pero eso si, las lecciones morales de que hay que ser buenos y no se puede hacer trampa quedan muy bonitas para el gran público. El caso es que el truco de guión para hundir lo máximo posible al personaje queda en agua de borrajas, porque sabes que conseguirá el dinero para el campeonato (sino, ¿qué sentido tendría la película?). El tercer acto es el susodicho campeonato donde una vez más se cumplen todas las previsiones esperadas por el espectador menos exigente. Disfrazan una vuelta de tuerca que no tiene tensión, y por supuesto el ahora héroe redimido corre a los brazos de la justa y honesta damisela.... en fin. ¿Qué puedo decir? Llegados a este punto sólo me queda añadir que el cine americano de antihéroes también está tocando fondo.
En el apartado de críticas, lo primero que hay que mencionar es que la película hubiese necesitado un actor menos blando para un papel así, no se puede contratar a un tipo con cara de buen chaval y mirada asustadiza para un personaje pícaro y vivido como este. Lo mismo ocurre con toda la película en general, como dije al principio nuestro prota es un jugador de guante blanco, y en una película de jugadores el espectador necesita que el personaje esté en constante conflicto consigo mismo y con el mundo. Que no renuncie jamás a sus ansias de ganar, incluso a costa de él mismo o del amor. Si es necesario tiene que jugar, y luego mentir para conseguir a su amor, porque esa es la naturaleza del perdedor que quiere cambiar de bando. Como en la fábula del escorpión y la rana, tiene que picar aunque sea para morir. El único conflicto que tiene interés como decía es el de Duvall, pero es que su personaje si que está dispuesto pasar por encima de lo que sea y de quien sea, aunque necesite reafirmarse a costa del protagonista en el momento de crisis del personaje. En la única secuencia verdadera de la película. Pero es que Duvall juega en las ligas mayores, y hasta para perder tiene estilo. Otro de los problemas de la película es su opacidad. El director parece haberse empapado bien de los métodos y formas de jugar a las cartas, pero se ha olvidado que el espectador medio no ha jugado en su vida. De forma que las largas partidas ralentizan las tramas entre los personajes y te sacan continuamente en esos momentos que aprovechas para ir al baño o a hacerte la cena. Ya lo dijo William Goldman, si lo que cuentas es un tema demasiado especifico, será difícil que el espectador sienta ninguna clase de identificación sobre algo que se le escapa. En otro orden de cosas, curioso es que nuestro protagonista le de mayor valor a su Triumph que a su casa o a un anillo, que parece representar lo máximo en la vida, pero al final de la película ya puede vender su símbolo de libertad para comprarse un monovolumen, porque nunca tuvo lo que hay que tener ni para ser jugador, ni para ser perdedor.
Víctor Gualda.
“Lucky You” cuenta la historia del pokerman profesional de guante blanco Huck Cheever (Eric Bana) en la ciudad del juego, Las Vegas. Los guionistas nos presentan en una secuencia de arranque interesante, a un Bana capaz de vender a su madre por las piernas (en realidad por los dedos). Un Bana talentoso pero impulsivo que unas veces gana y otras muchas pierde. Que vive al límite y no se preocupa por nada ni por nadie, ni siquiera por si mismo. Pero siguiendo el tópico aparece una virginal Drew Barrymore que le hará cambiar contra pronostico. Como antagonista Robert Duvall otro jugador veterano al que nuestro protagonista admira y odia a partes iguales. El aparente resentimiento de Eric hacía alguien que le saca de sus casillas al tiempo que le gana todas las manos está servido. Un giro antes de que termine el primer acto y que incluso aparece en la sinopsis de la película, le da impulso e interés a la historia de rivalidad que sabes va a ser una de las tramas principales de la película hasta el final. De hecho tal vez esto sea lo más interesante de las casi dos horas de metraje, porque la historia de encuentros y desencuentros está francamente desaprovechada. En realidad, poco se puede innovar en la relación de una chica buena con un jugador profesional, pero la trama principal que es la historia de amor se queda en un quiero y no puedo.
El segundo acto trata de impulsar la película con un concurso al que para inscribirse el antihéroe tiene que conseguir diez de los grandes. Después de intentarlo todo, incluso pidiendo prestado, tarda diez minutos en perder lo que le han dejado a un interés nada desdeñable. Para tratar de llevar al límite de la forma más artificiosa posible la película, los guionistas se sacan de la manga una injustificada subtrama en forma de larga secuencia de apuesta con palos de golf, que la chica de la película le estropea llevando la legalidad a un extremo de dos segundos, y que lo único que consigue es la antipatía inmediata por parte del espectador. Pero eso si, las lecciones morales de que hay que ser buenos y no se puede hacer trampa quedan muy bonitas para el gran público. El caso es que el truco de guión para hundir lo máximo posible al personaje queda en agua de borrajas, porque sabes que conseguirá el dinero para el campeonato (sino, ¿qué sentido tendría la película?). El tercer acto es el susodicho campeonato donde una vez más se cumplen todas las previsiones esperadas por el espectador menos exigente. Disfrazan una vuelta de tuerca que no tiene tensión, y por supuesto el ahora héroe redimido corre a los brazos de la justa y honesta damisela.... en fin. ¿Qué puedo decir? Llegados a este punto sólo me queda añadir que el cine americano de antihéroes también está tocando fondo.
En el apartado de críticas, lo primero que hay que mencionar es que la película hubiese necesitado un actor menos blando para un papel así, no se puede contratar a un tipo con cara de buen chaval y mirada asustadiza para un personaje pícaro y vivido como este. Lo mismo ocurre con toda la película en general, como dije al principio nuestro prota es un jugador de guante blanco, y en una película de jugadores el espectador necesita que el personaje esté en constante conflicto consigo mismo y con el mundo. Que no renuncie jamás a sus ansias de ganar, incluso a costa de él mismo o del amor. Si es necesario tiene que jugar, y luego mentir para conseguir a su amor, porque esa es la naturaleza del perdedor que quiere cambiar de bando. Como en la fábula del escorpión y la rana, tiene que picar aunque sea para morir. El único conflicto que tiene interés como decía es el de Duvall, pero es que su personaje si que está dispuesto pasar por encima de lo que sea y de quien sea, aunque necesite reafirmarse a costa del protagonista en el momento de crisis del personaje. En la única secuencia verdadera de la película. Pero es que Duvall juega en las ligas mayores, y hasta para perder tiene estilo. Otro de los problemas de la película es su opacidad. El director parece haberse empapado bien de los métodos y formas de jugar a las cartas, pero se ha olvidado que el espectador medio no ha jugado en su vida. De forma que las largas partidas ralentizan las tramas entre los personajes y te sacan continuamente en esos momentos que aprovechas para ir al baño o a hacerte la cena. Ya lo dijo William Goldman, si lo que cuentas es un tema demasiado especifico, será difícil que el espectador sienta ninguna clase de identificación sobre algo que se le escapa. En otro orden de cosas, curioso es que nuestro protagonista le de mayor valor a su Triumph que a su casa o a un anillo, que parece representar lo máximo en la vida, pero al final de la película ya puede vender su símbolo de libertad para comprarse un monovolumen, porque nunca tuvo lo que hay que tener ni para ser jugador, ni para ser perdedor.
Víctor Gualda.
1 comentario:
Siempre interesantes todas tus propuestas y comentarios. Sigue asi.
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