martes, 29 de enero de 2008

LA CARTA ESFERICA

Que el cine español es un moribundo que da bandazos sin rumbo fijo es algo que no pasa desapercibido a cualquier observador optimista. Por este motivo la mayoría de las productoras no se arriesgan. Un director reconocido, Uribe en este caso. Unos actores presuntamente solventes, Carmelo Gómez y Aitana Sánchez Gijón. Y una adaptación del título de un escritor superventas en nuestro país, Arturo Pérez reverte. Son una buena combinación de factores a priori para sacar un producto ganador. No es el caso que nos ocupa.

“La carta esférica” es una película mediocre que no desentona con el actual panorama del cine español. Ni para bien, ni para mal. El argumento se resume con facilidad. Unos planos de un barco hundido, una mujer ¿misteriosa?... aunque más bien se podría decir interesada. Un par de malos estereotipados (me recuerda las películas del cine clásico en las que el malo era reconocible porque llevaba bigote) y un marinero buenazo fuera de su medio que se deja llevar por la bragueta. Sólo hay que añadir que los planos son de un galeón hundido con tesoro incluido, y seguro que el hábil lector-espectador ya se ha imaginado todo lo que va a pasar en la película. Pues si el espectador hace el ejercicio de coger un papel y escribir todo lo que se le ocurra, apuesto a que acertará y todavía se le ocurrirán un par de cosas que se podrían haber incluido en la película. Y es que el problema creo que viene de atrás. Es decir del manuscrito original. El escritor utiliza casi siempre la misma técnica. Crea una trama sencilla, y paralelamente mete una trama histórica llena de documentación, que cuando lees la novela es la parte más interesante, pero que al adaptarla a guión no hace avanzar la trama y hay que prescindir de ella. Sólo se puede incluir una pequeña parte que sirve de “sustento ideológico” de la trama principal y que suele ser de tipo pseudo-policial. Lo hizo con “Alatriste”, lo hizo con “El club Dumas” (“La novena puerta”), “La piel del tambor”..., lo hizo con casi todas sus novelas. De esta forma garantiza una lectura amena que proporciona al lector medio cierto conocimiento, pero que siempre da la impresión de que falla en la resolución, porque este se cierran con estereotipos mil veces vistos o leídos.

Así que con una base tan poco cimentada, todo el peso queda en manos de los actores. En el caso de “La carta esférica” estos no son capaces además de levantar una película tan mal estructurada. La primera parte del metraje no acaba de engancharte del todo. El guión marea al protagonista pero la trama no acaba de arrancar. Las escenas se repiten al menos dos veces sin que lleven a ningún lado. Peleas, enfrentamientos verbales, escenas de sexo, escenas de enfado entre los protas, escenas de seducción, escenas de búsqueda infructuosa, dos intentonas en el momento del descubrimiento... así todo el metraje hasta que acabas hasta el moño de ver una y otra vez lo mismo. Sólo me atrevería a salvar de la quema la relativa sorpresa del descubrimiento parental de la protagonista con uno de los antagonistas y la secuencia en la que un actor secundario, (fantástico Carlos Kaniowsky) con todo el cinismo, mala ostia, y mucha carga de dobles sentidos (que además corresponde con la información oculta mencionada respecto a barcos y parentescos, hace avanzar la encallada trama) les da los datos imprescindibles que necesitan para llegar al lugar en el que está hundido el ansiado barco. Curioso que siendo una iniciativa de la protagonista no se le ocurriera recurrir a él desde el segundo minuto de película. Pero bueno, esto es cine. Volviendo a los actores, me da la oscura impresión de que Uribe tiene demasiada confianza en la solvencia y experiencia de ambos y les ha dejado actuar a su libre albedrío, olvidando que los personajes, independientemente del orden que establezca el plan de trabajo, necesitan una evolución emocional de la que se ocupa el director. No puede ser que las interpretaciones, especialmente la de Aitana sea tan plana a lo largo de 104 minutos. Ni que hablar de las dos secuencias de sexo, casi seguidas en la que la actriz sobreactua intentando dejar claro que ella es la que impone su ritmo y no se deja dominar. Carmelo defiende con dignidad el personaje, pero acaba uniéndose a la fiesta de despropósitos y acercándose peligrosamente al estereotipo que domina a los “malos”... que son todos.

En definitiva, que ni actores, ni técnicos de reconocido prestigio, Aguirresarobe en la fotografía, Font en el montaje o Mendizábal en la banda sonora, son capaces de arrastrar el lastre que lleva el texto de la película, demostrando una vez más la importancia de contar con un buen guión. Va a ser difícil que las salas cinematográficas y concretamente el cine español recupere a los espectadores que perdió el pasado año con estás películas que buscan lo seguro. Porque lo único seguro es que el DVD se apaga en mitad de la película si no te gusta a ti y a tus colegas y/o familia, y pones otra. Mientras en las salas, el espectador se piensa mucho en que película dejar siete euros por cabeza más complementos. Al tiempo que políticos incompetentes se dan palmaditas en la espalda cuando una o dos películas al año levantan la cuota de pantalla y entre partidos utilizan la excusa del cine para insultarse.

Víctor Gualda

sábado, 26 de enero de 2008

UN PLAN BRILLANTE

... que no quiere decir ni mucho menos una película brillante. Está claro que las películas de robos tienen algo especial. Tal vez sea lo sencillo que le resulta al espectador medio identificarse con unos personajes que están dispuestos a arriesgar sus vidas por conseguir un montón de dinero y vivir el resto de sus vidas en la playa y sin trabajar. Pero a pesar de que la identificación esté dada de antemano, no todo el trabajo está hecho. La estructura dramática de las películas de robo tienen unos “moldes” muy definidos, y “Un plan brillante” es como el juego de palabras que le da título, fácil y poco original.

No quiero decir con esto que no tenga momentos interesantes, pero estos se diluyen y acaban pasando desapercibidos como los diamantes del robo. Para empezar, el punto de vista principal es conducido de la mano por una Demi Moore poco creíble como única ejecutiva mujer en una empresa multinacional de diamantes. El guionista pone buen cuidado en presentarla para que entendamos y justifiquemos el giro de ciento ochenta grados en su conducta. En el caso del personaje de Michael Caine, todo es mucho más sencillo. La identificación está garantizada desde el primer minuto en que le vemos pasar la fregona y entendemos que es un empleado nocturno de limpieza. Con un héroe así, cómo no te vas a poner de su parte. Más cuando descubrimos a la media hora (que es cuando realmente comienza la película), que tiene un plan infalible para hacerse con un puñado de diamantes de la inmensa reserva de la cámara acorazada. Para ello, necesita contar con la ayuda de nuestra protagonista favorita por algo más de hora y media, Demi. El problema es que las necesidades de Michael están metidas con calzador. Lo mismo ocurre con la excusa por la que la protagonista femenina entra en el plan. Es sencillamente estúpida. A continuación una secuencia inverosímil y completamente carente de tensión, justificada con una casualidad que le resta la poca credibilidad que le quedaba hasta ahora, hace que la Moore se haga con los números de la clave de la caja fuerte que Michael necesitaba para hacer posible el robo.

Como todo es demasiado sencillo, el guionista Edward A. Anderson, se ve en la necesidad de introducir nuevas complicaciones a la trama. La instalación de unas “modernas” (es el año1960) cámaras de un circuito cerrado de vigilancia, aportan la tensión necesaria para que la secuencia del robo tenga sentido. Por supuesto todo sigue los patrones marcados. Pero es en este punto donde se produce el único punto de giro que realmente sorprende de la película. No lo desvelaré, pero es a partir de aquí cuando la película retoma el vuelo. Un vuelo corto y sin motor, pero que añade elementos de interés al introducir por un lado un antagonista, y por otro al incidir en los verdaderos motivos del robo, que se plantean como un misterio que evidentemente nos revelarán antes de que acabe el metraje.

Una vez introducido el antagonista como decía, el interés se basa por una parte en ver si les descubrirán (ja, ja, ja). El personaje de Demi se convierte en un mar de dudas. Lo que le aleja del verdadero protagonista de la película, y por consiguiente del espectador. El público no puede dejar de ponerse de parte del limpiador, y hace que le cojamos cierta antipatía a la socia por un rato. Los malos malosos, ricos, egoístas, estereotipados, pero probablemente mucho menos cabrones que en la realidad, van pagando el precio que el vengador ha trazado. Es curioso ver en este punto como la vida humana deja de importarte si con ello el bueno, buenísimo gana. Un desenlace completamente previsible hace el resto. Demi descubre, (se supone que al tiempo que el espectador, aunque uno no muy avispado se hubiese quedado con una secuencia precedente, que da las claves para que te imagines el cómo), pues como decía, la chica de la película descubre por casualidad cómo se lo ha motado Caine. Su sentido de la “justicia” la hacen quedar por encima del bien y del mal, más cuando un rato después dedica su parte a las causas más humanitarias que se les han ocurrido a los responsables del libreto. Pero es que esto es completamente innecesario. En pleno siglo XXI, tratar de convertirla en una pseudo-Robin Hood es poco menos que ridículo. Más en una película de ladrones en las que como decía antes la ética tiene su propio universo. Mucho más coherente es el final de Michael Caine, aunque antes, y de nuevo para justificarle, han desvelado las claves de sus motivaciones, que por supuesto a estas alturas de la película ya te has imaginado, al igual que por supuesto, como también os habréis imaginado, para completar el círculo de estereotipos, la tensión sexual entre el antagonista y Demi, de la que no había hablado por el poco peso que tiene en la trama, se resuelve de la manera más virginal que impone el nuevo código Heist (al menos eso parece) ético americano.

Con lo cual, “Un plan brillante” es una película plana, de fácil digestión, llena de estereotipos, que ni siquiera resulta entretenida hasta que pasa la primera media hora, con diálogos ramplones y de la que sólo se salva de la quema Michael Cine por una cuestión de presencia y saber estar (¿habrá metido mano Caine en el guión para dignificar su personaje?). Que lejos quedan los diálogos llenos de dobles significados, la tensión sexual real, y los momentos de incertidumbre a pesar de su sencillez, de aquella comedia de ladrones de Hitckcook que ya comentamos en este blog. Y es que por comparación, es como muchas veces te das cuenta de lo que realmente es bueno, y de los que no lo es.

Víctor Gualda.

martes, 22 de enero de 2008

CONVERSACIONES CON MI JARDINERO

Lo primero que me viene a la mente al ver la película, es la paradoja asociada a un estereotipo que nos presenta Jean Becker en mitad de la película. Es un recurso que mil veces hemos visto. La directa asociación intelectual del arte con la estupidez humana. Me refiero en concreto a la secuencia de la exposición en la galería. Nuestro protagonista Auteuil, que es un pintor al que parece no irle mal en lo laboral, se enfrenta por motivos extra-intelectuales, “de marcar el territorio” en realidad, a un pseudo-intelectual más joven que él y que supone una competencia de cara a su amante ocasional, una joven modelo. Lo cierto es que Becker hace una crítica despiadada a esos intelectuales de barrio que siempre ven mas allá de la propia visión del artista. A todos aquellos que merodean el arte y siempre tienen algo que decir. Lo que me resulta paradójico en realidad es que esa misma sensación la veo también en el cine, concretamente en el cine francés. Eso me lleva a preguntarme qué opinión tiene el director de si mismo y con cuál de los dos personajes en conflicto se identifica. En su defensa tengo que reconocer que la película me ha resultado maravillosamente poco pretenciosa. Por eso me gustaría pensar que la reflexión debe ser primero autocrítica y luego un escaparate hacia lo que es el arte (sea en la disciplina que sea)

Una vez hecha esta reflexión, tengo que reconocer que la película basada en la novela de Henri Cueco me engancho desde el primer minuto. El planteamiento es sencillo. El personaje de Auteuil vuelve al pueblo de su niñez escapando de su vida en Paris. La reciente separación de su mujer le ha desestabilizado y decide instalarse para reordenar su vida y seguir pintando. La casa tiene un jardín enorme y un viejo huerto que necesita arreglos, así que el pintor decide contratar a alguien para que le haga un trabajo que como parte de su posición burguesa ni quiere, ni sabe hacer. El candidato es un jubilado del ferrocarril (Jean-Pierre Darroussin) que además resulta ser un viejo compañero del colegio de Auteuil. Una secuencia explicativa en forma de flash-back para que el espectador se introduzca en los lazos entre los protagonistas, y ya se han ganado su simpatía. Esta claro que se trata de un recurso para dinamizar una película cargada de diálogos con alguna secuencia visual. Da igual, la química, o el buen hacer de los protagonistas hubiese soportado la carga sin resentirse. De hecho el director utiliza este recurso de dinamización introduciendo subtramas que aligeran la trama principal. Como la antes mencionada de la exposición en Paris, que sirve de excusa en realidad para introducir el personaje de la joven alumna-amante. Otra subtrama es la de la exmujer, con la que Auteuil no se entiende, o la de su hija con la que tiene problemas por distintos motivos... estas subtramas nos hablan y definen con finas pinceladas a nuestro protagonista. Al menos al que domina el punto de vista principal, pero en realidad el peso especifico está, como antes comentaba en las secuencias entre el pintor y su jardinero. Del pincel y Del jardín tienen conversaciones entre lo humano y lo divino, pero nada es más importante que el cuidado del jardín por parte de Darroussin, o los cuadros en los que trabaja Auteuil. Me resulta curiosa la interpretación de este último, porque pensando en el planteamiento del guión, me da la impresión de que podrían haber desarrollado a un personaje más hosco, de forma que la evolución del arco del mismo hubiese sido más pronunciada. Es decir más sobrado de si mismo para tener una evolución más evidente. Pero en vez de eso, Becker huye del efectismo y nos presenta a un personaje con ganas de aprender de sus errores, muy humano, que sabe apreciar secuencia a secuencia la sencillez de su amigo y luego es capaz de trasladarla a otros círculos. Ni mucho menos estoy diciendo que sea un personaje plano, todo lo contrario, pero Cosmos, Monnet y Becker (guionistas) nos preparan para el final del segundo acto de una forma a la par natural y previsible, por medio de secuencias anticipatorias, ya que el espectador necesita sentirse completamente identificado con el pintor para afrontar la situación que se plantea en el tercero. Lo que está claro es que Auteuil es capaz con muy poco de engrandecer un personaje, ya que al parecer el protagonista absoluto en la novela es el jardinero, y el pintor sólo sirve de replica del protagonista. Está claro que el personaje está reescrito y domina el punto de vista principal, pero es innegable que Auteuil hace un gran trabajo con su personaje.

El desenlace huye de la lagrima fácil sin olvidarse de ensalzar a nuestros protagonistas. Esta tercera parte es la más “cinematográfica” ó ”comercial” (muy entrecomillado) de la película. Y aunque el espectador espera que los problemas se arreglen, es consciente del destino y al igual que el personaje del pintor también ha aprendido de la serenidad y de la aceptación de las circunstancias del jardinero del que a todos nos gustaría ser amigo. De hecho el cambio que se ha producido en el pintor, afectara directa y positivamente a su vida. Tal vez de forma un tanto edulcorada, y resuelta fuera de la pantalla en cuanto a las subtramas, pero con una exposición que deja bien claros los sentimientos y admiración hacia su recién redescubierto amigo.

Víctor Gualda.

viernes, 18 de enero de 2008

EXPIACIÓN (el libro, el guión, la película)

McEwan tiene motivos más que sobrados para estar contento. El guión adaptado de su libro respeta con fidelidad el texto original. Mucho se está comentando de este logro que le puede valer un oscar al mejor guión adaptado a Christopher Hampton. Reducir un texto original de 130 000 palabras en 20 000 y que la historia conserve toda la esencia tiene merito. En el caso de “Expiación”, tengo que reconocer que a pesar de que el manuscrito original es mejor (cómo no), la adaptación ha respetado prácticamente todos los elementos más notables del libro. En primer lugar, lo más evidente. La estructura en tres bloques bien diferenciados. Y hablo en el caso que nos ocupa de bloques y no de actos, porque cada uno de ellos es prácticamente una película independiente. Para mi, al igual que en el best seller de McEwan, es el primero el más interesante.

Él que transcurre en la casa de campo de los Tallis. La excusa que no queda especialmente clara en la película y si en el manuscrito, la vuelta a casa del primogénito de la familia, León, personaje que en la película no tiene siquiera el peso de catalizador del reencuentro. Todo gira en torno a la cena que se va a celebrar en su honor. En este primer acto el director juega con los silencios magistralmente. Esta claro que no puede utilizar los recursos de McEwan para definir los personajes a través de los pensamientos y acciones muy detalladas. Así, que se basa en las actitudes a través de los cambios de punto de vista. Es aquí donde tengo que decir que el libro es muy superior. McEwan hace que los cambios de punto de vista hagan avanzar la trama, de forma que a cada cambio supone un paso hacia delante en el desarrollo, creando una tensión sobre lo que ineludiblemente está a punto de suceder, y que en cierta forma resulta previsible por los antecedentes que ordenadamente nos hacen entrever que vamos a contemplar una relación imposible. Pero Joe Wright con una dirección muy fluida, y a pesar de que en el guión cada punto de vista supone un paso atrás y otro adelante en la historia, consigue que la trama encaje a la perfección, convirtiendo la película en un triangulo amoroso sostenido en la mentira de una niña.

El segundo bloque conserva la estructura de la novela, de forma algo más reducida y tal vez un poco escasa. La parte de la guerra no pierde el tiempo en la película con los nuevos socios de penurias de nuestro protagonista, ni de los nuevos roles establecidos por la guerra y los acontecimientos que les suceden a nuestros protagonistas, de hecho, creo que los responsables resuelven de forma un tanto artificial, en el caso de la película, porque todo el peso especifico del bloque lo basa en la espectacularidad visual de la secuencia de la retirada a la playa de Dunkerke. Aunque en el caso del celuloide esta justificado por una cuestión muy sencilla. Se alienta la esperanza del protagonista-espectador (por identificación) de que llegue el momento de el reencuentro, y a falta de pan, buena es una secuencia cuasi épica con muchos extras (2000) y sin ningún peso especifico dentro de la trama principal, mientras por otro lado creamos expectación sobre el destino de nuestra protagonista femenina, reservando el mayor número de secuencias posibles, y volviendo a dar peso especifico a la pequeña lianta de los Tallis, que paga sus culpas (mejor dicho su sentido de culpa) como enfermera en un hospital militar. Lejos quedan en este punto las experiencias magistralmente retratadas por McEwan, que hace al lector participe de todas y cada una de sus penurias, dando peso a detalles que en la película son pequeños guiños visuales para el lector (como por ejemplo cuando llegan los heridos y ella apenas puede sostener la camilla). También en este punto se ha prescindido sabiamente de subtramas que no hubiesen hecho avanzar la trama principal (como la relación de Briony la pequeña Tallis con la enfermera jefa, y otras).

El tercer bloque cubre la necesidad del espectador para que el triangulo, con todos los sentimientos amor-odio a flor de piel se reencuentre. El espectador se verá satisfecho por una parte con el reencuentro amoroso, y por otra con el reencuentro de rencor y odio. Se resolverá la subtrama planteada en el primer bloque, aunque el resultado era ya evidente (el director lo desmontó con planos de mirada tensa en el primer acto para que al espectador no le cupiese duda de la inocencia del protagonista) que resulta meramente informativo. Por supuesto, no falta el punto álgido en el que los personajes se escupen las verdades a la cara. Pero una vez más el escritor, y por ende el guionista han reservado el plato fuerte para el último giro dramático. En el caso de la película espectacularmente interpretado por una Vanessa Redgrave, sencillamente a la altura del coronel Kurtz en Apocalipsis Now (me disculpo ante los puristas). Con el mismo peso especifico que este, y aguantando un monólogo que avanza a primer plano, que está a la altura de otras actrices que ya consiguieron el Oscar por interpretaciones de corta duración por papeles tan efectistas como este. Y es que hay que ser muy buena actriz para elevar una película hasta el infinito en sólo cinco minutos, cuando estos minutos de descuento representan el último giro, el final del metraje, y dejan un sabor agridulce al espectador incauto que puede acabar soltando una lágrima en el último momento.

No podemos dejar de mencionar las otras interpretaciones. Keira Knightley que parece haberse convertido en musa del director (trabajo con él en “Orgullo y prejuicio”, y la dirigió en el anuncio de Channel) que lleva el peso del protagonismo femenino en todo el metraje de manera efectiva, sin grandes alardes, pero desde luego a la altura del texto, y muy alejadas de sus histriónicas interpretaciones como pirata de alto presupuesto. Parece que el prota masculino James McAvoy también ha gustado en los círculos críticos, pero desde mi humilde punto de vista, es simplemente correcto, ya que el papel se le queda grande y no vemos una evolución en su interpretación, más teniendo en cuenta todo lo que el personaje ha pasado a lo largo de las algo más de dos horas de película. Un buen actor hubiese introducido desde luego los cambios interpretativos que necesariamente sufre su homólogo en el papel. Pero probablemente, la que más rentabilidad le saque a la película sea la actriz Saoirse Ronan, es decir la pequeña Tallis (su papel lo interpreta además Romola Garai y Vanesa Redgrave) que se beneficia de la estupenda primera parte de la película porque su personaje es la piedra angular de la trama y sobre todo (creo) porque ha sido fantásticamente dirigida por Wright. Sin olvidar el apoyo que supone que la evolución del personaje la cierre una increíble Vanessa Redgrave.

Para terminar, y a pesar de los pesares, tengo que decir que la fotografía de Seamus McGarvey de la primera parte, para dar luminosidad, suavizar y conseguir brillos a todo lo que ocurre durante el día en la finca Tallis, me horrorizó. Más cuando el efecto es buscado y conseguido a través de un filtro fabricado con una media de Dior que nos retrotrae a los filtros de las películas románticas de los ochenta. Afortunadamente esto sólo supone un tercio de película. Por último una vez más mencionar que la base textual de McEwan y el trabajo de compresión de Hampton, junto a la dirección de Wright, que estoy seguro proporcionaran muchas alegrías tanto monetarias como de premios a sus responsables.

Víctor Gualda.

martes, 15 de enero de 2008

LOS DIENTES DEL DIABLO

Lo curioso de este clásico es que no sigue las estructuras narrativas convencionales del cine de la época. La película de Nicholas Ray es del año 1960 y casi podría pasar por un documental dramatizado... o tal vez, como un estudio antropológico sobre las diferencias entre sociedades tan distintas como la occidental y la esquimal.

Una voz en off nos introduce en los datos básicos que debemos conocer para situarnos. Luego el director y guionista nos presenta a nuestro personaje esquimal principal interpretado por Anthony Quinn, especialista en este tipo de papeles raciales llenos de energía (sirva de ejemplo recordar “Zorba el griego”). Es entonces cuando descubrimos que los esquimales son cazadores nómadas. Pronto se introduce el primer conflicto de la historia. Quinn necesita una mujer para “reírse” sólo con ella. En una raza nómada en la que casi medio año es de noche, no es tarea fácil. Cuando aparece la oportunidad en forma de mujer de la mano de Yoko Tani, se establece una relación de competencia entre Anthony y otro esquimal que está en parecidas circunstancias a la de nuestro protagonista. Una vez resuelto el conflicto de la mujer, que ocupa el primer tercio de película, Ray pasa al siguiente conflicto para el personaje. Pero no se trata de conflictos reconocidos como tales, sino de la natural evolución de las necesidades que el protagonista siente y tiene que ir solucionando. La aparición de un arma de fuego que otro esquimal posee, y que consiguió a cambio de un centenar de pieles de zorro, obliga a nuestro protagonista a poseer uno de esos artilugios que facilitan la caza. En cuanto ha conseguido el cargamento de pieles, se dirige hacia el campamento de blancos que le pueden proporcionar el ansiado rifle. La llegada al campamento produce un choque cultural en el que las diferencias se hacen aun más evidentes. Las costumbres de los esquimales aun “sin civilizar” chocan de frente con las que han importado los hombres blancos, y las secuencias dentro de la cabaña de estos así lo hacen ver. Nuestra familia (muy importante este concepto a lo largo de todo el metraje) acaba haciéndose un igloo fuera de la cabaña. Por iniciativa de la mujer los esquimales pierden el rifle que han comerciado. De aquí pasamos al siguiente conflicto. Un predicador trata de convertirlos, pero una vez más las costumbres de ambos chocan y acaba produciéndose un asesinato involuntario. Los esquimales no le dan mayor importancia y siguen su camino hacia ninguna parte, lo que les lleva al siguiente conflicto (toda la trama está planteada como una sucesión de estos). El futuro nacimiento de un hijo. Más lecciones antropológicas. El nacimiento de este supone que la suegra que va con ellos se convierte en una carga al ser una boca más que alimentar. Ella acepta su destino de forma voluntaria, no hay lugar para sentimentalismos. La evolución tiene que seguir su camino y eso está marcado a fuego en sus genes. Pasamos al siguiente conflicto, el sexo del nuevo miembro de la familia...

Mientras la subtrama externa derivada del “asesinato” del predicador, del que nuestro protagonista no es consciente, lleva a que la ley del hombre blanco a detener y juzgar al esquimal. Nuevas aventuras y desventuras en este punto llevan a que entendamos que no se puede pretender (aunque los occidentales así lo hagamos) que los nativos esquimales cambien y acepten leyes que no tienen que ver absolutamente nada con su cultura (Quinn así lo expresa en un diálogo cuando dice no haber roto ninguna de sus leyes). Cuando sin sorpresas la subtrama se resuelve, los esquimales siguen con su vida, sus costumbres y sus tradiciones. Es fácil para el espectador ahora entender las circunstancias de estos y justificarlas, hemos conocido su forma de vida, pero lo cierto es que en este punto Nicholas Ray es amable y permite que todo salga bien (probablemente por los problemas con la censura de la época). Que todo siga un orden natural y las situaciones se resuelvan de forma que podamos justificarlos.
Pero ¿qué hubiese sucedido si cada una de las situaciones que plantea se hubiesen resuelto de forma menos amable? ¿Qué hubiese sucedido si en vez de varón hubiese sido una niña y la hubiesen tenido que matar sólo por su sexo?. ¿Qué hubiese sucedido si cuando abandonan en mitad de la nada a la suegra de Anthony Queen hubiésemos visto al oso acabar con ella en vez de ser simplemente sugerido?. El espectador disfruta del punto de vista edulcorado y casi heroico de los protagonistas y después de las explicaciones previas, es fácil para él ponerse en su piel (gran logro del director y guionista). Pero visto desde fuera y reflexionado, no hubiese sido tan fácil de aceptar. El problema (o no) es que todo en la película es sugerido. También lo es el choque cultural con los blancos que se aprovechan y explotan a los nativos. Pero una reflexión más pormenorizada y menos parcial tal vez hubiese llevado a conclusiones muy diferentes. Es fácil aceptar para el espectador los acontecimientos desde la inocencia de sus costumbres y códigos tan diferentes a los nuestros, y de eso se encarga el personaje del policía que persigue al esquimal. Él representa al espectador que somos todos. Y probablemente al espectador por identificación le hubiese gustado actuar igual que a él.

En definitiva una película muy alejada de las convenciones de Hollywood (la película es una coproducción británico-francesa-italiana), que sirve como decía antes casi de documental, siguiendo la estela marcada por Flaherty en “Nanook el esquimal”, con una estructura dramática que no está dominada por un solo conflicto, sino que al igual que el nomadismo del personaje va cambiando a cada paso, sin que el protagonista se los plantee siquiera como conflictos.

Por otro lado, sería fácil hacer una crítica sobre la diferencia entre las secuencias rodadas en exteriores reales, y las rodadas en estudio que son demasiado evidentes, pero una vez que entras en la película estas pasan a un segundo plano y dejan de importarte estas convenciones. Además la película se hace tan ligera gracias a la maravillosa interpretación de Anthony Quinn, que consigue humanizar tanto al personaje, que antes de que te des cuenta has llegado al final sintiendo que has hecho un viaje en el tiempo, lejos de tecnologías y únicamente basada en la supervivencia de la que todos procedemos, antes de que “la civilización” llegara a nuestras cómodas vidas.

Víctor Gualda.

viernes, 11 de enero de 2008

NEW YORK, NEW YORK

La película que nos ocupa es un claro ejemplo de que a veces no vale con tener el mejor director, los mejores actores, la mejor fotografía y todos los medios de producción existentes para hacer una buena película.

El caso, es que en el arranque todo parece indicar que vamos a ver una obra maestra. La secuencia en la que los dos personajes principales se conocen es un alarde de interpretación y de formalidad narrativa. Un pesado pero simpático De Niro acaba agobiando a Minnelli y al espectador en un local de fiesta en el que se celebra la victoria contra Japón, sentando las bases de lo que será su relación a lo largo de todo el film. A eso le añadimos que pronto descubriremos que ambos son músicos, con lo cual la lucha de egos está garantizada (aunque no bien aprovechada). Una estupenda pero nada sorpresiva secuencia en la que vemos a De Niro con su saxo buscando trabajo y para sorpresa del músico a Lisa echándole una mano con la voz, es el verdadero inicio de la relación. El desencuentro inicial no impedirá que De Niro consiga su objetivo, y que cuando ella se aleja de él, la persiga hasta el fin del mundo si es necesario. Luego todo cuaja y ambos acaban como pareja. Algún homenaje al cine mudo y decorados teatrales en muchos casos acompañados por una fotografía llena de claroscuros que no desentonan con la historia de jazz y noche que se esta desarrollando ante nuestros ojos. Todo ello salteado con buenas secuencias musicales en las que individualmente o en pareja nuestros protagonistas demuestran su buen hacer. Idas venidas, encuentros y desencuentros hacen que la trama principal vaya perdiendo interés paulatinamente. El punto de inflexión definitivo que supone el nacimiento del hijo de ambos, y unas secuencias alrededor de esta un tanto confusas, no ayudan a entender la actitud de los personajes, al menos la del que dominaba el punto de vista principal que no es otro que De Niro. De esta forma, a las dos horas de película, y mientras el espectador se pregunta qué va a suceder con esta pareja, Scorsese se vuelve loco y se olvida de que estaba contando una historia. Como único leitmotiv se queda el detalle de saber cuando tocaran ó cantaran el número que da título a la película, y sobre el que ambos han trabajado a lo largo del segundo acto (luego ni siquiera lo hacen juntos, con lo cual se crea una sensación de anticlímax). Pero en este momento el personaje de De Niro desaparece del corte, como si hubiese muerto, o como si se hubiese agotado la historia personal de él, y Scorsese se centra en el punto de vista de Lisa. En los números musicales de ella, de la que ya nos había anunciado un éxito garantizado, con lo cual se vuelve a cortar el interés de la relación. Una elipsis, la desaparición del personaje masculino y casi media docena de números musicales cansan. Llega un momento en que sientes la tentación de darle a la marcha rápida y saber que ha sucedido con De Niro. No te preocupes, todo llega menos la hermosura, y un elegante Rober que me recordó al de “Érase una vez en América” después de salir de la cárcel, reaparece en pantalla para que sepamos, y sepa Lisa, que las cosas le han ido bien, que tiene su propio club, y que la atracción entre ambos sigue indemne. Pero el agua y el aceite es imposible que se mezclen, y aunque por unos escasos segundos sucumban a la ilusión, basta con mirar la puerta de salida para recordar quienes son y como llegaron ahí.

En definitiva, podría decirse que toda esta parte musical y el reencuentro después de años no es más que un epílogo perfectamente prescindible (más de media hora de película), y que el clímax se sitúa en la secuencia de la pelea entre ambos antes de que ella rompa aguas y de a luz. Difícil de entender es la segunda parte en la que las secuencias, por ejemplo las del club en el que ahora trabaja De Niro, que se alargan hasta la saciedad, y los sentimientos entre ambos. Desamor, celos, envidias profesionales. Todo demasiado ambiguo y poco desarrollado en este sentido, mientras visualmente y en planos de escucha que no hacen avanzar la trama se pierde un tiempo precioso. Aun así, es imposible no salvar secuencias maravillosas sobre todo de interpretación por parte de De Niro, que está en esa época dorada, en la que cada personaje que interpreta es una pequeña obra maestra de composición. En esta película aprendió incluso a tocar el saxo para darle más realismo al personaje (aunque en el film, él que lo toca es su compañero de reparto Georgie Auld). No así Lisa Minnelli, que como cantante no tiene precio, pero como actriz deja mucho que desear y es incapaz (excepto en un par de secuencias como la del coche) de expresar nada. Se limita a mirar con sus grandes ojos y su boca de alelada medio abierta, y la interpretación es otra cosa.

Creo que las circunstancia personales de Scorsese. Venía del fabuloso éxito de “Taxi Driver” que le animó a afrontar esta superproducción, y sus problemas con la cocaína debieron influir en el montaje de esta película, y el director cedió a la presión olvidando que lo que quería era contar la historia de la relación entre los dos protagonistas. Pero tal vez fuese un mal necesario para volver a coger perspectiva y reflexionar sobre su carrera (que después del fracaso de “New York...” pensaba estaba acabada). Para tres años y un par de documentales más tarde, volver a relanzarla con De Niro de nuevo como referente en la piel de un boxeador.

Víctor Gualda.

martes, 8 de enero de 2008

POLLOCK

Hacer una película biográfica de un personaje real siempre es complicado. Más si se trata de la de un artista cuyo trabajo se desarrolla entre cuatro paredes y en el caso de este, sobre un lienzo. Normalmente la vida del pintor suele ser bastante menos interesante que su obra. Y “Pollock” no es una excepción.

A pesar de la fantástica y sufrida interpretación de Ed Harris, que compone maravillosamente el personaje, Jasón Pollock es sólo un pintor con los miedos y obsesiones de cualquier artista que aspira a trascender con su trabajo. La película nos muestra la evolución del personaje desde principios de los cuarenta. Cuando no es más que un pintor que busca su estilo propio a medio camino entre el cubismo y el expresionismo abstracto, para culminar algo más de una década después, elevado a los altares pero con su vida personal completamente destrozada. En medio, los problemas que acechan a cualquier mortal, la desmesurada afición de Jasón por el alcohol, sus problemas con su cuñada y su hermano, y el punto de inflexión en su vida; Su relación con la también pintora Lee Krasner. Otra prometedora artista, de menor calidad pictórica, pero con buenos contactos en el mundo del arte. Lee, interpretada por Marcia Gay Harden se obsesionará de tal forma con Jasón, que acaba olvidándose de ella misma para dedicarse en cuerpo y alma al pintor.

Los primeros pasos y primeras exposiciones, las rivalidades con otros pintores coetáneos, la búsqueda del estilo personal y vanguardista, pero sobre todo la lucha con él mismo por dominar su problema con la bebida, ocupan toda la primera parte de la película. Tal vez el momento más interesante en este punto sea el giro que se produce en su carrera y en la película cuando le encargan un mural de seis metros de largo que decore la entrada de su conocida galerista. A partir del momento en que Jasón se sitúa en el panorama mundial del arte, sólo cabe destacar el reportaje que le dedica una prestigiosa revista, y la relación cada vez más cerrada, y desde luego menos pasional que comparte con Lee, que no pasa de se ser más que una mera agente (al menos así la presenta la película). Luego, el traslado de la pareja al campo, y los problemas de subsistencia allí, hasta que de forma casual, Pollock encuentra el estilo que le dará fama mundial, y que todos conocemos. Un documental sobre su vida que se está rodando mientras trabaja, hace despertar de nuevo la torturada conciencia del pintor que duda de si mismo y se considera un farsante, lo que le lleva de nuevo a sus consabidos problemas con la bebida. Un Pollock más gordo y exaltado que nunca hace acto de presencia en la tercera parte de película, cuando dentro de las reglas dramáticas de cualquier guión basado en un personaje, Jasón cae a lo más bajo a nivel personal. La aparición del intrascendental personaje interpretado por Jennifer Connelly, y la expulsión de Marcia de la vida del pintor conducen a nuestro protagonista a su macabro pero real desenlace.

Destacar la insatisfacción de Pollock fantásticamente recreada por Ed Harris, que debe ser un apasionado del pintor, porque hace un retrato maravilloso, además de verosímil del personaje. Ed, le da la humanidad, la sensibilidad, la inestabilidad, la genialidad, e incluso el físico (en el tercer acto ha debido engordar unos diez kilos para darle mayor credibilidad) del pintor. Magníficos los planos de él pintando. Se le ve con soltura y determinación a la hora de coger el pincel. En muchas biografías pasadas al cine, se evita el momento del contacto entre el artista y los pinceles y se utiliza la elipsis. Por lo que pasamos del lienzo en blanco al cuadro terminado. No es el caso. Aquí vemos como Ed se involucra con el cuadro y se convierte en Jasón. Le vemos disfrutar, sufrir con cada pincelada. Es decir, el actor trasciende el personaje y se convierte en él. Otra cuestión es el personaje interpretado por Marcia Gay Harden, que fue premiado con el Oscar, que está bien interpretativamente, que tal vez sea fiel a la realidad, pero que acaba cansando tanto al espectador como al pintor. Desde luego consigue su objetivo y trasmite todas las sensaciones que pretende. Así, se entiende la evolución de la actitud de Pollock hacia ella. El resto de actores cumplen a la perfección también su cometido. Y es que si la película no acaba de cuajar, no es por los personajes, sino más bien por la estructura demasiado apegada a la realidad que refleja toda la película. Otro problema dramático es que el tercer acto es demasiado corto, y está demasiado separado del segundo (por elipsis), de forma que el nuevo Pollock seguro de si mismo pero torturado no sigue la evolución de la hora anterior de metraje. Además la introducción de la joven amante es tardía y no da tiempo a cogerle ningún tipo de sentimiento. No hay identificación posible Parece metida con calzador porque la biografía escrita en la que está basada la película dice que la historia real fue así. Pero hemos vivido casi año a año la vida del pintor, y ahora necesitamos saber como han sucedido las cosas. No nos vale una elipsis tan amplia, que nos coloque en una nueva situación, con nuevos personajes y diez kilos más.

En definitiva una película muy interesante por lo interesante del personaje, por las buenas interpretaciones, y con un dirección sobria, pero acertada por parte de un Ed Harris lejos de los cánones del Hollywood comercial y efectista. Os colgamos parte del video real que le graban a Pollock (y que aparece representado en una secuencia de la película), donde además del parecido físico de Harris con el pintor, le vemos trabajando.

Víctor Gualda.

viernes, 4 de enero de 2008

CUATRO MINUTOS

El cine alemán está de moda. Últimamente cada estreno se convierte en una película que es necesario ver. “Partículas elementales”, “Verano en Berlín”, “La suerte de Enma“ y ahora “Cuatro minutos” que se lanzó publicitariamente con el reclamo de ser la heredera directa de “La vida de los otros”. Desgraciadamente para los encargados de marketing de las productoras y distribuidoras esto es una exageración. Con esto no quiero decir ni mucho menos que sea mala, todo lo contrario, se trata de una buena película (ya quisieran la mayoría de nuestro país) pero alejada de su referente.

“Cuatro minutos” es la historia de la relación de dos mujeres de carácter opuesto y necesariamente encontrado. Por un lado una anciana profesora de piano de una prisión, y por otra, una reclusa de talento, pero de carácter difícil e incontrolable. La presión por parte de dirección de la cárcel nos presenta el primer conflicto que sobrevuela la trama. La falta de alumnado interesado en tocar el piano está planteando la supresión de las clases. Al menos hasta la aparición de una nueva reclusa que desborda violencia y talento a partes iguales. La situación se complica por una parte con los guardias. Al ser uno de ellos brutalmente agredido por la reclusa en cuestión, pero al escucharla tocar el piano despierta a la anciana de su profundo letargo. Por fin una alumna con talento en la que dedicar sus esfuerzos.

En cuanto a la estructura, no es nada original. El director y el guionista juegan con los reiterativos flash-backs que nos retrotraen a la juventud de la profesora, antes enfermera en pleno nazismo (época de la que conserva ciertas reminiscencias), pero atrapada de igual forma a los muros de la prisión. Desde el principio vemos que nos quieren desvelar una historia sorpresa con la anciana como protagonista. El problema es que es fácil imaginarse por donde van los tiros. Ya en la actualidad, la maestra de piano trata de imponer su dictatorial personalidad. Habla de humildad y otras virtudes de las que ella carece completamente. En seguida el director se encarga de proporcionarnos la información que necesitamos para que nos podamos hacer una idea del por qué de la personalidad de la aventajada alumna. De su boca oímos una sucesión de desdichas más relacionadas con su familia que con la música, también fácil de imaginar son sus circunstancias, que no consigue sorprender. Lo interesante para que este guión cuajara, hubiese sido que siendo dos personajes con personalidades tan diferentes, cada una hubiese aprendido de la otra, y hubiesen evolucionado paralelamente hasta tomar la decisión que supone el punto de giro del segundo acto, pero, y aquí está el problema de este guión, el director no consigue que esto suceda. Se empeña en que cada personaje siga estancado en si mismo, y que sus motivaciones no pasen del mero egoísmo en el caso de la profesora, que ve en su joven alumna su posibilidad de redención, y de la rebeldía inmadura en el caso de la chica. Por medio una serie de subtramas que dificultan, y se supone deberían complementar la trama principal. La competencia con otra reclusa, el enfrentamiento con los carceleros, son sólo excusas para dificultar el camino hacia el éxito. El giro del que hablaba al final del segundo acto, que se suponía catapultaría la película se queda en una simple escena efectista que no consigue su objetivo por la cansina lucha de poder dentro de la particular lucha de la pareja. Por otro lado, a estas alturas la trama de los flash-backs nos ha dejado claro que sucedió en el pasado.

Como no podía ser de otra manera en las películas que media un concurso, el desenlace se reserva para el concierto del concurso final. La alumna prepara una sorpresa, ante la decepción egoísta una vez más de la profesora, demostrando que su rebeldía es controlada y que tiene personalidad propia. Por supuesto cuando la actitud fascista (o más bien conservadora) se ve desbordada por la reacción alucinada del público, la maestra se da la vuelta para recibir su parte “ovacional”, pero a estas alturas, ni emociona, ni llega al espectador. Quedando como única heroína posible la perdedora natural que por un breve instante se convierte en ganadora absoluta.

Como decía, es una pena que a pesar de ser una gran película, de que la relación entre los personajes sea interesante, el director no haya sido capaz de redondearla como merecía, al tratar de que los dos personajes centrales quedaran a la misma altura, cuando lo ideal es que en mitad del metraje ambos se hubiesen encontrado y se hubiesen elevado juntos, haciendo que el espectador se hubiese sentido identificado (fundamental la identificación en este tipo de películas) para que así, la fantástica secuencia final hubiese sido mucho más efectiva. De cualquier forma, creo que hay que tener en cuenta que se trata de la opera prima de Chris Kraus, y es un proyecto valiente y arriesgado que se apoya en fantástica base interpretativa de sus protagonistas.

Víctor Gualda.