martes, 22 de enero de 2008

CONVERSACIONES CON MI JARDINERO

Lo primero que me viene a la mente al ver la película, es la paradoja asociada a un estereotipo que nos presenta Jean Becker en mitad de la película. Es un recurso que mil veces hemos visto. La directa asociación intelectual del arte con la estupidez humana. Me refiero en concreto a la secuencia de la exposición en la galería. Nuestro protagonista Auteuil, que es un pintor al que parece no irle mal en lo laboral, se enfrenta por motivos extra-intelectuales, “de marcar el territorio” en realidad, a un pseudo-intelectual más joven que él y que supone una competencia de cara a su amante ocasional, una joven modelo. Lo cierto es que Becker hace una crítica despiadada a esos intelectuales de barrio que siempre ven mas allá de la propia visión del artista. A todos aquellos que merodean el arte y siempre tienen algo que decir. Lo que me resulta paradójico en realidad es que esa misma sensación la veo también en el cine, concretamente en el cine francés. Eso me lleva a preguntarme qué opinión tiene el director de si mismo y con cuál de los dos personajes en conflicto se identifica. En su defensa tengo que reconocer que la película me ha resultado maravillosamente poco pretenciosa. Por eso me gustaría pensar que la reflexión debe ser primero autocrítica y luego un escaparate hacia lo que es el arte (sea en la disciplina que sea)

Una vez hecha esta reflexión, tengo que reconocer que la película basada en la novela de Henri Cueco me engancho desde el primer minuto. El planteamiento es sencillo. El personaje de Auteuil vuelve al pueblo de su niñez escapando de su vida en Paris. La reciente separación de su mujer le ha desestabilizado y decide instalarse para reordenar su vida y seguir pintando. La casa tiene un jardín enorme y un viejo huerto que necesita arreglos, así que el pintor decide contratar a alguien para que le haga un trabajo que como parte de su posición burguesa ni quiere, ni sabe hacer. El candidato es un jubilado del ferrocarril (Jean-Pierre Darroussin) que además resulta ser un viejo compañero del colegio de Auteuil. Una secuencia explicativa en forma de flash-back para que el espectador se introduzca en los lazos entre los protagonistas, y ya se han ganado su simpatía. Esta claro que se trata de un recurso para dinamizar una película cargada de diálogos con alguna secuencia visual. Da igual, la química, o el buen hacer de los protagonistas hubiese soportado la carga sin resentirse. De hecho el director utiliza este recurso de dinamización introduciendo subtramas que aligeran la trama principal. Como la antes mencionada de la exposición en Paris, que sirve de excusa en realidad para introducir el personaje de la joven alumna-amante. Otra subtrama es la de la exmujer, con la que Auteuil no se entiende, o la de su hija con la que tiene problemas por distintos motivos... estas subtramas nos hablan y definen con finas pinceladas a nuestro protagonista. Al menos al que domina el punto de vista principal, pero en realidad el peso especifico está, como antes comentaba en las secuencias entre el pintor y su jardinero. Del pincel y Del jardín tienen conversaciones entre lo humano y lo divino, pero nada es más importante que el cuidado del jardín por parte de Darroussin, o los cuadros en los que trabaja Auteuil. Me resulta curiosa la interpretación de este último, porque pensando en el planteamiento del guión, me da la impresión de que podrían haber desarrollado a un personaje más hosco, de forma que la evolución del arco del mismo hubiese sido más pronunciada. Es decir más sobrado de si mismo para tener una evolución más evidente. Pero en vez de eso, Becker huye del efectismo y nos presenta a un personaje con ganas de aprender de sus errores, muy humano, que sabe apreciar secuencia a secuencia la sencillez de su amigo y luego es capaz de trasladarla a otros círculos. Ni mucho menos estoy diciendo que sea un personaje plano, todo lo contrario, pero Cosmos, Monnet y Becker (guionistas) nos preparan para el final del segundo acto de una forma a la par natural y previsible, por medio de secuencias anticipatorias, ya que el espectador necesita sentirse completamente identificado con el pintor para afrontar la situación que se plantea en el tercero. Lo que está claro es que Auteuil es capaz con muy poco de engrandecer un personaje, ya que al parecer el protagonista absoluto en la novela es el jardinero, y el pintor sólo sirve de replica del protagonista. Está claro que el personaje está reescrito y domina el punto de vista principal, pero es innegable que Auteuil hace un gran trabajo con su personaje.

El desenlace huye de la lagrima fácil sin olvidarse de ensalzar a nuestros protagonistas. Esta tercera parte es la más “cinematográfica” ó ”comercial” (muy entrecomillado) de la película. Y aunque el espectador espera que los problemas se arreglen, es consciente del destino y al igual que el personaje del pintor también ha aprendido de la serenidad y de la aceptación de las circunstancias del jardinero del que a todos nos gustaría ser amigo. De hecho el cambio que se ha producido en el pintor, afectara directa y positivamente a su vida. Tal vez de forma un tanto edulcorada, y resuelta fuera de la pantalla en cuanto a las subtramas, pero con una exposición que deja bien claros los sentimientos y admiración hacia su recién redescubierto amigo.

Víctor Gualda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por lo que cuentas, tiene buena pinta. Habrá que hacerle un hueco en nuestra apretada agenda cinematográfica.
Puede que el director se identifique con ambos personajes. Puede que sea su propio conflicto el que desdobla en la película.
Por especular, nada más...