La película que nos ocupa es un claro ejemplo de que a veces no vale con tener el mejor director, los mejores actores, la mejor fotografía y todos los medios de producción existentes para hacer una buena película.
El caso, es que en el arranque todo parece indicar que vamos a ver una obra maestra. La secuencia en la que los dos personajes principales se conocen es un alarde de interpretación y de formalidad narrativa. Un pesado pero simpático De Niro acaba agobiando a Minnelli y al espectador en un local de fiesta en el que se celebra la victoria contra Japón, sentando las bases de lo que será su relación a lo largo de todo el film. A eso le añadimos que pronto descubriremos que ambos son músicos, con lo cual la lucha de egos está garantizada (aunque no bien aprovechada). Una estupenda pero nada sorpresiva secuencia en la que vemos a De Niro con su saxo buscando trabajo y para sorpresa del músico a Lisa echándole una mano con la voz, es el verdadero inicio de la relación. El desencuentro inicial no impedirá que De Niro consiga su objetivo, y que cuando ella se aleja de él, la persiga hasta el fin del mundo si es necesario. Luego todo cuaja y ambos acaban como pareja. Algún homenaje al cine mudo y decorados teatrales en muchos casos acompañados por una fotografía llena de claroscuros que no desentonan con la historia de jazz y noche que se esta desarrollando ante nuestros ojos. Todo ello salteado con buenas secuencias musicales en las que individualmente o en pareja nuestros protagonistas demuestran su buen hacer. Idas venidas, encuentros y desencuentros hacen que la trama principal vaya perdiendo interés paulatinamente. El punto de inflexión definitivo que supone el nacimiento del hijo de ambos, y unas secuencias alrededor de esta un tanto confusas, no ayudan a entender la actitud de los personajes, al menos la del que dominaba el punto de vista principal que no es otro que De Niro. De esta forma, a las dos horas de película, y mientras el espectador se pregunta qué va a suceder con esta pareja, Scorsese se vuelve loco y se olvida de que estaba contando una historia. Como único leitmotiv se queda el detalle de saber cuando tocaran ó cantaran el número que da título a la película, y sobre el que ambos han trabajado a lo largo del segundo acto (luego ni siquiera lo hacen juntos, con lo cual se crea una sensación de anticlímax). Pero en este momento el personaje de De Niro desaparece del corte, como si hubiese muerto, o como si se hubiese agotado la historia personal de él, y Scorsese se centra en el punto de vista de Lisa. En los números musicales de ella, de la que ya nos había anunciado un éxito garantizado, con lo cual se vuelve a cortar el interés de la relación. Una elipsis, la desaparición del personaje masculino y casi media docena de números musicales cansan. Llega un momento en que sientes la tentación de darle a la marcha rápida y saber que ha sucedido con De Niro. No te preocupes, todo llega menos la hermosura, y un elegante Rober que me recordó al de “Érase una vez en América” después de salir de la cárcel, reaparece en pantalla para que sepamos, y sepa Lisa, que las cosas le han ido bien, que tiene su propio club, y que la atracción entre ambos sigue indemne. Pero el agua y el aceite es imposible que se mezclen, y aunque por unos escasos segundos sucumban a la ilusión, basta con mirar la puerta de salida para recordar quienes son y como llegaron ahí.
En definitiva, podría decirse que toda esta parte musical y el reencuentro después de años no es más que un epílogo perfectamente prescindible (más de media hora de película), y que el clímax se sitúa en la secuencia de la pelea entre ambos antes de que ella rompa aguas y de a luz. Difícil de entender es la segunda parte en la que las secuencias, por ejemplo las del club en el que ahora trabaja De Niro, que se alargan hasta la saciedad, y los sentimientos entre ambos. Desamor, celos, envidias profesionales. Todo demasiado ambiguo y poco desarrollado en este sentido, mientras visualmente y en planos de escucha que no hacen avanzar la trama se pierde un tiempo precioso. Aun así, es imposible no salvar secuencias maravillosas sobre todo de interpretación por parte de De Niro, que está en esa época dorada, en la que cada personaje que interpreta es una pequeña obra maestra de composición. En esta película aprendió incluso a tocar el saxo para darle más realismo al personaje (aunque en el film, él que lo toca es su compañero de reparto Georgie Auld). No así Lisa Minnelli, que como cantante no tiene precio, pero como actriz deja mucho que desear y es incapaz (excepto en un par de secuencias como la del coche) de expresar nada. Se limita a mirar con sus grandes ojos y su boca de alelada medio abierta, y la interpretación es otra cosa.
Creo que las circunstancia personales de Scorsese. Venía del fabuloso éxito de “Taxi Driver” que le animó a afrontar esta superproducción, y sus problemas con la cocaína debieron influir en el montaje de esta película, y el director cedió a la presión olvidando que lo que quería era contar la historia de la relación entre los dos protagonistas. Pero tal vez fuese un mal necesario para volver a coger perspectiva y reflexionar sobre su carrera (que después del fracaso de “New York...” pensaba estaba acabada). Para tres años y un par de documentales más tarde, volver a relanzarla con De Niro de nuevo como referente en la piel de un boxeador.
Víctor Gualda.
El caso, es que en el arranque todo parece indicar que vamos a ver una obra maestra. La secuencia en la que los dos personajes principales se conocen es un alarde de interpretación y de formalidad narrativa. Un pesado pero simpático De Niro acaba agobiando a Minnelli y al espectador en un local de fiesta en el que se celebra la victoria contra Japón, sentando las bases de lo que será su relación a lo largo de todo el film. A eso le añadimos que pronto descubriremos que ambos son músicos, con lo cual la lucha de egos está garantizada (aunque no bien aprovechada). Una estupenda pero nada sorpresiva secuencia en la que vemos a De Niro con su saxo buscando trabajo y para sorpresa del músico a Lisa echándole una mano con la voz, es el verdadero inicio de la relación. El desencuentro inicial no impedirá que De Niro consiga su objetivo, y que cuando ella se aleja de él, la persiga hasta el fin del mundo si es necesario. Luego todo cuaja y ambos acaban como pareja. Algún homenaje al cine mudo y decorados teatrales en muchos casos acompañados por una fotografía llena de claroscuros que no desentonan con la historia de jazz y noche que se esta desarrollando ante nuestros ojos. Todo ello salteado con buenas secuencias musicales en las que individualmente o en pareja nuestros protagonistas demuestran su buen hacer. Idas venidas, encuentros y desencuentros hacen que la trama principal vaya perdiendo interés paulatinamente. El punto de inflexión definitivo que supone el nacimiento del hijo de ambos, y unas secuencias alrededor de esta un tanto confusas, no ayudan a entender la actitud de los personajes, al menos la del que dominaba el punto de vista principal que no es otro que De Niro. De esta forma, a las dos horas de película, y mientras el espectador se pregunta qué va a suceder con esta pareja, Scorsese se vuelve loco y se olvida de que estaba contando una historia. Como único leitmotiv se queda el detalle de saber cuando tocaran ó cantaran el número que da título a la película, y sobre el que ambos han trabajado a lo largo del segundo acto (luego ni siquiera lo hacen juntos, con lo cual se crea una sensación de anticlímax). Pero en este momento el personaje de De Niro desaparece del corte, como si hubiese muerto, o como si se hubiese agotado la historia personal de él, y Scorsese se centra en el punto de vista de Lisa. En los números musicales de ella, de la que ya nos había anunciado un éxito garantizado, con lo cual se vuelve a cortar el interés de la relación. Una elipsis, la desaparición del personaje masculino y casi media docena de números musicales cansan. Llega un momento en que sientes la tentación de darle a la marcha rápida y saber que ha sucedido con De Niro. No te preocupes, todo llega menos la hermosura, y un elegante Rober que me recordó al de “Érase una vez en América” después de salir de la cárcel, reaparece en pantalla para que sepamos, y sepa Lisa, que las cosas le han ido bien, que tiene su propio club, y que la atracción entre ambos sigue indemne. Pero el agua y el aceite es imposible que se mezclen, y aunque por unos escasos segundos sucumban a la ilusión, basta con mirar la puerta de salida para recordar quienes son y como llegaron ahí.
En definitiva, podría decirse que toda esta parte musical y el reencuentro después de años no es más que un epílogo perfectamente prescindible (más de media hora de película), y que el clímax se sitúa en la secuencia de la pelea entre ambos antes de que ella rompa aguas y de a luz. Difícil de entender es la segunda parte en la que las secuencias, por ejemplo las del club en el que ahora trabaja De Niro, que se alargan hasta la saciedad, y los sentimientos entre ambos. Desamor, celos, envidias profesionales. Todo demasiado ambiguo y poco desarrollado en este sentido, mientras visualmente y en planos de escucha que no hacen avanzar la trama se pierde un tiempo precioso. Aun así, es imposible no salvar secuencias maravillosas sobre todo de interpretación por parte de De Niro, que está en esa época dorada, en la que cada personaje que interpreta es una pequeña obra maestra de composición. En esta película aprendió incluso a tocar el saxo para darle más realismo al personaje (aunque en el film, él que lo toca es su compañero de reparto Georgie Auld). No así Lisa Minnelli, que como cantante no tiene precio, pero como actriz deja mucho que desear y es incapaz (excepto en un par de secuencias como la del coche) de expresar nada. Se limita a mirar con sus grandes ojos y su boca de alelada medio abierta, y la interpretación es otra cosa.
Creo que las circunstancia personales de Scorsese. Venía del fabuloso éxito de “Taxi Driver” que le animó a afrontar esta superproducción, y sus problemas con la cocaína debieron influir en el montaje de esta película, y el director cedió a la presión olvidando que lo que quería era contar la historia de la relación entre los dos protagonistas. Pero tal vez fuese un mal necesario para volver a coger perspectiva y reflexionar sobre su carrera (que después del fracaso de “New York...” pensaba estaba acabada). Para tres años y un par de documentales más tarde, volver a relanzarla con De Niro de nuevo como referente en la piel de un boxeador.
Víctor Gualda.
1 comentario:
Patinazos los tenemos todos, y efectivamente, este debe ser uno de los Scorsese. Una segunda mala película después de una éxito brutal es una característica bastante común entre grandes, pero jóvenes directores. Y cuando no es así, suele ser porque los directores adoptan la estrategia más conservadora, que es la de hacer el mismo cine una y otra vez.
Scorsese arriega una y otra vez, y por supuesto, no siempre gana.
En lo que siempre acierta (que todo hay que decirlo), es en su buen gusto tiene para elegir protagonistas másculinos, caray!! Bendito De Niro (y toda la saga de guapos que han llegado detrás suyo).
Por cierto devedeteco, ya lo dice la canción "it's up to you... New York, New York".
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