viernes, 4 de julio de 2008

COMETAS EN EL CIELO

Adaptar una obra literaria me parece uno de los ejercicios más complicados en el cine. Básicamente porque el lenguaje literario y el cinematográfico son completamente diferentes. Adaptar el libro de Khaled Hosseini, que se desarrolla a lo largo de treinta años es aun más complicado. Cada detalle que se suprima habría ayudado a entender aun más la situación. No he leído la novela, pero a pesar de que la historia se entiende a la perfección, me parece que está un tanto deslavazada en algunos tramos de película.

En mi opinión, el primer tramo de la historia es el más interesante, tanto a nivel visual como a nivel dramático. La relación entre los dos protagonistas (Amir y Hassan) nos muestra por una parte dos maneras de entender la amistad, por otra destaco como los niños no entienden las diferencias de clases sociales. Muy presente este punto (el de las clases sociales) a lo largo de todo el metraje. Por otro lado está el momento de la competición de cometas, rodada de manera fantástica como si se tratara de una secuencia de acción, con toda la tensión, afianzando además la relación entre los personajes. Para luego, después de un pico positivo, pasar a un pico en el extremo opuesto, pero no por ello con menos interesante a nivel dramático, con la desagradable secuencia en la que asistimos a una violación. Es entonces cuando conocemos el carácter cobarde de Amir (que multiplica la impotencia del espectador). Uno de los puntos climáticos de la película, que demuestra a la perfección que el concepto de culpa puede asociarse a cualquier religión o geografía. Pero más interesante aún es la reacción de Amir, que lejos de tratar de arreglar la situación, prefiere huir del encuentro y provocar una de las secuencias más indignantes e injustas de la película.

Por si esto no fuera poco, la llegada de los rusos a Kabul inicia la huida de padre e hijo de Afganistán. Una secuencia que enaltece al padre (Baba), protagonista carismático y soporte en la primera parte de la película en una secuencia en la que antepone la justicia a su vida. Un milagro le salva, pero da paso a lo que será el futuro. Me encanta la secuencia en la que el director (Marc Foster) nos muestra su nueva forma de vida. Aquella en la que Baba atiende a un americano con un Mustang como el que él mismo ha dejado atrás. A partir de este momento el director rompe la línea dramática que había iniciado desde el principio de la película. Como casi todas las películas en las que la elipsis temporal es acusada, la nueva vida del protagonista sufre un giro que le lleva a afrontar nuevos retos, pero que poco tienen que ver con el personaje que vimos al principio. En este segundo bloque, Foster en la dirección y David Benioff en el guión, centran la línea argumental en el intento de salir adelante; en las relaciones endogámicas entre afganos; y en el peso de la comunidad fuera de la patria. Así los pequeños conflictos son de orden domestico hasta que nuestro protagonista parece que ha encontrado su camino.

Es entonces cuando recibe una llamada, que nosotros conocemos desde una secuencia inicial que el director colocó al principio de la película para anticiparnos el interés que necesariamente debemos tener llegados a este punto. La llamada es desde Pakistán, y nos recuerda que la culpa hay que expiarla. Con el viaje de vuelta a Oriente se inicia el camino hacia la redención. Punto de giro para hacer más inevitable si cabe la necesidad de matar la culpa. Revelación de la información que obliga al héroe (ahora no le queda más remedio que ejercer su rol) a cumplir consigo mismo. Es ahora cuando la película se retoma después de más de cuarenta minutos en los que había permanecido parada. Es entonces cuando la mano del director se precipita. El camino tan arduo que ha llevado al protagonista a volver a un país dominado ahora por los talibanes, se trata de resolver en media hora escasa. Justo cuando empieza el camino del héroe, se le destina un tiempo de metraje escaso para suplir la cobardía de una vida entera. Está bien, Foster no resuelve mal, pero el alma del espectador que conoce el pecado (el robo según nos indica el padre, Baba) del protagonista necesita mucho más para llegar a entender su ahora acción heroica. Aun así el espectador medio se mostrará satisfecho, pues a fin de cuentas el trabajo herculiano se concluye. Además Foster y Benioff no se olvidan de proporcionar al espectador la secuencia en la que descargar todas las tensiones acumuladas, en aquella escena epílogo en la que enseña a volar la cometa al hijo de su “amigo” y le hace el juramento de sangre, que antes le hizo su “hermano” ya muerto a él.

Como comenzaba la crítica, resumir una vida en apenas dos horas es un trabajo complicado. Tal vez no podamos pedirle más a Foster, pero para sentir la sangre en nuestro paladar hubiésemos necesitado el pulso de alguien que hubiese respirado el aire de Kabul, ya que Foster resulta un narrador demasiado separado de sus criaturas para sentir la empatía que transmiten los maravillosos personajes (mérito del escritor Khaled Hosseini). Un diez a las secuencias de las cometas y a la del cuento-parábola del hombre cuyas lágrimas se convertían en perlas (cada día me gustan los relatos contados dentro de las películas). Un diez a la historia y... paradojas de la vida, sólo un aprobado a la película.

Víctor Gualda.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

Casi suscribiría la totalidad de tu crítica.El último tercio está un tanto desabrido y tiene problemas de credibilidad, tanto en la resolución como en el afán de ajustar personajes y elementos que referencian al primer tercio (el más interesante, sin duda).
Se hecha en falta una estructura más audaz y una mayor garra en la dirección, pese al gran trabajo actoral del padre del protagonista.
La película se teje en torno a la pérdida de figuras afectivas (por lo que, confieso, me distancié deliberadamente para no llorar como una magdalena)y al crecimiento del prota a la hora de dejar de lado la mezquindad (o mejor dicho, la cobardía).
¿Qué sacamos de todo ello?Mejor no cagarla antes que pedir perdón.
No esperaba mucho, así que no me siento decepcionado.
Zero

Anónimo dijo...

desgraciadamente la actitud del niño-Amir es más habitual de lo deseable incluso en adultos, que esconden su cobardia tras actitudes que dicen poco de ellos... la única cura, el no hacer aprecio. Porque esperar que maduren como el adulto-Amir es como esperar que Afganistan deje de ser machacado por todos.
Bi.