viernes, 29 de agosto de 2008

EL MUNDO DE LELAND

Me encanta rebuscar entre las películas y encontrar producciones que me habían pasado desapercibidas y que luego me sorprenden porque tenían “algo”. Eso es exactamente lo que me ha ocurrido con “El mundo de Leland”. Esta película del año 2003 supone el debut de su director Matthew Ryan Hoge con actores profesionales reconocidos (en realidad es la segunda película del director) y tengo que reconocer que una de las actuales que más me han interesado este verano.

No dispone de grandes medios, está basada en el guión, y concretamente en los personajes. La situación de partida es bien sencilla. Un joven Leland (Ryan Gosling) ha asesinado a un vecino retrasado, dándole veinte puñaladas. A partir de esta información la intención está servida. El espectador desde el punto de vista del psicólogo interpretado por Don Cheadle trata de entender qué ha llevado a Leland-Gosling a cometer ese atroz acto. Para ello, Ryan Hoge ha trazado una red de personajes, todos ellos con sus propias frustraciones y subtramas que ayudan a entender el entorno de la situación. A partir de este gran mosaico, poco a poco vamos descubriendo las mierdas de la clase media americana. A través de los inteligentes y observadores ojos de nuestro protagonista descubrimos lo que le frustra, y la interpretación que él hace de lo que frustra a las personas más cercanas. Su madre (Lena Olin), su “novia” (Jena Malone), la hermana de esta (Michelle Williams) y el novio de ella (Chris Klein), su padre (Kevin Spacey), el psicólogo que le trata (el mencionado Don Cheadle)... así hasta completar un círculo cerrado.

Mediante flash-backs vamos conociendo los días previos al suceso, vamos investigando en la mente del joven que aparentemente es un niño inteligente y equilibrado... Viene a ser como cuando convivimos con vecinos cuya vida es aparentemente “normal”, y un día te despiertas y alguno ha cometido un asesinato contra su propia pareja por ejemplo. Me vienen a la cabeza aquellas imágenes que vemos en el telediario en las que entrevistan a algún vecino que explica ...-“ era un chico normal, educado, nunca me lo pudiese haber imaginado” (incluso me hubiese gustado una secuencia así)... pues eso, así es como se siente el espectador, pero a la inversa. Al conocer el hecho al comienzo, sólo nos queda tratar entender los motivos, y estos no tienen porque salir de la cotidianeidad. La edad de Leland, la relación con su padre ausente, escritor de éxito que le paga billetes a todo el mundo para no estar con él (muy interesante además como están planteados sus miedos y llevados hasta las últimas consecuencias), su "novia" yonquie, con la que mantiene una relación no correspondida por la propia adicción de ella, y escarbando un poco por sus propios complejos. El suceso desestabiliza el frágil andamiaje sobre el que están construidas la vidas de los personajes. Da igual que el envoltorio haga parecer que todo es estable. El movimiento de las alas de una mariposa tienen una vez más el efecto de deconstruir (y no únicamente destruir) la vida de los implicados. Para Pearl-Cheadle el psicólogo, haciendo que tome conciencia de que sus actos pueden trastocar la vida de su ausente novia. Escribir un libro sobre Leland se ha convertido en una fuente de conocimiento sobre si mismo. Para Allen-Klein el novio que sufre al ver que su mundo se derrumba delante de sus ojos y ahora necesita reaccionar (toda acción tiene una reacción) ante el culpable de su “desgracia”. Sólo hay que cerrar el circulo, y él considera que esa es su misión ante la impotencia del padre de la víctima, incapaz de tomar la dramática decisión sumido entre la culpa y el odio.

Pero la vida de Leland-Gosling transcurre tranquila dentro de un pabellón de la cárcel, y sólo cuando haya reconocido su culpa y haya terminado su diario de redención sufrirá las consecuencias reales de su acto. El director y guionista no busca culpables, ni justificaciones morales, sólo servir al espectador la oportunidad de reflexionar. Y lo hace al más puro estilo de Raymon Carver, presentando las miserias de una sociedad anclada en la hipocresía que guarda sus mierdas dentro de casa, pero que no por ello dejan de ser mierdas. Podemos decir que como espectadores somos voyeurs de las vidas ajenas a través del cine. Pero aquí, ese sentimiento se acentúa aún más al querer entender como es el mecanismo del hermético cerebro de Leland. Se puede decir que el cine es un acto individual, que los sentimientos pueden ser encontrados y un asesino puede caerte bien, más cuando lo conoces personalmente, aunque socialmente no este aceptado. No voy a decir que acabemos justificando su acto, pero al menos creemos entender desde su punto de vista tal vez demasiado sensible cuales son sus “razones”.

Pero no nos engañemos, esto es cine y para que nos quede claro que este tipo de actos no son justificables, Leland paga su culpa de la única manera posible para equilibrar la balanza. Es triste pero es verdad. El publico, tanto el americano como el europeo, necesita sentir pena por él, al tiempo que necesita ver que también está destinado a sufrir y recibir el pago con la misma moneda. Por eso me parece muy interesante esta película, porque invita a la reflexión, y si en hora y media es difícil resumir una vida, introducir un “acto” que la cambie, y contar las vidas de su entorno y las consecuencias y cambios que se producen, este director casi novel (Ryan Hoge) consigue que nos interesemos, que entendamos, que justifiquemos. Nos lleva a los extremos emocionales con vidas que no son las nuestras, y lo hace de manera ejemplar. Aquí no importa la técnica, la planificación o los efectos, sólo los personajes, que son humanos y cercanos. Me gustan estas películas sencillas que sólo tratan del individuo, sin que pese la sociedad, las instituciones o elementos externos. Me gusta reconocer el mundo de Leland aunque paradójicamente me horrorice.

Víctor Gualda.

martes, 26 de agosto de 2008

LA MUJER PANTERA

La vieja máxima “menos es más” está representada a la perfección por esta producción del año 42 que dirigió Jacques Tourneur para la mítica RKO. La película es una serie B ejemplo de síntesis, que se basa casi completamente en un texto con demasiado planteamiento teórico pseudo sicológico (sobre el atavismo), y muchas secuencias superfluas que únicamente sirven para cubrir minutos. Todo ello para ampliar el interés por el personaje de Simone Simon; una intrigante chica Servia (Irena) con una especial atracción por las panteras. Ya casi al inicio de la cinta, el director se encarga de informar al espectador de la importancia que tiene para ella una vieja leyenda de su país que la emparenta directamente con los felinos. A partir de este punto, sólo unos pocos acontecimientos hacen avanzar la trama. Su relación con el personaje interpretado por Ken Smith que se concreta en matrimonio, y un par de personajes secundarios que sirven para complementar la trama principal. El seductor psicólogo Dr Louis Judd (Tom Conway) y la “sexual” compañera de trabajo de su marido Alice Moore (Jane Randolph) .

Lo curioso de la película está por venir. Una vez planteada la imposibilidad de la protagonista de mantener una relación convencional con su marido, con una actitud que tal vez no esté lo suficientemente explotada por el guión, aquella en la que Simone actúa como elemento castrante de su comprensivo marido, y que da a entender que no llegan a consumar el matrimonio. Como un elemento desequilibrador aparece el personaje del psicólogo, llegado para sacar a la protagonista de su problema, aunque más bien trate de llevársela a su terreno y seducirla. Por otro lado, los celos de ella hacia la comprensiva e insinuante compañera de trabajo de su marido, hacen que se destapen sus instintos más animales. Así, cuando las vueltas alrededor del mismo tema parece que van a comenzar a aburrir, el director se saca de la manga una sucesión de secuencias impresionantes.

Por un lado la secuencia de la persecución por la calle de Irena a Aice. Una de las mejores secuencias de tensión que he visto en el cine. Un par de calles, el sonido de los tacones, y la dramática y oscura fotografía, imponen una inusual tensión que es interrumpida por un autobús ocasional (cuantas veces habremos visto esta misma situación a partir de entonces) El cambio de las huellas de pantera por el de los zapatos de tacón. La secuencia de la pesadilla, con la utilización de la arcaica animación en forma de gatos negros de iluminados ojos, y aquella en la que Alice se encuentra atrapada en la oscura piscina. Secuencia en la que la música, las sombras del agua y lo sugerido de la sombra de un felino lo hacen todo. Las imágenes simbólicas en las que la protagonista juega con el espectador, al tiempo que con la llave que libera la pantera (también la que lleva dentro). El ritmo ha aumentado tanto que sin darte cuenta te ha llevado a el desenlace (de nuevo emparentado directamente con el cine de serie B), y por fin la conclusión de nuevo demasiado basada en el texto, con la frase lapidaria y un tanto ridícula del marido, algo así como... “no me mintió”.

Me quedo con la buena labor de dirección de Torneur que es capaz de a sacar partido a los pocos recursos de los que dispone, y que le llevan a sugerir en vez de mostrar. Complementado además gracias a la fantástica y dura (algo expresionista) fotografía de Nick Musuraca y la música de Roy Webb. Tengo que reconocer que creo que el guión de DeWitt Bodeen es más bien un demérito de la película, y que tal vez parte del éxito del personaje tenga mucho que ver el origen ucraniano del productor Val Lewton (al aportar el exotismo del misterio de la leyenda Servia que traspasa a Irena)

Una película de apenas setenta minutos con ilustres admiradores como Martín Scorsese, que llegó a reconocer que es una de las películas que le llevaron a dedicarse al cine, o a su colaborador en varias producciones el guionista y director Paul Schrader, que llegó a hacer su propia versión con desigual resultado. Al final la conclusión es que esta sencilla película se ha convertido en uno de los referentes del cine fantástico de todos los tiempos, y es de obligado visionado para aquellos que quieran conocer las bases sobre las que se cimenta el cine actual.

Víctor Gualda.

viernes, 22 de agosto de 2008

EL TESORO DE SIERRA MADRE

Estos calurosos días de verano son el momento perfecto para revisar clásicos refrescantes. Si hace unas semanas hablábamos de “Sed de mal” o “El salario del miedo” en esta ocasión lo vamos a hacer de una de las películas de aventuras más completas. “El tesoro de Sierra Madre”.

Hablar de John Huston, es hablar de uno de los grandes de la historia del cine. Eso no se le escapa a nadie. Si alguien decide hacer un biopic sobre su vida algún día, no le faltará material para realizar una gran película de aventuras. Boxeador, periodista, militar, cazador, aventurero, bebedor, hijo y padre de actores, amigo de sus amigos, la biografía de Huston es como una novela inverosímil de esas que lees y te parece que todo es exagerado y llevado al extremo. Ya en su opera prima “El halcón maltes” demostró que estaba destinado a pasar a la historia del séptimo arte. En aquella trabajó con uno de los que serian sus grandes amigos, Humphrey Bogart, uno de sus actores fetiches junto a su propio padre Walter Huston, ambos presentes en esta cinta.

“El tesoro de Sierra Madre” es una obra maestra dentro de un género que no da muchas alegrías como es el de aventuras (al menos desde hace años). Lo mejor y primero que hay que destacar, es que la película no pierde el ritmo un solo minuto. Desde la primera aparición de un Bogart pedigüeño que no tiene donde caerse muerto, hasta el giro que les lleva a emprender la búsqueda del tesoro, lo que en otro director serían sencillas secuencias de presentación de los personajes y de la situación, Huston las utiliza como subtramas paralelas que hacen avanzar la historia a toda velocidad. Primero con un americano rico al que el vagabundo le pide por tres veces. Dinero que invierte en algo de comer, acicalarse (maravilloso ese barbero casi sacado del cine mudo) y comprar una pequeña participación de un billete de lotería. Luego cuando trabaja como peón, donde conoce al personaje interpretado por Tim Holt. El timo en el que se ven afectados les lleva al hostal con camastros compartidos por cincuenta céntimos en el que conocen al viejo minero que abre las esperanzas de Bogart al hablar del oro. La venganza; donde demuestran que son pobres pero honrados... y por fin la aventura. Esto sólo es el arranque, pero en veinte minutos, Huston que además es el guionista de la cinta, ya ha contado más cosas que muchos largos actuales. Pero esto no ha hecho más que empezar y el ritmo no va a decaer.
El director ha dividido la película en pequeñas aventuras que poco a poco van completando un todo. Una vez que comienza la aventura el punto de vista apenas se moverá del grupo, pero si al comienzo el punto de vista principal lo lleva Bogart, más adelante se demostrará que puede ser intercambiable y no por ello perder el interés. Me refiero a la bajada al pueblo de Tim Holt que arrastra a un cuarto posible miembro de la “empresa”. Apenas nos va a dar tiempo de encariñarnos con el nuevo personaje. Si tres son multitud, cuatro no caben en esta aventura, así que su suerte está echada. Una nueva subtrama que aquí únicamente es una aventura más, pero que más adelante tendrá su peso en el desenlace.

Pero la mayor evolución dramática de los personajes (la única en realidad) está centrada en Humphrey. Desde el primer momento él será el elemento desestabilizador de la sociedad. Si un Walter Huston experimentado actúa como anticipador, y Tim Holt como personaje complementario que conserva su personalidad para acentuar aún más el cambio en Bogart. Es él quien inicia el ciclo de codicia, primero mediada la película, también como anticipación, pero agarrando el peso de la trama cuando el viejo Walter (que la equilibra) tenga que abandonarles momentáneamente. Es entonces cuando asistimos al momento dramático más importante de la película. Si hasta ahora la historia iba en una dirección, a partir de este punto los hecho se precipitan y cambia el tono de la historia. Técnicamente me gustaría destacar en este punto un travelling que se aleja del nuevo Bogart como recurso consciente a la inconsciente locura que sufre nuestro protagonista. Es el momento dramático más importante, y el cambio de registro de un actor con poca variedad de registros. Luego las acciones paralelas entre los tres protagonistas hasta el cercano desenlace, y uno de los mejores finales que he visto en cine, con la actitud de un Walter Huston consciente de que la aventura ha terminado. La última imagen del cactus y la saca, es un alarde simbólico de un director que le da prioridad a la historia antes que a la planificación, o a cualquier efecto que complemente o distraiga la atención del espectador.

En definitiva, una obra para revisar, que lejos de explosiones o efectos especiales de las actuales, da prioridad a la aventura, y al trasfondo humano que se produce cuando la codicia y el egoísmo tiene campo abierto para actuar. Una obra maestra reconocida por la academia americana con dos Oscar a John Huston por la dirección y el guión adaptado de la novela de Ben Traven, y otro a Walter Huston, por su tolerante, simpático y muy bien tratado por el guión viejo minero.

Víctor Gualda.

martes, 19 de agosto de 2008

(UNA) PURA FORMALIDAD

Una película casi desconocida (olvidada tal vez) del director Giuseppe Tornatore es la que nos ocupa en esta ocasión. Y lo hace porque quiero revindicar su calidad como “casi” obra maestra. Y digo “casi” porque entiendo que no se aprecie en su justa medida, ya que el texto está estructurado como obra de teatro, y la inamovilidad real, mezclada con un recurso dramático del flash-back inconcluso que trata de dar aire al espectador, no acaba de funcionar al no estar cerrado de manera clara en el desenlace. Pero por partes.

Ya los títulos de crédito sobre la primera secuencia en el que una cámara subjetiva se mueve con torpeza en un oscuro bosque, bajo los violines de Ennio Morricone que agrandan la sensación de descontrol, nos avisan e introducen en el tono y tensión de lo que vamos a ver. Entendemos que se trata de alguien desorientado en mitad de la lluvia en una carretera comarcal que es detenido por la policía. No es otro de Gerard Depardieu. Ya estamos en el escenario principal. Una ruinosa comisaría rural que sufre goteras y da sensación de claustrofobia al detenido y al espectador. Unos diálogos introductorios para crear expectativas sobre la aparición del inspector de policía. Ha llegado. No es otro que el inefable Roman Polanski.

Tengo que decir en este punto que la película ha sido comparada con la obra de Kafka, imagino que en concreto con “El proceso”. Y tal vez hasta este punto sea de alguna forma cierto. En aquella el ciudadano Josef k es detenido y llevado a interrogar sin saber por qué. Tal vez tengan cosas en común, pero en esta, desde el principio prácticamente Tornatore introduce unos flash-backs que surgen desde la cabeza del acusado en los que vemos que “algo” sucedió el día previo a la detención. Lo ciento es que a partir de la llegada del inspector, el espectador va recibiendo información dosificada que nos deja ver que ha habido un asesinato. Pero antes, de forma ambigua la necesaria identificación del detenido. Depardieu resulta ser un famoso escritor en horas bajas del que el inspector es fan incondicional; Onoff.

A partir de el descubrimiento de la identidad, se produce un cambio de actitud en Polanski. Imágenes simbólicas como la de la ratonera en el armario nos dejan entrever que la noche va a ser larga. El duelo entre los personajes tanto a nivel dramático como interpretativo está servido. Ya prácticamente no vamos a salir de la claustrofóbica comisaría sino como recurso para crear tensión y precipitar alguno de los giros. Vamos a asistir a los precisos diálogos que van diseccionando al detenido. Pero también de alguna forma al comisario. Así, el paso de los minutos van dando la explicación necesaria a la ambigua situación. Pero el fin no es importante en esta película. Es en el proceso de reconocimiento de la acción, donde está el meollo de la cuestión. A pesar de lo denostado que está el recurso del flash-back, el director lo utiliza de manera ejemplar y poco habitual. Mientras el protagonista cuenta los acontecimientos, en pantalla vemos que se contradicen con la realidad de las imágenes. La perspicacia del comisario deja entrever que conoce la verdad, y el interrogatorio no es más que un proceso para que el personaje la reconozca. Como si tuviera la necesidad de sacar al detenido de una amnesia consentida. En el desenlace absolutamente simbólico (igual que en la obra de Kafka) entendemos que el paso al “infierno” necesita el reconocimiento del pecado. Y Onoff-Depardieu tiene unos cuantos que asumir. Como decía al comienzo, el tratamiento demasiado simbolista y un final algo ambiguo hacen que la película no sea redonda.

Pero uno de los puntos por los que quería comentar esta película va más lejos de la interpretación o la estructura del guión. “Pura formalidad” es una obra necesaria que se debería analizar en las escuelas de cine por lo maravilloso de la puesta en escena y la perfecta coordinación con la planificación. Y lo es porque a pesar de su aparatosidad, pasa desapercibida probablemente por lo certero de las interpretaciones y el libreto. Los movimientos de cámara son constantes y fluidos. Las acciones de los personajes perfectamente naturales y delimitadas al tiempo. Los constantes travellings semicirculares, los planos contraplanos con y sin escorzo, los planos generales. La suma de todo ello da pie a un montaje perfecto, de manera que tanto el ritmo interno de la escena y el ritmo externo del montaje se complementan a la perfección. Todo ello aderezado con la banda sonora de Morricone, o el desarrollo temporal casi real en una noche, hacen de “Pura formalidad”, una obra necesaria, sino maestra del cine europeo contemporáneo. Una película que de vez en cuando hay que revisar para recordar que a veces no hace falta grandes medios, sino grandes ideas... y saber llevarlas a cabo.

Víctor Gualda.

sábado, 16 de agosto de 2008

DESPIERTO

No perdáis el tiempo viendo esta película. Es un producto de consumo sin más, que muchos dirán que tiene un planteamiento interesante. Tal vez si la hubiese dirigido Cronenberg le hubiese conseguido sacar algo de jugo, pero la ha escrito y dirigido un tal Joby Harold, y no pasa del producto de consumo medio de video, tele o algún canal temático de cine.

La idea puede ser interesante, pero el arranque no es más que una sucesión de tópicos. El personaje interpretado por Hayden Christensen es un multimillonario con un gran corazón. Tan grande, que sufre algún tipo de dolencia cardiaca que le obliga a estar en lista de espera de un hospital para recibir un trasplante. El guionista se empeña en que el chaval, a pesar de ser millonario nos caiga más que bien. Nos presenta su circulo más cercano para que veamos que todos le apoyan y él apoya a todos. Su madre (Lena Olin), con un alto sentido de la protección toma las decisiones que tienen que ver con su personalidad agobiándole. Su médico (Terrence Howard) que le salvó la vida una vez, es el destinado a realizar la futura operación. Su novia asistenta personal de su madre y prometida secreta del prota... una cara bonita más, (Jessica Alba). En fin, que después de un par de secuencias para dejarle bien, nos meten en situación con una secuencia explicativa, y otra que aunque ahora no lo sepamos, justifica el giro que tomará la película.

A partir de este momento (el de la presentación) la estructura de la película estará basada en el engaño. Me refiero al espectador por supuesto (también al protagonista). Me pregunto hasta que punto es legitimo “hacer trampas” en el cine. Me explico. En esta ocasión, el guionista nos pone en el punto de vista de Christensen. Nos conduce hacia una situación, que será el giro principal (casi único) de la película, para luego, con información que desconocemos darle la vuelta a la trama por medio de la sorpresa. En realidad no hay más ley que la de entretener, por lo que el recurso es perfectamente legitimo. Además en este caso en concreto, al compartir el punto de vista con el protagonista descubrimos la trampa al mismo tiempo que él. El problema es que particularmente me siento defraudado. Ya no tiene importancia lo que le pase a Hayden. La duda moral a la que se enfrenta el médico Howard no tiene ninguna importancia, con lo cual todo se reduce al siguiente recurso dramático. Olvidando que hay temas importantes a los que se le puede sacar partido y hacer trascender el mero entretenimiento.

Es entonces cuando hace acto de presencia el segundo recurso. En este caso más visual que de guión. Nuestro protagonista, como indica claramente el título y la sinopsis argumental de la carátula, va a estar despierto mientras le operan. En el primer tramo desde su propio cuerpo, el tiempo justo para descubrir una extraordinaria excusa (porque se sale de lo ordinario lo absurdo de la excusa). Pero como al estar postrado, Hayden no puede interactuar, el tal Harold decide que tenga una experiencia extracorporea. Este nuevo elemento vale para todo. Para recorrer el hospital y cambiar los puntos de vista, para meter flash-backs explicativos visuales, que con la nueva información el espectador aprecie y diga para si mismo, “-Ah claro, esto era por eso...-“.
Por supuesto, cuando llega el segundo punto de giro, no hay que ser demasiado espabilado para saber que va a pasar. Que las películas hacen concesiones, y que algún diálogo anterior demasiado evidente van a entrar en escena, es algo inevitable. Por si alguien se ha perdido y no entiende que está pasando, una secuencia explicativa por medio. Se trata de un flash-back por parte de la madre. Sorpresa. Si, el punto de vista ha cambiado... pero en algún lugar entre la vida y la muerte donde madre e hijo se han encontrado. Todo justificado sobre el papel... En esta secuencia hay un detalle (tal vez el único de todo el metraje) que me llama la atención. Madre e hijo mantienen una secuencia cara a cara en la que los dos personajes fuman como “acción” interpretativa. Esto no es muy común en el actual cine americano, más cuando se trata de una escena trascendental de conocimiento intimo (tal vez la única) entre madre e hijo, y hay tanto en juego.

Desenlace que no se sale un milímetro de lo esperado, y ya. Así que la película se reduce a eso. Un efecto de guión, un efecto visual... y el efectismo de las imágenes de una operación a corazón abierto. Me decepcionan tanto las películas que basan todo su argumento en la sorpresa... En esta se ha utilizado en el primer giro, pero hay otras como “El sexto sentido” (todas las de Shyamalan en realidad), o “Los otros” en las que el metraje está construido por y para “la sorpresa”. Y esto no deja de ser información oculta a los ojos del espectador que se destapa en un momento conveniente, que le descoloca, fuegos artificiales, pero con un interior hueco. Al menos “Despierto” sólo dura ochenta minutos.

Víctor Gualda.

martes, 12 de agosto de 2008

LOS FALSIFICADORES

Esta película continua la racha del cine alemán, llevándose el premio de la academia americana a la mejor película extranjera. El nuevo tratamiento a los nazis (dentro de los estereotipos) es interesante e incluso original, aunque me temo que el premio es exagerado, y tal vez influido por el peso especifico de los judíos dentro de la industria americana.

En esta ocasión, ni el guión, ni la dirección de Stephan Ruzowitzky, esconden sus intenciones desde el principio. Karl Marcovics (Salomón) es un reputado falsificador al que le va bien en los minutos previos a la guerra. Las circunstancias son evidentes desde la primera secuencia y entendemos por los tugurios que frecuenta, que se empieza a notar el odio irracional que despiertan los judíos entre los simpatizantes nazis (perfecta introducción espacio-temporal). Por ello lo mejor es salir por pies, pero una mujer hace que nuestro protagonista pierda su tren y acabe en un campo de concentración. Salomon es un tipo listo, incluso en las peores circunstancias, se adapta y sabe como apañárselas para vivir lo mejor posible. Al menos hasta que sea trasladado a otra prisión en la que sus cualidades sean aprovechadas al máximo.

No estoy desvelando nada que no se haya visto en el trailer, y aunque contara secuencia por secuencia, en esta película no hay lugar para la sorpresa. Todo sigue una línea argumental clara, y el máximo interés se centra en saber como nuestro protagonista llega a la situación que hemos contemplado en una secuencia anticipatoria al inicio de la película (el recurso dramático de moda). A pesar de su previsibilidad, hay que reconocer que la película logra mantener el interés. Me atrevería a decir que gracias a su protagonista Marcovics, que tiene uno de los rostros más expresivos del actual cine europeo. (El personaje me recordó al de Charles Aznavour en la película de Truffaut “Tirad sobre el pianista”) Lo cierto es que las situaciones que se enmarcan dentro de su peculiar cárcel, serán las necesarias. La paradoja del metraje, colaborar desde prisión con los nazis para salvar la vida, con el añadido reto personal de alimentar el ego siendo capaz de llegar al objetivo máximo de cualquier falsificador. Conseguir la falsificación perfecta de la moneda americana.

Por supuesto la duda moral está introducida a través de un personaje reflejo y falso antagonista, Burger (la película está basada en el libro de Adolf Burger) que constantemente hace consciente al protagonista del peligro que supone su implicación con la causa del enemigo. Pero el director está dispuesto a hacer las concesiones que sean necesarias para que el personaje no deje de caernos simpático e incluso le justifiquemos. Nos deja entrever por medio de subtramas paralelas, y personajes soporte, que las circunstancias mandan, pero que no por ello Salomon deja de tener su corazoncito, al menos con sus compañeros. Pero es necesario un antagonista puro, alguien en el bando contrario que cumpla las veces de “malo”. Lo mejor es que el director ha preferido humanizarlo, huir del estereotipo fácil (para eso divide al personaje en dos, y el segundo cumple con el estereotipo) crear un nazi consciente de lo inhumano de la barbarie, de la verdadera situación, y de lo frágil de las posiciones. Por eso para mi la secuencia más reveladora es aquella en la que Salomon visita la casa del “anfitrión” Herzog (Devid Striesow) y tiene una sincera charla (complementada por la mujer del nazi). Entendemos además que la ambición no sabe de ideologías, y que el dinero y los documentos falsificados son un medio en realidad, y no un fin.

Me gustaría destacar los dos puntos de giro principales de la película (aunque en realidad son el mismo). Aquel en el que nuestro protagonista descubre cual es la base del papel ingles y consigue su objetivo... y por supuesto, la segunda meta, la moneda americana, con todas las dificultades materiales que se le imponen al protagonista. Paralelamente corre la duda moral que ya he comentado antes. Así que el director mantiene el equilibrio impecablemente sobre la cuerda floja hasta el precipitado desenlace, pero no por ello menos satisfactorio para el espectador. En este punto, tal vez el público revanchista hubiese esperado un castigo para el segundo antagonista nazi. Pero la liberación es un acontecimiento suficientemente contundente para calmar las ansias de venganza. Tal vez echo de menos un final más “efectista”, pero el director ha tratado de mantener un tono más neutral (en este punto tengo dudas sobre lo que ha conseguido, y lo que realmente pretendía) dejando a un lado la pretenciosidad de otros films del mismo género, tipo “La lista de Schindler”. Aun así, me gusta el ambiguo final, en el que no entendemos la actitud compulsiva del protagonista, o lo interpretamos a nuestro gusto, pero siempre justificando sus actos. A fin de cuentas, admiramos a un protagonista al que envidiamos una vez fuera de la cárcel, y que como bien dice, siempre puede hacer más de lo mismo.

Víctor Gualda.

viernes, 8 de agosto de 2008

LA NOCHE ES NUESTRA

Después de revisar “Sed de mal” decir que una película es buena es doblemente complicado. Cuando haces una crítica te guías por parámetros básicos como; guión, fotografía dirección. Estos parecen objetivos, pero existen varios elementos más. Entre ellos la originalidad, y la inevitable comparación. Por eso NO me atreveré a decir que “La noche es nuestra” es una mala película. Porque tiene un guión correcto. Ágil donde otras producciones fallan. Sorprendente en alguno de los giros. Con un interpretación correcta (sobre todo en los casos de Joaquin Phoenix y Robert Duvall. En cuanto a Mark Wahlberg no lo calificaré como actor, porque pertenece al selecto grupo de inexpresivos (como DiCaprio o Damon) además, comparándola con recientes estrenos en DVD, podemos decir que está a la altura e incluso por encima de otras producciones más ambiciosas... pero no es una película redonda.

El arranque me parece interesante. Por una parte me gusta la idea de la confrontación entre los mundos de los dos hermanos protagonistas. El personaje de Phoenix es un “gerente” del garito de moda de Brooklyn, que trabaja para una familia rusa. Por otro, el hermano Wahlberg es un policía con ansias de demostrar su valía, y que desde el minuto cinco ya sabes que inevitablemente va a tener que enfrentarse con su hermano. El padre de ambos, Duvall, es otro policía que a base de esfuerzo se ha colocado en lo más alto del escalafón. Me gusta además que los dos policías han conservado su apellido de inmigrantes europeos del este, Grusinsky (probablemente desde hace varias generaciones) mientras que por su parte Joaquin se ha cambiado por el de la madre, al sonar más “americano” (Green). Todos los detalles hacen presagiar que el enfrentamiento familiar por estar colocados en situaciones opuestas va a ser interesante. Más después de que tras una secuencia informativa sepamos que uno de los primos del propietario del garito en el que trabaja Joaquin está implicado en temas oscuros, y que inevitablemente eso obligará al protagonista a posicionarse. Hasta este momento todo correcto... Más que correcto con el inesperado (por inmediato) punto de giro que afecta al hermano poli Wahlberg.

A partir de este punto tal vez se precipite todo un poco, aunque conserva la esencia del buen cine policiaco. La nueva situación creada por el punto de giro y una conversación con el primo ruso-malo, hacen que Joaquin tenga que tomar una decisión. Una secuencia a la que James Gray (director y guionista) no ha sabido sacarle partido. Aquella en la que la tensión con un mechero está desaprovechada y que sirve además para dar un nuevo giro, en este caso para la vida del protagonista, que poco a poco se va transformando en el “nuevo” Joaquin. A partir de este momento todo se va al garete. Precisamente por el motivo que he aludido varias veces; querer abarcar demasiado. Pero antes, la mejor secuencia de la película. La de la inevitable persecución. El punto de vista centrado en Phoenix, mientras casi la mayor parte de la acción se desarrolla frente a sus ojos, ayudada por una fantástica postproducción de sonido, hacen de esta secuencia el clímax real de la película. A partir de este momento, la nada.

Y es que este punto de giro es el final de una película para dar paso a otra que cae uno por uno en todos los tópicos. Un desastre típico del peor cine yanqui que no tiene sentido, ni a nivel narrativo, con una de las secuencias más ridículas e injustificables del cine moderno. Aquella de “hágase policía por un día”... para coger carrerilla antes de saltar al vacío en el desastroso desenlace. Eso por no hablar de el posicionamiento moral y moralista que pierde de vista el planeamiento inicial, para distinguir en burdos estereotipos de buenos (polis) y malos (traficantes) Es decir que todas las buenas cualidades (que las tiene) se van al garete en apenas cinco minutos, y sólo la inercia y el “happy end” previsible, hacen que el espectador medio se quede con la sensación de que ha visto cine del bueno. Particularmente me quedo con ese tufillo de que la familia americana inmigrante tradicional y de varias generaciones es de mejor calidad que los recién llegados que conservan su idioma para hablar entre ellos (el idioma y la bandera son dos elementos que igualan a los americanos)... tal vez la idea sea que no hay nada más importante que la familia de uno... Igual son interpretaciones un poco llevadas al extremo, pero no entiendo sino la necesidad de implicar a los “mayores” en el desenlace.

No me quiero olvidar de la mujer de moda. Eva Mendes hace un papel soporte, y que sirve para justificar algunos puntos del guión (entre ellos el papel trascendental de la familia del que ya he hablado). Al menos me alegro de que no la hayan utilizado como excusa, y que la hayan mantenido fiel al rol que tiene de principio a fin con su propio desarrollo personal. Poco más que comentar... Que los dos protagonistas ya habían trabajado con Gray en “La otra cara del crimen” y que en los créditos Wahlberg y Phoenix aparecen como coproductores de la cinta, lo que me lleva a deducir que algo han debido tener que ver con los principales fallos del guión para lucimiento personal (aunque sólo sea porque Gray les haya querido tener contentos). Y es que al final los egos por encima del texto tienen consecuencias demoledoras para el trabajo colectivo... A no ser que seas Orson Welles.

Víctor Gualda.

miércoles, 6 de agosto de 2008

SED DE MAL

La verdad es que no creo que pueda aportar nada nuevo a todo lo que ya se ha dicho y escrito sobre Orson Welles y su obra. Cualquier anécdota sobre su vida personal, sobre sus guiones nunca llevados a la pantalla, sus proyectos fallidos o sobre sus problemas para conseguir financiación después de “Ciudadano Kane”, son conocidos por propios y extraños. Así que me centraré en el aspecto más cinematográfico de “Sed de mal”.

Lo cierto es que unos créditos al inicio de la película nos anuncian que Welles estuvo “apartado” del primer montaje (a partir de “El Cuarto mandamiento” los estudios le controlaban el corte). Nos refieren que después de verlo, hizo un informe apasionado de cincuenta y tantas páginas con cambios para mejorarlo. Los mismos créditos nos explican que la película que vamos a ver es lo más próximo a la voluntad del director. En realidad se trata de la edición que se hizo de la película en el año 2000 (15 años después de la muerte de Welles) siguiendo esas mismas notas del director. Curioso resulta también que la película tenga escenas rodadas por Paul Monash y Franklin Coen que no aparecen acreditados, y que añaden 16 minutos al metraje original. La película fue un fracaso cuando se estrenó.
De cualquier manera, sólo se puede hablar con admiración de esta película. Siendo de 1958 asombra al volver a verla lo moderna que es. Probablemente más que la mayoría que se firman ahora. Y me refiero al conjunto. Desde las maravillosas interpretaciones, alejadas del estilo de la época, sin incidir en el dramatismo, en el estereotipo o en la exageración, hasta la fantástica planificación, uno de los puntos fuertes del director que revolucionó el lenguaje cinematográfico. Ya no hablo del plano-secuencia mítico de cuatro minutos (llevaba años pensando que eran siete) que sirve para situarnos en la trama, partiendo de un primer plano en el que el director nos muestra el mcguffin de la película, nos pone en situación espacio-temporal y nos presenta al matrimonio formado por Vargas-Heston y Leight-Sra Vargas. Esto es sólo el aperitivo. Lo realmente interesante es ver como Welles recoge todo lo aprendido en el teatro y su experiencia cinematográfica para construir algo muy complicado como es la atmósfera. Y es que la fotografía de Russell Metty es uno de los pilares en los que está basada la película. Muy expresionista en mucho momentos, amparándose en interiores claustrofóbicos o en la noche, que envuelve gran parte del film. Alucinante también en este punto la planificación. Welles echa mano de manera tal vez excesiva de los picados y contrapicados para crear sensaciones o subrayar los estados anímicos de los personajes. Pero todo esta medido casi a la perfección. Tengo que reconocer que sus travellings siguiendo a los personajes (como uno más), sus grúas o sus cambios de planos de generales a planos muy cortos, o grupales sin apenas dejar aire, o iluminando dramáticamente a los personajes con luces duras, son tan intensos que tal vez influyen de manera un tanto negativa en el ritmo general de la obra (no me refiero al interno, que está llevado a la perfección). Pero el ritmo está introducido por el guión (basado en la novela “Badge of Evil” de Whit Masterson). No puedo decir que sea fallido porque mentiría. La apuesta es más que interesante, porque el punto de vista protagonista esta distribuido de manera coral. Siendo Heston el eje de referencia fundamental. Cada personaje tiene su propio desarrollo dramático por separado, pero perfectamente integrado en una historia central que pasa por el enfrentamiento entre los dos hombres que tratan de imponer su estilo propio para descubrir algo tan subjetivo como la “verdad”... todo ello para volver a encontrarse inevitablemente.

Un Welles tremendo en su interpretación, perro viejo que ha ido adaptando las leyes a sus intereses. Se he ido endureciendo y creando un monstruo que ha acabado devorándole. Representante de los Estados Unidos, se enfrenta con el joven emprendedor y legal policía mejicano Heston, feliz recién casado que cree firmemente en la justicia. Lo mejor sin duda es que la historia se desarrolla en la frontera, y allí todos los personajes son extremos, peculiares cargados de dramas internos. La tensión se mantiene en alza a lo largo de todo el metraje. Una subtrama de intereses cruzados y venganza sirve de marco, y ayudado por la más increíble, envolvente y arriesgada música que recuerdo de Henry Mancini, el director logra crear esa atmósfera perfecta que hacen que este cine negro casi experimental, trascienda para convertirse en uno de los clásicos imprescindibles del cine americano.

Para cerrar la crítica, me gustaría comentar que Charlton Heston apostó personalmente por esta película y por su director, (de todos es conocido la mala relación de Welles con los estudios). En el libreto que trae la última edición en DVD, Diego Moldes hace un alegato explicando que Heston, que ha quedado en la memoria colectiva por la imagen empuñando un rifle y defendiendo ideas fascistoides, no corresponde con el Heston que toda su vida defendió los derechos civiles e ideas mucho más progresistas. Me parece necesario recalcarlo antes de demonizar a un actor que ha aportado mucho a la historia del cine (más en estos días que se cumple el cuarenta aniversario del estreno de “El planeta de los simios”, película claramente antibelicista y crítica al hombre). Tampoco me quiero olvidar de la maravillosa Malene Dietrich, que desde un pequeño papel secundario llena la pantalla más que la mayoría de protagonistas, y que tiene una de las frases claves de la película (hay varias) en aquella secuencia en la que Welles-Hank le pide que le eche las cartas para leerle el futuro. Llamadme mitómano, pero me parece de otro planeta... Podríamos estar horas comentando secuencia por secuencia, porque todas tienen algo (me encanta ese plano en el que Heston corre por los pasillos de la comisaría para reencontrarse con su mujer torturada), pero lo mejor es que volváis a revisar vosotros mismos “Sed de mal”, porque merece la pena para entender porque al cine le llaman séptimo arte.

Víctor Gualda.

sábado, 2 de agosto de 2008

HANCOCK

La verdad es que no tenía la más mínima intención de comentar esta película. Sólo después de escribir la crítica “El video de Benny”, reconsideré mi postura porque creo que hay varios puntos que merece la pena analizar.

A priori la película da lo que promete, lo cual no está mal. La presentación ya nos anticipa que Hancock es un superhéroe atípico, y parece que el único que hay en la tierra. Pero nuestros códigos ya están abiertos a la existencia en la pequeña y gran pantalla de estos héroes de poderes ilimitados, por lo que la presentación introduce al espectador directamente en la película, marcando el tono cómico, y de paso presentando al desastroso superhéroe. Lo mejor del principio; que Will Smith encarna a un superhombre muy humano (suma de estereotipos, eso si). Antítesis perfecta del superhéroe tradicional, tiene alguno de los defectos que caracterizan a nuestra raza y por supuesto aquellos que tradicionalmente la sociedad rechaza. Por supuesto, como no podía ser de otra forma, esta es la base principal del conflicto. Hay que darle unas clases de saber estar y buen comportamiento para que el héroe entre por la senda marcada por la sociedad. Lo que me llama la atención en este punto es la paradoja. Hancock, como si fuese parte de su naturaleza, tiene la necesidad primaria de hacer el bien, sin ningún tipo de consideración por su parte. Me pregunto yo, ¿por qué el bien? ¿No sería más sencillo en vista del rechazo que produce en sus semejantes hacer algo en su propio provecho? (tal vez como ese otro superpoderoso que el cine nos ha regalado recientemente en la fallida “Jumper”) Pero la pregunta se responde sola, porque está claro que estos yanquis no quieren consideraciones morales de este calibre. Lo que quieren es que todos entremos por el aro y normalicemos cualquier situación extraordinaria. Todos tenemos que ser iguales, y aquel que tenga algún “poder” extraordinario, más igual que ninguno, poniéndose al servicio del bien común, antes que del bien propio.

Así que… quién mejor para introducirle por el buen camino que un publicitario (los grandes gurús del siglo, predicadores que venden un Dios en cada producto que anuncian). Por supuesto el personaje interpretado por Jason Bateman no es uno cualquiera, uno de esos que sólo están en el negocio por la posibilidad de ganar mucha pasta, sino uno que está empeñado desde su puesto pseudo-privilegiado en salvar al mundo. Excusa perfecta para introducir a una falsa antagonista. Como Hancock ha sido presentado como un desastre, el director Peter Berg juega con la posibilidad de una presunta tensión sexual no resuelta entre Smith y Theron, pero todo resulta demasiado forzado entre ambos…

Antes de continuar, una consideración sobre otro de los puntos curiosos de la película. Como decía, gracias a los códigos que todos conocemos a través del cómic, nos indican que todo superhéroe necesita un supertraje que sirva de imagen, de logo de fácil reconocimiento para el espectador. Esta parte es interesante porque el guionista se ríe por unos momentos de las convenciones, para luego adoptarlas como propias y necesarias, confirmando que ese punto casi militar que tienen los uniformes, es necesario para que el espectador asocie el traje, al “bien” como concepto (bomberos, policías, enfermeros…).

Volviendo a la película, Berg necesitaba algo en la estructura que la sustentase, pues no se puede vivir hora y media de gags sin que el espectador se aburra. Así que después de un giro dramático necesario, y para mí el mejor momento de la película, se abre una nueva puerta. Puerta que curiosamente también abre un nuevo tono mucho más dramático… ahora hacer el bien se ha convertido en un tema serio.

Por medio de una subtrama englobada en la primera parte, el director reutilizara al “malo” añadiéndole al verdadero conflicto. El que se establece entre Smith y Theron. Ahora con la suma de ambos nos dirigimos de cabeza (y esto es literal, porque todo se precipita un poco) hacia el desenlace. Resultón, fácil… busca el calificativo que te apetezca, porque en estas películas veraniegas americanas ya sabes que el resultado va a ser siempre el mismo. Que el superhéroe conseguirá su objetivo, y en este caso hasta la moral se salva, puesto que el conflicto del trío (interesante planteamiento de conflicto que se diluye en la nada) se resuelve de manera que nadie resulte perjudicado (esa curiosa costumbre americana que aleja el cine de la vida real). También estas convenciones se respetan en esta película que engaña y reconduce al rebaño hacia el buen camino. Los superhéroes tienen que ser buenos, así que nosotros también lo debemos ser. Lástima, porque un final distinto en el que el héroe hubiese aceptado que nunca podrá ser como los demás hubiese sido más inteligente, divertido, por supuesto mucho más realista, y no hubiese caído en el juego de la doble moral que tan bien practican en su política exterior estos yanquis. Solo necesitamos un eslogan, pongámosle “paz duradera” un concepto que vender… que sea “salvar al mundo de las armas de destrucción masiva”, un malo, “Sadam” y lanzando la campaña ya tenemos la excusa que necesitamos para destruir un país… y es que realmente los publicistas son los nuevos mesías del siglo que nos toca vivir, y el mensaje subtextual que recoge sin querer el espectador es que todo vale… si se sabe vender bien.

De cualquier forma, no os preocupéis porque en vista del éxito de esta primera entrega, es fácil que el superhombre recaiga en sus antiguos hábitos. Pero la oportunidad que indicaba el principio ya está desaprovechada, ya que el personaje interpretado por Smith no tiene la mitología necesaria a sus espaldas con la que contaba por ejemplo Batman, y que permite que el héroe se reinvente adaptándose a los tiempos que corren en cada nueva entrega.

Víctor Gualda.