sábado, 23 de mayo de 2009

BRIGADA 21

“Brigada 21” y “Asalto a la comisaría del distrito 13”. Dos películas de este “subgénero” del policiaco, con veinticinco años de diferencia en las que se aprecia la evolución de los tiempos, los temas que interesan al espectador, la forma de rodar y las maneras de interpretar. Ambas sin estar en el olimpo de las obras maestras, son más que apreciables y pertenecen a dos directores que han pasado a la historia del cine, que dan muestra de oficio y buen hacer. Pero aparte de la evidencia de que ambas se desarrollan prácticamente íntegramente dentro de una comisaría de policía, tienen la peculiaridad, cada vez menos frecuente de desarrollarse casi a tiempo real y definidas por la unión de historias paralelas..

En el caso de “Brigada 21”, lo primero que hay que saber es que su prácticamente única localización, se debe a que está basada en una obra de teatro. La vida de esta comisaría, algo light para los tiempos que corren, no tiene desperdicio. Una ludópata (que ganó un discutible premio en Cannes por su interpretación) Un par de ladrones pillados desvalijando un piso (que por cierto parecen sacados de la comedia del arte); un chaval guiado por sus complejos hacia el éxito de su novia, y su enamorada cuñada, y por fin, un policía recto e inflexible que también esconde oscuros complejos que le enfrentarán al amor de su vida.

Tal vez lo mejor de “Brigada 21” sea la puesta en escena. Si en una película convencional, las localizaciones y la cámara delimitan los movimientos escénicos y el ritmo. Aquí en apenas unos metros cuadrados se concentran más de una docena de actores, que darán vida a las diferentes tramas. El ritmo de las entradas y salidas, los cambios de escenario dentro de la misma comisaría, dejan ver la evidencia de que es un texto para Broadway de Sydney Kingsley. Todo ello con un ritmo interno en los diálogos y las pausas casi frenético, que apenas da tiempo a coger aire al espectador, y con una interpretaciones llenas de vitalidad y sentimiento. A destacar (cómo no) el fantástico policía interpretado por Kirk Douglas, al que tradicionalmente se le atribuye un personaje unidimensional, cuando en realidad se trata de un personaje complejo, que en el crescendo de la película tendrá que enfrentarse consigo mismo y con sus miedos, aunque menos desarrollado de lo necesario, por la propia estructura teatral. El desenlace como redención, algo previsible, pero hasta el último aliento, Douglas hace una interpretación soberbia y llena de energía. El guión le reserva además la única sorpresa narrativa, con la trama que juega con la tensión y la anticipación del espectador. Va dando pistas y centra la curiosidad sobre un extraño triangulo que pondrá en jaque al personaje, y le llevará de cabeza hacia su destino, en una mezcla de tramas. El destino le da una oportunidad de justificar su falsa indolencia en un estilo casi shakespiriano, alejado de las convenciones del cine y más cercano al teatro… una vez más magistral. Por destacar un par de puntos más de la adaptación de Philip Jordan y Robert Wyler, la presentación de Douglas a través de terceros y los antecedentes antes de la aparición del propio personaje, para crear la ilusión de conocerlo de toda la vida. Visualmente, la secuencia de la transparencia en el furgón policial, que a pesar de estar rodada en estudio, es con el arranque y la secuencia del beso en el taxi parado, lo único que se desarrolla en presuntos exteriores.

En definitiva, una maravillosa película del maestro William Wyler para aquellos que disfruten con una buena puesta en escena, e interpretaciones magistrales, basada en el texto y con medios limitados.

Víctor Gualda.

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