sábado, 16 de mayo de 2009

TIME

Pocas veces una película tan ridícula en el planteamiento, me parece tan profunda y necesaria para la reflexión. Y es que Kim Ki-duk se pasa por el arco (perdón por el chiste fácil) el principio de credibilidad que cualquier narración necesita. Pero no importa, porque consigue algo que sólo unos pocos directores en todo el mundo logran. Engancharte a la pantalla por la necesidad de saber qué va a pasar con esta surrealista pareja y de paso hacerte pensar.

Ki-duk, consigue una mezcla de géneros sorprendente y sorpresiva con unos pocos elementos y sólo un par de personajes, ni siquiera necesita un tercero como elemento desestabilizador, y es que la inestabilidad habita en ellos. Sobre todo en el personaje de See-Hee Una chica insegura y celópata, que da muestras de una psicosis que le lleva a hacer una locura presuntamente por amor (para el que considere eso amor) Si el planteamiento es un alarde de economía narrativa (aunque algo menos que en otras producciones del director) la actitud de los personajes está llevada a la ciencia ficción. Las acciones y reacciones son arbitrarias y teledirigidas. Lo que me sorprende en este punto es la capacidad para enganchar de la que hablaba. Lo normal es que cuando se pierde la credibilidad, el espectador aproveche para hacer otras actividades lúdicas. Pero Ki-duk cambia de género y tono con total desparpajo y se pasa al thriller. La incógnita del rostro de la protagonista hace que el espectador se revuelva intranquilo en el sillón por saber como será la nueva See-hee, y las consecuencias de los actos sicóticos de ella ante el amor verdadero. Todo ello enmarcado en el paso del tiempo como contenedor que dosifica los actos, y que ha sido el causante del desgaste de la relación, y por tanto de la locura de ella.

La belleza plástica de la que suele hacer gala el director cobra toda su magnitud al sobreexplotar, de forma presumiblemente simbólica, el parque de las esculturas de Baemigumi en la isla de Mo, del escultor Lee Il-Ho. Especialmente aquella que muestra la portada, que sirve de marco de ese paso del tiempo que ha desgastado la relación, mientras muestra a través de las fotos la evolución de la misma.

Pero es que lo mejor está aun por llegar. El punto de vista, tan determinante en el cine como en la literatura, Ki-duk lo maneja certeramente a su antojo, y lo va dosificando entre ambos protagonistas, mientras al espectador sólo le ofrece pequeños avances de información para crear el suspense, y luego ponerle temporalmente en la piel de quien lleve el peso dramático. Pero no contento con eso, el giro de timón que le da el personaje de Ji-woo, es más radical aun, pues era el único que parecía mantener la cordura. Nada más lejos de la realidad. Ella sufrirá en sus carnes lo mismo que a sufrido él, y por ende, la incertidumbre se traslada al espectador con los mismos elementos de repetición que en el anterior tramo.

Si la trama es atípica, también lo son los elementos que utiliza el narrador. La puesta en la picota de la cirugía estética, el paso por el horror para conseguir la belleza (al menos eso parece querer decir con la muestra explicita de las imágenes de las operaciones) trasladable a cualquier acto artístico (o no). Lo antinaturales de los diálogos en algunas secuencias (Ki-duk no es un guionista que dialogue mucho) me chirriaron como pocas veces.
Algunos recursos estéticos como las elipsis, con especial interés las del juego con la luz, o el final completamente circular que deja en alto la narración, hacen imprescindible el visionado de esta película del prolífico director Coreano.

Víctor Gualda.



No hay comentarios: